por Cecilia Vicuña* Texto de la Premio Nacional de las Artes
. La memoria es la vida. Negar la memoria es negar la vida. Las células tienen memoria. El agua tiene memoria. Los genes tienen memoria. Los hongos y las plantas tienen memoria. La semilla y la espora son memoria en acción.
La memoria es acción. La memoria es creadora. Ella crea su continuidad. La palabra ‘continuo’ quiere decir ‘con hebra’, con hilo, tino, tenue tino. Todo es hilo. Perder la memoria es perder el hilo. Imagino que hasta la luz tiene memoria. Así sabe ser luz. En este seminario he escuchado testimonios de personas para quienes la memoria es su guía, el hilo que sostiene y da vida.
La memoria y la vida están entretejidas. En su tejido vibra la belleza y la agonía. Ocultar, atacar la memoria es atacar la vida. Atacar la humanidad del dolor. Mi arte es memoria. La memoria de una percepción. La memoria es la fuerza activa, el motor del ‘men’, la mente. Es lo que nos hace ser, sentir, hacer y actuar.
La memoria es única y colectiva, paradojal y contradictoria. Actúa contradictoriamente. Es dulzor y punzón, gozo y dolor. Es la forma sintiente, consciente e inconsciente, porque sabe lo que siente. Lo desaparecido es la belleza, el don de los que dieron su vida por los demás. Ha desaparecido el por qué, el meollo, el corazón de la historia, el tejido que nos unía, la conciencia de ser uno y todos a la vez.
Con el estallido había renacido el nosotros. Por eso los del otro lado dijeron hay que atacar el nosotros que renace. Dispararle a los ojos, enceguecerlo. Había que atacar la imagen. El imán del gen. Borrar lo que el nosotros veía y usaron una tecnología inventada, según entiendo, en Israel. Fíjense la correspondencia con lo que está pasando ahora en Gaza.
Sin embargo, el antídoto de ese ataque a la mirada, a los ojos, al sentir colectivo, al saberse sentirse, ser nosotros, es el lenguaje de los sabios indígenas de la América viva. Sabios como los guaraníes que dicen: hay que resistir desde la belleza. Ellos dicen que el odio es amor bifurcado. Pensar en el odio es pensar al revés en el amor que congrega. Y les puedo decir que así como yo siento que mi arte es un fibrón, un neurón nervioso y hierón. (“Hierón” dije, qué linda palabra nueva), llega, porque es llorón.
Congrega y conlleva, convoca, con llamas de amor. Lo siento y lo beso como a un recién nacido, lo venero y lo abrigo como esas imágenes a un recién nacido, lo venero y lo abrigo como esas imágenes de la Virgen que adora y venera al Niño, como toda madre que deseó a ese niño y esa niña.
El arte de la memoria es lo que ella, la memoria pide y da en su generar. Al ser ella la memoria, el gen del ser, su motor, es recordar. En aymara recordar es amuthata y perdonen la mala pronunciación. No sé aymara, pero dicen ellos: ”no tener memoria es no tener flor adentro”.
Imaginen la memoria como una planta que necesita florecer. Necesita ser, como dijo alguien más temprano, quizás hoy o ayer. Necesita ser regada, regada con puro amor y saliva de verdad. La saliva que siente su verdad brotando en la boca.
Los yaqui/yoeme de Arizona, perseguidos incluso por el ejército mexicano –por eso llegaron a Arizona–perseguidos los indígenas por nuestros propios pueblos mestizos. Los yaqui/yoeme, dicen: “Las formas colectivas de hacer verdad crean futuros a partir de memoria”. La expresión de la verdad así concebida es futurante es luthuria (en un yoeme mal pronunciado). Y María Sabina, la sabia de los hongos dijo: “la justicia es la curación”.
Acá, entre las palabras que escuché, entretejí y anoté en el cuadernito que llevo en la panza, en la güatita, como se dice en Chile, oí: “Nos mueve la voluntad de la historia”, porque la historia tiene una voluntad y un deseo autónomo. Y esas son mis palabras, porque “historia” en griego significa tejido. El tejido de nuestras conciencias enredadas con la conciencia de la historia.
Otra persona dijo: “Quiero no olvidar porque sienten vergüenza”, y puedo decir que en inglés hay un verbo para el acto que se propone avergonzar, “shaming”: hacer sentir vergüenza.
Eso es exacto lo que pasó con el golpe. Por eso las personas que meditaron la negociación de la negación dijeron que esa negación empezó al día siguiente del golpe, haciéndonos sentir vergüenza. Por eso nunca le contaron a sus hijos, aunque sus abuelos dieron la vida al territorio, porque no tenían vergüenza.
Esa palabra la digo yo. Ya casi no queda bosque nativo. Y ahí está una de las claves del futuro de Chile. Muchas personas ya sintieron la relación entre las plantas, el florecer, el agua y la protección de los verdes, el verde y la relación con la semilla es fundamental en los pueblos indígenas de América. Yo escucho todo el tiempo que los desaparecidos son semillas.
Son semillas. El bosque nativo es nuestra muerte. Es nuestra vida. Es el futuro de la memoria de nuestros desaparecidos. Escuché decir: “Yo no vi dictadura”. Y ese es el máximo negación, el negacionismo mismo desde el miedo, el miedo trabajado día a día por la televisión y los diarios chilenos.
“La memoria salva vidas”, dijo el antídoto, el sabio colombiano que citó Rodrigo. No capté su nombre, dijo: “dar las gracias es la salvaguarda”. ¡Qué palabra más hermosa la palabra ‘gracias’! Yo la he descompuesto o la he generado como semilla, como si fuera una danza. ¿La pueden ver? Como se abre y baila en sus letras porque el “gra” de la palabra gracia (según los diccionarios más antiguos), es un corazón. Es común al corazón y a la grada del ascender.
Gracias, dice “Sí “al ascenso, al ascender a otro estado de consciencia, a la conciencia del “ser con” porque conocer es ser con, vivir con. Gracias amigos y amigas por su coraje y por su temblor. En las culturas antiguas, el temblor que uno siente frente a la verdad es la señal de que es la verdad. Gracias. Yo siento temblor diciéndoselo. Gracias.
Cecilia Vicuña *Premio Nacional de las Artes Palabras pronunciadas en el Seminario Pensar el Negacionismo y los crímenes de odio desde la perspectiva de la memoria y el patrimonio cultural, organizado por el Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, realizado del 13 al 15 de marzo en Cineteca Nacional, que será parte de la publicación contemplada por la Unidad Sitios de Memoria en el segundo semestre 2024.
Cecilia Vicuña es una poeta, artista, activista y cineasta cuyo trabajo aborda preocupaciones apremiantes del mundo moderno, incluida la destrucción ecológica, los derechos humanos y la homogeneización cultural. Nacida y criada en Santiago de Chile, ha estado exiliada desde principios de los años 1970, tras el golpe militar contra el presidente Salvador Allende. En Londres, fue cofundadora de Artists for Democracy en 1974.
Acuñó el término “Arte Precario” a mediados de los años 1960 en Chile, como una nueva categoría independiente y no colonizada para sus obras precarias compuestas de escombros, estructuras que desaparecen en el paisaje, entre las que se incluyen sus quipus (nudo en quechua), concebidos como poemas en el espacio. Vicuña ha reinventado el antiguo sistema quipu precolombino de no escritura con nudos a través de actos rituales que tejen el paisaje urbano, los ríos y océanos, así como las personas, para reconstruir un sentido de unidad y conciencia de interconectividad. Estas obras unen el arte y la poesía como una forma de “escuchar un silencio antiguo que espera ser escuchado”. Su poesía y Palabrarmas surgen de una profunda indagación en las raíces del lenguaje. Sus primeros trabajos como poeta en los años 60 fueron simultáneamente celebrados por revistas de poesía de vanguardia como El Corno Emplumado , Ciudad de México (1961-1968), y censurados y/o suprimidos durante muchas décadas en Chile y América Latina.
Se han organizado exposiciones individuales de la obra de Vicuña en varias instituciones importantes, entre ellas, más recientemente, el Museo de Bellas Artes, Santiago de Chile, Chile (2023); Tate Modern, Londres, Reino Unido (2022); Museo Solomon R. Guggenheim, Nueva York, NY (2022); Museo de Arte Miguel Urrutia (MAMU), Bogotá, Colombia (2022); Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M), Madrid, España (2021); Instituto CCA Wattis de Arte Contemporáneo, San Francisco, CA (2020); y Museo Universitario de Arte Contemporáneo, Ciudad de México, México (2020). Su trabajo ha aparecido en numerosas exposiciones colectivas, incluida la documenta 14, Atenas y Kassel (2017), y la 59.ª Bienal de Venecia (2022), y forma parte de las principales colecciones de museos de todo el mundo.
Autora de más de 30 volúmenes de arte y poesía publicados en Estados Unidos, Europa y América Latina, sus libros más recientes son: PALABRARmas , USACH, Editorial de la Universidad de Santiago (2023); Word Weapons , coeditado por RITE Editions y Wattis Institute, San Francisco (2023); Libro Venado , Direcciones, Buenos Aires (2022); Sudor de Futuro , Altazor, Chile (2021); Cruz del Sur , Lumen Chile (2020), Minga del Cielo Oscuro , CCE, Chile (2020), y New & Selected Poems of Cecilia Vicuña , editado y traducido por Rosa Alcalá, Kelsey Street Press (2018), entre muchos otros.
Cecilia Vicuña resultó ganadora del Premio Nacional de Artes Plásticas 2023, uno de los galardones más prestigiosos que otorga su tierra natal. Previo a este reconocimiento, Vicuña fue elegida miembro honorario extranjero de la Academia de Artes y Letras de Estados Unidos y también recibió el León de Oro a la Trayectoria en 2022 en la 59ª Bienal de Venecia.