Los pueblos indígenas viven la llegada del coronavirus entre la incredulidad y el miedo.
Artesanas indígenas protestan frente al Palacio Nacional, en Ciudad de México, para exigir apoyo económico ante las afectaciones provocadas por la pausa en las actividades productivas. Se estima que un 60% de los mexicanos vive al día. (José Méndez / EFE)
16/05/2020
Abril es un mes de festejos en Cherán. A la fiesta patronal anual se le suma desde el 2011 otra fecha para el recuerdo. Hace nueve años los purépechas dijeron basta. Hartos de la explotación de sus bosques y de la pésima e interesada gestión política, este pueblo indígena de México recurrió a la organización comunitaria para revelarse y expulsar a taladores y a partidos políticos. Así floreció un proceso legal hasta el reconocimiento de su autogobierno, un camino seguido luego por otras comunidades de la misma región, Michoacán, y que empieza a incomodar a gobiernos municipales y federales. De manera asamblearia, este año se decidió suspender cualquier acto de celebración debido a la aparición de una nueva amenaza.
Como si no tuvieran suficiente con defender la tierra en su lucha contra el narcotráfico o las multinacionales, un nuevo enemigo llama a la puerta de los pueblos originarios y se le mira con recelo. Andrés Manuel López Obrador fue uno de los últimos presidentes en reaccionar en América Latina, cuando los casos de coronavirus se contaban por decenas. Ahora es uno de los países más azotados por el virus. La imagen de López Obrador a finales de marzo pidiendo a los mexicanos cargar consigo amuletos y estampitas de vírgenes para protegerse tampoco contribuyó a ganarse la confianza de una población que vive al día en su mayoría y que padecerá el freno de su actividad aunque ya se hable de reapertura.
Entre los sectores más vulnerables se encuentran los indígenas. Si a lo largo de la historia pudieron serlo por factores biológicos, –los colonizadores europeos eran portadores de enfermedades como la gripe, la viruela o el sarampión–, el peligro de la Covid-19 es, en este caso, por la situación de pobreza extrema. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los amerindios representan el 30% de personas que vive en el umbral de la pobreza a pesar de ser sólo un 8,5% de la población en América Latina. “Muchos viven en condiciones de exclusión muy duras. Desde la implantación de las políticas neoliberales en el país, la educación y la salud pasaron a ser servicios en lugar de derechos consolidados”, expone Citlalli Hernández, coordinadora de Tierra y Territorio de Serapaz, una organización civil que vela por los derechos, la justicia y la dignidad de los pueblos originarios de México. Serapaz nació a mitad de los años noventa después de que algunos de sus miembros participaran en la mediación entre el gobierno y el movimiento zapatista. A partir de ese aprendizaje aplicaron su metodología en otros procesos en conflicto.
El diagnóstico preliminar de la oenegé sobre el impacto del coronavirus en varias comunidades sirve para extraer diferentes conclusiones. Mientras en algunas zonas la confusión les lleva incluso a desestimar la existencia del virus, en otras se ha apoderado el miedo, sobre todo en las comunidades más cercanas a las áreas urbanas. Eso se ha traducido en el cierre de sus accesos aun dejando paisanos fuera, muchos de ellos migrantes sin papeles deportados de Estados Unidos al quedarse sin trabajo. El aislamiento y el cierre de los mercados también puede conducir en algunos casos a la escasez de alimentos.
En lo que respecta a las medidas higiénicas de prevención, estas son inexistentes si se tiene en cuenta la dificultad para acceder al agua corriente. En caso de haber algún contagiado, aislarlo es una quimera debido al número de personas que comparten hogar. De llevarlo a un hospital en las comunidades más apartadas, mejor olvidarse. “En psicología se habla de la ‘desesperanza aprendida’: hay cosas a las que no vas a poder acceder por más esfuerzo que realices. Muchos saben que no van a recibir atención sanitaria”, lamenta Hernández.
La brecha digital en los pueblos originarios es abismal por la falta de luz –cortada en algunas regiones– y la poca información sobre el virus se conoce gracias en parte a la función social de las radios comunitarias, que se comunican con sus vecinos en 35 lenguas indígenas de las 68 que se hablan en el país. Y es que recuperar la identidad y el apego al territorio ancestral han sido claves para resistir y organizarse de manera colectiva. Su sentido comunitario debe fortalecerlos ahora para enfrentarse al miedo en estas semanas que se prevén todavía más delicadas en México, sobre todo por la expansión de la pandemia, de las ciudades a las zonas rurales, donde de momento los datos oficiales hablan de pocos casos.