Una intrigante estatua en Santa Rosa

Se trata de la estatua de Don Bosco, ubicada en la plaza que lleva su nombre. La presencia de los niños es una clara referencia a Domingo Savio (beatificado en 1950) y a Ceferino Namuncurá.

05/08/2019

Hay espacios en nuestra ciudad que cumplen la función de sostener, y legitimar un relato. Esto se ve reflejado en nombres de calles, plazas, monumentos que encarnan el discurso de una «historia oficial», y ocultan el despojo y el genocidio a las comunidades originarias que habitaban estas tierras, llevado a cabo por la denominada «Campaña del desierto».

Particularmente, nuestra ciudad ha atravesado un proceso de revisión de aquella historia y se han impulsado cambios profundos. Entre ellos, se puede mencionar el cambio de nombre de la avenida Julio Argentino Roca, que pasó a denominarse avenida San Martín Oeste, y del Colegio Normal ubicado sobre esa calle que ahora lleva el nombre de su primer director, Clemente José Andrada.

Sin embargo, existen otras figuras, ocultas a la vista de todos, que se presentan como inofensivas, pero que son parte del proceso de instalación de un relato de la historia escrita por sectores que se encargaron de naturalizar y minimizar lo que ocurrió durante la campaña que impulsó el General Roca. De esta manera, su función es instalar y mantener vigente aquel relato sobre nuestro pasado sin que haya lugar a cuestionamientos, como es el caso del monumento a Don Bosco que se encuentra ubicado en la esquina de Corrientes y Santa Fe.

La estatua.

La ciudad de Santa Rosa tiene en una de sus plazas públicas un monumento que enaltece la obra de Don Bosco. La estatua de bronce fue realizada por el artista Q. Piana y se encuentra ubicada en la plaza que lleva el mismo nombre, en las calles Corrientes y Santa Fe, frente a la Cámara de Diputados.

Según consigna el profesor Elpidio Oscar Pérez en su libro «Recordatorios en la ciudad de Santa Rosa» (Archivo Municipal Hilda París), la plaza y su monumento fue inaugurada el 30 de agosto de 1970. En aquel entonces ocupaba la gobernación de la provincia el Contralmirante de Navío Nicolás Gouzden y era intendente Eduardo Feliz Molteni. La misma representa a Don Bosco con un niño en su mano derecha y otro en la izquierda, como homenaje a quien desde muy joven trabajó por el bien de la niñez.

«Así lo quiere Dios».

De toda la trayectoria de Don Bosco, en la estatua santarroseña lo que se refleja es su responsabilidad y accionar en la Conquista del Desierto, lo cual no es una elección inocente teniendo en cuenta que está emplazada en un territorio que fue conquistado durante la campaña que encabezó Roca.

El psicólogo Marcelo Valko, que se ha dedicado a la investigación sobre el genocidio indígena, en su visita a la ciudad quedó impactado por la presencia de esa escultura y decidió reflejarlo en el libro «Pedestales y Prontuarios: arte y discriminación desde la Conquista hasta nuestros días», que presentó semanas atrás en la capital pampeana.

«Es notable cómo la composición del monumento transmite un mensaje no solo de barbarie civilizada mediante la religión, sino de absoluta sumisión», señala en un capítulo dedicado a la escultura de Don Bosco.

A su vez, Valko sostiene que durante la Conquista del Desierto «sus frailes marchan junto al Ejército creando una asociación simbiótica entre ambos» y que «la civilización que Roca llevaría al sur cuenta con una conveniente pantalla evangelizadora que perdonaría errores y olvidaría excesos con tal de conducir a los salvajes al paraíso». Incluso, se refiere a un importante biógrafo de Bosco, Juan Belza, quien citó su lema: «Debemos ir a la Patagonia, lo quiere el Papa, lo quiere Dios».

Un análisis de la estatua realizada por el escultor Piana permite identificar a Don Bosco parado entre dos jovencitos. Allí, el brazo derecho del santo descansa sobre el hombro de un niño de pie, que se presume blanco. En relación al segundo niño, se trata de un indígena que está de rodillas e intenta besar la mano tendida de Bosco.

Si se profundiza en los detalles, se nota que el niño blanco se encuentra vestido de pies a cabeza, en sus manos sostiene un libro abierto, que representa la educación, y junto a sus pies posee una pelota de fútbol, que simboliza la recreación. Según Valko, «es la síntesis perfecta de un joven completo que estudia y juega de la mano de la religión».

Con respecto al segundo niño, se lo ve buscando el amparo frente a Bosco. Aparece semidesnudo, cubierto con un faldón y en el pecho lleva una cruz, representando a los integrantes de las comunidades originarias que fueron reducidas por los militares en aquella época. «La iconografía del aborigen desarrapado guarda relación con la construcción del estereotipo encarnado en la inocencia del ‘buen salvaje’ cercano a la naturaleza y alejado de la razón. La desnudez nos advierte que del buen salvaje al feroz antropófago hay un paso muy sutil», indica Valko.

El psicólogo profundiza su análisis y señala que «el niño blanco es una clara referencia a Domingo Savio (beatificado en 1950), mientras que el indiecito semidesnudo no es otro que Ceferino Namuncurá».

¿Figuras inofensivas?

Los monumentos, las esculturas y las obras de arte no son objetos en sí mismos, sino que son portadores de un mensaje, de un discurso, que tienen por objetivo transmitir una determinada visión de lo que fue nuestro pasado en el presente, manteniéndolo vigente, perpetuo e inamovible. «El héroe desde lo alto del pedestal nos asegura que las cosas sucedieron así y no de otra manera», advierte Valko.

En ese sentido, los símbolos no surgen de la nada, sino que se crean con una misión particular de naturalizar cierto relato e imponer una posición política e ideológica. La instalación de este tipo de imágenes en el espacio público naturalizan el pasado, restringen la historia y, como señala Valko, «inoculan un relato intencional que se distancia del episodio que conmemora hasta convertirlo en otra cosa».

«Las prácticas discursivas reproducen relaciones asimétricas de poder que forman parte de la cotidianeidad, pasan desapercibidas y se naturalizan. El arte de la asimetría nos presenta una suerte de fotograma de una historia oficial que ofrece vencedores y vencidos a perpetuidad. De un lado, el hombre civilizado pleno de futuro y, del otro, el salvaje reducido como un eslabón invisible de lo arcaico, reconociendo con la sumisión postural la victoria absoluta del otro», agrega.

Por estos motivos, la presencia de una estatua de estas características en una plaza municipal debería hacer repensar el pasado, reconstruir lo que se ha instalado como un relato oficial y reflexionar acerca de cuál es el mensaje que intenta transmitir el Estado hacia las futuras generaciones. Sin ánimos de atacar la fe de las personas que creen en el catolicismo, también es interesante pensar si acaso la escultura de un santo como Don Bosco, que quizás no representa a la totalidad de la comunidad santarroseña, no debería estar instalada en un lugar más acorde a los conceptos ideológicos y filosóficos que representa, como por ejemplo en la Iglesia Don Bosco.

Los salesianos y la Conquista del Desierto.

Giovanni Melchiorre Bosco, más conocido como Don Bosco, nació el 16 de agosto de 1815 en Becchi, a 5 kilómetros de Castelnuovo, en la región de Piamonte, Italia. En 1841, Bosco se ordenó sacerdote y, según se ha destacado, trabajó sin tregua para el bien de los niños y los necesitados, y fue incansable en la tarea de fundar colegios y congregaciones.

Uno de los hitos en su biografía es la creación, el 18 de diciembre de 1859, de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, que fue aprobada por el Papa el 1 de mayo 1869. Esta orden religiosa se expandiría por el mundo, sembrando su creencia y llegando con su apoyo a quienes lo necesitaran.

A su vez, biógrafos de Bosco han resaltado que muchos de los «milagros» que provocó se deben a que eran anticipados a él a través de sus sueños. En una de sus visiones, visualizó un lugar de inmensas montañas, grandes extensiones de terrenos y hombres con típicas vestimentas, entre otros detalles. Obsesionado con el lugar, comienza a investigar y descubre que se trata de la región patagónica de nuestro país.

De esta manera, y con el objetivo de propagar la religión en las tierras que en ese momento eran habitadas por los pueblos originarios, en 1875 llegan a la Argentina los primeros cuatro misioneros salesianos. A estos siguieron otros, que recorrerán la Patagonia, incluido el territorio que actualmente integra la provincia de La Pampa.

Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, en 1878 se dio inicio a la Conquista del Desierto, a cargo del ministro de Guerra Julio Argentino Roca. El objetivo de ese emprendimiento militar era extender la frontera al sur, avanzando sobre las tierras de las distintas comunidades originarias. En esta obra de «civilización», tuvieron su notable participación los Salesianos, que al paso de las tropas iban asistiendo religiosamente a los sobrevivientes de las tribus y bautizándolos.

«Evangelizar».

La docente de la UNLPam e investigadora del Conicet, Claudia Salomón Tarquini, explicó en diálogo con LA ARENA que «los salesianos acompañaron a las tropas que se internaron en territorio indígena para terminar con su autonomía en las campañas de 1879. Lo hicieron legitimando con su apoyo y comenzando la tarea de ‘evangelización’, que consistía fundamentalmente en bautizar a los prisioneros».

De todas maneras, sostuvo que «aunque hacia el exterior no denunciaron las atrocidades cometidas contra los indígenas que presenciaban, puertas adentro de la congregación estas cuestiones se discutieron y se publicaron notas en el Boletín interno».

Los salesianos y la Conquista del Desierto.

Giovanni Melchiorre Bosco, más conocido como Don Bosco, nació el 16 de agosto de 1815 en Becchi, a 5 kilómetros de Castelnuovo, en la región de Piamonte, Italia. En 1841, Bosco se ordenó sacerdote y, según se ha destacado, trabajó sin tregua para el bien de los niños y los necesitados, y fue incansable en la tarea de fundar colegios y congregaciones.

Uno de los hitos en su biografía es la creación, el 18 de diciembre de 1859, de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, que fue aprobada por el Papa el 1 de mayo 1869. Esta orden religiosa se expandiría por el mundo, sembrando su creencia y llegando con su apoyo a quienes lo necesitaran.

A su vez, biógrafos de Bosco han resaltado que muchos de los «milagros» que provocó se deben a que eran anticipados a él a través de sus sueños. En una de sus visiones, visualizó un lugar de inmensas montañas, grandes extensiones de terrenos y hombres con típicas vestimentas, entre otros detalles. Obsesionado con el lugar, comienza a investigar y descubre que se trata de la región patagónica de nuestro país.

De esta manera, y con el objetivo de propagar la religión en las tierras que en ese momento eran habitadas por los pueblos originarios, en 1875 llegan a la Argentina los primeros cuatro misioneros salesianos. A estos siguieron otros, que recorrerán la Patagonia, incluido el territorio que actualmente integra la provincia de La Pampa.

Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, en 1878 se dio inicio a la Conquista del Desierto, a cargo del ministro de Guerra Julio Argentino Roca. El objetivo de ese emprendimiento militar era extender la frontera al sur, avanzando sobre las tierras de las distintas comunidades originarias. En esta obra de «civilización», tuvieron su notable participación los Salesianos, que al paso de las tropas iban asistiendo religiosamente a los sobrevivientes de las tribus y bautizándolos.

«Evangelizar».

La docente de la UNLPam e investigadora del Conicet, Claudia Salomón Tarquini, explicó en diálogo con LA ARENA que «los salesianos acompañaron a las tropas que se internaron en territorio indígena para terminar con su autonomía en las campañas de 1879. Lo hicieron legitimando con su apoyo y comenzando la tarea de ‘evangelización’, que consistía fundamentalmente en bautizar a los prisioneros».

De todas maneras, sostuvo que «aunque hacia el exterior no denunciaron las atrocidades cometidas contra los indígenas que presenciaban, puertas adentro de la congregación estas cuestiones se discutieron y se publicaron notas en el Boletín interno».

La revisión de la historia.

«Santa Rosa ha cambiado», reflexionó el poeta y escritor pampeano Edgar Morisoli sobre las modificaciones que se realizaron en nuestra ciudad en pos de una revisión de la historia oficial, particularmente de lo ocurrido durante la Conquista del Desierto. Entre ellos, uno de los hechos más paradigmáticos se originó cuando el Concejo Deliberante, luego de una importante lucha de distintos sectores, aprobó la resolución dictada por el intendente Luis Larrañaga para impulsar el cambio de nombre de la avenida Roca, que pasó a llamarse San Martín Oeste, en diciembre del año 2012.

Cuando se tomó la medida, ad referéndum del cuerpo deliberativo, se destacó que lo más importante del cambio de nombre de la arteria capitalina radica en la reasignación histórica del protagonismo de Julio Argentino Roca, y en el impulso de una gran cantidad de vecinos, muchos de ellos jóvenes.

En junio de 2013, y en sintonía con el cambio de nombre de la avenida, llegó la modificación del nombre de la Escuela Normal que también llevaba el nombre del General Roca. La decisión fue puesta a consideración a través de una elección entre distintos actores del colegio, en donde participaron más de 900 personas, se decidió que la institución cambie de nombre y pase a denominarse Clemente José Andrada, su primer director.

A su vez, el busto de Roca, que estaba frente a la escuela ya no está más. «Son transformaciones sumamente importantes», resaltó Morisoli y precisó que se trata de una «reasunción crítica de la historia por parte del pueblo pampeano».

Reconocimiento constitucional.

La situación de despojo que atravesaron los pueblos originarios fue reconocida por el Gobierno de la provincia de La Pampa en la reforma constitucional realizada en 1994. Según dicta en el artículo 6 de la norma, «la provincia reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas». De esta manera, en una clara revisión de la «historia oficial», el gobierno provincial reconoció los derechos de las comunidades originarias que vivían en estos territorios hasta la llegada de la Campaña del Desierto.

Fuente: http://www.laarena.com.ar/la_pampa-una-intrigante-estatua-en-santa-rosa-2067391-163.html

1 Comment

  • Juan Carlos

    Excelente artículo!!! Impecablemente fundamentado. Lo que los salesianos hicieron con el niño Namuncurá es injustificable. En mi opinion, toda esa tragedia, presentada como vida ejemplar es una suprema muestra de la hipocresia que caracteriza a la ICAR. Y la estatua de marras es una ofensa a los pueblos originarios y al sentido común. Está muy bien sugerido que se la guarden en sus aduares, para veneracion de sus seguidores. Calurosas felicitaciones al autor de este post.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *