Aunque muchos son ancianos y enfermos todavía guardan la esperanza de morir en la tierra que los vió nacer.

En el año 1946 el puente Allemby sobre el río Jordan fue destruido por un atentado de la organización terrorista Palmaj durante “la noche de los puentes” o la operación Markolet con el objetivo de sabotear las vías de comunicación del mandato británico en Palestina. De esta forma las bandas terroristas hebreas pretendían demostrar que estaban preparadas para proclamar la independencia (Haatzmaut) del nuevo estado judío. Algo que se hizo realidad en 1948 cuando las tropas del imperio inglés se retiraron de Palestina dando inicio a la guerra árabe-israelí. Un enfrentamiento que terminó con la completa derrota de la coalición árabe y el desplazamiento de más de 800.000 palestinos en el trágico episodio de la Nakba. En 1949 con la firma del armisticio entre Jordania y el nuevo estado de Israel el reino Hachemita asumió el control de Cisjordania. Una ocupación que se prolongó hasta 1967 cuando en la guerra de los Seis Días o la Naksa los ejércitos árabes fueron derrotados otra vez por los israelíes. De este modo se selló la suerte del pueblo palestino con la total ocupación militar israelí de Cisjordania. (el sionismo la llama “reunificación”) Una ocupación que aparte de sembrar la destrucción y la muerte condenó a millones de sus pobladores a la diáspora o el exilio (repartidos por medio mundo o refugiados en Jordania, el Líbano y en Siria)
El día 11 de mayo de 1949 Israel fue admitido en la ONU como miembro de pleno derecho. Un absurdo fallo que condenó a la ocupación y el genocidio al pueblo palestino.
La Nakba Palestina o “la Catástrofe” -como se le ha denominado- es un episodio inconcluso que se alarga hasta nuestros días. La agresión sionista, lejos de apaciguarse, continúa con mayor empuje ansiosa por devorar hasta el último palmo de terreno.
Aunque Palestina fue amputada y miles de familias condenadas al más espantoso destierro, la resistencia del pueblo jamás se extinguirá. Los supervivientes se mantienen firmes atados a las señas de identidad y en defensa de la memoria de sus ancestros. Pero, sobre todo, decididos a reivindicar el derecho a regresar a sus hogares. En sus corazones palpita el inmenso amor que profensan por su patria mancillada.
Ellos están dispuestos a entregar hasta su propia vida, si es necesario, para reivindicar a los miles de muertos, heridos, presos, desaparecidos o exiliados que siempre estarán presentes en el fondo del alma. Este es el tributo que debe pagar un pueblo mártir invadido por colonos extranjeros que pretenden enterrarlos en el olvido.
Casi 800.000 palestinos, entre musulmanes y cristianos, fueron expulsados a la fuerza de sus hogares, más de 500 ciudades, pueblos y aldeas campesinas arrasadas. Una diabólica afrenta imperdonable. Lo cierto es que los principales causantes de esta tragedia fueron el colonialismo inglés por un lado y la ONU por el otro, ya que el día 29 de noviembre de 1947 aprobó la resolución 181 mediante la cual establecía el plan de partición de Palestina.
Según sostenían sus mentores era la única posibilidad de conciliar a árabes e israelíes. Pero a la larga favorecieron los intereses sionistas que los dotó de aval jurídico y legitimidad para consumar sus planes expansionistas. El mandato inglés sobre Palestina no asumió sus responsabilidades y cobardemente las tropas británicas se retiraron en el momento en que se iniciaron las hostilidades.
El 14 de mayo de 1948 David Ben Gurión proclamó la independencia del estado de Israel que de inmediato recibió el apoyo incondicional de los países occidentales (EE.UU a la cabeza) y el bloque del Este (liderado por la Unión Soviética). Ante tan vil ultraje Azzam Pachá, presidente de la Liga Árabe, sentenció: « Será una guerra de exterminio comparable a la de las cruzadas o la invasión de los mongoles » En Egipto los Hermanos Musulmanes emiten una fatua llamando a la Guerra Santa « A esas ratas las echaremos al mar » advirtieron. Los ejércitos de Siria, Transjordania, Egipto, e Irak, junto a voluntarios libios, saudíes y yemeníes iniciaron la intervención armada.
Entre tanto los palestinos habían creado la guerrilla de resistencia Futuwa y Najjada que estaban malamente equipadas pues sus arsenales fueron requisados por los ingleses tras el estallido de la gran revuelta Árabe (una protesta contra la inmigración judía a finales de los años treintas).
El Ejército Árabe de Liberación desde el principio de la contienda sufrió serios reveses por falta de material bélico adecuado y la escasa coordinación de sus fuerzas. Del otro lado los judíos contaban con 50.000 combatientes repartidos entre la milicia paramilitar llamada Haganah, las brigadas móviles Hish, las unidades de élite Palmaj, y grupos terroristas como el Irgún, Stern o Lehi. La mayoría entrenados por veteranos de guerra británicos que sirvieron en el ejército de su majestad durante la Segunda Guerra Mundial. También por intermedio del Hogar Judío y las donaciones de prestigiosas personalidades habían adquirido modernas unidades de tanques, aviones y artillería pesada a Checoslovaquia y en el mercado negro.
Siguiendo un plan preestablecido cuya finalidad era darle cohesión al nuevo estado, los judíos capturaron las fuentes de agua en Galilea y el valle del Jordán, la fértil franja costera del Mediterráneo y establecieron una cabeza de puente en el mar Rojo al apoderarse de Umm Rashrash donde más adelante fundarían el puerto de Elat. Entre 1948 y 1949 fueron cayendo infinidad de ciudades, pueblos y aldeas entre las que cabe que destacar: Beersheba, Askalon, Jaffa, Haifa, Akka, Nazareth, Tiberíades, Afula, la parte occidental de Jerusalem, Deir Yassin, Lifta, Loddy, Ramlah, Salama, etc, etc…
Tan sólo las fuerzas de la coalición árabe pudieron resistir en Cisjordania y en Jerusalem oriental gracias al empuje de la Legión Árabe comandada por el general inglés Glubb Pasha al servicio del rey Abdala I de Jordania. La catástrofe no pudo ser peor pues Palestina perdió el 25% de su territorio y más de la mitad de sus pobladores tuvieron que partir al exilio. Ya lo había insinuado David Ben Gurión en una entrevista: “El estado judío no dependerá del plan de partición de las Naciones Unidas, sino de nuestra fuerza militar”.
El mejor ejemplo de su criminal proceder fue cuando las excavadoras cumplieron a la perfección la tarea de borrar la historia y demoler la vida. Del 28 al 30 de abril de 1948, en el desarrollo de la operación Hametz, las tropas de la Haganah sionista a punta de bala y de bombazos tomaron el pueblo de Salama provocando el éxodo de sus 2.000 habitantes. Hoy Kfar Shalem (que es el nombre con el que los hebreos rebautizaron a Salama) es un barrio de la periferia de Tel Aviv en el que se construyeron bloques de pisos para alojar a los inmigrantes judíos procedentes de Siria, Turquía, Yemen, Túnez, Rumania, Etiopía, Moldavia, Marruecos o Bielorusia.
La municipalidad de Tel Aviv ha proyectado un plan de rehabilitación con el fin de trasformar la zona del puerto y sus hermosas callejuelas en un destino turístico de primer orden. Algo que seguramente se copió Donald Trump para su “Riviera de Gaza” Ya se han abierto infinidad de restaurantes, boutiques, centros comerciales y discotecas. – y saber que muchos de sus auténticos habitantes ahora mismo se pudren de asco hacinados en algún campo de refugiados en el Líbano, Jordania o en Gaza -la primera fase ya se cumplió pues, sobre las ruinas de la medina, han construido un parque recreacional desde el que se divisa un espectacular panorama del mar Mediterráneo y la ciudad de Tel Aviv. El resto de Jaffa se ha reservado a las urbanizaciones de lujo para clientes de alto standing.
Cuando en el año 1949 finalizó la guerra con la derrota de los ejércitos árabes éstos se vieron obligados a firmar el humillante Armisticio de Rodas con el estado de Israel. Primero lo hizo Egipto; luego el Líbano; después Jordania y por último Siria. Aquellos arrogantes ejércitos que prometieron, en el nombre de Allah, expulsar a los judíos de la tierra santa se rendían incondicionalmente ante sus más acérrimos enemigos. Y encima traicionaron a sus hermanos palestinos abandonádolos a su suerte.
Israel aumento su territorio en 5.728 kms, es decir, un 23% más de lo estipulado en la resolución de la ONU. La primera medida tomada por el naciente estado sionista fue abrir las puertas y darle la bienvenida a 600.000 emigrantes provenientes de Europa, América Latina, Asia y África. Una medida imprescindible para contrarrestar la presión demográfica de los árabes que representaba el 67% de la población (1.300.000 habitantes) Para conseguir tan rutilante victoria los supervivientes del holocausto contaron con el beneplácito de las potencias hegemónicas (EE.UU y la Unión Soviética).
Mientras tanto miles de refugiados palestinos iniciaron su particular viacrucis mendigando a la UNRWA, un organismo humanitario dependiente de la ONU, una limosna para aliviar sus cuitas. Lo paradójico del caso es que las Naciones Unidas, los directos causantes de la guerra, ha destinado millones de dólares a la causa Palestina obsesionados por lavar sus conciencias. Desde entonces los burócratas y funcionarios se dedican a tiempo completo a administrar la tragedia de los millones de refugiados repartidos por Jordania, Siria, Líbano, Cisjordania y Egipto.
Algo que se ha venido agravando tras la nuevas debacles sufridas en las guerras de 1956, 1967 y 1973. Un acuerdo de paz justo y duradero entre árabes e israelíes por ahora parece una utopía. Los sentimientos de odio y venganza se imponen sobre los de reconciliación y entendimiento. Y menos ahora cuando Israel ha materializado el más espantoso genocidio del siglo XXI con su operación “Espadas de Hierro”
Carlos de Urabá 2025