Israel encarcela a cientos de niños palestinos cada año

Viaje sin fin al infierno (testimonios).

Detención de Fevzi al-Junidi, tras los disturbios de Hebrón de diciembre de 2017. (Foto: Wisam Hashlamoun/Agencia Anadulu)

Era una tarde sombría y típicamente gélida de finales febrero en el pueblo de Beit Ummar, situado entre Belén y Hebrón. El clima no disuadió a los niños de la familia Abu-Ayyash de salir afuera para jugar y divertirse. Uno de ellos, con un traje de Spiderman, imitaba al personaje saltando ágilmente de un lugar a otro. De repente, se dieron cuenta de que un grupo de soldados israelíes se acercaban pesadamente a lo largo del camino de tierra. Al instante, sus expresiones pasaron de la alegría al temor, apresurándose a entrar en casa. No es la primera vez que reaccionan así, dice su padre. De hecho, se ha convertido en una pauta de conducta desde que Omar, de 10 años de edad, fue arrestado por las tropas israelíes en diciembre pasado.

El niño de 10 años es uno de los cientos de niños palestinos a los que Israel arresta cada año: las estimaciones oscilan entre unos 800 y 1.000. Algunos son menores de 15 años; algunos son incluso preadolescentes. Un mapa de los lugares donde se llevan a cabo estas detenciones revela un cierto patrón: cuanto más cerca está una aldea palestina de un asentamiento, tanto más probable es que los menores que allí residen acaben bajo vigilancia israelí. Por ejemplo, en la ciudad de Azzun, al oeste del asentamiento de Karnei Shomron, apenas hay algún hogar que no haya pasado por esa experiencia. Sus habitantes dicen que en los últimos cinco años, más de 150 alumnos de la única escuela secundaria de la ciudad han sido arrestados.

Omar Rabua Abu Ayyash (Foto: Meged Gozani)

En un determinado momento, había alrededor de 270 adolescentes palestinos en las cárceles israelíes. La razón más generalizada de su arresto -tirar piedras- no cuenta toda la historia. Las conversaciones con muchos de los jóvenes, así como con abogados y activistas de los derechos humanos, incluidos los de la organización de derechos humanos B’Tselem, revelan un cierto patrón, incluso cuando dejan abiertas muchas preguntas: por ejemplo, ¿por qué la ocupación necesita que los arrestos sean violentos y por qué es necesario amenazar a los jóvenes?

Varios israelíes, cuya sensibilidad se siente ofendida ante los arrestos de niños palestinos, han decidido movilizarse y luchar contra el fenómeno. En el marco de una organización llamada Padres Contra la Detención de Niños, sus aproximadamente cien miembros participan activamente en las redes sociales y organizan eventos públicos “para aumentar la conciencia sobre la escala del fenómeno y la violación de los derechos de los menores palestinos, así como para crear un grupo de presión que trabaje para poner fin a esta serie de hechos”, según explican. Su público destinatario son otros padres, en quienes confían para que respondan con empatía a las historias de estos niños.

En general, parece que no faltan las críticas ante este fenómeno de las detenciones de menores. Además de B’Tselem, que supervisa el tema regularmente, también ha habido protestas en el extranjero. En 2013, UNICEF, la Agencia de las Naciones Unidas para los Derechos de la Infancia, denunció “los malos tratos a los niños que entran en contacto con el sistema de detención militar, [que] parece ser algo generalizado, sistemático e institucionalizado”. Un informe elaborado un año antes por expertos juristas británicos, llegaba a la conclusión de que las condiciones a las que los niños palestinos son sometidos representan tortura, y hace apenas cinco meses, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa deploró la política de Israel de arrestar a niños menores de edad, declarando: “Hay que poner fin a todas las formas de abusos físicos o psicológicos a los niños durante los períodos de detención, tránsito y espera y durante los interrogatorios”.

Arresto

Cerca de la mitad de los arrestos de adolescentes palestinos se llevan a cabo en sus hogares. De acuerdo con los testimonios, los soldados de las fuerzas ocupantes de Israel irrumpen típicamente en la casa en medio de la noche, capturan al joven buscado y se lo llevan (detienen a muy pocas niñas), dejando a la familia un documento que indica adónde se lo llevan y de qué cargo se le acusa. El documento está impreso en árabe y en hebreo, pero el comandante de las fuerzas por lo general completa los detalles solo en hebreo, luego se lo entrega a los padres que quizá no puedan entenderlo y no saben por qué se llevaron a su hijo.

La abogada Farah Bayadsi se pregunta por qué es necesario arrestar a los niños de esta forma en lugar de convocarlos para interrogarlos de manera ordenada. (Los datos muestran que solo el 12% de los jóvenes recibe citación para un interrogatorio).

“Sé por experiencia que cada vez que se le pide a alguien que se presente para interrogarlo, acude”, señala Bayadsi. Participa de forma activa en la rama israelí de Defensa Internacional para los Niños, una ONG mundial que se ocupa de la detención de menores y la promoción de sus derechos.

“La respuesta que generalmente obtenemos”, dice ella, “es: ‘Se hace de esta forma por razones de seguridad’. Eso significa que es un método deliberado, que no pretende llegar a un acuerdo con los jóvenes menores de edad, sino causarles un trauma de por vida”.

En efecto, como la Unidad del Portavoz del ejército israelí le dijo a Haaretz como respuesta: “La mayoría de los arrestos, tanto de adultos como de menores, se llevan a cabo de noche por razones operativas y por el deseo de preservar una estructura ordenada de vida y ejecutar acciones específicas siempre que sea posible”.

Alrededor del 40% de los menores son detenidos en la esfera pública, generalmente en el campo de incidentes relacionados con lanzar piedras a los soldados. Ese fue el caso de Adham Ahsun, de Azzun. En ese momento tenía 15 años y regresaba a casa desde una tienda de comestibles de la localidad. No muy lejos, un grupo de niños había comenzado a lanzar piedras a los soldados antes de salir corriendo. Ahsun, que no huyó, fue detenido y trasladado a un vehículo militar; una vez dentro, un soldado estuvo golpeándole. Algunos niños que vieron lo que sucedió corrieron a su casa para contárselo a su madre. Esta cogió el certificado de nacimiento de su hijo y corrió hasta la entrada de la ciudad para demostrar a los soldados que solo era un niño. Pero era demasiado tarde; el vehículo ya había partido y se dirigía a una base militar cercana, donde tendría que esperar a que le interrogaran.

Se supone, por ley, que los soldados deben esposar a los niños con las manos delante, pero en muchos casos se hace con las manos por detrás. Además, a veces las manos del menor son demasiado pequeñas para poder esposarlas, como dijo un soldado de la brigada de infantería Nahal a la ONG Breaking the Silence. En una ocasión, relató, su unidad arrestó a un niño “de unos 11 años”, pero las esposas eran demasiado grandes para sujetar sus pequeñas manos.

La fase siguiente es el viaje: los jóvenes son trasladados a una base del ejército o a una comisaría en un asentamiento cercano con los ojos cubiertos por una franela. “Cuando tienes los ojos tapados, tu imaginación te lleva a los lugares más aterradores”, dice un abogado que representa a los muchachos palestinos. Muchos de los arrestados no entienden el hebreo, por lo que, una vez empujados dentro del vehículo del ejército, quedan completamente aislados de lo que sucede a su alrededor.

En la mayoría de los casos, los jóvenes con los ojos vendados y esposados son trasladados de un lugar a otro antes de interrogarlos. A veces los dejan afuera, al aire libre, durante un tiempo. Además de la incomodidad y el desconcierto, los frecuentes traslados presentan otro problema: durante ese proceso se producen muchos actos de violencia, en los que los soldados golpean a los detenidos, que quedan sin documentar.

Una vez en la base del ejército o en la comisaría de policía, se coloca al menor, todavía esposado y con los ojos vendados, en una silla o en el suelo durante varias horas, sin que se le dé, por lo general, nada de comer. El “viaje sin fin al infierno” es cómo Bayadsi describe este proceso. La memoria del incidente, agrega, “sigue allí años después de la liberación del niño. Impone en él un sentimiento continuo de falta de seguridad, que le acompañará durante toda su vida”.

Foto: Breaking the Silence

El testimonio proporcionado a Breaking the Silence por un sargento de las fuerzas israelíes acerca de un incidente en Cisjordania ilustra la situación desde el otro lado: “Era la primera noche de Hanukkah en 2017. Dos niños lanzaban piedras en la carretera 60. Así que los atrapamos y los llevamos a la base. Sus ojos estaban cubiertos con un trapo y estaban esposados por delante con esposas de plástico. Parecían muy jóvenes, entre los 12 y los 16 años”.

Cuando los soldados se reunieron para encender la primera vela de la festividad de Hanukkah, dejaron a los detenidos afuera. “Estábamos gritando y haciendo mucho ruido y tocando tambores, algo típico de la compañía”, recordó el soldado, señalando que asumió que los niños no sabían hebreo, aunque quizá entendieron las maldiciones que escuchaban. “Como sharmuta [puta] y otras palabras que podrían saber del árabe. ¿Cómo iban a saber que no estábamos hablando de ellos? Probablemente pensaron que en un minuto nos los íbamos a comer vivos”.

Interrogatorio  

La pesadilla puede tener diferente duración, según relatan exdetenidos. De tres a ocho horas después de la detención, cuando el joven está cansado y hambriento -y a veces con dolor después de ser golpeado, asustado por las amenazas y sin saber siquiera por qué está allí- se lo llevan para interrogarle. Puede que esta sea la primera vez que se le retira la venda y se le liberan las manos. El proceso generalmente comienza con una pregunta general, como “¿Por qué le arrojas piedras a los soldados?”. El resto es más intenso: un aluvión de preguntas y amenazas destinadas a lograr que el adolescente firme una confesión. En algunos casos, se le promete que si firma, se le dará algo de comer.

Según diversos testimonios, los interrogadores amenazan directamente al niño (“Vas a pasarte toda la vida en la cárcel”) o a su familia (“Voy a traer a tu madre aquí y la mataré ante tus propios ojos”), o al medio de vida de la familia (“Si no confiesas, le quitaremos el permiso a tu padre para trabajar en Israel; por tu culpa, se quedará sin trabajo y toda la familia pasará hambre”).

“El sistema muestra que el objetivo aquí es más exhibir control que participar en la aplicación de la ley”, sugiere Bayadsi. “Si el niño confiesa, se incluye un archivo; si no confiesa, entra en el circuito criminal de todas formas y se le intimida seriamente”.

Prisión  

Ya sea que el joven detenido haya firmado una confesión o no, la siguiente parada es la prisión, ya sea Megiddo, en la Baja Galilea, u Ofer, al norte de Jerusalén. Jled Mahmud Selvi tenía 15 años cuando fue llevado a prisión en octubre de 2017, y se le dijo que se desnudara para llevar a cabo un registro corporal (como en el 55% de los casos). Y se le mantuvo desnudo durante diez minutos, en pleno invierno, junto a otro niño.

Los meses de detención en espera de juicio, y más tarde, si son sentenciados, se pasan en el ala juvenil de las instalaciones para presos de seguridad. “No hablan con sus familias durante meses y se les permite una visita al mes, separados por un cristal”, relata Bayadsi.

Se arresta a muchas menos niñas palestinas que a niños. Pero no hay instalaciones especiales para ellas, por lo que están recluidas en la prisión de Sharon para mujeres, junto con las adultas.

Juicio

El tribunal suele ser el lugar donde los padres ven a sus hijos por primera vez, en ocasiones varias semanas después del arresto. Las lágrimas son la reacción más común ante la vista del muchacho detenido, que llevará puesto un uniforme de preso y esposas mientras una sombra de incertidumbre lo cubre todo. Los guardias del Servicio de Prisiones de Israel no permiten que los padres se acerquen a los jóvenes y les ordenan sentarse en el banco de visitantes. Es la familia o la Autoridad Palestina quienes pagan al abogado defensor.

En una reciente audiencia por la prisión preventiva de varios detenidos, un niño no dejó de sonreír al ver a su madre, mientras que otro bajó los ojos, tal vez para ocultar las lágrimas. Otro detenido le susurró a su abuela, que había venido a verle: “No te preocupes, dile a todos que estoy bien”. El siguiente niño permaneció en silencio y observó cómo su madre le decía: “Omari, te quiero”.

Mientras los niños y su familia tratan de intercambiar algunas palabras y miradas, los procedimientos avanzan. Como en un universo paralelo.

Acuerdo

La gran mayoría de los juicios para menores termina en un acuerdo de culpabilidad: safka en árabe, una palabra que los niños palestinos conocen bien. Aunque no haya pruebas sólidas para implicar al niño en el lanzamiento de piedras, una súplica suele ser la opción preferida. Si el detenido no está de acuerdo con ello, el juicio podría durar mucho tiempo y tendrá que permanecer bajo custodia hasta que finalice el procedimiento.

La condena depende casi completamente de las pruebas de la confesión, dice el abogado Gerard Horton, del Observatorio británico-palestino de los Tribunales Militares, cuyo informe, según su sitio web, implica “vigilar el trato que se da a los niños detenidos por el ejército de Israel”. Según Horton, que tiene su oficina en Jerusalén, los menores se sentirán más propensos a confesar si no conocen sus derechos, se asustan y no reciben apoyo ni alivio hasta que confiesen. A veces, a un detenido que no confiesa se le dice que tendrá que pasar por una serie de comparecencias ante el tribunal. En algún momento, incluso los muchachos más duros se desesperan, explica el abogado.

La Unidad del Portavoz del ejército israelí declaró en respuesta: “Los menores tienen derecho a ser representados por un abogado, como cualquier otro acusado, y tienen derecho de llevar a cabo su defensa de la forma que deseen. A veces eligen admitir su culpabilidad en el marco de un acuerdo de culpabilidad, pero si se declaran inocentes, se lleva a cabo un procedimiento que involucra la audiencia de pruebas, como los procedimientos llevados a cabo en [los tribunales civiles de] Israel, al final de los cuales se tomará una decisión legal sobre la base de la evidencia presentada ante el tribunal. Las deliberaciones están listas en poco tiempo y se llevan a cabo de manera eficiente y confirmando los derechos de los acusados”.

Controlando a la comunidad

Según los datos recopilados por la ONG británico-palestina, el 97% de los jóvenes arrestados por el ejército israelí viven en lugares relativamente pequeños que no están a más de dos kilómetros de un asentamiento. Hay un serie de razones para ello. Una de ellas se refiere, por un lado, a la constante fricción física y geográfica entre los palestinos, y los soldados y colonos, por otro. Sin embargo, según Horton, hay otra forma, no menos interesante, de interpretar esta cifra: desde la perspectiva de un comandante del ejército cuya misión es proteger a los colonos.

En el caso de los incidentes de lanzamiento de piedras, dice, la suposición del comandante es que los palestinos involucrados son jóvenes de entre 12 y 30 años que provienen de la aldea más cercana. A menudo, el oficial se dirige al colaborador residente en la aldea, quien le proporciona los nombres de algunos de los niños.

El paso siguiente es “entrar en el pueblo por la noche y arrestarlos”, continúa Horton. “Y ya sea que esos jóvenes sean los que tiraron las piedras o no, ya tienen a toda la aldea asustada”, lo que, según él, es una “herramienta eficaz” para controlar a una comunidad.

“Cuando tantos menores son arrestados de esta manera, está claro que algunos de ellos serán inocentes”, observa. “El problema es que esto tiene que estar produciéndose todo el tiempo, porque los niños crecen y aparecen nuevos niños en escena. Cada generación tiene que sentir el brazo férreo del ejército israelí”.

Según la Unidad del Portavoz del ejército: “En los últimos años, muchos menores, algunos de ellos muy jóvenes, han estado involucrados en incidentes violentos, incitación e incluso terrorismo. En estos casos, no hay otra alternativa que instituir medidas, incluidos el interrogatorio, la detención y el juicio, dentro de los límites y según lo estipulado por la ley. Como parte de estos procedimientos, las fuerzas israelíes actúan para defender y preservar los derechos de los menores. Al hacer que se cumpla la ley contra ellos, se tiene en cuenta su edad.

“Así pues, desde 2014, entre otras medidas y en ciertos casos, se cita a los menores en la comisaría de policía y no se les arresta en sus hogares. Además, los procedimientos relacionados con menores se llevan a cabo en el tribunal militar para menores, que examina la gravedad del delito que se atribuye al menor y el peligro que supone, al tiempo que toma en cuenta su corta edad y sus circunstancias particulares. Se examinan todas las denuncias de violencia por parte de los soldados, y los casos en los que las actuaciones de los soldados no son las adecuadas, estos reciben un trato severo.”

El servicio de seguridad Shin Bet dió la siguiente respuesta: “El Shin Bet, junto con las fuerzas israelíes y la policía de Israel, actúa contra todos los elementos que amenacen con dañar la seguridad de Israel y la ciudadanía del país. Las organizaciones terroristas hacen un uso amplio de menores y los reclutan para llevar a cabo actividades terroristas; hay una tendencia general a involucrar a los menores en actividades terroristas como parte de las iniciativas locales.

“El Shin Bet lleva a cabo interrogatorios de presuntos terroristas en función de la ley, y están sujetos a supervisión y a revisiones internas y externas, incluyendo todos los niveles del sistema judicial. Los interrogatorios de menores se realizan con mayor sensibilidad y teniendo en cuenta su corta edad”.

Khaled Mahmud Selvi, arrestado a los 14 años (octubre de 2017)

Foto: Meged Gozani

“Me arrestaron cuando tenía 14 años, todos los niños de la familia fueron arrestados esa noche. Un año después, fui detenido de nuevo junto a mi primo. Dijeron que estaba quemando neumáticos. Llegaron cuando dormía. Mi madre me despertó. Pensé que era hora de ir a la escuela, pero cuando abrí los ojos vi a varios soldados por encima de mí. Me dijeron que me vistiera, me esposaron y me llevaron afuera. Yo llevaba una camisa de manga corta y hacía frío esa noche. Mi madre les rogó que me dejaran ponerme una chaqueta, pero no quisieron. Finalmente, ella me arrojó la chaqueta, pero no me dejaron meter los brazos en las mangas.

“Me llevaron al asentamiento de Karmei Tzur con los ojos tapados y tuve la sensación de que conducían en círculos. Cuando me pusieron a caminar, debía haber un socavón en la carretera y me empujaron para que me precipitara en él y cayera. Desde allí me llevaron a Etzion [comisaría de policía]. Me metieron en una habitación y los soldados seguían viniendo todo el tiempo a patearme. Alguien entró y me dijo que si no confesaba, me dejarían en la cárcel para el resto de mi vida.

“A las 7 de la mañana, me dijeron que iba a empezar el interrogatorio. Pedí ir al baño antes. Tenía los ojos tapados y un soldado puso una silla delante de mí y me tropecé con ella. El interrogatorio duró una hora. Me dijeron que me habían visto quemando neumáticos y que eso perturbó el tráfico aéreo. Les dije que no había sido yo. No vi a un abogado hasta la tarde, y él pidió a los soldados que me trajeran comida. Era la primera vez que comía desde que me arrestaron la noche anterior.

“A las 7 de la tarde me enviaron a la prisión de Ofer y permanecí allí durante seis meses. En ese período, me llevaron ante un tribunal más de diez veces. Y también hubo otro interrogatorio, porque a un amigo mío le dijeron mientras lo interrogaban que si no confesaba e informaba sobre mí, traerían a su madre y le dispararían ante sus ojos. Así que confesó e informó. No estoy enfadado con él. Era su primer arresto y estaba aterrorizado”.

Khaled Shtaiwi, arrestado con 13 años (noviembre de 2018)

Foto: Meged Gozani

Murad Shtaiwi, el padre de Khaled, nos cuenta la historia de su hijo: “La noche en que le arrestaron, me despertó una llamada de mi sobrino. Me dijo que la casa estaba rodeada de soldados. Me levanté y me vestí, porque pensaban que podían venir a arrestarme debido a las manifestaciones no violentas que organizo los viernes. Nunca imaginé que vendrían a por Khaled. Me pidieron los nombres de mis hijos. Les dije que Mumen y Khaled. Cuando dije Khaled, ellos dijeron: ‘Sí, es él. Estamos aquí para llevárnoslo’. Me quedé en estado de shock, no podía entender que aparecieran tantos soldados para arrestar a un niño de 13 años.

“Se lo llevaron esposado y con los ojos vendados hacia el este, a pie, hacia el asentamiento de Kedumim, maldiciéndole y pegándole un poco. Lo vi todo desde la ventana. Me dieron un documento que mostraba que era un arresto legal y que podía ir a la comisaría de policía. Cuando llegué allí, le vi a través de un pequeño agujero en la puerta. Seguía esposado y con los ojos vendados.

“Le tuvieron así desde el momento en que lo arrestaron hasta las tres de la tarde del día siguiente. Esa es una imagen que no me abandona; no sé cómo voy a seguir viviendo con esa imagen en mi cabeza. Le acusaron de tirar piedras, pero después de cuatro días le soltaron, porque no confesó y no había otras pruebas en su contra. Durante el juicio, cuando el juez quería hablar con Khaled, tenía que inclinarse hacia delante para verlo, porque Khaled era muy pequeño.

“¿Qué como me sentí al verle así? Soy su padre. Eso lo dice todo. No he hablado de ello desde que le dejaron libre, hace tres meses. Eso es un problema. Estoy ahora organizando un ‘día psicológico’ en el pueblo para ayudar a todos los niños que han sido arrestados. De 4.500 personas que vivimos en el pueblo, once niños menores de 18 años han sido arrestados, cinco de ellos tenían menos de 15.”

Omar Rabua Abu Ayyash, arrestado con 10 años (diciembre de 2018)

Foto: Meged Gozani

Omar parece pequeño para su edad. Es tímido y callado y es difícil hablar con él sobre el arresto, por lo que son los miembros de su familia quienes relatan los hechos.

La madre de Omar: “Sucedió a las 10 de la mañana de un viernes, cuando no hay escuela. Omar estaba jugando frente a la casa, arrojando piedras a los pájaros que cantaban en un árbol. Los soldados, que estaban en la atalaya al otro lado del camino, se dieron cuenta de lo que estaba haciendo y corrieron hacia él. Él escapó, pero lo atraparon y lo derribaron. Se echó a llorar y se mojó los pantalones. Lo patearon un par de veces.

“Su abuela, que vive aquí abajo, salió de inmediato y trató de quitárselo a los soldados, y eso causó peleas y gritos. Al final, lo dejaron solo y él se fue a casa y se puso unos pantalones secos. Un cuarto de hora más tarde, los soldados regresaron, esta vez con su comandante, quien dijo que tenía que arrestar al niño por tirar piedras. Cuando el resto de los niños de la familia vieron a los soldados en casa, también mojaron los pantalones.”

El padre de Omar retoma la historia: “Le dije al comandante que era menor de 12 años y que tenía que acompañarlo, así que lo acompañé en el jeep hasta el asentamiento de Karmei Tzur. Allí, los soldados le dijeron que no tirara más piedras y que si veía a otros niños haciéndolo, debería decírselo. Desde ese lugar le llevaron a las oficinas de la Autoridad Palestina en Hebrón. La historia duró unas doce horas en total. Le dieron unos cuantos plátanos para que comiera durante ese tiempo. Ahora, cada vez que los niños ven un jeep militar o soldados, entran rápidamente en casa. Han dejado de jugar afuera desde entonces. Antes del incidente, los soldados solían venir aquí a jugar al fútbol con los niños. Ahora también han dejado de venir”.

Tareq Shtaiwi, arrestado a los 14 años (enero de 2019)

Foto: Meged Gozani

“Eran alrededor de las dos de la tarde. Tenía fiebre ese día, así que papá me envió con mi primo, que vive al lado, porque su casa es casi el único sitio en el pueblo que tiene calefacción. De repente aparecieron los soldados. Me vieron mirándolos desde la ventana, dispararon sobre la puerta del edificio, la derribaron y comenzaron a subir. Me asusté y subí corriendo del segundo al tercer piso, pero me detuvieron en el camino y me sacaron afuera. Los soldados no me dejaron coger el abrigo, a pesar de que hacía frío y estaba enfermo. Me llevaron a pie hasta Kedumim, esposado y con los ojos vendados. Me sentaron en una silla. Escuché cómo las puertas y ventanas se cerraban con fuerza, creo que intentaban asustarme.

“Después de un tiempo, me llevaron de Kedumim a Ariel, y allí estuve entre cinco y seis horas. Me acusaron de haber estado tirando piedras unos días antes con mi amigo. Les dije que no había tirado ninguna piedra. Por la tarde me trasladaron a las instalaciones de detención de Hawara; uno de los soldados me dijo que nunca iba a salir de allí. Por la mañana me trasladaron a la prisión de Meggido. No tenían uniformes para prisioneros de mi talla, así que me dieron ropa de los niños palestinos que habían estado allí antes. Yo era la persona más joven en la prisión.

“Tuve que pasar por tres audiencias en el tribunal, y después de doce días, en la última audiencia, me dijeron que ya era suficiente, que mi padre pagaría una multa de 2.000 shekels [525$] y que se me impondría una suspensión de sentencia de tres años. El juez me preguntó qué pensaba hacer después de salir, le dije que volvería a la escuela y que no subiría más al tercer piso. Desde mi arresto, mi hermano menor, que tiene 7 años, tiene miedo de dormir en la habitación de los niños y se va a dormir con nuestros padres “.

Adham Ahsoun, arrestado en octubre de 2018, el día en que cumplía 15 años

Foto: Meged Gozani

“El día que cumplía 15 años, fui a la tienda que hay en el centro del pueblo a comprar algunas cosas. Alrededor de las 7,30 de la tarde, los soldados entraron en el pueblo y los niños comenzaron a lanzarles piedras. Me atraparon cuando iba de camino a casa con mi bolsa. Me llevaron a la entrada del pueblo y me metieron en un jeep. Uno de los soldados comenzó a pegarme. Luego me pusieron esposas de plástico, me taparon los ojos y me llevaron así a la base militar de Karnei Shomron. Estuve allí aproximadamente una hora. No podía ver nada, pero tenía la sensación de que un perro me estaba olfateando. Tenía miedo. Desde allí me llevaron a otra base militar y me dejaron en ese lugar para pasar la noche. No me dieron nada para comer o beber.

“Por la mañana, me trasladaron a las instalaciones para interrogatorios que hay en Ariel. El interrogador me dijo que los soldados me habían sorprendido tirando piedras. Le dije que no había tirado piedras, que iba caminando desde la tienda a mi casa. Así que llamó a los soldados a la sala de interrogatorios. Dijeron: ‘Está mintiendo, le vimos, tiraba piedras’. Le dije que no había tirado piedras, pero me amenazó con arrestar a mi madre y a mi padre. Me asusté mucho. Le pregunté: ‘¿Qué quiere de mí?’ Me dijo que quería que firmara que había tirado piedras a los soldados, así que firmé. No vi ni hablé con un abogado en ningún momento.

“Mi acuerdo de culpabilidad implicaba que al confesar obtendría una sentencia de cinco meses de cárcel. Después, me rebajaron un tercio por buena conducta. Salí después de tres meses pagando una multa de 2.000 shekels. En la cárcel traté de ponerme al día con las clases que me estaba perdiendo en la escuela. Los maestros me dijeron que solo tendrían en cuenta las calificaciones del segundo semestre, y así no perjudicaría mis posibilidades de ser aceptado para los estudios de ingeniería en la universidad”.

Muhmen Teet, arrestado con 13 años (noviembre de 2017)

Foto: Meged Gozani

“A las tres de la madrugada, escuché que estaban llamando a la puerta. Papá entró en la habitación y dijo que había soldados en la sala de estar y querían que les mostráramos las tarjetas de identidad. El oficial al mando le dijo a mi padre que me llevaban a Etzion para interrogarme. Al salir de la casa me esposaron, me vendaron los ojos y me metieron en un vehículo militar. Fuimos a casa de mi primo; también lo arrestaron. Desde allí fuimos a Karmei Tzur y esperamos, esposados y con los ojos vendados, hasta por la mañana.

VIDEO con la grabación de arresto de Muhmen Teet.

“Por la mañana, solo se llevaron a mi primo para interrogarle, pero no a mí. Después de su interrogatorio, nos llevaron a la prisión de Ofer. Pasamos un día allí y nos llevaron de regreso a Etzion, donde dijeron que me iban a interrogar. Antes del interrogatorio, me llevaron a una habitación, donde había un soldado que me abofeteó. Después de golpearme me llevó a la sala de interrogatorio. El interrogador me dijo que yo era responsable de quemar neumáticos y que por eso se había incendiado el huerto cercano a la casa. Dije que no había sido yo y firmé un documento que me dio el interrogador. El documento también se imprimió en árabe, pero el interrogador lo completó en hebreo. Me llevaron de vuelta a la prisión de Ofer.

“Tuve hasta siete audiencias en el tribunal, porque en la primera audiencia dije que no tenía intención de confesar, que simplemente no había entendido el documento que firmé. Así que me enviaron de vuelta para otro interrogatorio. Tampoco confesé. Después volvieron a interrogarme una y otra vez, y no confesé. Así ocurrió en los tres interrogatorios. Al final, mi abogado hizo un trato con el fiscal para que, si confesaba en el tribunal, lo cual hice, y mi familia pagaba 4.000 shekels, me dejaran libre.

“Soy un buen estudiante, me gusta el fútbol, tanto jugar como verlo. Desde el arresto apenas salgo afuera”.

Khalil Zaakiq, arrestado a la edad de 13 años (enero de 2019).

Foto: Meged Gozani

“Alrededor de las dos de la madrugada alguien llamó a la puerta. Me desperté y vi muchos soldados en la casa. Nos dijeron que nos sentáramos todos en el sofá del salón y que no nos moviéramos. El comandante llamó a Uday, mi hermano mayor, le dijo que se vistiera y le informó que estaba bajo arresto. Era la tercera vez que lo arrestaban. Mi padre también estuvo una vez bajo arresto. De repente, me dijeron que me pusiera también los zapatos y que fuera con ellos.

“Nos sacaron de la casa, nos ataron las manos y nos taparon los ojos. Fuimos así a pie hasta la base en Karmei Tzur. Allí me dejaron sentado en el suelo con las manos atadas y los ojos tapados durante unas tres horas. Alrededor de las cinco de la madrugada, nos trasladaron a Etzion. En el camino, allí en el jeep, nos golpearon y me abofetearon. En Etzion, me enviaron a un médico para que me revisara. Me preguntó si me habían golpeado y le dije que sí. No hizo nada, solo comprobó mi presión arterial y dijo que podía soportar un interrogatorio.

“Mi interrogatorio comenzó a las ocho de la mañana. Me pidieron que les dijera qué niños son los que tiran piedras. Le dije que no lo sabía y el interrogador me dio una bofetada. El interrogatorio se prolongó durante cuatro horas. Después, me dejaron en una habitación oscura durante diez minutos y de nuevo me llevaron de vuelta a la sala de interrogatorio, pero entoncdes solo me tomaron las huellas dactilares y me metieron en una celda durante una hora. Después, a Uday y a mí nos llevaron a la prisión de Ofer. No firmé ninguna confesión, ni sobre mí ni sobre nadie.

“Me dejaron libre nueve días después porque no era culpable de nada. Mis padres tuvieron que pagar 1.000 shekels de fianza. Mi hermano pequeño, que tiene 10 años, tiene mucho miedo desde entonces. Cada vez que alguien llama a la puerta, moja los pantalones.”

Netta Ahituv es una periodista y escritora israelí que trabaja para Haaretz.

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Fuente: https://www.haaretz.com/israel-news/.premium.MAGAZINE-israel-jails-hundreds-of-palestinian-boys-a-year-1.7021978

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