En la segunda jornada del juicio por la masacre de Pergamino, declararon familiares de las víctimas que fueron los primeros en llegar a la comisaría tras los mensajes de alerta que los jóvenes mandaron desde la celda. Entre el primer foco ígneo y la extinción del fuego pasaron, por lo menos, 40 minutos; los testigos dicen haber visto, al llegar, humo negro que salía desde el patio de la comisaría, sin embargo ninguno vio a los policías imputados con signos de haber actuado frente al incendio: ni síntomas de ahogo o sofocación ni manchas de hollín.
Fernando Latorre estaba detenido desde noviembre en la comisaría 1ª de Pergamino; sobre sus días de encierro poco le decía a su madre para no preocuparla, hasta que no aguantó más: “La policía es una mierda, no nos deja pasar ni el agua”. Pocos días antes de la masacre, había pedido un traslado. “Si se equivocó ya estaba pagando por eso, en cambio fue condenado a la pena de muerte”, dijo su mamá Silvia Rosito frente a los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Pergamino. Fernando estaba con prisión preventiva, era su primera detención, tenía 24 años y una hija de ocho meses, Francesca.
Silvia Rosito fue la primera de siete familiares que declararon hoy durante la segunda audiencia del juicio por la masacre de Pergamino. Desde el principio hasta el final de la jornada, los testimonios fueron sólidos y coincidentes en cuanto a los sucesos de aquel 2 de marzo de 2017. “Todos los testimonios tuvieron la contundencia de los acontecimientos y del horror vivido, y un sentido de veracidad basado en datos de tiempo, modo y lugar coincidentes entre quienes ese día acudieron a la comisaría. En su conjunto, conformaron un relato sin fisuras y que, claramente, empieza a dejar evidencia la acusación que sostenemos”, remarcó la abogada y directora de Litigio Estratégico de la CPM, Margarita Jarque.
Mientras el fuego crecía en la dependencia policial, ante la pasividad de los policías, los jóvenes encerrados en la celda comenzaron a mandar mensajes de teléfono pidiendo auxilio: “Decile a mamá que vengan, que nos están matando”, escribió Franco Pizarro. Fueron tres mensajes que recibieron. La familia de Franco fue la primera en llegar a la dependencia policial, ubicada en Dorrego 636. En ese momento, ya había un cerco de la Policía Local cubriendo el portón de entrada y la autobomba estacionado en el frente: “Salía humo negro del patio de la comisaría, pero un policía salió y nos dijo ‘tranquilos, que está todo bien’”, declaró Juan Carlos, papá de Franco.
Milagros Pizarro, hermana de Franco, llegó poco tiempo después, también declaró hoy y recordó además del humo una sensación de ahogo mientras se acercaba al lugar. Dijo que vio a los mismos policías de la Local ayudando a los bomberos a ponerse los tubos de oxígeno para entrar. Milagros no vio a ningún imputado ayudando a los rescatistas; su papá, Juan Carlos, declaró que tampoco vio a los policías pasar por el pasillo que comunicaba el exterior con el patio de donde salía el humo.
Jorgelina Ferreyra, mamá de Federico Perrota, también recibió un mensaje de teléfono de su hijo, a las 18:20: “Vení que la policía me mata”. Cuando llegó, el humo llegaba a la mitad de cuadra. Jorgelina declaró que un médico salió del interior de la comisaría, ella se acercó a preguntarle y la respuesta fue: “Yo no me voy a hacer cargo de esta masacre”.
Los familiares se agolparon en las puertas de la comisaría durante mucho tiempo hasta tener la información oficial, el listado con las siete muertes. Para ese entonces, todos sabían que había muertos, aunque nadie les decía nada. “Iban leyendo los nombres y yo pensaba que no digan el de mi hijo. Mi hijo era el último de la lista”, recordó hoy Silvia Rosito.
Esa misma noche, Silvia entró a la comisaría, fue a entregar el DNI de su hijo: “Llego hasta la parte donde entregábamos la comida para nuestros hijos y veo a dos policías, que me hacen un gesto como de impotencia”, agregó Silvia. Cristina Gramajo, la mamá de Sergio Filiberto, también fue esa misma noche a la comisaría: “Había dos policías muy tranquilos, sólo se limitaron a decir que ‘no se encontró la llave’”. Ante las preguntas de la parte acusatoria tanto Silvia como Cristina coincidieron en algo: ninguno de los policías que las atendieron esa noche, y que están imputados ahora, tenía rastros de hollín en su cuerpo o uniforme.
Entre el primer foco ígneo y la extinción del fuego pasaron, por lo menos, 40 minutos y los familiares que fueron llegando a la comisaría vieron la columna de humo que salí desde el fondo del edificio. Por el tiempo transcurrido y la magnitud, cualquier maniobra de rescate habría dejado en los policías que estaban de servicio algún rastro físico.
Sergio Filiberto fue el primero de la lista que leyó un funcionario en la puerta de la comisaría el 2 de marzo. Un día antes, la justicia había realizado un análisis socioambiental para otorgarle la prisión domiciliaria. Llevaba 28 días en la comisaría y era la primera vez que estaba detenido: “Mi hijo dormía en una colchoneta, tirado en el pasillo. Tenía que tomar medicación por una insuficiencia renal, por una recuperación de una cirugía y por un tratamiento psiquiátrico por su adicción. Pero nunca lo tuvieron en consideración, un agente me dijo ‘yo no estoy para darle la medicación a tu hijo’”.
Durante sus 28 días detenidos, Sergio le dijo a su familia que no le llegaba toda la medicación. En una carta dirigida a su hermana Andrea puso: “Hablá con mamá, el imaginaria me saca el clonazepam de las 20 horas”. Andrea Filiberto declaró que “en esas últimas cartas nos pedía perdón, tenía problemas de consumo problemático, y nosotros lo hemos tratado como familia desde su adolescencia y no tuvimos ninguna respuesta. Sentíamos que ahora iba a generar ese cambio que tanto esperábamos”, señaló durante su declaración.
Diego Filiberto, el hermano de Sergio, fue el último testimonio de la audiencia: “Fui los cuatro sábados de visita, como nunca había entrado en una comisaría, entonces iba mirando el lugar. Recorrí el pasillo que comunicaba las celdas, separados todo por rejas, se podría haber tirado agua y se podría haber evitado todo lo que pasó”.
Luego de la masacre, mientras las familias todavía velaban a sus hijos, hubo agresiones que empezaron a circular en las redes. Varios de los testigos hoy recordaron esos ataques, uno de ellos en particular: una publicación que decía “Así comienza la guardia en la comisaría primera” con la imagen de una parrilla impresa encima de la foto de una de las víctimas, una de las imágenes de la masacre que se filtraron.
“Esperamos que este juicio tenga una repercusión social, no podemos naturalizar la violencia. Que ni sus vidas ni nuestro dolor sean en vano”, cerró Gramajo.