FMI: ENDEUDAR PARA DOMINAR

La idea de crear el Fondo Monetario Internacional («FMI») surgió en julio de 1944 en una conferencia de las Naciones Unidas celebrada en Bretton Woods, cuando los representantes de 45 países decidieron establecer un marco de cooperación económica destinado a evitar que se repitan los círculos viciosos de devaluaciones competitivas que contribuyeron a provocar la Gran Depresión de los años treinta.
A PARTIR DE 1956 SE INAUGURA UNA NUEVA ETAPA DE DEPENDENCIA ECONÓMICA QUE PERDURARÁ HASTA NUESTROS DÍAS. ARAMBURU INICIÓ EL PROCESO POR MEDIO SIGLO Y MACRI LO CONCLUYÓ POR CIEN AÑOS.

EL ORÍGEN DEL FMI

La idea de crear el Fondo Monetario Internacional («FMI»)  surgió en julio de 1944 en una conferencia de las Naciones Unidas celebrada en Bretton Woods, cuando los representantes de 45 países decidieron establecer un marco de cooperación económica destinado a evitar que se repitan los círculos viciosos de devaluaciones competitivas que contribuyeron a provocar la Gran Depresión de los años treinta.

En sus orígenes, el principal propósito del FMI era asegurar la estabilidad del sistema monetario internacional, es decir, el sistema de pagos internacionales y tipos de cambio que permitiera a los países (y a sus ciudadanos) efectuar transacciones entre sí. Este organismo tenía como objetivo fomentar el crecimiento económico sostenible, mejorar los niveles de vida y reducir la pobreza. Esto en teoría.

En la práctica, la historia es diferente y los argentinos somos testigos y víctimas de esta farsa internacional.

Según algunos historiadores revisionistas, la explosión productiva generada por el gobierno peronista a partir de 1947, la cual transformó una economía primaria agroexportadora en productora de bienes industrializados, era una mala influencia para los demás países de América Latina pues indicaba que la emancipación económica era posible.

Cuenta cierta leyenda urbana que, cuando los servicios de inteligencia le informaron a Churchill, luego de salir triunfante de la segunda guerra mundial que Perón planeaba llegar a la presidencia de Argentina, este declaró lo siguiente:

“No dejen que la Argentina se convierta en potencia. Arrastrará tras ella a toda América Latina (…) la estrategia es debilitar y corromper por dentro a la Argentina, destruir sus industrias (…)  imponer dirigentes políticos que respondan a nuestro Imperio. Esto se logrará (…) gracias a una democracia controlable, donde sus representantes levantaran sus manos en masa en servil sumisión. Hay que humillar a la Argentina”.

EEUU veía con estupor cómo en pocos años un país sudamericano, gracias a un líder nacionalista elegido por el pueblo, comenzaba de la noche a la mañana a fabricar astilleros, aviones y trenes, a desarrollar la industria metalúrgica, siderúrgica y automotriz, a nacionalizar todas las empresas de energía y telecomunicaciones, a tener explotación propia de todas las vías de comunicación: aérea, terrestre, fluvial y marítima y una salud pública y educación al nivel de las principales potencias mundiales.

Existían dos alternativas para frenar esa locomotora de desarrollo llamada peronismo: la violencia bruta a través de un golpe militar o hacer entrar a la Argentina al F.M.I. para terminar con su independencia económica.

Para desgracia del pueblo, se utilizaron ambas alternativas, tan letales e inhumanas que su onda expansiva aún persiste en la memoria de muchos argentinos que se resisten al “olvido planificado” de los manipuladores de la historia.

En 1955 la revolución libertadora bombardea a la población civil dejando centenares de muertos y en 1956, Argentina, por iniciativa del presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, ingresa al Fondo Monetario Internacional, contrayendo así su primer préstamo con dicho organismo internacional.

INGRESO AL FMI Y SUS CONSECUENCIAS 

En años anteriores, el ex presidente Juan Domingo Perón se había negado terminantemente a ingresar al FMI, asegurando que dicha institución era un instrumento de sometimiento de los países centrales para imponer políticas a los países periféricos. Diez años después de la decisión de Aramburu, Perón reafirmó su postura desde el exilio en los siguientes términos: “Advertí que en él –el FMI- participarían la mayoría de los países occidentales, comprometidos mediante una larga contribución al Fondo, desde donde se manejarían todas sus monedas, se fijaría no sólo la política monetaria, sino también los factores que directa o indirectamente estuvieran ligados a la economía de los asociados (…) He aquí alguna de las razones, aparte de muchas otras, por las cuales el gobierno justicialista de la República Argentina no se adhirió al Fondo Monetario Internacional. Para nosotros, el valor de nuestra moneda lo fijábamos en el país, como también, nosotros establecíamos los cambios de acuerdo con nuestras necesidades y conveniencias (…) Ha pasado el tiempo, y en casi todos los países adheridos al famoso Fondo Monetario Internacional se sufren las consecuencias y se comienzan a escuchar las lamentaciones. Este fondo, creado según decían para estabilizar y consolidar las monedas del “mundo libre”, no ha hecho sino envilecerlas en la mayor medida.”

La política económica aplicada desde 1955, bajo la supervisión de este nuevo organismo de crédito, desmanteló arteramente todo el desarrollo industrial generado por Perón e inmediatamente se intentó reprimarizar la economía. Los protagonistas de la autodenominada “Revolución Libertadora” encararon la desnacionalización de los depósitos bancarios, la eliminación del control estatal sobre el comercio exterior, la terminación de los tipos de cambio selectivos y la derogación de la Constitución Nacional sancionada en 1949, entre otras cuestiones.

Dado que las medidas político-económicas implementadas eran perjudiciales para las grandes mayorías, la cúpula militar decidió acompañar la reconversión económica con la inhabilitación del Partido Justicialista, la prohibición de toda propaganda, la clausura de periódicos y la intervención de sindicatos.

En este proceso, quedó inaugurada la parte más vergonzante de nuestra historia, plagada de encarcelamientos, torturas y fusilamientos.

Al concluir el gobierno de Aramburu, la deuda externa alcanzo los 1.051 millones de dólares. Ese fue el saldo correspondiente al comienzo de la sumisión de nuestra política económica a los dictados del FMI.

A partir de abril de 1956, se inauguró una etapa nueva en Argentina, la cual evidenció, en años venideros, que una política económica al servicio de sectores privilegiados, acordada con organismos internacionales, se correlaciona indefectiblemente con mayor endeudamiento externo.

LA NUEVA ERA DEL FMI

Hoy, el FMI se ha transformado en el arma que utiliza el libre mercado para imponer a los países en vías de desarrollo y algunos pequeños países europeos sus programas económicos que consisten en la reducción del déficit y del gasto público y consecuentemente de servicios y prestaciones sociales. Esto ha provocado un aumento de la brecha entre ricos y pobres en todo el mundo y un empeoramiento de los servicios públicos, tales como los de infraestructura sanitaria.

El FMI contribuye a la desigualdad social, a la regresión en la distribución del ingreso y a la destrucción de las políticas sociales. Algunas de las críticas más conocidas en el mundo académico han partido del economista socialdemócrata Joseph Stiglitz, jefe del Banco Mundial de 1997 a 2000 y Premio Nobel de Economía 2001, quien dijo “Cuando una nación está en crisis, el FMI toma ventaja y le exprime hasta la última gota de sangre. Prenden fuego, hasta que finalmente la caldera explota. Han condenado pueblos a la muerte. No les preocupa si la gente vive o muere. Las políticas socavan la democracia (…) es un poco como la Edad Media o las Guerras del Opio (…) Este Fondo, que en 1944 se creó para auxiliar a sus 39 países miembros, a través de los años se ha transformado en una herramienta de disciplinamiento para los países que piden su ayuda”.

Argentina es el único país de la región que en algún momento de la historia, por sus condiciones geopolíticas, podría haber tenido un desarrollo competitivo con EE.UU, por lo que era necesario sacrificarlo cuanto antes para aleccionar a quienes quisieran imitarlo en la pelea sobre el desarrollo y la relación de poder entre los países.

Esta disputa darwiniana continúa vigente, ya que el desarrollo de unas pocas naciones privilegiadas se puede sustentar gracias a que se somete al subdesarrollo a la mayoría de los países del mundo.

Esta revalorización de la ley del más fuerte se perfecciona cada vez que las elites locales actúan contra los intereses del pueblo y reeditan las políticas de saqueo, como ocurre cíclicamente en Argentina.

En el último préstamo otorgado a nuestro país, se sobrepasaron todos los límites de la legalidad y de los reglamentos internacionales, cuestionando la legitimidad del propio FMI. Por ese motivo, la oposición argentina apoya ampliamente el acuerdo firmado con el FMI, porqué esta medida les permite seguir siendo impunes ante una deuda criminal, un empréstito contraído exclusivamente para fines electorales y no para ayuda del país en crisis.

Cualquier acuerdo con el FMI, por su naturaleza, más temprano que tarde propiciará reformas en el sistema de seguridad social (pensiones y jubilaciones), reducción de salarios, límites a la expansión y gratuidad de la enseñanza universitaria, desregulaciones con impacto en la reindustrialización y calidad del empleo e intentará privatizar las pocas empresas que quedan del Estado.

UN FMI QUE DA IMPUNIDAD

Como para el FMI el cobro de la deuda es secundario, ya que su objetivo primordial es direccionar las políticas económicas de los países deudores, lo que no ocurra en este gobierno podrá ser en el que viene y en eso ya está trabajando un arco importante de la oposición en vistas al 2023.

Macri y sus amigos se enriquecieron de manera ilícita a través de una deuda que jamás se vio reflejada en hospitales, escuelas, producción de empleos, vivienda o mejoras en la calidad de vida para los más vulnerables.

Por el contrario, el pasado gobierno neoliberal endeudó al país por 100 años y contrajo no sólo la mayor deuda de la historia, sino que las divisas obtenidas fueron fugadas a paraísos fiscales, constituyéndose este hecho como el mayor fraude conocido a nivel político, económico y social del planeta sin que hasta el día de hoy sean juzgados los autores de dicha estafa.

“Todo esto en un país en el que si alguien roba un alimento para que puedan comer sus hijos, puede ir preso por varios años y ser baleado en el hurto. Sin embargo, si roba y fuga lo robado a paraísos fiscales, por una millonaria suma de 45 mil millones de pesos, no sólo es impune, sino que también puede volver a ser candidato a la Presidencia de la Nación”.

Alejandro Lamaisón

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