Terratenientes

El muchacho de los software se nos ha hecho terrateniente. Bill Gates, varias veces el hombre más rico del mundo y en la lista de los cinco más ricos, ha sido declarado el mayor dueño de tierra de Estados Unidos.

Por Ernesto Estévez Rams | internet@granma.cu

A través de empresas subsidiarias o como inversión directa, Bill Gates, el nerd de las computadoras, es dueño de poco más de mil kilómetros cuadrados de tierra, la mayoría cultivables. En una entrevista reciente, el magnate aclaró que su compra de tierras no tiene nada que ver con el cambio climático, es negocio puro y duro.

Para que se tenga una idea, las tierras en poder de Gates son aproximadamente una vez y media el tamaño de la provincia de La Habana. Las tierras del millonario se hallan en 19 estados y son de las mayores productoras de papa para suministrar a la cadena McDonald’s.

Pero el tema no es Bill Gates; de acuerdo con el sitio Inequality, en EE. UU. un grupo de personas que cabe en un van pequeño son dueños de 36 500 kilómetros cuadrados de tierra, casi la suma de Camagüey, Matanzas y Holguín.

Ted Turner, fundador de CNN, es el tercer mayor terrateniente, y su propiedad incluye el mayor rebaño de bisontes del mundo. John Malone, el jefe ejecutivo de Liberty Media, y Stewart y Lynda Resnick, dueños de Wonderful Company, están también entre los mayores terratenientes.

De acuerdo con un estudio “se estima que hay 608 millones de granjas alrededor del mundo. Cerca del 90 % son granjas familiares (…), de ellas, cerca del 84 % son menores de dos hectáreas. (…). El 1 % de los mayores propietarios de granjas en el mundo opera con más del 70 % de las tierras cultivadas en el mundo; estas granjas forman el núcleo de la producción que suministra a los sistemas corporativos de alimentos”.

En los últimos 30 años, en EE. UU., el número de propietarios de granjas ha decrecido en más de un millón. Mientras la concentración de tierra en pocos dueños solo ha aumentado. El 7 % de las granjas en ese país es responsable del 80 % del valor de la producción, mientras el 60 % de las granjas produce solo el 6,6 % del valor total. Para ese 60 %, su economía se califica en economía de subsistencia, bajo peligro permanente de insolvencia y amenazado de tener que vender sus tierras a las grandes propiedades terratenientes.

La población negra, que representa el 13 % de la población de EE. UU., solo es dueña de menos del 1 % de la tierra cultivable. En un documental de 2007, Banished, se documenta cómo la pérdida de propiedad de la tierra por parte de los negros, a lo largo del siglo XX, fue resultado de la violencia sistémica contra ese segmento de la población. Forzados a vender, perseguidos fuera de sus tierras, los negros en EE. UU pasaron de tener entre 16 y 19 millones de acres en 1910, a solo 1,5 millones de acres para 1997.

En la Unión Europea no es mejor el panorama, el 3 % de las granjas es dueño de más de la mitad de la tierra cultivada. En Latinoamérica, la región de mayor desigualdad del mundo, el 1 % de los propietarios de tierra es dueño de más extensiones de tierra que el restante 99 %. En Colombia, el 0,4 % de las granjas ocupa el 67,6 % de la tierra productiva. Otras regiones muestran inequidades similares; en Sudáfrica el 0,28 % de las granjas es responsable del 80 % del ingreso por producción agrícola en el país.

El 50 % de la población rural más pobre en el mundo es dueña solo del 3% de las tierras de cultivo. Se estima que unas 2,5 mil millones de personas involucradas en la producción agropecuaria están amenazadas en su economía de subsistencia por la concentración de la propiedad de la tierra. Para una buena parte del planeta, el mito de la producción de alimentos basada en la pequeña propiedad campesina es eso, un mito.

Ward Anseeuw, especialista de la Coalición Internacional de la Tierra –los responsables del estudio de donde salen las cifras expuestas–, explica que “la concentración de la propiedad y control de la tierra resulta en mayor presión hacia los monocultivos y la explotación intensiva”.

EXPLOTACIÓN EN MODO FANJUL

Cuando Clinton le dijo a Mónica Lewinsky que la relación que llevaban debía finalizar, la conversación de ruptura fue interrumpida por una llamada telefónica de un tal Fanuli al Presidente. Así lo cuenta la becaria, centro del escándalo sexual más sonado de aquella etapa. El tal Fanuli no era otro que Alfonso Fanjul, de la familia llamada “Reyes del Azúcar”, cubanos terratenientes en la Cuba antes de 1959 y terratenientes hoy en EE. UU.

Alfonso, Alfy para sus allegados, tiene “simpatías demócratas”, su hermano José, Pepe, cubre la base de los republicanos y cultiva su relación con Marcos Rubio, el senador hijo de cubanos y defensor a ultranza del bloqueo y la Ley Helms-Burton.

Sobre los Fanjul, un político demócrata confesaba al periódico El País: “El poder que tienen en ambos partidos es inmenso. Han hecho donaciones millonarias, por lo que nunca se ven afectados por los cambios de Gobierno”.

Dueños de unos 728 kilómetros cuadrados de tierra, prácticamente la extensión de la provincia de La Habana, en la Florida su compañía azucarera produce el 40 % del azúcar de ese estado. Con sus diez centrales azucareros en EE. UU., son considerados los mayores refinadores de azúcar del mundo.

A sus propiedades en EE. UU. hay que sumarles las que tienen en República Dominicana, donde son los principales exportadores de azúcar del país. En sus campos de la Florida, “la caña es procesada por trabajadores inmigrantes, porque el trabajo es tan brutal y peligroso que ningún norteamericano está dispuesto a trabajarla. Hora tras hora los hombres cortan la caña con machetes y las apilan en el campo. (…) A los trabajadores solo se les permite un descanso de 15 minutos a la hora de almuerzo, que deben realizar de pie en el campo”.

La compañía Florida Crystal fue demandada por un colectivo de cañeros jamaiquinos por las condiciones de trabajo y la mala paga. En 1992, un juez decidió que los demandantes debían recibir una indemnización de 52 millones de dólares; pero poco después, la sentencia fue revertida por un juez en la apelación. Como resultado de las demandas acumuladas, las compañías de los Fanjul decidieron, finalmente, mecanizar el corte de caña; Alfonso Fanjul había sido renuente a tal paso, argumentando que, por siglos, la azúcar había sido cortada a mano. Tenía razón, por siglos fue cortada a mano… por esclavos negros.

La tradición familiar de explotar a sus trabajadores poco ha cambiado; de acuerdo con el testimonio gráfico de la época, en la Cuba prerrevolucionaria, mientras los jóvenes Alfy y Pepe Fanjul gozaban de piscinas, en sus propiedades veraniegas de Varadero, hacían fiestas a los duques de Windsor y viajaban en aviones privados con estrellas de cine como Errol Flynn, 50 000 cortadores de caña cubanos trabajaban jornadas de esclavos en los campos de caña por seis meses, con salarios bajísimos y malas condiciones de vida. La otra mitad del año, el tiempo muerto, lo pasaban endeudándose con los propios dueños del azúcar.

En el contrato que los Fanjul les daban a los trabajadores jamaiquinos, que importaban para sus terrenos en la Florida, se les describía que de ellos se esperaba que cortaran ocho toneladas de caña al día; el promedio, por ejemplo, en la República Dominicana, es de dos o tres toneladas por día. El salario mínimo por tonelada es de 5,30 dólares; se estima que los Fanjul pagaban menos de 3,70 dólares.

Marie Brenner, un articulista de Vanity Fair que escribió un largo artículo sobre la familia en 2011, entrevistó a Michael Cameron, un cortador de caña que trabajaba en los campos de azúcar de los Fanjul: “He visto a jóvenes que nunca han cortado caña… veo a jóvenes llorando con las manos llenas de sangre saliendo de los campos de caña, llorando porque no tienen nada en sus pagarés… He visto a hombres lesionados, heridos con la espalda destrozada. Los he visto enviados a sus casas sin nada…”.

Según la articulista, “la esencia de la vida en el exilio de los hermanos Fanjul es su determinación inamovible de recuperar lo que perdieron en Cuba”.

De acuerdo con los nuevos defensores de la conciliación nacional, debemos olvidarnos de las ideologías, de las sociedades divididas en clases.

En el cuento de hadas que nos venden, todos somos hermanos, y quizá, una vez que estemos sentados en la gran mesa de la armonía nacional, conversar con los nostálgicos burgueses y sus herederos sobre cómo les vamos a devolver sus propiedades, y negociar con ellos las condiciones en que emplearán a sus “hermanos cubanos”.

Quién sabe, quizá tengamos más suerte que los inmigrantes jamaiquinos que trabajan para ellos en la Florida y viviremos todos felices; como vivían nuestros cortadores de caña antes que Fidel entrara un 8 de enero a La Habana, trayendo una Revolución triunfante.


Fuente: https://www.granma.cu/pensar-en-qr/2022-02-08/terratenientes-08-02-2022-20-02-58

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