El malestar de la población corresponde a un complejo profundo que no limita con objetivos puramente económicos. Incorpora un acumulado histórico propio de las relaciones sociales devenidas del vínculo contradictorio entre opresores y oprimidos. No se trata de una «masa» que persigue una mera «negociación sindical» o un «promedio» entre peticiones y ofertas. No emergió desde abajo, volcánicamente, para «llegar a un acuerdo» con los poderes establecidos. El movimiento, en su propio despliegue y conforme a las particularidades originales de la sociedad chilena, crea la narración identitaria de su despliegue.
Que el alzamiento popular en Chile ya transite su séptima jornada este 24 de octubre sin conocerse espacios sociales y políticos que por sí solos puedan proclamar sus prerrogativas sobre el movimiento, no significa que no existan organizaciones en su interior. De hecho, en medio de las multitudes, tanto en las concentraciones populares a escala territorial, como en las más centrales y visibles, los grupos sociales que se referencian con una identidad política distintiva son un lugar común.
La sensibilidad política general de la protesta se expresa en contra de las instituciones en su sentido más amplio. ¿Qué quiere decir eso? El malestar de la población corresponde a un complejo profundo que no limita con objetivos puramente económicos. Incorpora en sus motivaciones un acumulado histórico propio de las relaciones sociales devenidas del vínculo contradictorio entre señor y siervo, entre opresores y oprimidos. Entonces no se trata de una «masa» que persigue una mera «negociación sindical» o un «promedio» entre peticiones y ofertas. El movimiento no busca «un consenso». No emergió desde abajo, volcánicamente, para «llegar a un acuerdo» con los poderes establecidos, independientemente de cómo se resuelva la coyuntura. El movimiento, en su propio despliegue y conforme a las particularidades originales de la sociedad chilena en un espacio-tiempo dado, crea la narración identitaria de su despliegue. «Renuncia de Piñera y establecimiento de una sociedad justa», «Que termine la represión y el estado de excepción, el toque de queda, y que los milicos vuelvan a los cuarteles», son conceptualizaciones elementales que podrían aproximarse, hasta hoy, este 24 de octubre, a las aspiraciones mediatas e inmediatas del alzamiento popular.
No obstante, y como parte dinámica de la realidad, por diferentes causas y momentos anteriores a la explosión de la protesta, existe, por ejemplo, un compuesto de dirigentes sociales ligados a fracciones del Frente Amplio y a la ex Nueva Mayoría, y su entorno no militante orgánicamente. No es una formación homogénea. Es inestable, pero su cemento se resume en un conjunto de acuerdos mínimos y vocación orientadora políticamente.
Pero no es la única fuerza que aspira a «tener su lugar en el mundo», y en el movimiento real en lucha, con el objetivo de constituirse en autoridad democráticamente legitimada.
Además de grupos ligados a las culturas libertarias, y de otras tradiciones emancipatorias, se acaba de formalizar el Polo Social Anticapitalista. Según la dirigenta de la Central Sindical Clasista de Trabajadoras y Trabajadores de Chile, Catalina Rojas, «nuestro llamado es a la conformación de un polo social anticapitalista que avance en la confluencia de organizaciones sindicales y sociales, y articule a trabajadoras, trabajadores, estudiantes y pobladores y pobladoras bajo una plataforma de lucha común que ponga como horizonte la lucha contra el capitalismo para acabar con toda opresión y explotación», y añadió que, «este polo social debe germinar desde la independencia de clase sin permitir la cooptación de la clase en el poder ni de ninguno de sus organismos ni organizaciones».
La sindicalista informó que «se realizará una convocatoria amplia a conformar este bloque a todas las organizaciones que se definan anticapitalistas y antipatriarcales para levantar la articulación del pueblo en lucha».
Sin dudas, no sólo se multiplica una politización y consciencia respecto de los derechos sociales y humanos por parte del movimiento popular y social que, en su derrotero, cuestiona el régimen de la ganancia e impone la necesidad vital del bienestar común, como no ocurría desde hace décadas. No sólo el miedo se desploma como arma disolvente del poder. También diversas composiciones políticas y sociales con mayores definiciones y tomas de posición, se suman al movimiento de desobediencia popular, esta vez, de manera diferenciada. Semejante comportamiento político amerita un análisis e interpretación que no cabe en una nota tan breve como la presente.
Al término del texto, el Instituto Nacional de Derechos Humanos reportó que este 24 de octubre hubo casi 3 mil personas detenidas en todo el país; 582 personas heridas, de las cuales 295 lo fueron con armas de fuego. En el centro de Santiago trascendió que hay 40 personas heridas con perdigones en la Posta Central. Los perdigones son municiones policiales de 6 milímetros, de metal recubierto con goma. Por eso tantos heridos han perdido la visión de uno de sus ojos. La comisión de DDHH del Senado solicitó a los uniformados la no utilización de perdigones. Sin embargo, las razones de la represión no platican con el parlamentarismo.
Fuente: https://www.anred.org/2019/10/24/chile-el-factor-anticapitalista/