Desde la Amazonía (3ra Parte): “Corona de espinas”.

                                                                            Desde la Amazonía (3ra Parte): “Corona de espinas”.
Estamos próximos a la Pascua y no puedo evitar reflexionar sobre la vida del Nazareno, en especial en su Pasión; ese Nazareno que nació treinta y tres años de su muerte, en un pesebre entre animales y pastores, junto a José y a María. Ese pequeño Nazareno que le tocó nacer entre el barro, junto a lo simple, y que atrajo su presencia a los tres Magos de Oriente, guiados por la Estrella de Belén, trayendo entre sus manos oro, incienso y mirra. Ese Nazareno que entre sus treinta, y treinta y tres años hizo tremendo despelote en las conciencias de las personas hasta el día de hoy. Sus pies no pisaron palacio alguno, ni se reunió de lujos, ni de pretensiones.  Sus discípulos fueron sus amigos, y sus amigos, sus discípulos. Ninguno de ellos era letrado, ni docto, ni erudito en nada, más bien gente simple y rústica: pescadores, agricultores y vagabundos, errantes almas con sed de algo más. El Nazareno caminó su época sin protección alguna, sin creerse nada, sin sed de dominio ni de poder.
Y llegó el día de su Pasión…
Lo apresaron, lo golpearon y lo subieron arriba del madero, sobre el Monte Gólgota. Y allí se juntó la muchedumbre para gozar de tal espectáculo. Para rematar aquella escena le pusieron sobre su cabeza una corona de espinas, y arriba un cartel que decía: INRI (Jesús Nazareno Rey de los judíos). Lo dejaron horas allí colgado, agonizando, hasta que un centurión romano le clavó su lanza al costado mismo del corazón, de donde brotó sangre y agua. Y así murió…
Mientras tanto sus discípulos y amigos habían huido en estampida, y tras su muerte se escondieron en una casa, el cenáculo, asustados, confundidos y en total desánimo. ¿Qué iban a hacer sin su líder?, ¿qué iban a hacer sin su Maestro?, ¿cómo seguía todo esto que habían comenzado?
Después del tercer día de encierro y consternación aparece el Nazareno atravesando la pared del cenáculo, en su cuerpo resucitado, luminoso y brillante, con su corazón en llamas que irradiaba luz y calor. Y así apareció anunciando: “La paz esté con ustedes”.  Tras esto sopló sobre sus cabezas y el texto dice: “Se les abrió la inteligencia y todos comenzaron a hablar en lengua, lengua que ninguno de ellos conocía, pero que todos entendían”.  Y se presentó así: “No se turben, yo estoy con vosotros”  Y el Nazareno estaba allí, su cuerpo transfigurado y radiante, su corazón en llamas…
¿Coronavirus o virus en la corona?
Tras el relato de la pasión de Jesús vemos dos hechos significativos para nosotros, hoy en el año 2020: la corona de espinas en la cabeza, y el lanzazo al corazón como estocada final. Los centuriones romanos le pusieron la corona para burlarse de Jesús, porque él se atribuía Rey, aunque decía: “Mi reino no es de este mundo”.  Y el lanzazo era un asomarse a su muerte, el corazón atravesado por la estupidez humana, ese mismo corazón que a los tres días apareció en llamas y ardiendo.  Jesús fue e hizo no desde la cabeza, ni desde el intelecto, sino desde el corazón.
No cabe dudas que el hombre moderno está con el virus en la corona, el virus de la arrogancia, de la soberbia, del desprecio por la vida, de la cultura del descarte, del sálvese quien pueda, de la omnipotencia.  Así como la corona muestra la capacidad de contacto con lo superior, con lo divino, con la trascendencia; también nos habla de su falta contacto con el corazón, con el cuerpo. La corona se autoproclamó autártica, omnisciente, y absoluta, es decir, desligada: DES-LIGADA, incapaz de reconocer la capacidad religiosa de RE-LIGARSE.  La corona perdió contacto con la planta de los pies, con el suelo, con el barro. Es hora de que la corona se reposicione, creando puentes al corazón, al cuerpo y a los pies. La corona debe dejar la soberbia para ir al encuentro de lo humilde, de lo sencillo: “Ser mansos y humildes de corazón”.
Así el Nazareno desde su Pasión nos inspira para ir a su encuentro, y atravesar el portal  que nos permita mejorar nuestra especie, ser más humanos para ir acariciando el plano de lo divino. Esto mismo nos irá llevando a una nueva encarnación que tiene que ver con espiritualizar el cuerpo y corporizar el espíritu.
Para finalizar comparto con ustedes la oración del papa Francisco, hoy más oportuna que nunca, inspirada en la vida de San Francisco de Asís:
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
                                                                     Sacha Domenech, Santo Tomás, Loreto, Perú, 1 de abril de 2020.
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