Producen el 80% de los alimentos que llega a la mesa de los argentinos sin importar la clase social. En sus actividades condensan el 70% del trabajo rural pero cultivan en apenas un cuarto de las tierras agrícolas del país y solo un 40% de ellos es dueño de las tierras en donde produce. Se muestran como el “otro campo” frente al agronegocio de exportación. Ante la amenaza del Covid-19 crecieron los cuestionamientos contra la matriz productiva. Agrotóxicos en los cultivos, ganadería de feedlot, depredación del medioambiente: imágenes de un capitalismo desbocado y enfermo. Mientras se reparten las culpas, se hace fuerte la alternativa de una vía campesina e indígena de pequeños productores como una respuesta solidaria que está abasteciendo de alimentos sanos y baratos frente a la especulación empresarial. El 17 de abril, el Día Internacional de la Lucha Campesina, entrevistamos a una de las organizaciones protagonistas de este campo: el Movimiento Nacional Campesino Indígena Somos Tierra. Por Federico Hauscarriaga (ANRed) | Imágenes: MNCI Somos Tierra.
“Somos más o menos diez mil familias campesinas en todo el territorio nacional”, explica Marta. Ella toma tareas de educación en la organización. Nos cuenta que todo lo que enseñan en las dos escuelas campesinas de agroecología de Mendoza y San Juan se enmarca en propuestas para “Otro Campo”, que tiene como horizonte político la reforma agraria y la soberanía alimentaria. El “MNCI Somos tierra” es una de las organizaciones campesinas que componen el mundo de la “agricultura familiar”, el sector que provee el 80% de alimentos que consume la población en el mundo, en un contexto donde, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), nueve de cada diez de las 570 millones de explotaciones agrícolas están gestionadas por familias.
Misiones: “estamos llevando mercadería a los barrios”
En el norte y este de la provincia más de 300 familias se organizan en cooperativas, organizaciones vecinales en zonas rurales o próximas a zonas urbanas. Se componen de pequeñas chacras que no superan las 80 hectáreas. Producen mandioca, maíz y poroto, pero también realizan huertas para el autoconsumo de la comunidad. “Tenemos pollos y cerdos, y algunas familias tienen vacas lecheras para el autoconsumo o para la producción de queso y leche. También hay pequeños productores de tabaco, que si bien nuestra organización no está de acuerdo con estos cultivos, es una realidad que algunos compañeros están presos de esta producción. En menor escala, también se produce yerba”, comenta Pedro Lunello, quien hace hincapié en que se están esforzando en la producción de verduras y frutas de estación. “Agregar valor a nuestros productos sanos” es uno de los objetivos, sostiene, a través de la elaboración de conservas para vender en un comercio popular de Puerto Iguazú.
Con la amenaza de la pandemia, la organización continuó produciendo y llevando alimentos a los barrios. “Antes de la pandemia ya estábamos entregando comida a través de las redes sociales. Ahora estamos llevando mercadería a los barrios en Puerto Iguazú. Alguna parte de esta comida la distribuimos, otra es para organizar en los barrios ollas populares junto a una organización hermana llamada Colectivo Social Iguazú. Llega una multitud de gente que se alimenta para esta iniciativa. La distribución la hacemos con fondos y vehículos de nuestros compañeros. Un poco nos ayuda el INTA en el norte y algún transporte de organizaciones compañeras”, relata Pedro.
Mendoza: “Logramos productos muy buenos y siempre a precios que un trabajador los pueda adquirir”.
La Unión de Trabajadores Rurales sin Tierra (UST) tiene presencia en distintos departamentos de la provincia pero sobre todo en la zona norte. Las comunidades se organizan en grupos de base o grupos productivos en donde surgen las problemáticas. Funcionan cooperativas de trabajo con distintos perfiles de acuerdo a las particularidades de Mendoza que dependen del riego. “Hay zonas que son oasis como el Valle de Uco o San Rafael y hay otras zonas que se abastecen de ríos subterráneos pero el resto de la provincia se extiende la zona seca. Allí las producciones que prevalecen es la ganadería de cabras, la apicultura, artesanías. etc. En la zona de bajo riego hay muchos productores que son horticultores y también tenemos desarrollado las agroindustrias que van asociados a esos productos primarios. Son establecimientos pequeños, artesanales y habilitados para poder comercializar, funcionamos en tres departamentos. Realizamos tomates enteros, triturados, mermeladas, frutas al natural, etc. y también muchos compañeros trabajan desde sus casas sobre todo para las mermeladas”, comenta Natalia Manini, quien forma parte del equipo de producción.
En cuanto a la comercialización, las familias también encuentran varias formas de vender sus productos: “Hemos ido incorporando distintos esquemas. Uno de ellos es la venta directa que se da en ferias en donde hay un encuentro entre productores y consumidores. También en distintas redes de comercio siempre vinculados a la economía solidaria y popular. Estas redes hay en distintas provincias y nos relacionamos. En Buenos Aires comercializamos en los almacenes de la UTT pero también con redes como el Instituto de Producción Popular, Más Cerca es Más Justo, Caracoles y Hormigas, Puentes del Sur, etc. En el departamento de Lavalle estamos entregando bolsones en un convenio de ayuda con Desarrollo Económico del municipio, ellos aportan los vehículos para lograr la distribución. También nos han comprado desde el municipio de La Paz para que ellos distribuyan bolsones entre las viviendas más alejadas. También hemos tenido la oportunidad de comerciar con algunas instituciones como el PAMI, algunos restaurantes y al público en general cuando se acercan a nuestros establecimientos”.
“A pesar de la epidemia nuestra producción continúa. Hay problemas de logística en algunos parajes más alejados y el acceso a los beneficios que se están dando como el EFI por la falta de internet. En los establecimientos están faltando insumos por el parate industrial, por ejemplo no estamos consiguiendo hojalata o vidrios. La organización está intentando mantener la producción con todas las medidas de seguridad en las comunidades no solo para proveer alimentos a nuestras familias sino al público en general”.
Durante la pandemia ha crecido la venta de hortalizas y “también en esta cuarentena hemos desarrollado una venta directa de bolsones en los departamentos de Lavalle, San Rafael y en la ciudad de Mendoza. Serán unos 2500 bolsones por semana que estamos entregando. Y allí también comercializamos los productos envasados. Buscamos incrementar la cantidad de productores y establecimientos en la cadena productiva siempre con la idea de llegar con alimentos sanos. Nosotros no usamos ningún tipo de conservantes. Estamos transitando hacia la agroecologia y estos mismos alimentos después se usan para elaborar en las fábricas. Logramos productos muy buenos y siempre a precios que un trabajador los pueda adquirir”.
Córdoba: “la pandemia ha evidenciado la situación crítica a la que ha llegado el capitalismo globalizado”
En Córdoba, el MNCI Somos Tierra organiza a unas mil familias y desde hace 20 años trabaja en la zona del noroeste de la provincia. Aparte de las familias rurales se han ido sumando zonas de pueblos intermedios, en donde se han desplazado aquellas mismas familias. Las organizaciones de base funcionan a través de reuniones comunitarias que nombran delegados para asistir a reuniones regionales, que a la vez centralicen en una órgano provincial. “Hace veinte años que tratamos de construir acciones que permitan no sólo resolver situaciones cotidianas sino fortalecer las condiciones para que las familias puedan seguir viviendo en el campo y sean actores productivos. Uno de los últimos logros es que en Córdoba se reconozca que hay familias campesinas, que existen y que tienen derecho a tener derechos. Venimos fortaleciendo los procesos productivos que históricamente hacen aquí las familias. Estos trabajos productivos están hechos por mujeres y también las actividades que sostienen a la comunidad”, explica Pablo Blank.
Los grandes productores agropecuarios, el negocio inmobiliario y la minería han desforestado la provincia mediterránea a una velocidad récord. Las familias campesinas viven del bosque. “En esta provincia también realizamos trabajos vinculados al cuidado del bosque. Pero la actividad principal es la producción caprina, aunque ha ido creciendo y se ha ido diversificando en lo que decimos productos derivados del monte. Se está haciendo mucha apicultura, queso de cabra, dulce de leche, cremas con elementos que da el monte, extracción de yuyos, de leña y también de conservas en zonas cercanas a pobladas”. En cuanto a la distribución, explica: “en Córdoba hemos abierto dos locales comerciales, en Córdoba capital y otro en Villa Dolores, Traslasierra, que funciona como proveedor de almacenes naturales para las ferias, redes de consumo, espacios cooperativos de venta. También entregamos a otras organizaciones en otras provincias que tienen sus puntos de venta”.
Ante la llegada del Covid-19, hay un aumento de demanda hacia los pequeños productores que ofrecen productos sin tóxicos y que consideran el cuidado del medio ambiente. “A partir de la pandemia hemos visto un aumento muy grande de la demanda de alimentos sanos campesinos –relata Pablo– Esto hizo que los locales se estén moviendo mucho y hemos fortalecido las redes de venta de consumo en Córdoba capital y otras zonas con entregas a domicilio de bolsones para llegar los barrios por la cuarentena. Creo que las organizaciones campesinas podríamos convertirnos en proveedores de alimentos para todos los sectores. La cuarentena ha roto la rutina y hace que algunas prácticas que hemos naturalizado se cuestionen, como cuando compramos en supermercados lo primero que vemos. Ahora, tenemos la posibilidad de verlo desde otro lugar y generar otros vínculos para consumir otro tipo de alimento. Hay más conciencia de lo que se consume. Nosotros hemos visto que al ser una organización de tantos años nos ha permitido tener una estructura con movilidad, locales funcionando, con redes y lógicas aceitadas que hace que pasemos esta crisis y ayudemos a otras familias productoras. Hace falta un cambio cultural, y es que el Estado entienda la importancia del alimento sano, que genera trabajo, que tiene un precio justo y que resuelve cuestiones del alimento. La pandemia ha evidenciado la situación crítica a la que ha llegado el capitalismo globalizado, que no está pudiendo dar respuesta a la pandemia y que requiere de un cambio con coraje a otro tipo de producción no centrado en la ganancia”, sostiene.
Pablo proyecta la importancia del sector ante una agudización de la crisis económica y plantea la necesidad de políticas que fortalezcan las buenas prácticas: “sabemos que es clave la presencia del Estado. Hay mucho por hacer, como facilitar el acceso de estos alimentos a sectores populares, a tener espacios de acopio, a flexibilizar habilitaciones de productos que están impecables, pero hay muchos trámites engorrosos que dificultan que lleguen estos productos a la urbe. Hay que garantizar la logística y el pago más rápido a las familias productoras y que deje de ser una dificultad. En Córdoba se ha llegado a un límite por la desforestación, el ingreso del agronegocio, etcétera. Gracias a las organizaciones se ha dado visibilización y se ha parado. Hoy la disputa con el agronegocio tiene que ver con la captación de los recursos públicos y la disputa ideológica en que se reconozca otro tipo de producción, otro acceso a los alimentos. Hay algunos ejes como es la Ley de Bosques, los programas de subsidio de las buenas prácticas, que han salido del estado provincial, o la aprobación de la Ley de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena, que el año pasado se logró en la provincia. En estas disputas se busca que se reconozca a las organizaciones y familias campesinas como beneficiarias y ejecutoras de esas políticas”, afirma Pablo.
Nuequén: “estamos impulsando que se declare la emergencia alimentaria en la provincia y se convoquen comités de emergencia”
Hace más de 15 años que la organización nuclea a familias de distintas localidades y parajes rurales. En el norte, el campesinado generalmente se dedica a la cría de ganado caprino y, en menor medida, al bovino. En algunas zonas hay producción hortícola pero “el principal producto es el chivito y algunas familias también producen sus derivados como lácteos y conservas”, nos comenta Silverio Alarcón. “Acá, en el norte neuquino, se hace trashumancia. Se trasladan los animales de campos de invernada a campos de veranada, y viceversa, y éste es un manejo que hacen los campesinos para poder rotar en los campos y aprovechar las pasturas que hay en los capos de precordillera que en invierno no se pueden trabajar. Nosotros realizamos trabajos colectivos en familias y ahora estamos comenzando con agregar valor a la carne caprina. Estamos poniendo en pie una sala de producción de chacinados con ganado que se pierde o se vende mal. Y así podremos brindar productos para la zona y a distintas provincias”.
La pandemia ha traído dificultades para actividad central en la zona, la situación se repite en todas las provincias y las comunidades organizadas buscan alternativas para sortear los obstáculos, así como instalar los reclamos urgentes y llevar propuestas. Silverio Alarcón nos cuenta que “en Neuquén lo que está sucediendo es que estamos en momentos de mejores pasturas. Marzo es momento de comercialización de animales y con esta cuestión muchos crianceros no han podido realizar esas ventas de fin de veranada, que es muy importante, porque es la base para enfrentar todo el año para poder comprar alimentos para pasar el invierno y forrajes. Este es un gran problema para las familias si no se venden, y hay muchos días de arreo hacía campos de invernada. Estos animales irán adelgazando y perderán las condiciones de comercialización. Pedimos que desde el Estado se hagan compras a las familias crianceras y estos animales puedan ser faenados y comercializados a precios populares en los barrios en donde faltan estos alimentos. Por otro lado, las ferias locales se han suspendido y estamos buscando diálogo con el municipio para poder comercializar los productos. Nosotros estamos impulsando que se declare la emergencia alimentaria en la provincia y se convoquen comités de emergencia en las localidades en donde participen las organizaciones campesinas. Esta crisis afecta a los más pobres. Entonces decimos que hay que llegar con soluciones más urgentes a los más vulnerables”.
Diego Montón es uno de los referentes de la organización y también es parte de la Secretaría Operativa de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), quien nos explicó cuál es la situación general en que se encuentran los pequeños productores en el contexto de pandemia: “la situación es diversa en función de las distintas realidades que hay en el sector. El trabajo cotidiano continúa, aunque en algunos rubros hay dificultades para proveerse de insumos. Algunos pueblos han quedado bloqueados porque hay diferentes dinámicas con los intendentes para circular y esto ha alterado el trabajo de las familias campesinas. Ha sido muy complejo el acceso a los diferentes programas de gobierno debido a que muchas veces hay poca conectividad a internet y distintas dinámicas en el flujo de la información y también es distinta la situación en los parajes rurales de las familias campesinas que viven en poblados rurales en donde hay ranchos muy pequeños y la cuarentena se hace muy difícil. A pesar de eso, las familias siguen trabajando intensamente y vemos experiencias de solidaridad campesina para continuar llevando su producción a los consumidores, manteniendo el precio en el contexto de especulación y alza de precios de los sectores más concentrados. Destacamos estas experiencias que se están dando a lo largo del país con bolsones de verduras, frutas, conservas, todo tipo de lácteos, en donde el sector de la agricultura familiar y algunas pymes agropecuarias han sido las que vienen haciendo grandes esfuerzos frente a las avivadas de los sectores concentrados”, afirma Montón, quien además respondió algunas preguntas más sobre esta problemática.
-¿Creés que este modelo productivo tiene responsabilidad en la expansión de esta epidemia, y como contrapartida, se está re-valorizando la agricultura familiar en la producción de alimentos sanos?
-Hay muchos trabajos que confirman la relación entre la expansión de esta epidemia y las grandes granjas que concentran animales, sobre todo el feedloot, lo que actuaría en la dinámica de mutación de virus y su nivel de agresión. Allí tenemos a la gripe aviar, la fiebre porcina, entre otras. Hay muchos datos que relacionan esto y cuestionan este tipo de producción, y que a la vez valoran la agroecología y otras formas productivas que no se rigen por el concepto único que tiene el agronegocio, que es el capital. Toda la diversidad que se conoce como agricultura familiar, indígena, de pequeña escala y chacarera. Su eje es la reproducción de la vida. Por lo tanto, son dinámicas totalmente diferentes. Con más de 10 mil años de historia, la agricultura familiar ha abastecido a la humanidad de alimentos.
Esta agricultura contiene empleo genuino en el campo y busca el equilibrio con la naturaleza. En este sentido, la declaración de las Naciones Unidas, después de 8 años de discusión, y en donde todos los estados participaron, concluyó resignificando al sujeto campesino. Es una declaración que no se apoya sólo en las violaciones a los derechos sino también en el rol importante de la agricultura campesina, la importancia de la soberanía alimentaria y nombrando obligaciones de los Estados. La declaración dice que la agricultura campesina es fundamental para resolver la crisis alimentaria y climática, y que los Estados deben ejercer políticas para garantizar aquellos derechos. La ONU plantea obligaciones para con los Estados que deben garantizar el derecho a la tierra, con políticas como la reforma agraria, la soberanía alimentaria, o la intervención en los mercados para que los precios sean adecuados, y garantizar un cierto nivel de vida para las familias campesinas. Acceso a la semilla, preservación de la biodiversidad o los derechos de las mujeres. Es decir, que es urgente cambiar este sistema agroalimentario.
-¿Han podido articular con los municipios? ¿Qué medidas creés que podría avanzar el Estado en este contexto de crisis?
-En Mendoza tenemos experiencia de articulación con municipios en el tema de la distribución de bolsones. Es una articulación en donde el municipio pone la logística, sus estructuras y posibilita a que las organizaciones distribuyamos los bolsones y lleguen alimentos a precio justo. Otra de las cosas fundamentales es que el Estado garantice los controles y multe, para que en caso de especulación y crisis, como es en este contexto, pueda intervenir en forma directa. Incluso expropiando si es necesario. A nivel nacional se podría recuperar lo que fue “Frutas y verduras para todos”, priorizando que las compras sean para el sector de pequeños productores.
También pensar en formas de financiamiento para que el sector pueda aumentar la productividad. Esto depende de planificar y prever la demanda. Otra clave es cómo invertir en industria local que pueda agregar valor a la producción primaria. Hablamos de conservas, triturados y lácteos, que falta mucha inversión. En este sentido, la llegada de la UTT al Mercado Central es un cambio de lógica en la cual seguramente Nahuel Levaggi va a trabajar para que el mercado tenga un acceso directo a las familias campesinas, y que sirva para seguir organizando al sector y disminuir los intermediarios entre productores y consumidores.
-¿En este sentido, ¿qué limites encontrás para el desarrollo del pequeño productor?
-La situación es compleja estructuralmente: hay una fuerte concentración de la agroindustria alimentaria, lo que genera una subordinación de la agricultura familiar por el valor agregado y, por otro lado, hay una fuerte concentración del mercado, que también subordina a la agricultura familiar, siendo esto un perjuicio para los consumidores. Aquí es cuando encontramos productos en el mercado que se venden a 500% más caro de lo que se paga al productor. Estos son límites claros. Además de los hábitos y consumos alimentarios que estas élites del sistema agroalimentario han logrado incidir y logran que la población consuma sus productos procesados, que en general son perjudiciales para la salud, y no los alimentos sanos que podrían adquirir de esta agricultura familiar. Otro de los límites fundamentales es la concentración de la tierra. El 60% de nuestro sector no tiene la tierra y la debe arrendar, y esto implica que parte de nuestro sudor se va al terrateniente. Una parte del sector tiene irregularidades en cuanto a la propiedad de su tierra y está expuesta a situaciones de violencia. Esto le impide el acceso a créditos, que es una cuestión fundamental para financiamiento, tanto para infraestructura para el agregado de valor como para mejorar la tecnología de riego y trabajo en el campo.
*Esta nota forma parte de la cobertura especial “Emergencia del Trabajo” frente al COVID-19 realizada con apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.
Fuente: ANRed