FRAGMENTACIÓN DE LA EXPERIENCIA
La atrofia de la experiencia es un concepto creado por la escuela de Frankfurt para explicar la pérdida de sentido y profundidad de la vivencia humana en el contexto de la modernidad y la sociedad de la información.
Según sus autores, la experiencia se ha empobrecido y fragmentado debido a la masificación de la cultura, la racionalización de la vida y la saturación de estímulos e informaciones, los cuales no dejan espacio para la reflexión y la crítica.
Un ejemplo práctico sería el empecinamiento de la sociedad argentina en volver a votar personajes que proponen las mismas recetas que llevaron a la Argentina a ser el país más endeudado del mundo (Cristina lo denominó “Argentina cíclica”).
Es como si el tiempo y la memoria, desde 1976 hasta la pandemia, se hubiese diluido o borrado de la misma manera en que psicológicamente se niega un hecho doloroso o traumático a través del mecanismo de defensa del yo.
¿Qué pasó en los últimos cuarenta y pico de años, desde el golpe militar hasta la pandemia?
¿Cómo puede ser que radicales alfonsinistas festejen con alegría el avance triunfal de Juntos por el Cambio cuyo objetivo es terminar con todos los derechos sociales (y humanos) que su líder defendió desde la recuperación de la democracia en 1983?
La experiencia, entendida como el conjunto de vivencias que conforman la identidad y el aprendizaje del sujeto, se ve amenazada por una lógica que privilegia lo efímero, lo superficial y lo espectacular. La información pretende comunicar el puro en sí de lo ocurrido, sin dejar huellas del emisor, sin permitirnos ver los rastros de las manos que moldearon la figura de arcilla.
La estética de Juntos por el Cambio y de Milei se confunde con la apariencia y el contenido con la esencia, generando una falsa conciencia y una alienación de los sujetos.
La crisis de la experiencia tiene consecuencias negativas para repensar una Argentina autónoma, sin ataduras a las recetas neoliberales impuestas por el FMI, porque se devora de a poco la memoria, la creatividad, la autonomía y la resistencia necesaria para la formación de una conciencia crítica y una ciudadanía activa, capaz de cuestionar y transformar la realidad.
Si los radicales lograran salir de ese estado hipnótico al que han sido inducidos utilizando el odio al kirchnerismo cómo artefacto de sometimiento, podrían recordar que a Alfonsín lo bajaron porque fue la última barrera contra el neoliberalismo privatizador (“nuestro límite es Macri”, fueron sus palabras).
REFLOTAR LA EXPERIENCIA PARA NO REPETIR ERRORES
Evidentemente, la atrofia de la experiencia ha produjo un borramiento del período que va desde el 76 hasta la pandemia dado que durante la mitad de ese período se aplicaron políticas que hicieron eje en la reducción del Estado, la preferencia por el mercado, la re primarización del aparato productivo, la apertura irrestricta por la globalización y el interés supremo por lo financiero (22 de esos años).
Del 89 al 2001 se hicieron todas las reformas pro mercado de manera drástica, principalmente en Argentina, Bolivia y Perú, incluso mucho más enérgicas que en Chile (según el BID). Todo terminó en caos.
En este sentido, 11 años fueron dedicados a reparar y reconstruir todo lo que destruían estos dos ensayos, uno prolongado por el descalabro financiero que produjo la triplicación de las tasas de interés a principio de los 80 que dio lugar a la década perdida, y otro después de la convertibilidad. Ambos ensayos concluyen en sendas explosiones de endeudamiento.
Lo mismo ocurre en el tercer ensayo que culmina en el 2019.
Quedan 11 años de 2004 a 2015, donde se intentó algo distinto, con limitaciones en cuanto a definiciones y en cuanto a ambiciones, pero que dio a las clases populares cierta movilidad social ascendente, similar al período pre golpe de estado.
Las críticas podrían hacerse a que la defensa de la industria en ese período fue porque creaba “empleo de calidad”, pero no se le asignó otro rol. Dicho en otras palabras, no se le dio importancia al crecimiento de la productividad, apertura de nuevos horizontes tecnológicos, etc.
UNA EXPERIENCIA HACIA EL FUTURO
Hoy, burlando nuevamente la experiencia de la sociedad, la derecha y los ultraliberales vuelven a proponer en su campaña las mismas recetas caóticas aplicadas a partir de 1976.
A nadie se le ocurriría reeditar a esta altura del partido el desarrollismo fordista, pero ¿qué pasó que el sudeste asiático, que yendo por esa senda es hoy lo que es?
El discurso dominante nos repite hasta el cansancio que Argentina es un país fracasado, inviable y derrotado, borrando de la memoria que el programa desarrollista que tuvo Argentina desde la posguerra hasta el golpe del 76 fue el más virtuoso del siglo (las grandes centrales hidroeléctricas de Comahue, Salto Grande, extensa red pavimentada, un programa nuclear, industria siderúrgica moderna, industria automotriz, el primer boom de la soja gracias al desarrollo tecnológico del INTA, etcétera).
Argentina no es un país pobre, sino de gente empobrecida. Tiene recursos materiales y humanos eficientes. Tiene capacidades y está al tanto de la tecnología tanto en el campo como en la ciencia y técnica.
¿Qué es entonces lo que hace falta?
Lo que hace falta es convicción, y buena parte de la dirigencia argentina carece de dichas convicciones.
La dirigencia a lo sumo ve con preocupación al neoliberalismo en términos de los efectos sociales, de formar redes de contención para los programas de empleo, y ven como natural o genuino hacer programas de ajuste.
Por otro lado ven cómo artificial las políticas industriales, las protecciones aduaneras o el generar el activismo estatal. Aquí está el quid de la cuestión; se necesita crear una dirigencia convencida de que otro camino es posible y que no se puede crear una senda expansiva sin explicitar un proyecto planificado, con intervención del estado.
Esta tarea no se puede dejar librada al mercado.
Sin embargo, en la era pos-pandemia, la experiencia se ha vuelto escasa, banal y traumática.
Ante este panorama, es necesario recuperar el valor de la experiencia como fuente de conocimiento y emancipación. Para ello, se requiere fomentar una educación que promueva el pensamiento crítico, el diálogo y la creatividad; una cultura que rescate la diversidad, la memoria y el arte; y una política que impulse la participación, la solidaridad y la democracia.
Solo así se podrá revertir la atrofia de la experiencia y generar nuevas formas de vivir y convivir en una Argentina cuya historia ha sido reemplazada por la utopía aspiracional.
Alejandro Lamaisón