La industria farmacéutica: un monstruo financiero

La medicina es la industria más rentable para el capital

mpr21.info/

13 Julio 2023

Las empresas farmacéuticas no tienen nada que ver con lo que eran hace veinte años. Cada vez más grandes y cada vez más financiarizados, se han convertido en máquinas de desviar miles de millones de dólares para redistribuirlos entre los accionistas, en particular entre los fondos buitre de Wall Street.

En menos de medio siglo la industria farmacéutica ha cambiado profundamente. Los fabricantes de medicamentos se encuentran ahora entre las multinacionales más grandes del mundo, junto con las empresas petroleras y automotrices. También son las más lucrativos para las bolsas de valores.

Los medicamentos se ponen en el mercado a precios cada vez más caros. En 2015 Sovaldi, un tratamiento contra la hepatitis C del laboratorio Gilead, se vendió por 41.000 dólares por tres meses de tratamiento. Es el primer fármaco reservado por la burocracia sanitaria solo a una parte de los pacientes potenciales por su precio. Ahora los precios de ciertos medicamentos presentados como innovadores alcanzan el medio millón de dólares. Al mismo tiempo, los recortes de plantilla se suceden. Desde 2009 Sanofi ha tenido cuatro.

Es difícil seguir la evolución de las grandes empresas industriales a largo plazo. Alineadas con el ritmo de los mercados financieros, las multinacionales solo miran hacia atrás uno o dos años. Las sucesiones de fusiones, reventas de filiales o cambios de nombre hacen que las huellas se borren rápidamente cuando se pretende retroceder más en el tiempo. Los propios capitostes borran la memoria de empresas destinadas a reestructurarse permanentemente para cumplir con las reglas de la competitividad.

Muchos beneficios, pocos impuestos

Entre 1999 y 2017 la facturación de las once mayores empresas farmacéuticas (Sanofi, Novartis, AstraZeneca, GlaxoSmithKline, Merck, Eli Lilly, Roche, Abbott, Pfizer, Bristol Myers Squibb y Johnson & Johnson) se duplicó, alcanzando una suma récord de 395.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, el valor de sus activos se multiplicó por 3,3 hasta alcanzar los 873.000 millones de dólares. Sin embargo, el récord lo alcanzaron en 2016: 988.000 millones. Los dividendos y las recompras de acciones, la parte de los beneficios que se devuelven directamente a los accionistas, se multiplicaron por 3,6 hasta los 71.500 millones de dólares en 2017, mientras que los beneficios netos aumentaron un 44 por cien durante el mismo período.

Desde 1990 la facturación acumulada de las farmcéuticas se ha multiplicado por más de seis, sus beneficios por cinco, sus dividendos por más de doce. Para los siete laboratorios que se pueden rastrear desde 1990, los aumentos son aún más espectaculares. Su volumen de negocios acumulado se ha multiplicado por más de seis, sus beneficios por cinco, sus activos por más de doce, así como sus dividendos y recompras de acciones.

Entre 1999 y 2017 las 11 grandes empresas farmacéuticas obtuvieron más de un billón de dólares de beneficios, de los cuales distribuyeron directamente 925.000 millones a sus accionistas en dividendos y recompra de acciones. Detrás de esta cifra principal hay un crecimiento de los dividendos a lo largo de los años. En 1999 los 11 laboratorios redistribuyeron el 57,4 por cien de sus beneficios entre los accionistas. En 2017 la tasa de redistribución fue del 142 por cien. Un récord histórico.

En cambio, el impuesto de sociedades pagado por esos laboratorios se ha mantenido estable, en general, desde 1999, salvo un pico repentino en 2017 debido a Johnson & Johnson, que trasladó parte de sus fondos de paraísos fiscales a Estados Unidos, después de que Trump reformara los impuestos. En 2016 estaba casi exactamente al mismo nivel que en 1999, con algo más de 13.000 millones de dólares. La tasa impositiva promedio de los once laboratorios estaba entre el 26 y el 28 por cien a principios de la década de 2000, cayendo al 19 por cien en 2015 y 2016 (y al 18 por cien en 2017, si excluimos a Johnson & Johnson).

Los sueldos estratosféricos de los directivos

Junto a los accionistas, los otros grandes ganadores del negocios son los directivos de las empresas, precisamente porque su remuneración está en gran medida alineada con las sumas devueltas a los mercados financieros. En 2014 la sucesión entre Christopher Viehbacher y Olivier Brandicourt al frente de Sanofi estuvo marcada por una polémica sobre el importe de las indemnizaciones concedidas al primero, un paracaídas dorado de 4,4 millones de dólares, y el bono de bienvenida de 4 millones concedido al segundo. Brandicourt sigue siendo hoy el directivo mejor pagado de la bolsa de París, con casi 10 millones de dólares de remuneración entre 2016 y 2017. El sueldo es significativamente inferior a sus contrapartes estadounidenses en Pfizer (26,2 millones de dólares), Johnson & Johnson (22,8 millones) o Bristol Myers Squibb (18,7 millones).

En el sector farmacéutico los directivos reciben los salarios más altos en Estados Unidos, por delante de todas las demás industrias. Las sumas pagadas a los cabecillas de los grandes laboratorios a menudo palidecen en comparación con las que pueden recibir los jefes de empresas biotecnológicas más pequeñas como Vertex, Incyte, BioMarin o United Therapeutics. Estas empresas se centran en una pequeña cantidad de moléculas de alto valor agregado destinadas a venderse a precio completo. Leonard S. Schleifer, director de Regeneron, socio histórico de Sanofi con apenas unos miles de empleados, recibió 26,5 millones de dólares en 2017 y más de 28 millones en 2016.

La industria farmacéutica es un monstruo financiero

Si hay una industria que ilustra la creciente influencia de los mercados financieros es, por tanto, la de la medicina. Su accionariado también está dominado en gran medida por los grandes gestores de fondos de Wall Street, con algunas excepciones como la participación de L’Oréal, y por tanto de la familia Bettencourt, en el capital de Sanofi. Estos inversores institucionales sin rostro imponen a las empresas la ley de hierro de los precios bursátiles. BlackRock posee así el 5,7 por cien del capital de Sanofi, el 8 por cien del de AstraZeneca, el 7 por cien del de GlaxoSmithKline, el 7,6 por cien de Pfizer, el 6,2 por cien de Johnson & Johnson, el 6,8 por cien de Merck/MSD, el 6,3 por cien de Abbott, el 6,4 por cien de Bristol Meyers Squibb y 5,8 por cien de Eli Lilly. Esto corresponde a 3.660 millones de dólares en dividendos en 2017. Otros fondos de inversión como Vanguard tienen una fuerte presencia en el capital de los gigantes farmacéuticos y también obtienen miles de millones de dólares de ellos cada año.

A pesar de su inagotable sed de dividendos, estos grandes inversores parecen sin embargo moderados si los comparamos con otros especuladores de Wall Street, también muy activos en el sector farmacéutico, los “hedge funds” (fondos de capital riesgo), que invierten en biotecnología para asegurar el control de patentes estratégicas e, inevitablemente, suben los precios. Son ellos los que están detrás de los escándalos más sonados de los últimos años, como el precio estratosférico de los tratamientos contra la hepatitis C comercializados por Gilead.

En 2015 Martin Shkreli, un joven especulador, provocó un escándalo al multiplicar de la noche a la mañana por 55 el precio de venta de Daraprim, de 13,50 a 750 dólares. Acababa de comprar los derechos exclusivos de este medicamento clasificado como esencial por la Organización Mundial de la Salud, utilizado para tratar la malaria o el sida. Acabó en prisión unos meses después, pero no por un delito contra la salud pública, sino por haber engañado a los especuladores.

De los 25 medicamentos cuyo precio más subió en Estados Unidos entre 2013 y 2015, 20 fueron comercializados por empresas con fondos de capital de riesgo entre sus accionistas. Con el énfasis actual en tratamientos “innovadores” y “dirigidos” para el cáncer, ahora son estos actores los que dan la pauta a toda la industria farmacéutica.

Ya no nay laboratorios sino multinacionales

Los laboratorios farmacéuticos se han convertido en multinacionales y ya no juegan con las mismas reglas. Sus decisiones comerciales están dictadas por los mercados financieros mucho más que por cualquier consideración de salud pública. Las patentes se han convertido en un apoyo para la especulación y un instrumento de chantaje frente a los gobiernos.

Hace diez años la crisis financiera mundial mostró que los bancos se aprovechan de una garantía pública implícita de los gobiernos. Seguros de que los Estados nunca permitirán que se hundan por completo y que si es necesario serán rescatados, como en 2008, por miles de millones de dinero público, no han dudado en dedicarse a actividades cada vez más especulativas, muy rentables, sabiendo que al final el riesgo real seguirá siendo limitado.

El sector farmacéutico también tiene su propia forma de garantía pública: sistemas de seguro de salud y apoyo gubernamental a la investigación. Gracias a esta garantía pública se han convertido en lo que son hoy: monstruos financiarizados que se ponen al servicio de los especuladores en lugar de los enfermos.

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