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Un experimento único de gobierno popular
Marzo de 1871 marcó el comienzo de la breve historia de la Comuna de París. Mientras duró, la Comuna esbozó una nueva forma de gobernar una gran ciudad basada en la democracia y el bien público, no en la especulación privada.
Por Shelton Stromquist
23 de marzo. Jacobin
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La Comuna de París terminó en una violencia masiva, con la matanza de miles de comuneros en las barricadas y el incendio de gran parte de la ciudad. Esta lucha final forjó la Comuna como un acontecimiento icónico en la historia del socialismo y en la memoria colectiva de la lucha popular. Sin embargo, ahora solo se recuerda vagamente que, antes de la desaparición de la Comuna, el pueblo de París se había puesto manos a la obra para reconstruir la autoridad y el gobierno de la ciudad siguiendo unas líneas revolucionarias sin precedentes, basadas en la euforia popular que rodeó la retirada del gobierno central de París el 18 de marzo de 1871.
A pesar de las amenazas casi constantes a la existencia de la Comuna por parte del gobierno rival que ocupaba Versalles, el audaz pueblo llano de París imaginó y empezó a constituir una nueva ciudad y una nueva política a su medida. El tiempo, como quedó demostrado, apremiaba.
Nacimiento de la Comuna
La rendición de Napoleón III ante el ejército prusiano en las afueras de París a principios de septiembre de 1870 había preparado el terreno. El gobierno provisional no tuvo más remedio que movilizar a la población en defensa de París y otras ciudades importantes.
En este espacio político surgió un movimiento popular ampliamente republicano para organizar la resistencia y reclamar el derecho al autogobierno. Esto significó mejorar la Guardia Nacional, organizada en unidades de barrio y —solo mínimamente— bajo un liderazgo central, ya muy desacreditado por la debacle militar de las semanas anteriores.
Cercados por el ejército prusiano, los parisinos soportaron meses de privaciones desigualmente distribuidas por clases. Aislados del apoyo político y militar exterior, invistieron al gobierno local, reforzado por la Guardia Nacional, de mayor autoridad, mediante la «localización de la actividad». Esa estrategia incluía la formación de cooperativas, clubes políticos locales y escuelas públicas secularizadas. Las elecciones municipales de noviembre supusieron un aumento significativo de la influencia de la izquierda, aunque muy lejos de una presencia dominante, salvo por un puñado de distritos.
La llegada de la Comuna se produjo tras una sucesión de acontecimientos que alteraron profundamente los intereses políticos de un París asediado. Primero fue la firma de un armisticio el 28 de enero de 1871 entre el gobierno nacional provisional instalado fuera de la ciudad, en Versalles, y los prusianos. Los términos del armisticio resultaron humillantes e incluían la anexión de Alsacia y Lorena, el pago de una cuantiosa indemnización y una breve marcha simbólica de las tropas prusianas por el corazón de París. Un movimiento recientemente envalentonado y ampliamente republicano, en el que la influencia de la izquierda había crecido de forma espectacular, asumió el papel de defender la «patria» afirmando la autonomía de París.
Los meses de resistencia y hambre sentaron las bases no solo de una resistencia nacional, sino de una guerra civil. Por un lado estaban los comuneros y, por otro, un desacreditado gobierno nacional atrincherado con sus partidarios en Versalles y en las zonas rurales adyacentes a París. El fracaso del gobierno a la hora de recuperar los cañones que estaban bajo el control del Comité Central de la Guardia Nacional parisina cristalizó una política ya de por sí polarizada. El gobierno central echó leña al fuego rescindiendo las moratorias de la Comuna sobre la venta de bienes en las casas de empeño del gobierno y restableciendo el pago de alquileres y otras facturas que se habían acumulado durante el asedio.
El primer orden del día
Durante un período demasiado breve, antes de ser superada por la brutal y finalmente cataclísmica represión a manos de las tropas del gobierno central bajo el mando de Adolphe Thiers, la Comuna de París proporcionó un escenario único para que nuevas formas de gobierno local cristalizaran y desafiaran las tradiciones de la hegemonía burguesa urbana.
Tras la retirada definitiva del gobierno central en marzo, la Comuna emitió una serie de declaraciones que esbozaban en grandes líneas lo que ya se estaba llevando a cabo en mayor o menor medida en las calles y distritos. Lo primero en la orden del día era establecer políticas democráticas viables y procedimientos de gobierno en el espíritu de la visión proudhonista del asociacionismo local, que tenía raíces hondas entre los trabajadores parisinos.
Las elecciones municipales del 26 de marzo dieron lugar a un nuevo consejo de gobierno para la autoproclamada Comuna de París. Al tiempo que atacaba el control burocrático fijando los salarios máximos de los funcionarios y rompiendo las líneas de autoridad del gobierno central, la Comuna también limitaba las reclamaciones de terratenientes y acreedores, afirmaba las «libertades municipales» y circunscribía la autoridad religiosa.
La visión comunal se hizo más evidente con la famosa Declaración del 19 de abril, incluso cuando las perspectivas de una guerra civil total se agravaban. Un mes de contienda política y dos elecciones municipales habían preparado el terreno para una declaración programática de gran alcance. Los antiguos alcaldes y diputados habían mostrado sus colores de clase y se habían retirado en gran medida al abrazo protector del gobierno de Versalles de Adolphe Thiers.
La Declaración del 19 de abril era vaga en algunos puntos clave, y sus aspiraciones se vieron superadas en última instancia por el imperativo de defender militarmente el frágil espacio social y político en el que se definía la Comuna. No obstante, delineaba los contornos de un orden social alternativo. Se trataba de una ciudad dentro de una federación de ciudades de constitución similar.
Una república constituida localmente forjaría una unidad alternativa de los ciudadanos franceses. Mediante el libre ejercicio de las libertades dentro de los municipios autónomos, las ciudades reclamarían el control democrático de sus propios presupuestos y administración. Ampliarían los servicios municipales, crearían todo un nuevo conjunto de instituciones que irían desde las escuelas públicas a los talleres cooperativos y, aunque no atacarían directamente la propiedad, «universalizarían el poder y la propiedad», según dictaran las circunstancias.
Su visión era prescriptiva, abierta y optimista sobre la promesa del autogobierno municipal. Las futuras generaciones de socialistas municipales se inspirarían en esa promesa y en el proyecto de «regeneración social». Y, lo que es más importante, la experiencia de gobernar en aquellos primeros días sugirió con más fuerza que las declaraciones prescriptivas el significado tangible de la república social municipal imaginada.
El legado de Haussmann
Aunque de forma fragmentaria e incompleta, la Comuna dio algunos pasos concretos para implementar esta visión tanto antes como después de la declaración. Algunas iniciativas habían tenido su origen en la resistencia comunal a la autoridad monárquica durante los años inmediatamente anteriores a la Comuna.
La reconstrucción masiva de París a manos del barón Georges-Eugène Haussmann durante las dos décadas anteriores adquirió un estatus legendario, gracias en parte a su propia autopromoción. La construcción de amplios bulevares menos susceptibles a las barricadas y la destrucción de muchos barrios obreros antiguos y céntricos crearon un nuevo paisaje urbano en el que la población de París, en rápida expansión, fluyó con consecuencias impredecibles.
Esa población en expansión incluía un gran número de trabajadores de la construcción y canteros, algunos de los cuales habían formado parte durante mucho tiempo de las migraciones estacionales regulares a París desde otras partes del país, como Creuse. Su lento desplazamiento desde las pensiones centrales y las ferias de contratación de la Place de Grève se acompañó de un asentamiento más permanente en los nuevos barrios obreros de la periferia. Ya fuera por su reputación de conflictividad crónica con las autoridades o por las nuevas solidaridades en sus barrios de adopción, los canteros y otros trabajadores de la construcción estaban sobrerrepresentados entre los comuneros detenidos y deportados tras las últimas batallas callejeras de finales de mayo.
Los estudios sistemáticos de Jacques Rougerie, Manuel Castells y otros confirman que esta «revolución urbana» no fue impulsada por un nuevo proletariado, sino más bien, como la denominó Rougerie, por «una clase obrera intermedia» que incluía a trabajadores de la construcción, artesanos tradicionales y un componente significativo de comerciantes, empleados y profesionales. En palabras de Castells, «eran los habitantes de una gran ciudad en proceso de mutación y los ciudadanos de una República en busca de sus instituciones».
David Harveyha demostrado que la «haussmannización» de París en los años posteriores a 1848 dio lugar a un espacio urbano más claramente organizado en función de las clases que preparó el terreno para la agitación de 1871. Irónicamente, la transformación burguesa de París creó las condiciones que promovieron una nueva y diversa clase obrera urbana impregnada del aroma de un internacionalismo más amplio que potencialmente desafiaba el «dominio superior del espacio» de la burguesía. Y ese desafío, como ha argumentado Roger Gould, surgió precisamente de las solidaridades vecinales de estas nuevas «aldeas urbanas» que englobaban a una nueva clase.
Harvey y otros han enumerado las iniciativas urbanas de los trabajadores en la Comuna que reflejaban sus propias reivindicaciones sobre el control del espacio parisino. La organización de talleres municipales para mujeres; el fomento dado a las cooperativas de productores y consumidores; la suspensión del trabajo nocturno en las panaderías; y la moratoria en el pago de alquileres, el cobro de deudas y la venta de artículos de la casa de empeños municipal de Mont-de-Piété reflejaban las llagas que habían molestado al París obrero durante años. En algunos casos, durante los días inmediatamente posteriores al 18 de marzo, como relató Prosper-Olivier Lissagaray, «antiguos empleados subordinados» asumieron nuevas responsabilidades, como ocurrió por ejemplo en el servicio de correos. Tuvieron que improvisar con recursos limitados frente al sabotaje de los altos funcionarios salientes.
El brutal desenlace de la Comuna ha oscurecido, en algunos aspectos, las reformas sociales y políticas innovadoras y localistas que instituyó brevemente y que transmitió a los reformistas socialdemócratas que, en la década de 1890 y más allá, trataron de elaborar un socialismo municipal despojado de las aspiraciones revolucionarias y los riesgos que se encarnaron de forma demasiado brutal en el aplastamiento de la Comuna.
Interpretación de la Comuna
El recuerdo de la Comuna perduró durante décadas, no solo en las pesadillas de la burguesía y sus aliados reformistas, sino también entre los socialdemócratas que, al igual que sus antepasados comuneros, vieron en la ciudad la oportunidad de abordar los agravios inmediatos a los que seguían enfrentándose los trabajadores y de soñar con un orden social y político alternativo que pudieran constituir en las ciudades.
La paradoja de la brutal derrota en defensa de lo que cada vez más parecía la promesa utópica de la revolución municipal no pasó desapercibida para los comentaristas posteriores. La disputa sobre la memoria y el significado de la Comuna se desarrolló con mayor vigor entre los propios socialistas.
La guerra civil en Francia, de Karl Marx, proporcionó en sus primeras ediciones una historia casi instantánea de los acontecimientos de París a medida que se desarrollaban. Basándose en las escasas fuentes que pudo encontrar —relatos de periódicos, cartas de contrabando e informes ocasionales de primera mano—, Marx elaboró un informe para el Consejo General de la Primera Internacional, presentado a finales de mayo de 1871, pocos días después de la masacre final de comuneros. La agenda de Marx tenía varias capas, y cada una de ellas alimentó posteriormente la memoria y el significado construido de la Comuna.
En primer lugar, trató de afirmar el carácter proletario de la revuelta, aunque posteriormente revisaría esa valoración. En segundo lugar, y quizá lo más importante, defendió la nobleza de la revuelta y el sacrificio de los comuneros, considerándolo un hito en la promulgación del socialismo, aunque sus consecuencias inmediatas fueran claramente más ambiguas. En tercer lugar, subrayó los rasgos desestructuradores y constructores de Estado de la Comuna de un modo que implícitamente desafiaba la celebración por parte de los anarquistas de lo que afirmaban era su carácter destructor del Estado-nación. Posteriormente, menospreciaría la moderación y las medidas de «bienestar» emprendidas por la Comuna en los días y semanas posteriores a su creación inicial.
Otro subtexto en las respuestas de Marx, Engels, Karl Kautsky, Vladimir Lenin y otros marxistas era la continua guerra ideológica con las influencias asociacionistas proudhonistas, que, en su opinión, habían sido demasiado evidentes en la Comuna. Su énfasis en el localismo, la democracia descentralizada y la economía cooperativa productivista fueron vistos como precursores de un orden socialista diferente, que posteriormente seguiría animando los programas de reforma práctica de los socialistas municipales.
Espíritus comunales
Las horribles escenas de la supresión de la Comuna entre el 21 y el 28 de mayo proporcionaron abundante material para elevar esos acontecimientos a la categoría de leyenda. Las estimaciones de los masacrados en batalla o por ejecución oscilaban entre diecisiete mil y cuarenta mil. Casi cincuenta mil fueron arrestados, muchos enviados al exilio en lugares tan lejanos como la colonia francesa de Nueva Caledonia en los Mares del Sur.
Los observadores posteriores continuarían durante la siguiente década y más intentando dar sentido a los conmovedores acontecimientos de París o, en el caso de los comentaristas burgueses anticomunistas, impugnando o borrando su recuerdo. En Francia, la política socialista se convirtió en una enmarañada red en la que la Comuna sirvió de piedra de toque tanto para las facciones «posibilistas» como para las «imposibilistas».
Paul Brousse, que realizó un «aprendizaje político» como anarquista, llegó a creer en la promesa revolucionaria que encerraban las ciudades, a pesar del fracaso de la Comuna de París. Defendió «el socialismo práctico», en el que «se podían lograr medidas socialistas significativas a nivel local antes de la revolución en el centro». La clave era un cambio en el pensamiento táctico, alejándose de la violencia y acercándose a la política. Otros llegaron a conclusiones paralelas, aunque en contextos diferentes. Mary Putnam, una estadounidense que vivía en París mientras se desarrollaban los acontecimientos de mayo de 1871, mantenía estrechos vínculos con una familia simpatizante de la Comuna y creía que los sucesos que presenció significaban una defensa legítima de los «derechos municipales».
La Comuna siguió siendo honrada como un momento de martirio socialista, y los aniversarios y otras ocasiones simbólicas proporcionaron oportunidades para afirmar los sacrificios de los comuneros en nombre del socialismo. La conmemoración internacional de la Comuna y particularmente la fecha del 18 de marzo se convirtió, en palabras de Georges Haupt, en «una idea, una profesión de fe y una confirmación de un futuro histórico, de la inevitable victoria de la revolución proletaria».
Pero incluso cuando la conmemoración de la Comuna se convirtió en un elemento fijo de la retórica y la iconografía socialistas, también se intensificaron los debates sobre su significado. La relevancia de la Comuna para el proyecto de transformación socialista de finales del siglo XIX y principios del XX reflejaba la profunda polarización del propio movimiento. El socialista estadounidense Phillips Russell, de visita en París en mayo de 1914, en lo que resultó ser la víspera de la Gran Guerra, se unió a una procesión de «treinta, quizá cuarenta mil (…) hombres y mujeres trabajadores, y también niños», en conmemoración de la Comuna. La inmensa multitud enmudeció de repente al acercarse a un muro del cementerio de Père Lachaise.
Era el lugar donde, como recordaba Russell, «los trabajadores y trabajadoras que se hicieron cargo de París hace cuarenta y tres años y lo dirigieron pacíficamente y bien» habían sido acribillados por el ejército de Thiers, «sus cuerpos amontonados contra el muro». Profundamente impresionado por la conmemoración, frente a una masiva presencia policial, Russell aprendió «que el espíritu de la Comuna aún vive en los corazones de sus trabajadores».
El artículo anterior es un extracto abreviado del nuevo libro de Shelton Stromquist Claiming the City: A Global History of Workers’ Fight for Municipal Socialism (Verso, 2023).