13 DE AGOSTO DE 1521 (calendario juliano)

13 DE AGOSTO DE 1521 (Calendario Juliano)

DESTRUCCIÓN DE TENOCHTITLAN Y CESE DE LA RESISTENCIA DE LA CONFEDERACIÓN AZTECA O MEXICA

Por Asunción Ontiveros Yulquila

Segunda parte y final:

LA INDUCCIÓN DE LA VIRUELA Y LA DESTRUCCIÓN DE TENOCHTITLÁN

INTRODUCCIÓN DEL PRESENTE APARTADO

La primera parte del presente trabajo, la invasión de México, desde el 08 de noviembre de 1519 hasta el 30 de junio de 1520, está construida sobre la base a un análisis minucioso y profundo de la segunda Carta de Relación, escrita por Hernán Cortés, y editada el 30 de octubre de 1520, en Segura de la Frontera (México). El 30 de junio de 1520 (del calendario juliano), Cortés y su hueste invasora fueron expulsados de la ciudad de Tenochtitlán.

Esta segunda y última parte, está construida sobre la base al análisis profundo de la tercera Carta de Relación, escrita por Cortés, y editada el 15 de mayo de 1522, en Cúyuacan (Coyoacán), México. Esta relación fue editada diez meses posteriores a la caída, sin capitulación, de Tenochtitlán (13 de agosto de 1521). Por lo tanto, los invadidos y derrotados, tipificados como “enemigos” e “infieles”, fueron esclavizados, conforme a las costumbre de los imperios adscritos a la cúspide del Pontificado de Roma, administrador de la “tierra creada por Dios en seis días”.

El 1° de julio de 1520, Cortés y su hueste invasora estaban fuera de Tenochtitlán, expulsados. Habían transcurrido ocho (8) días desde el 23 de junio, en que Cortés y su ejército amplificado salieron de la ciudad de Texcoco rumbo a Tenochtitlán. Por detrás, en la retaguardia, marchaba la expedición portadora de la muestra del virus de la viruela letal. Esta expedición estaba constituida por cinco cristianos a caballo y cuarenta y cinco de a pie; custodiaban una caravana de esclavos africanos, indios de La Fernandina (Cuba), cincuenta mujeres y diez niños. En cada ciudad que visitaba al paso, la muestra portadora del virus de la viruela letal, desde Cempoala hasta Texcoco, mataba indios a mansalva. La resistencia india aprehende a la expedición y decide aniquilarla, en la ciudad de Zultepec, jurisdicción de Texcoco.

A pesar de la aniquilación de la expedición portadora del virus de la viruela letal, el contagio provoca catástrofe humanitaria en Cempoala, Tlaxcala, Chulula, Texcoco, Tacuba y Tenochtitlán. El 30 de junio, los invasores son expulsados. En los días subsiguientes, el virus hace su presencia en Texcoco y Tenochtitlán, y comienza la incubación en la población carente de inmunidad respectiva. Fiebre, dolor de cabeza, fatiga, dolor de espalda y vómitos son los síntomas que experimentan mujeres embarazadas, niños (principalmente), adultos y ancianos. La mortandad acecha y corrompe la estructura psicológica de los sobrevivientes. Los cristianos significan a la viruela como “pestilencia”.

A mediados de julio de 1520, la viruela arriba a las ciudades del Lago Texcoco. Se extiende por los cuatro puntos cardinales, desde arriba hacia abajo y viceversa. Hace estragos y mata a miles, a millones en el transcurso de un año. La Confederación posee una población joven. Donde hay niños, mujeres embarazadas, la viruela es genocida. La población no tiene defensas. Es virus es desconocido, por lo tanto colapsan no solo el imaginario y las instituciones, sino también la estructura psicológica, el presente, el plan de vida y el futuro de la Confederación. Para los frailes llamados “sabios” por el imaginario medieval español, la viruela es un “milagro de Dios” (Aguilar, 1559).

En la cultura de los pueblos indios u originarios de la isla La Española (Dominicana y Haití) y de La Fernandina (Cuba), que los invasores pacificaron (sometieron y aniquilaron con trabajo esclavo y hasta con el virus de la viruela), no se habían desarrollado ciudades con pirámides y otras obras institucionales, que asombraran a los invasores. Cortés arriba a La Española en 1504, fue reclutado para la pacificación de la isla, mediante matanzas sistemáticas. Es protagonista en la “guerra justa” contra los habitantes de Xaragua, donde sucede el magnicidio de Anacaona. El gobernador de La Española, el milite (militar y religioso) de la Orden de Alcántara, Nicolás de Ovando, en mayo de 1503, ejecuta acciones de lesa humanidad, similares a la ejecutadas por Hernán Cortés y sus capitanes milites, en Tlaxcala (setiembre 1519) y Cholula (octubre 1519). Las matanzas son resultado de la guerra de reconocimiento y de invasión, cuyo instrumento inquisitorial es el Requerimiento punitivo, ensalzado del imaginario escolástico cristiano.

El plan de vida, el imaginario y sus instituciones de culturas o civilizaciones, como la Maya y la Anahuac o Azteca, o Mexica, eran y son diferentes a las de Castilla, Aragón y de la Roma pontificia. Los invasores cristianos se asombran con lo que perciben, desde las primeras excursiones que realizan en las costas del Golfo de México. En las islas invadidas y colonizadas, los cristianos realizaban rescates de oro, mediante cabalgadas o actos de rapiña. Las encomiendas establecidas tienen como principal objetivo descubrir yacimientos de oro y explotarlos. El rey, los anfibios del pontificado de Roma y los encomenderos requieren oro, plata y perlas.

Hernán Cortés conduce un ejército invasor, con títulos de capitán general y justicia mayor, emanados del gobierno español de la Villa Rica de la Vera Cruz (cabeza de playa). Cortés no posee una capitulación de los reinos de Castilla y de Aragón. Pero, posee experiencia en el manejo de las relaciones establecidas entre invasores e invadidos, en la aplicación del Requerimiento inquisitorial, en la administración pública de las “conquistas” de Castilla, y de los objetivos supremos del Patronato de indias, concedido por el pontificado de Roma.

Además, Cortés está ubicado socialmente en el estamento de los “cristianos viejos” y de “sangre azul”. Posee experiencia de las funciones de escribano en el reino de Castilla; fue Alcalde mayor de la ciudad de Santiago (Cuba) y encomendero. Conoce, a través de la Secretaría de Indias y de alta nobleza del clero,  las necesidades imperiosas de oro y de plata de su majestad, Carlos I, luego Carlos V el emperador de Sacro Imperio Romano Germánico. Por lo tanto, en el proceso de la invasión de México aplicará la máxima de la ocupación de hecho (invadir y matar en nombre de Dios), porque las acciones de su compañía son en beneficio de la “cristianización universal”.

Cortés, estaba protegido, permanentemente, por un capitán y cincuenta soldados españoles (de caballo y de pie) que lo significa como “criados”. Emulaba al inquisidor Tomás de Torquemada (1420 – 1498), quien, en la cima del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, mantenía una guardia personal de cincuenta familiares (cridados) armados y de doscientos infantes. Era un cortejo de la muerte, cuya presencia en las ciudades del reino de Castilla, significaba la apropiación de riquezas de los familiares de los “herejes” (Roth, 1989: 52). La presencia de Cortés, sus milites con caballos armaduras, más los perros “mata indios” provocaban efecto demoledores, en lo psicológico, sea en Tlaxcala, Cholula, Texcoco, y Tenochtitlán. Inmediatamente arribados a una ciudad a invadirse, se aplicaba el Requerimiento, ultimátum inquisitorial. Si no se acepta el requerimiento, el ataque unilateral (guerra) era despiadado y cruel, contra ancianos, adultos, mujeres y  niños. La muerte y la derrota del “infiel” es autoría del “Dios” del pontificado de Roma.

El 30 de junio de 1520, en Tenochtitlán, tras la expulsión de los invasores cristianos, la mayor parte del rescate voluminoso (oro, plata y perlas) queda en la ciudad. Las cargas que transportaban los milites, en la fuga, quedaron abandonas junto a los animales de carga, muertos. Juan Cano, en 1544, relata al respecto “E así los doscientos septenta cristianos, e los que dellos no habían sido muertos peleando, todos cuando se rindieron fueron cruelmente sacrificados. Pero habéis, señor, de saber, que de esa liberalidad que Hernando Cortés usó, como decís, entre sus milites, los que más parte alcanzaron della e más cargaron de oro y joyas, más presto [rápido] los mataron; porque por salvar el alborda, murió el asno que más pesada la tomó, e los que no la quisieron, sino sus espadas e armas, pasaron con menos ocupación, haciéndose el camino con la espada” (citado por Martínez, 1986: 137 y 138).

RETORNO, ASOLACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE  TENOCHTITLÁN

En este apartado, para que la descripción de los acontecimientos, que culminan con la destrucción de Tenochtitlán y de la Confederación Azteca, sea sintética y concreta, solamente citaré los parágrafos más sobresalientes de la tercera carta de relación de Cortés, emitida el 15 de mayo de 1522.

Octubre de 1520, Cortés se encontraba organizando la segunda expedición invasora destructiva. Recibía abastecimientos del poder real del imperio de Carlos V, del Sacro Imperio Romano Germánico. La expulsión de los cristianos de Tenochtitlán, significa la aplicación del Requerimiento inquisitorial. Y si no lo hiciéredes, o en ello maliciosamente dilación pusiéredes, certificoos que con el ayuda de Dios, entraré poderosamente contra vosotros, e vos haré guerra por todas  partes e maneras que pudiere, e vos sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia e de Sus Altezas, e tomaré vuestras personas e de vuestras mugeres e hijos e los haré esclavos, e como tales los venderé e disporné dellos como Su Alteza mandare, e vos tomaré vuestros bienes, e vos haré todos los males e daños que pudiere, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten e contradicen” (López de Palacios Rubio, 1513).

[Villa de Segura de la Frontera, 30 de octubre de 1520]  “Escribí a vuestra majestad que entre tanto que los dichos bergantines se hacían, y yo y los indios nuestros amigos nos aparejábamos para volver sobre los enemigos, enviaba a la dicha Española, por socorro de gente y caballos y artillería y armas, y que sobre ello escribía a los oficiales de vuestra majestad que allí residen y les enviaba dineros [oro] para todos los gastos y expensas que para el dicho socorro fuese necesario y certifiqué  a vuestra majestad que hasta conseguir  victoria contra los enemigos no pensaba tener descanso ni cesar de poner para ello toda nuestra solicitud posible, posponiendo cuanto peligro, trabajo y costa se me pudiese ofrecer, y que con esta determinación estaba aderazando de me partir de la dicha provincia de Tepeaca [sometida por los cristianos] (Cortés, 1522: 131)

Cortés y sus acólitos  son conscientes de los efectos que provoca la viruela como arma de guerra. En su carta de relación, editada el 15 de mayo de 1522, hace alusión a la enfermedad de las viruelas:

“Acabado esto [guerra de invasión], muy poderoso Señor, mediado el mes de diciembre del dicho año [1520], me partí de la Villa de Segura la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, y dejé en ella un capitán  con sesenta hombres, porque los naturales de allí me lo rogaron mucho, y envié toda la gente de pie a la ciudad de Tascaltecal [Tlaxcala], donde se hacían los bergantines, que está de Tepeaca nueve o diez leguas, y yo con veinte de caballo me fui aquel día a dormir a la ciudad de Cholula, porque los naturales de allí deseaban mi venida; porque a causa de la enfermedad de las viruelas, que también comprendió a los de estas tierras como a los de las islas [la Española (Santo Domingo y Haití) y Fernandina (Cuba)], eran muertos muchos señores de allí, y querían que por mi mano y con su parecer y el mío se pusiesen otros en su lugar [designar autoridades vasallos mediante aplicación del Requerimiento (ultimátum de guerra unilateral de los cristianos, para la invasión y sometimiento)] (Cortés, 1522: 131).

“Y llegados allí, fuimos de ellos muy bien recibidos; y después de haber dado conclusión a su voluntad en este negocio que he dicho, y haberles dado a entender cómo mi camino era para ir a entrar de guerra por las provincias de México y Temixtitan, les rogué que, pues eran vasallos de vuestra majestad, y ellos como tales, habían de  conservar su amistad con nosotros, y nosotros con ellos, hasta la muerte, que les rogaba que para el tiempo que yo hubiese de hacer la guerra me ayudasen con gente, y que a los españoles que yo enviase a su tierra y fuesen y viniesen por ella les hiciesen el tratamiento que como amigos eran obligados” (Cortes, 1522: 131).

“Y después de habérmelo prometido así [por aplicación del Requerimiento], y haber estado dos o tres días en su ciudad [Cholula], me partí para la de Tascaltecal [Tlaxcala], que está  a seis leguas; y llegado a ella, hallé juntos a todos los españoles y los de la ciudad, y hubieron mucho placer con mi venida. Y otro día, todos los señores de esta ciudad y provincia me vinieron a hablar y me decir cómo Magiscacin, que era principal de todos ellos, había fallecido de aquella enfermedad de las viruelas, y bien sabían que por ser tan amigo me pesaría mucho; pero que allí quedaba un hijo suyo de hasta doce o trece años, y que aquel pertenecía al señorío del padre, que me rogaban que a él como a heredero, se lo diese, y yo en nombre de vuestra majestad lo hice así [aplicación del requerimiento y capitulación], y todos quedaron muy contentos” (Cortés, 1522: 132).

[29 de diciembre de 1520] “Y como yo traía la vanguardia con la gente de caballo, encomendándonos a Dios, seguimos por aquel mal camino adelante, y envié a decir a los de la retaguarda que se diesen mucha prisa y que no tuviesen temor, porque presto saldríamos a lo raso.[…], y allí me reparé a esperar la gente, y llegados, díjeles a  todos a que diesen gracias a Nuestro Señor, pues nos había traído en salvo hasta allí [Los efectos de la viruela son letales, no se encontraba resistencia], de donde comenzamos a ver todas las provincias de México y Temixtitan [Tenochtitlán] que están en las lagunas y en torno de ellas. Y aunque hubimos mucho placer en las ver, considerando el daño pasado que en ellas habíamos recibido, representósenos alguna tristeza por ello, y prometimos todos de nunca de ellas salir sin victoria o dejar allí las vidas” (Cortés, 1522: 135).

“Y comenzamos a seguir nuestro camino por la ciudad de Tesuico [Texcoco], que es una de la mayores y más hermosas que hay en todas partes. Y como la gente de pie venía algo cansada, y se hacía tarde, dormimos en una población que se dice Coatepeque, que es sujeta a esta ciudad de Tesuico y está de ella tres leguas, y hallámosla despoblada [por efectos de la viruela inducida]. Aquella noche tuvimos pensamiento que, como esta ciudad y su provincia, que se dice Aculucuan, es muy grande y de tanta gente, que se puede bien creer que había en ella a la sazón más de ciento y cincuenta mil hombres, que quisieran dar sobre nosotros; y yo con diez de caballo comencé la vela y ronda de la prima, e hice que toda la gente estuviese apercibida [despoblación por causa de la mortandad masiva que provoca la viruela inducida] (Cortés, 1522: 135 y 136).

[31 de diciembre de 1520]  “Este día que entramos en esta ciudad [Texcoco], que fue víspera de año nuevo, después de haber entendido  en nos aposentar, todavía algo espantados de ver poca gente, y esa que veíamos muy rebozados, teníamos pensamiento que de temor dejaban de aparecer y andar por la ciudad, y con esto estábamos descuidados” [Desde julio de 1520 los efectos de la viruela inducida provocaron una catástrofe demográfica. La presencia de los cristianos significaba terror y muerte] (Cortés, 1522: 137).

[Marzo de 1521] “Como ya el camino para la Villa de la Vera Cruz desde esta ciudad de Tesuico estaba seguro [por efectos de la viruela letal y matanza de los sobrevivientes], y podían ir y venir por él, los de la villa tenían cada día nuevas de nosotros, y nosotros de ellos, lo cual antes cesaba. Y con un mensajero enviáronme ciertas ballestas y escopetas y pólvora, con que hubimos grandísima placer, y desde a dos días me enviaron otro mensajero, con el cual me hicieron saber que al puerto habían llegado tres navíos, y que traían mucha gente y caballos, y que luego los despacharían para acá; y según la necesidad que teníamos, milagrosamente nos envió Dios este socorro”.  

“Yo buscaba siempre, muy poderoso Señor, todas las maneras y formas que podía para atraer a nuestra amistad a estos de Temixtitan [Tenochtitlán]: lo uno, porque no diesen causa a que fuesen destruidos [Secuestro, extorsión, aplicación del Requerimiento ultimátum inquisitorial e inducción de la viruela letal]; y lo otro, por descansar de los trabajos de todas la guerras pasadas, y principalmente porque de ello sabía que redundaba en servicio de vuestra majestad. Y dondequiera que podía haber alguno de la ciudad, se los tornaba a enviar, para los amonestar y requerir que se diesen de paz”. Y el Miércoles  Santo, que fueron 27 de marzo de 521, hice traer ante mí a aquellos principales de Temixtitan [Tenochtitlán] que los de Calco habían prendido, y díjeles si querían algunos de ellos ir a la ciudad y hablar de mi parte a los señores de ella, y rogarles que no entrasen de tener más guerra conmigo , y que se diesen por vasallos de vuestra majestad, como antes lo habían hecho, porque yo no los quería destruir, sino ser su amigo (Cortés, 1522: 152 y 153).

Las propuestas y el Requerimiento de los cristianos fueron rechazadas. No se confiaba en Cortés y su hueste invasora. La viruela había provocado y provoca desastres humanitarios inconmensurables en la Confederación y regiones aledañas. Desde los primeros días de abril 1521, comienza la asolación con incendios y destrucción de los poblados y ciudades que circundaban a Tenochtitlán. Los sobrevivientes del virus de la viruela letal resisten y mueren en defensa de sus soberanías y de la Confederación. Hasta mujeres y niños resisten a los invasores. Hernán Cortés, los milites (caballeros y frailes), perros mata indios, criados, soldados y peones, indios “amigos” (esclavos) cargadores y destructores de edificaciones con fuego y picas, imponen un cerco y bloqueo absoluto sobre Tenochtitlán. El Sacro Imperios Romano Germánico invade y destruye Tenochtitlán y la Confederación Azteca.

[28 de abril de 1521] “Y acabados los bergantines y puestos en esta zanja, a 28 de abril del dicho año hice alarde de toda la gente y hallé ochenta y seis de caballo y ciento y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y setecientos y tantos peones de espada y rodela, y tres gruesos de hierro, y quince tiros pequeños de bronce, y diez quintales de pólvora. Acabado de hacer el dicho alarde, yo encargué y encomendé mucho a todos los españoles que guardasen y cumpliesen las ordenanzas que yo había hecho para las cosas de la guerra, en todo cuanto les fuese posible, y que se alegrasen y se esforzasen mucho, pues que veían que Nuestro Señor no encaminaba para hacer victoria de nuestros enemigos, porque bien sabían que cuando entramos en Tesuico [Texcoco] no habíamos traído más de cuarenta de caballo, y que Dios nos había socorrido mejor que lo habíamos pensado, y habían venido navíos con los caballos y gente y armas que habían visto; y que esto, y principalmente ver que peleábamos en favor y aumento de nuestra fe y por reducir al servicio de vuestra majestad tantas tierras y provincias como se le habían rebelado, les había de poner mucho ánimo y esfuerzo para vencer o morir” (Cortés, 1522: 164).

Desde el 31 de diciembre de 1521, Texcoco es la principal base de operaciones de Cortés. Esta ciudad estaba despoblada, por efectos mortales de la viruela y por la emigración de los sobrevivientes. La misma situación catastrófica se presentaba en Tenochtitlán y en las zonas rurales y urbanas de la Confederación Azteca, como también en otras regiones del Continente e islas. Cortés narra que al ingresar [31 de diciembre de 1522] a Texcoco, los cristianos quedamos espantados al ver poca gente. Sin duda, la guerra biológica con la inducción de la viruela destrozaba la estructura cultural, social, económica, política y psicológica de la Confederación y sus habitantes. A partir de mayo de 1521, el objeto de la guerra era la ciudad de Tenochtitlán. El Requerimiento inquisitorial así lo establece. Los bergantines, las picas de hierro, los perros, los incendios, los ballesteros, escopeteros, los tiros (cañones) gruesos y pequeños, los indios esclavizados, los indios que aceptaron el vasallaje para no morir (ante la viruela y las armas), convergen en Tenochtitlán para destruirla hasta los cimientos. Acciones de lesa humanidad, categoría de crimen de guerra que en el reino de España del siglo XVI no existía.

[Mayo de 1521] “El segundo día de Pascua mandé salir a toda la gente de pie y de caballo a la plaza de esta ciudad de Tesuico, para ordenar y dar  a los capitanes la que habían de llevar para tres guarniciones de gente, que se habían de poner en  tres ciudades que están en torno de Temixtitan. Y de la una guarnición hice capitán a Pedro de Alvarado, y dile treinta de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento cincuenta peones de espada y rodela, y más de veinte y cinco mil hombres de guerra de los Tascaltecal, y estos habían de asentar su real en la ciudad de Tacuba.

De la segunda guarnición hice capitán a Cristóbal de Olid, al cual di treinta y tres de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y setenta peones de espada y rodela, y más de veinte mil hombres de guerra de nuestros amigos, y éstos habían de asentar su real en la ciudad de Cuyoacán.

De la otra tercera guarnición hice capitán a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, y dile veinte y cuatro de caballo, y cuatro escopeteros y trece ballesteros, y ciento y cincuenta peones de espada y rodela; los cincuenta de ellos, mancebos escogidos, que yo traía en mi compañía, y toda la gente de Guajucingo y Chururtecal y Calco [sobrevivientes que aceptaron el Requerimiento], que había más de treinta mil hombres; y estos habían de ir por la ciudad de Iztapalapa a destruirla, y pasar adelante por una calzada de la laguna, con favor y espaldas de los bergantines con que yo había de entrar por la laguna el dicho alguacil mayor asentase su real donde le pareciese que convenía.

Para lo trece bergantines con que yo había de entrar por la laguna dejé trecientos hombres; todos los más, gente de la mar y bien diestra; de manera que en cada bergantín iban veinte y cinco españoles, y cada fusta llevaba su capitán y veedor y seis ballesteros y escopeteros. Dada la orden susodicha, los dos capitanes que habían de estar con la gente en las ciudades de Tacuba y Cuyoacán, después de haber recibido las instrucciones de lo que habían de hacer, se partieron de Tesuico [Texcoco]  a diez días del mes de mayo, y fueron a dormir dos leguas y media de allí, a una población buena que se dice Aculman [despoblada por efectos de la viruela]” (Cortés, 1522: 164 y 165).

[12 de mayo de 1521] “Otro día de mañana los dos capitanes [Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid] acordaron, como yo les había mandado, de ir a quitar el agua dulce que por caños entraba a la ciudad de Temixtitan; y el uno de ellos, con veinte de caballo y ciertos ballesteros y escopeteros, fue al nacimiento de la fuente, que estaba un cuarto de legua de allí, y cortó y quebró los caños, que eran de madera y de cal y canto, […], que fue muy grande ardid” (Cortés, 1522: 166).

Los perros, “mata indios”, y los incendios en la destrucción de Tenochtitlán. “Aunque los enemigos veían que recibían daño, venían los perros tan rabiosos, que de ninguna manera los podíamos detener ni que nos dejasen de seguir. Y todo el día se gastara en esto, sino que ya ellos tenían tomadas mucha azoteas que salen a la calle, y lo de caballo recibían a esta causa mucho peligro. Y así nos fuimos por la calzada adelante a nuestro real [Texcoco], sin peligra ningún español, aunque hubo algunos heridos; y dejamos puesto fuego a las más y mejores casas de aquella calle, porque cuando otra vez entrásemos, desde la azoteas no nos hiciesen daño” (Cortés, 1522: 174).

La guerra de resistencia de los sobrevivientes (por efectos de la viruela letal), de Tenochtitlán, en la que prevalecen jóvenes, mujeres y niños, era sin retorno. Cortés narrativiza su postura moral, como invasor cristiano determinado, pensando en el botín de rescate que no pudieron fugar el 30 de junio de 1520. “Viendo que estos estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse, colegí de ellos dos cosas: la una que habíamos de haber poca o ninguna de la riqueza que no nos habían tomado; y la otra, que daban la ocasión y nos forzaban a que totalmente los destruyamos. Y de esta postrera tenía más sentimiento y me pesaba en el alma, y pensaba qué forma tenía para los atemorizar de manera que vinieran en conocimiento de su yerro y del daño  que podían recibir de nosotros, y no hacía sino quemarles y derrocarles las torres de sus ídolos y casas” (Cortes, 1522: 176).

Cortés buscaba el voluminoso botín de oro, la plata y perlas, producto de secuestro del Tlatoani Moctezuma y del pago del rescate para su puesta en libertad. “Y porque lo sintiesen más, este día hice poner fuego a estas casas grandes de la plaza, donde la otra vez que nos echaron de la ciudad los españoles y yo estamos aposentados [donde quedó el botín del rescate], que eran tan grandes, que un príncipe con más de seiscientas personas de su casa y servicio se podían aposentar en ellas; y otras que estaban junto a ellas, aunque algo menores eran muy frescas y gentiles, y tenía en ellas Mutezuma todos los linajes de aves que en estas partes había; y aunque a mí me pesó mucho de ello, porque a ellos les pesaba mucho más, determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar y también los otros  sus aliados de las ciudades de la laguna, porque éstos ni otros nunca pensaron que nuestra fuerza bastara a les de entrar tanto en la ciudad; y estos les puso harta desmayo” (Cortés, 1522: 176).

En el proceso de destrucción de Tenochtitlán, los representantes del emperador Carlos V, del Sacro Imperio Romano Germánico, son protagonistas: el tesorero (Julián de Alderete), el contador (Alonso de Grado) y el  vendedor de bulas de cruzada (bonos de indulgencia para viajar al paraíso sin pasar por el purgatorio), fraile franciscano Pedro Melgarejo de Urrea. El botín del rescate pagado por la Confederación, desde el 14 de noviembre de 1519 hasta fines de abril de 1520, equivalente a dos millones de pesos oro (92 mil kilos de oro), es el principal objetivo de la destrucción de Tenochtitlán. El botín voluminoso no se pudo fugar el 30 de junio de 1520, en la noche de la expulsión de Tenochtitlán. Los invasores cristianos arriesgan la vida por el oro de la Confederación. Cortés emula al carnicero Tomás de Torquemada, para encontrar el oro.

“Y como yo estaba muy metido en socorrer a los que a los que se ahogaban [en la calzada de agua], no miraba ni me recordaba del daño que podía recibir, y ya me venían a asir [agarrar] ciertos indios de los enemigos, y me llevaran, si no fuera por un capitán [Antonio de Quiñones] de cincuenta hombres que yo traía siempre conmigo, y por un mancebo de su compañía, el cual, después de Dios, me dio la vida; y por dármela como valiente hombre,  perdió allí la suya” (Cortés, 1522: 185).

[Propaganda de guerra] “En este desbarato mataron los contrarios treinta y cinco o cuarenta españoles, y más de mil indios nuestros amigos, e hirieron más de veinte cristianos, y yo salí herido en una pierna; perdióse el tiro pequeño de campo que habíamos llevado, y muchas ballestas y escopetas y armas. Los de la ciudad, luego que hubieron la victoria, por hacer desmaya al alguacil mayor [Gonzalo de Sandoval] y Pedro de Alvarado, todos los españoles vivos y muertos que tomaron los llevaron a Tlatelulco, que es el mercado, y en las torres altas que allí estaban, desnudos los sacrificaron y abrieron por los pechos, y les sacaron los corazones para ofrecer a los ídolos; lo cual los españoles del real de Pedro de Alvarado pudieron ver bien de donde peleaban, y en los cuerpos desnudos y blancos que vieron sacrificar conocieron que eran cristianos; y aunque por ello hubieron gran tristeza y desmayo se retrajeron a su real, […]; el cual aquel día se acabara de ganar si Dios, por nuestros pecados, no permitiera tan grande desmán” (Cortés, 1522: 186 y 187).

En está sazón, ya los que habíamos salido heridos del desbarato estábamos buenos; y a la Villa Rica había aportado un navío de Juan Ponce de León, que habían desbaratado en la tierra o isla Florida, y los de la Villa enviáronme cierta pólvora y ballestas, de que teníamos muy extrema necesidad; y ya gracias a Dios, por aquí a la redonda no teníamos tierra que no fuese en nuestro favor; y yo viendo cómo estos de la ciudad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y determinación de morir que nunca generación tuvo, […]. Y yo, viendo que el negocio pasaba de esta manera, y que había ya más de cuarenta y cinco días [desde el 30 de mayo] que estábamos en el cerco, acordé de tomar un medio para nuestra seguridad y para poder más estrechar a los enemigos, y fue que como fuésemos  ganando por las calles de la ciudad, que fuesen derrocando todas las casas de ellas de un cabo y del otro, por manera, por manera que no fuésemos un paso adelante sin lo dejar todo asolado, y lo que era agua hacerlo tierra firme, aunque hubiese toda la dilación que se pudiese seguir” (Cortés, 1522: 191 y 192).

El oro del botín de rescate (pagado para la libertad de Moctezuma) se buscaba en forma desesperada, en los cimientos y en torres de las pirámides. […] y a la una hora después de mediodía,  tomé el camino para la ciudad con los treinta de caballo y allegados, déjelos metidos en aquellas casas, y yo, me fui y me subí en la torre alta, como solía [buscando oro cuando Moctezuma estaba en situación de rehén]; y estando allí, unos españoles [Cortés] abrieron una sepultura [nicho] y hallaron en ella, en cosas de oro, más de mil y quinientos castellanos”; [más de nueve kilos].

[En la plaza frente a la pirámide mayor: celada a los guerreros de la resistencia] “Y como vimos a los españoles pasar delante de nosotros, y oímos soltar un tiro de escopeta, que teníamos por señal, conocimos que era tiempo de salir; y con el apellido de señor Santiago damos de súbito sobre ellos y vamos por la plaza adelante alanceando y derrocando y atajando muchos, que por nuestros amigos [esclavos indios] que nos seguían eran tomados; de manera que de esta celada se mataron más de quinientos; todos los más principales y esforzados y valientes hombres; y aquella noche tuvieron bien para cenar nuestros amigos [Ficción: propaganda de guerra para descalificar a los esclavos indios], porque todos los que se mataron, tomaron y llevaron hechos piezas para comer. Fue tanto el espanto y admiración que tomaron en verse tan de súbito así desbaratados, que ni hablaron ni gritaron en toda esa tarde ni osaron asomar en calle ni en azotea donde no estuviesen muy a su salvo y seguros”. (Cortés, 1522: 194).

La viruela letal continúa provocando estragos y muerte. Además el bloqueo total a la ciudad de Tenochtitlán produce efectos devastadores. “Como ya conocimos que los indios de la ciudad estaban muy amedrentados, supimos de uno dos de ellos de poca manera, que se noche se habían hurtado de la ciudad y se habían venido a nuestro real, que se morían de hambre, que salían de noche a pescar por entre las casas de la ciudad, y andaban por la parte que de ella les teníamos ganada buscando la leña y hierbas y raíces para comer. Y porque ya teníamos muchas calles de agua cegadas y aderezados muchos malos pasos, acordé entrar al cuarto del alba y hacer todo el daño que pudiéramos. […], estando nosotros en celada, nos hicieron señales que saliésemos y dimos sobre infinita gente; pero como eran de aquellos más miserables y que salían de buscar de comer, los más venían desarmados y eran mujeres y muchachos; e hicimos tanto daño en ellos por todo lo que se podía andar de la ciudad, que presos y muertos pasaron de más de ochocientas personas, y los bergantines tomaron también mucha  gente y canoas que andaban pescando, e hicieron en ellas mucho estrago” (Cortés, 1522: 195).

[24 de julio de 1521] “Otro día de mañana tornamos a entrar en la ciudad, […]. Y aquel día acabamos de ganar toda la calle de Tacuba y de adobar los malos pasos de ella, en tal manera que los del real de pedro de Alvarado se podían comunicar con nosotros por la ciudad, y por la calle principal, que iba al mercado, se ganaron otras dos puentes y se cegó muy bien el agua, y quemamos las casas del señor de la ciudad, que era mancebo de edad de diez y ocho años, que se decía Guatimocín [Guauhtemoc], que era segundo señor después de la muerte de Mutezuma; y estas casas tenían los indios mucha fortaleza, porque muy grandes y cercadas de agua” (Cortés. 1522: 196).

[28 de julio de 1521: Cortés, observa desde la torre de la pirámide mayor] “Y yo miré desde aquella torre lo que teníamos ganado de la ciudad, que sin duda de ocho partes teníamos ganado las siete; y viendo que tanto número de gente de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas y puesta cada una de ellas sobre sí en el agua, y sobre todo la grandísima hambre que entre ellos había, y que por la calles hallábamos roídas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algún día y moverles algún partido por donde no pereciese tanta multitud de gente”; […] (1522: 198).

[Agosto de 1521] La resistencia de Tenochtitlán comenzaba a ceder. La viruela inducida, la guerra sin retorno de los sobrevivientes, el bloqueo y el asedio, la destrucción de la ciudad, el hambre y la mortandad, instituyen una situación catastrófica. Cortés piensa en el oro para él y su majestad. “Y una de las cosas porque los días antes yo rehusaba de no venir con tanta rotura [destrucción] con los de la ciudad, era porque tomándolos  por fuerza habían de echar lo que tuviesen [oro, plata y otras riquezas] en el agua, y ya que no hiciesen, nuestros amigos habrían de robar todo lo que más hallasen; y a esta causa temía que se habría  para vuestra majestad poca parte de la mucha riqueza que en esta ciudad había, y según la que yo antes para vuestra alteza tenía [el quinto del botín del pago del rescate para liberar a Moctezuma: desde noviembre 1529 hasta fines de abril 1520]; y porque ya era tarde, y no podíamos sufrir el mal olor de los muertos que había de muchos días por aquellas calles, que era la cosa del mundo más pestilencial, nos fuimos a nuestros reales” (1522: 203).

[…], mandé que en oyendo soltar una escopeta que entrasen por una poca parte que estaba por ganar [Pedro de Alvarado], y echasen a los enemigos al agua hacia donde los bergantines habían de estar a punto; y avíseles mucho que mirasen por Guatimucín [Cuauhtémoc] y trabajasen de lo tomar a vida, porque el aquel punto cesaría la guerra. […]. Y como en estos conciertos se pasaron más de cinco horas [Cortés esperaba hablar con Cuauhtémoc] y los de la ciudad estaban todos encima de los muertos, y otros en el agua, y otros andaban nadando, y otros ahogándose en aquel lago donde estaban las canoas, que era grande, era tanta la pena que tenían, que no bastaba juicio a pensar cómo lo podían sufrir; y no hacían sino salirse infinito número de hombres y mujeres y niños hacia nosotros” (Cortés, 1522: 203 y 204).

[Crímenes de guerra] “Y también dije a todos los capitanes de nuestros amigos [esclavos] que en ninguna manera consistiesen matar a los que salían; y no se pudo tanto estorbar, como eran tantos, que aquel día nos mataron y sacrificaron más de quince mil ánimas; y en esto todavía los principales y gente de guerra de la ciudad, se estaban arrinconados y en algunas azoteas y casas y en el agua, donde, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa porque no viésemos su perdición y su flaqueza muy a la clara. Viendo que se venía la tarde y que no se querían dar, hice asentar los dos tiros gruesos hacia ellos, para ver si se darían, porque más daño recibieran en dar licencia a nuestros amigos que les entraran que no de los tiros, los cuales hicieron algún daño. Y como tampoco esto aprovechaba mandé soltar la escopeta, y en soltándola, luego fue tomado aquel rincón que tenían y echados al agua lo que en él estaban; otros que quedaban sin pelear se rindieron” (Cortés, 1522: 204).

“Y los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de la flota de canoas, y la gente de guerra que en ella estaban ya no osaban pelear. Y plugo [gracias] a Dios que un capitán de un bergantín, que se dice Garci Holguín, llegó en pos de una canoa en la cual le pareció que iba gente de manera; y como llevaba dos o tres mosqueteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa, hiciéronle señal que estaba allí el señor, que no tirasen, y saltaron de presto, y prendiéronle a él y a aquel Guatimucin [Cuauhtémoc], y a aquel señor de Tacuba y a otros principales que con él estaban; y luego el dicho capitán Garci Holguín me trajo allí a la azotea donde estaba, que era junto al lago, al señor de la ciudad y a los otros principales presos; el cual le hice sentar, no mostrándole rigurosidad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua qué él ya había hecho todo lo que su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir en aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiere; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase”.

“Y yo le animé y le dije que no tuviese temor ninguno; y así preso este señor, luego de ese punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión  martes, día de  San Hipólito, que fueron 13 de agosto de 1521 años”.

“De manera  que desde el día que se puso cerco a la ciudad, que fue a 30 de mayo del dicho año [1521], hasta que se ganó, pasaron setenta y cinco días, en los cuales vuestra majestad verá lo trabajos, peligros y desventuras que estos sus vasallos padecieron, en los cuales mostraron tantos sus personas, que las obras dan buen testimonio de ello”.

“Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco ninguno se pasó que no se tuviese combate con los de la ciudad, poco o mucho. Aquel día de prisión de Guatimucín [Cuasuhtémoc] y toma de la ciudad, después de haber recogido el despojo [el botín voluminoso del pago del rescate para la libertad de Moctezuma] que se pudo haber, nos fuimos al real dando gracias a nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada victoria como no había dado” (Cortés, 1522: 204 y 205).

[El “despojo” del 30 de junio de 1520] El botín del pago del rescate para la libertad del Tlatoani Moctezuma, según datos de la historiografía oscilaba en dos millones de castellanos (abril de 1520), que equivalían a 92 mil kilogramos de oro. En el siglo XVI, cada barra o lingote de oro pesaba dos kilos. Por lo tanto, los 92 mil kilos significaban 46 mil lingotes o barras de oro, que fueron moldeados con tecnología de la Confederación Azteca, en abril de 1520.

En 1559, cuarenta y uno años después del 13 de agosto de  1521, y a trece años después del fallecimiento de Hernán Cortés (1485 – 1547), el fraile dominico Francisco de Aguilar que fue protagonista en la invasión genocida de México, como soldado de confianza de Cortés, antes de su muerte, desde su perspectiva de cristiano confeso, sintetiza con alegría infinita, los efectos de la viruela:

“Juntamente con esto fue nuestro Dios servido, estando los cristianos harto fatigados de la guerra, de enviarles viruelas [a los indios infieles], y entre los indios vino una grande pestilencia como era tanta la gente que dentro estaban, especialmente mujeres, porque ya no tenían que comer. Y nos acontecía a los soldados no poder andar por las calles de los indios heridos que había de pestilencia, hambre y también viruelas, todo lo cual fue causa de que aflojase en la guerra y de que no peleasen tanto” (Aguilar, 1559: 40 y 41).

A MANERA DE CONCLUSIÓN

“Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado”

George Orwell

En agosto del 2006 visité la ciudad de México para quedarme. Fui invitado por la Universidad Intercultural del Estado de México (San Felipe del Progreso), para trabajar como docente e investigador en la licenciatura de Comunicación Intercultural. En setiembre visité el Museo Nacional de Antropología e Historia, para percibir y apreciar las narrativas que se ofrecen para significar las formas simbólicas (Thompson, 2006) que se exponen el pabellón Azteca. Adquirí el libro “Lewis H. Morgan y Adolph F. Bandelier. México Antiguo. Prólogo y edición de Jaime Labastida”. Durante sesenta días leí y releí su contenido, con pasión de investigador kolla y militante activo en las reivindicaciones de los pueblos indios que persistimos en nuestro Continente. Hay que abordar nuestro pasado, profundamente, para controlarlo.

El México Antiguo que fue invadido por los cristianos españoles, bajo el mando del caudillo (capitán y justicia mayor) Hernán Cortés, no era un imperio al estilo del imperio Romano o del Sacro Imperio Romano Germánico. El 8 de noviembre de 1519 (calendario juliano) Cortés y su hueste invasora fue recibido por el Tlatoani Moctezuma, conforme a los protocolos y la ley de la hospitalidad de la Confederación Azteca o Mexica (Morgan, 1876). La Confederación estaba constituida por tres ciudades y sus jurisdicciones territoriales: Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba. Prevalece el estilo de vida comunitario; y cada ciudad estaba representado por un jefe principal y un segundo. La Confederación estaba representado por un Tlatoani y su segundo: en 1519, los representantes eran Moctezuma y Cuitláhuac.

El 14 de noviembre de 1519, Moctezuma y Cuitláhuac fueron secuestrados por Cortés y sus milites, obedeciendo al plan de invasión determinado y avalado por el poder del reino de Castilla y luego del Sacro Imperio Romano Germánico. El móvil del secuestro era, mediante la extorsión y violencia, obtener voluminosos rescate de oro, plata y otros metales y objetos preciosos. Moctezuma y Cuitláhuac, como rehenes, estuvieron herrados o engrillados, y bajo vigilancia permanente, por cincuenta soldados españoles. En abril de 1520, la Confederación cumplió con el pago del rescate. El oro y la plata se fundieron y amoldaron en barras o lingotes, utilizando tecnología de la Confederación. Cumplido el pago del rescate, Cortés y sus milites no proceden a liberar a Moctezuma. Rompen el compromiso con la Confederación porque la invasión y ocupación estaban en plena ejecución.

Fines de abril de 1520, Cortés sale de Tenochtitlán, con oro y plata (parte del botín del rescate),  hacia Cempoala, el motivo: negociar con Pánfilo de Narváez, para comprar la expedición, pertrechos de guerra, esclavos y una muestra de infectados con el virus de la viruela. A mediados de mayo de 1520, el consejo de la Confederación exige la libertad e Moctezuma, quien estaba como rehén, bajo el control de Pedro de Alvarado y ciento cincuenta soldados españoles. Alvarado, reacciona mediante una matanza. La Confederación sitia el aposento de los invasores para expulsarlos. El 24 de junio de 1520, Cortés y su hueste amplificada, con soldados, armas y perros, arriban a Tenochtitlán. La Confederación aplica la ley de la hospitalidad, con abundante comida y atenciones a los invasores, para a partir del 25 de junio, iniciar la  guerra de expulsión de los cristianos. El 30 de junio se producen dos hechos: el magnicidio del Tlatoani Moctezuma y la expulsión de los invasores, que abandonan gran parte del botín del rescate (oro, plata y perlas).

Desde el 25 de junio, el joven Tlatoani Cuitláhuac, encabeza la resistencia y la guerra para la expulsión de los invasores. Desde los primeros días de julio de 1520, la viruela comenzaba a manifestarse en Texcoco y luego en Tenochtiltán, provocando una catástrofe humanitaria que se manifiesta hasta fines de 1521. Cuitláhuac muere afectado por la viruela, entre setiembre a diciembre de 1520; su lugar es ocupado por el Tlatoani Cuauhtémoc, quien es el jefe guerrero que resiste a la invasión y destrucción de Tenochtitlán, desde diciembre de 1520 hasta el 13 de agosto de 1521, en que es hecho prisionero, en un contexto de destrucción y mortandad, provocado por la guerra de resistencia y la viruela inducida por los cristianos.

Con respecto a la viruela como arma de guerra biológica, en octubre del 2012, el médico investigador, Agustín Muñoz Sanz, jefe de la Unidad de Patología Infecciosa,  del Hospital Infanta Cristina de Badajoz, y profesor de Patología Infecciosa de la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura, España,  sostiene que la viruela y el sarampión “fueron perfectos aliados en el éxito de la conquista española de América” (SINC, 2012). En 1524, la viruela ingresa a la región de América del Sur, provocando una catástrofe demográfica. La viruela deja de incubarse en el siglo XX, por efectos de vacunación universal.

En la invasión y destrucción de Tenochtitlán se produjeron crimines de guerra, que desde el siglo XX son tipificadas como acciones de lesa humanidad. México fue invadido en el contexto en que Martín Lutero (1517) se pronunciaba rebeldemente contra la venta de indulgencias “bulas de cruzada” por parte del pontificado de Roma. La autodenominada “verdadera iglesia”, desde Roma desarrolla, a través de la inquisición pontificia y española, cruzadas destructoras contra pueblos y civilizaciones catalogadas como “infieles” o “gentiles”. La miles de iglesias que pululan en el actual México, son consecuencias directas de la invasión y destrucción, realizadas en nombre del Dios del pontificado de Roma, quien supuestamente “creó el cielo y la tierra para sus corderos”.

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Muñoz Sanz, Agustín. (2012). “La viruela y el sarampión fueron perfectos aliados en el éxito de la conquista española”. (24/10/2012). Madrid. SINC, Servicios de información y noticias científicas.

Pastor Llaneza, María Alba. (20209. En torno a la colectivización del relato de la conquista de México. México. Cuicuilco Revista de Ciencias Antropológicas. INAH, Volumen 27, N°7.

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