Son espacios que además de dar respuesta a la necesidad urgente de llevar un plato de comida a la mesa, sirven para tejer lazos comunitarios de solidaridad y compañerismo.
Se viven tiempos de crisis donde miles de familias ven como sus salarios se esfuman en pocos días y no alcanzan para llevar un plato de comida a la mesa. En ese contexto los comedores comunitarios, que llevan adelante las organizaciones sociales como el FOL, se vuelven espacios fundamentales para crear lazos de solidaridad, compromiso y compañerismo, a la vez que permiten al menos garantizar una comida diaria.
Estos espacios son llevados adelante, en su gran mayoría, por mujeres trabajadoras que no salen en la tapa de los diarios o revistas, que no son reconocidas por su gran labor en los grandes medios de comunicación. Pero son ellas, las que con su esfuerzo brinda un servicio fundamental para miles de personas que la están pasando verdaderamente muy mal.
Las heroínas silenciosas, que aunque saben que la comida no alcanza, se las rebuscan para ponerle un poco de color al guiso. Muchas veces terminan poniendo unas cebollas o un par de papas de sus propios hogares para engordar la olla, y son las primeras en resignar su propio plato para dárselo a un niño o niña que no tiene nada.
Pero por sobre todo, son las que salen a la calle a luchar y a reclamar por la Ley de Emergencia Alimentaria, por nuevos puestos de trabajo y por aumento salarial para las y los cooperativistas, y para toda la clase trabajadora en general. El Frente de Organizaciones en Lucha lleva adelante comedores a lo largo y ancho del país, por lo que son miles las historias que hay detras de esos platos de comida.
Una de ellas es la de Albertina, que tiene 47 años y vive con su marido y sus cinco hijos e hijas. Comenzó a participar del FOL hace 6 años, en el centro comunitario Okaricuna de Tolosa. Allí trabaja en la cooperativa de limpieza en donde junto a sus compañeras se dedica al barrido y recolección de residuos de las calles del barrio. A su vez, allí realizan el comedor, en donde además de cocinar las viandas y asegurar la copa de leche para los más chicos, se realizan distintas actividades, entre ellas asambleas en donde todas las cooperativistas toman decisiones respecto a su trabajo y a las movilizaciones que lleva a cabo la organización.
Al centro comunitario asisten aproximadamente 270 personas entre grandes y chicos que de lunes a jueves retiran su comida. Entre todas las compañeras de la asamblea, forman grupos de cuatro personas para dividirse las tareas de la cocina.
Según Albertina, la mercadería que reciben a veces llega vencida y la mayoría del tiempo es insuficiente ya que es cada vez más la gente que se acerca a pedir un plato, de manera que entre todas deben suplir los faltantes. Para quienes viven en el barrio, el centro comunitario es de suma importancia porque ofrece oportunidades de trabajo para quienes lo necesitan.
A las encargadas de los distintos centros comunitarios del FOL les gustaría que cada familia pueda comer en su casa sin tener que recurrir al comedor, porque eso habla de la necesidad y el hambre que están pasando las vecinas y vecinos en el barrio. Pero a pesar de eso, el espacio se ha vuelto un lugar de encuentro y de intercambio para conocer a la gente del barrio, para crear lazos de solidaridad, y para incentivar a más personas para que se unan a luchar por sus derechos y a organizarse.
Cerca de Okaricuna, está el Galpón de Tolosa, en donde trabaja Alicia. Ella tiene 60 años y vive junto a su hija, su cuñado y sus dos nietas. Allí trabaja en la guardería, en donde junto a sus compañeras cuida y da la merienda a los hijos e hijas de quienes estudian o trabajan. Esta cooperativa facilita que sean más las mujeres que pueden terminar el secundario y trabajar, ya que en su mayoría están a cargo de tres o más niños.
En el Galpón además funciona el Bachillerato Popular El Llamador, junto a los productivos de herrería, construcción, huerta y barrido. Es un espacio fundamental para los jóvenes y adultos del barrio que desean completar sus estudios, así como es fuente de trabajo para decenas de personas. “Es importante la difusión, porque ahora cada vez más gente se acerca para saber qué hacemos y nos da una mano”, aseguró Alicia.
Un poco más lejos, en Berazategui, vive Alejandra. Tiene 45 años y vive también junto a su marido y sus cuatro hijos e hijas. Por las tardes trabaja en el comedor -. Allí se ofrecen viandas para alrededor de 107 personas, y lo más importante es que cualquiera puede ir a retirar un plato de comida caliente cuando lo necesite. “Siempre tratamos de cocinar cosas nutritivas, ahora con los precios de las verduras y la carne se está complicando asique siempre nos manejamos con menudencias”, explicó apenada.
Además ahora en el centro comunitario cuenta con una huerta, con el objetivo de generar alimentos saludables sin agro tóxicos para cocinar y vender. Para Alejandra, el merendero es imprescindible para el barrio ya que es un punto de reunión y de solidaridad de las vecinas: “A veces llegamos con lo justo con la mercadería que nos da el Estado asique nos vamos prestando un puchito de esto y de aquello”, afirmó. Por último, agregó que lo esencial es que no se le cierra la puerta a nadie, para que tanto grandes como chicos puedan contar con esa ayuda.
Los comedores son así espacios que aglutinan a las vecinas y vecinos, y que van generando el germen de la organización. Tal fue el caso de Alejandra en Berazategui, ella junto a su familia comenzaron a reunirse y construyeron un espacio en el frente de su casa para poder brindar las viandas. El espacio de la cocina, que eternamente fue menospreciado por la sociedad machista, se resignifica con la lucha de estas compañeras, que son las que están a la cabeza de los reclamos y la pelea por una vida digna.
Fuente: http://folweb.com.ar/nota/1011/comedores_comunitarios_los_salvadores_en_las_barriadas/