¿Qué debo hacer? ¿Cuáles obligaciones tengo en la vida? ¿El hacer mi deber me hará feliz? ¿Quién o qué cosa establece lo que debo y no debo hacer? ¿Debo organizarme junto a otras personas para cumplir con mi deber? o en otras palabras ¿debo involucrarme en la política? Son preguntas que quizás no todos tenemos el tiempo y la tranquilidad de hacernos, pero que muchos seres humanos se han formulado desde tiempos inmemoriales y por muy buenas razones. Aquellos que han conseguido las respuestas más resonantes han sido llamados maestros, líderes, filósofos, profetas…
En este ensayo, más que proponer respuestas, presentamos una manera de entender y abordar estas preguntas, lo cual pensamos será útil para que cada lector encuentre por sí mismo las respuestas. Se trata de reflexiones del autor que fueron cocinadas durante la cuarentena utilizando ingredientes provenientes de diversas corrientes de pensamiento, condimentadas con anécdotas y experiencias propias de la vida familiar y laboral, asociadas a la Ciencia y a la Ingeniería.
La primera consideración que queremos hacer en este ensayo es reconocer la existencia de una gran variedad de concepciones, filosofías, ideologías y religiones en los seres humanos, tan variadas que podríamos hablar no sólo de concepciones específicas a cada persona sino incluso de concepciones específicas a diferentes etapas de la vida o situaciones en las que pueda encontrarse una misma persona. Sin embargo, reconociendo esa realidad consideramos también que existen numerosas coincidencias y puntos en común en todas estas concepciones, sin duda asociadas con el hecho de que formamos parte de la misma especie biológica, la especie humana, y a los intercambios culturales entre diferentes comunidades a lo largo de los siglos. Por esto, a pesar de tratarse de reflexiones personales, pensamos que serán relevantes para la mayoría.
Toma de Decisiones
Muchas de nuestras acciones no provienen de una profunda reflexión, ni siquiera de una reflexión superficial. Despertarnos por la mañana, asearse, tomar el desayuno, vestirse; se trata de acciones que podríamos llamar rutinarias y cotidianas. Sin embargo, ocasionalmente debemos tomar decisiones en las que existen varias opciones posibles y que, por lo tanto, requieren de ciertas consideraciones o de cierto razonamiento. ¿Cómo decidimos habitualmente entre diferentes opciones? A veces simplemente tenemos una preferencia sobre alguna de las opciones; podríamos decir que alguna de las opciones nos produce una atracción mayor que las demás. Otras veces, reflexionamos sobre las consecuencias de seleccionar una u otra opción e imaginamos las situaciones a las que conduce cada una. En general, tenemos la capacidad de establecer preferencias entre las diferentes situaciones potenciales que se nos presentan. Obviamente esto no significa que siempre tomemos las decisiones correctas, en el sentido de que sus consecuencias conduzcan a las mejores situaciones desde nuestro punto de vista. Lo que queremos resaltar es simplemente nuestra capacidad para establecer una preferencia entre situaciones.
Supongamos que, por ejemplo, nos disponemos a trepar un árbol para tomar una de sus frutas, digamos un mango. A pesar de que el árbol dispone de varios mangos, sólo tenemos apetito para uno. ¿Cuál mango elegir? ¿El dulce y maduro que se encuentra más alto? ¿el menos maduro de más abajo, más a nuestro alcance? La decisión que tomemos puede ser impulsiva o meditada. Si existe urgencia o si simplemente se trata de algo a lo que estamos acostumbrados a hacer, quizás actuemos de acuerdo a nuestros impulsos, pero en otros casos quizás nos tomemos un breve lapso de tiempo para razonar. En ese supuesto, consideraremos las consecuencias de cada opción y su importancia: el mango ubicado a mayor altura quizás implique más tiempo, esfuerzo, cansancio, incluso peligro, pero también mayor placer al degustarlo y quizás cierto orgullo al ser capaces de desplegar nuestra habilidad de trepadores; el mango ubicado a menor altura será alcanzado fácilmente, en menor tiempo y sin riesgo, pero el placer será menor. Al evaluar estas ventajas y desventajas seguramente tomaremos una decisión con base en nuestras preferencias. Esto no sólo dependerá del objeto y del entorno sino también de nuestra situación particular, nuestro gusto particular por esa fruta, nuestro apetito, si ha pasado mucho o poco tiempo desde la última vez que la probamos, incluso de nuestro humor y estado anímico.
Aún aquellas acciones que no son meditadas y que podríamos llamar rutinarias, en gran medida pueden ser el resultado de decisiones meditadas previamente. Por ejemplo, la rutina de un estudiante que se dirige a su centro de estudios, de una madre o un padre que lleva a sus hijos a la escuela o de un trabajador que va a su centro de trabajo, depende de la selección de ese centro de estudios, de esa escuela y de ese centro de trabajo, respectivamente, decisión que probablemente fue meditada considerando diversas consecuencias, como beneficios, costos, medio de transporte, riesgos, etc.
El análisis de consecuencias también puede tener diferentes niveles de profundidad. Podríamos, además de evaluar las consecuencias inmediatas de nuestras diferentes opciones, evaluar también las consecuencias indirectas, y consecuencias a corto, mediano y largo plazo. En el caso del mango, quizás considerando únicamente el resultado inmediato nos decidiríamos por trepar a lo más alto del árbol, pero tomando en cuenta el cansancio que nos producirá y las consecuencias que eso tendrá el resto del día en caso de que tengamos una ardua jornada de trabajo, quizás desistamos de trepar. También podríamos estar decidiendo la compra de alguna vestimenta o calzado y no sólo considerar las ventajas y desventajas de cada prenda, si es vistosa o elegante, cómoda o resistente, sino también cuánto tiempo podremos usarla, la conveniencia de usarla una vez desgastada, la posibilidad de remendarla o repararla, la cantidad de dinero que usaremos y que podría destinarse a otros usos, la reacción de nuestro entorno al uso de esa prenda, el hecho de que sea adecuada para nuestro ambiente de trabajo, lo llamativa que podría ser para un ladrón, etc. El análisis de consecuencias puede continuar indefinidamente, por lo que de alguna manera generalmente limitamos el análisis a las consecuencias que consideramos más relevantes o simplemente las que llegan a nuestra mente.
Existe toda una teoría de la decisión que permite formalizar y sistematizar el análisis de diferentes problemas de toma de decisiones y que es utilizada en diversos ámbitos, tales como el estudio de estrategias políticas, militares, empresariales, sistemas biológicos y planteamientos filosóficos; sin embargo no abordaremos esa teoría en este ensayo. Simplemente queremos describir un proceso que la mayoría de las personas realizamos para buena parte de las acciones que tomamos. Este proceso comienza abordando un determinado problema, luego se realiza un análisis de consecuencias en el que generalmente usamos nuestro razonamiento basándonos en ciertas creencias, y finalmente se toma la decisión pasando luego a la acción.
Creencias
Todo el análisis de consecuencias de las opciones posibles depende de nuestras creencias. No es igual creer que nos va a encantar el sabor del mango a creer que su gusto es insípido, no es igual creer que es alimenticio para nosotros a creer que nos va a producir algún malestar. Tampoco es igual creer que somos hábiles trepando y que no hay peligro en hacerlo a creer que existe una probabilidad nada insignificante de lastimarnos.
Es a partir de todas estas creencias que podemos hacer estimaciones o predicciones de las consecuencias de cada decisión, por lo que son indispensables para poder evaluar cada opción y seleccionar aquella que consideramos la mejor. También existen áreas de estudio sobre cómo adquirir conocimientos y sobre cómo construimos nuestras creencias, como la epistemología, la psicología, la neurología y la sociología. Si bien tampoco es tema para este ensayo, se trata de un estudio de gran relevancia en la toma de decisiones.
Frecuentemente, la toma de decisiones conduce también a una evaluación de la decisión tomada, en la que comparamos el resultado o las consecuencias de esa decisión con nuestras expectativas. Se habla entonces de una decisión correcta o acertada, o en cambio de una decisión equivocada, incorrecta o errada, dependiendo de cómo las consecuencias se comparan a esas expectativas iniciales. Esto puede conducir a sentimientos de satisfacción o de arrepentimiento, por ejemplo “el mango está exquisito, que bueno que decidí trepar el árbol” o “no valía la pena, no debí arriesgarme a trepar ese árbol”, “el mango no resultó tan dulce y sabroso como esperaba”. Es posible que esta evaluación repercuta en decisiones posteriores, a través de un proceso que podríamos llamar aprendizaje. Quizás nos demos cuenta de que no era necesario trepar, sino que hubiese sido más conveniente alcanzar el mango con una vara o lanzar una piedra para tumbarlo. Quizás descubramos que nos produce malestar de estómago y evitaremos consumir esa fruta en un futuro.
Decisiones morales
Sigamos con nuestro ejemplo del mango. ¿Es posible que la decisión de trepar para tomar un mango sea inmoral? Tal y cómo habíamos planteado el problema, considerando las dificultades de trepar el árbol o el placer de degustar el mango, pareciera que no hay nada moral o inmoral con esa decisión. ¿Pero qué pasa si sabemos que un amigo que nos acompaña disfrutaría mucho más que nosotros trepar y comer ese mismo mango?, ¿qué pasa si el árbol se encuentra dentro de un jardín que sabemos es propiedad de otra persona?, ¿o qué pasa si al comer el mango podemos ensuciar la ropa que con esfuerzo lavó nuestra madre?, ¿o qué si nuestra religión nos prohíbe comer ese día y (o) a esa hora? Argumentaré que esas consideraciones se diferencian de las anteriores porque no sólo nos conciernen a cada uno como individuo sino que le conciernen también a otras personas en el sentido de que posiblemente las benefician o las perjudican.
Desde el momento en que consideramos las consecuencias que tienen nuestras acciones sobre otras personas entramos en el territorio de la moral. Algunos podrían argumentar que este no es el caso con algunos mandamientos religiosos, como por ejemplo la mencionada prohibición de comer cierto alimento en determinada época o a determinada hora del día. ¿Pero estos mandamientos no son acaso presentados como una ofensa a determinado dios?, ¿este dios no es acaso considerado también una persona?, ¿o no se trata muchas veces de daños que se realizan a otros animales o incluso plantas que esa religión considera como personas o como seres con cierta esencia que comparten con las personas?
Estas consideraciones morales, igualmente traen consigo un análisis de consecuencias, que será probablemente más complejo y difícil pero que igualmente conducirá a establecer algún tipo de preferencia. Si dentro de nuestro análisis consideramos entonces la consecuencia de afectar negativamente a otra persona, entonces es posible que descartemos una opción que de otra manera hubiésemos preferido.
Decisión moral o interés individual
Acabamos de proponer como definición que una decisión moral es aquella en la que consideramos las consecuencias que tiene esa decisión sobre otras personas. Pero muchas veces, estas consecuencias sobre otras personas terminan a su vez por afectarnos como individuos. Si retomamos el ejemplo de conseguir un mango trepando en un árbol que es propiedad de otro, es posible que desistamos de hacerlo no porque nos aflija dejar al propietario sin mangos, no porque nos avergüence burlar su confianza, sino porque tememos que el propietario desate a su perro rabioso para que nos ataque. O quizás afectaremos nuestra reputación como personas honestas y recibiremos menos apoyo y menos confianza de parte de la comunidad. En ese caso, no se trata en realidad de una decisión moral, sino de algo muy similar al análisis que hacíamos anteriormente considerando los riesgos personales que podemos enfrentar con esa decisión. En ese caso, la consideración es similar al riesgo de caer del árbol. No es una consideración moral, sino simplemente un análisis de consecuencias en el que estamos incluyendo una consecuencia negativa que se deriva de la acción de otra persona y que no habíamos considerado previamente, pero que nos atañe a fin de cuentas únicamente a cada uno de nosotros. No es la situación de esa persona la que nos preocupa sino la reacción que tendrá y que a fin de cuentas nos afectará como individuos.
Tomando en cuenta esto ¿cómo sabemos entonces si una decisión es realmente moral o si por el contrario se trata únicamente de una decisión interesada? Reflexionemos sobre el hecho de considerar las consecuencias de una decisión. Nuestras decisiones tienen consecuencias inmediatas que a su vez pueden tener consecuencias secundarias, las cuales a su vez pueden tener otras consecuencias, por lo que existe una cadena de consecuencias potencialmente infinita. Muchas de estas consecuencias no tienen por sí mismas suficiente relevancia como para permitirnos establecer preferencias entre diferentes opciones. Aquellas que sí lo tienen las llamaremos consecuencias finales. Por ejemplo, si volvemos al ejemplo del árbol de mango, si nuestra decisión de no trepar el árbol se basa en lo mal que nos hace sentir la posibilidad de que seamos atacados por el perro del propietario, entonces esa será la consecuencia final. Si por el contrario eso no es lo relevante, sino la vergüenza que sentiremos al momento de que nuestros conocidos se enteren de nuestro atrevimiento, entonces esta última será la consecuencia final, mientras que el enfado del propietario será simplemente una consecuencia intermedia entre nuestra acción y las consecuencias finales, por lo que de no producir consecuencias finales, ni siquiera valdría la pena considerarla.
Puede ocurrir incluso que una consecuencia final tenga consecuencias secundarias que también sean consecuencias finales. Por ejemplo, si estamos considerando comer un alimento potencialmente riesgoso para nuestra salud, el simple hecho de degustar ese alimento puede ser para nosotros una consecuencia final, ya que forma parte de las consideraciones que nos permitirán establecer nuestra preferencia, pero esa misma degustación puede conducirnos a una reacción alérgica peligrosa muy desagradable, lo cual también puede ser para nosotros una consecuencia final al formar parte de esas mismas consideraciones.
Una vez definida entonces la consecuencia final, podemos decir que una decisión moral es aquella en la que consideramos relevantes las consecuencias finales que pueden tener nuestras acciones sobre otras personas, o de manera más general, sobre seres u objetos que nos producen algún tipo de sentimiento. Esta definición no es completamente indispensable para la toma de decisiones, ya que podría argumentarse que a fin de cuentas tanto las consideraciones morales como las de interés personal, producen emociones y sentimientos personales con los que, en última instancia, analizaremos nuestras opciones. Cada uno de nosotros es el que siente compasión, culpa, satisfacción por el deber cumplido o complacencia por que se haga justicia, cuando consideramos las consecuencias de nuestras acciones sobre otras personas. Sin embargo estas emociones y sentimientos parecen ser cualitativamente diferentes cuando las consecuencias atañen a otras personas, y esta distinción puede ser muy útil cuando consideramos la complejidad de las decisiones morales.
Complejidad de las decisiones morales
Una de las particularidades de las decisiones morales es que pueden dar lugar a análisis extremadamente complejos, generalmente mucho más complejos que el análisis de cualquier otro tipo de decisión en la que sólo consideramos nuestro interés individual. Tomemos el ejemplo de un padre que debe considerar si acceder a la petición de su hijo de comprarle un dulce. A primera vista la decisión no parece tan complicada, podríamos razonar que el placer que experimentará el niño al comer el dulce parece compensar con creces su costo, por lo que debe ser preferible complacerlo a privarlo de ese placer y producir su insatisfacción. Sin embargo, el padre del niño también podría considerar que acatar el pedido del pequeño podría acostumbrarlo a pedir cualquier cosa que le llame la atención, de lo que podría aprovecharse cualquier vendedor; o podría acostumbrarse a comer una cantidad excesiva de dulces que podría convertirse en un hábito poco saludable.
Ahora consideremos la posibilidad de darle dinero a un indigente. Quizás nos complace la idea de que el indigente pueda tener una buena comida hoy, gracias al dinero que le daremos, y que quizás sólo hubiese representado la compra de algunos alimentos prescindibles para nosotros, como galletas, café y helado, o prescindir de una vestimenta, calzado o prenda costosa a cambio de una menos costosa. Pero un pensamiento pasa por nuestra mente ¿realmente este indigente utilizará el dinero que le damos para comprar comida?, ¿sería posible acaso que su indigencia sea producto de algún tipo de adicción y que el dinero que le damos lo destine a saciar ese deseo adictivo, malgastándolo en alcohol o algo peor?, puede que no nos complazca tampoco la idea de que nuestro dinero termine enriqueciendo a un narcotraficante que se aprovecha de la adicción de esta persona y que, peor aún, contribuyamos a que más personas caigan en esa adicción, ¿acaso se trata del único indigente que podemos ayudar, el que más necesita el dinero o el que mejor puede aprovecharlo para mejorar su vida?
La complejidad de estas decisiones está relacionada con el hecho de que las demás personas pueden a su vez realizar sus propios análisis y tomar sus propias decisiones. Entonces, para tener una idea completa de las consecuencias no sólo debemos analizar las consecuencias sobre objetos o materiales sino analizar la toma de decisiones por parte de otras personas. Podríamos comparar las decisiones morales a un juego de ajedrez o juego de cartas en el que no sólo tenemos que tomar acciones de acuerdo a las reglas del juego sino que adicionalmente tenemos que imaginarnos lo que pueden estar pensando los demás jugadores. ¿Qué decisión podría tomar mi hijo en un futuro si accedo a su petición de comprar un dulce?, ¿Qué decisión podría tomar ese indigente si le doy ese dinero? Como vemos, la complejidad de nuestras decisiones se multiplica cuando dependen además de las decisiones de otros seres pensantes.
Decisiones con impacto social
Pero nuestras decisiones no sólo afectan a nuestros familiares, compañeros, conocidos y algunos desconocidos con los que interactuamos, nuestras decisiones pueden afectar potencialmente a miles, quizás millones de personas. Supongamos que tomamos la decisión de empezar a fumar. Para esta decisión podemos considerar tanto el placer que produce el acto de fumar como los posibles riesgos a nuestra salud. Pero también podemos considerar el impacto que tiene sobre la salud de las demás personas, o incluso la influencia que podamos tener sobre otros, en particular jóvenes, quienes podrían imitar nuestra decisión. O pensemos en la decisión de tomar medidas de aislamiento e higiene durante una pandemia, para la cual podemos considerar las incomodidades y efectos negativos sobre nuestros ingresos y gastos, la reducción del riesgo para nuestra salud, pero también la reducción del riesgo de infección, enfermedad y muerte para miles de personas a las que podríamos contagiar.
Podríamos hablar entonces de decisiones con un impacto en la sociedad o, si se quiere, decisiones con impacto social. Si esas personas son relevantes para nosotros podemos decir que toda decisión con impacto social es una decisión moral. El impacto puede ser muy leve, pero dependiendo del azar así como de nuestra posición en determinada jerarquía social, puede llegar a ser considerable. Incluso aquellas decisiones de impacto leve, podrían tener un efecto de avalancha en el tiempo o, usando un adjetivo biológico, podrían hacerse virales. La actual pandemia es el ejemplo perfecto, una decisión aparentemente inofensiva de pasear por diversos lugares sin medidas de distanciamiento adecuadas, podría ocasionar el contagio de miles de personas en poco tiempo. Pero igualmente puede ocurrir con la divulgación de cierta información a través de medios de comunicación masivos o de redes sociales.
Especial consideración debemos tener con las que podríamos llamar consecuencias persistentes de nuestras decisiones. Mientras que decisiones, como la divulgación de un chisme, pueden impactar a gran cantidad de personas, en general este impacto será de corta persistencia. Sus consecuencias se disiparán en poco tiempo. En cambio, decisiones sobre la educación o adoctrinamiento de nuestros hijos o alumnos, podrán tener consecuencias que persistirán en el tiempo y que posiblemente se multiplicarán.
Abordando la complejidad
A pesar de las dificultades resultantes de la complejidad de este tipo de decisiones, todos los días, personas de las más variadas condiciones y culturas toman numerosas decisiones de este tipo. ¿Cómo lo hacen?, ¿cuál es su método? Para responder esto vamos a echar un vistazo primero a un área de análisis en la que también se toman decisiones complejas, pero que tiene un indiscutible éxito en diversos ámbitos de nuestra realidad, éxito entendido como el cumplimiento de los objetivos planteados; se trata de la Ingeniería.
En la ingeniería es frecuente la toma de decisiones en la que se consideran diferentes opciones, para cada una de las cuales generalmente se analizan las consecuencias, análisis que pueden hacerse extremadamente complejos. La Ingeniería utiliza teorías científicas para resolver muchos de los problemas que se le plantean, permitiendo por ejemplo calcular, seleccionar o determinar las características de un sistema, un objeto o una obra, como su peso, resistencia, velocidad, sus propiedades mecánicas, eléctricas, químicas o informáticas. Estas teorías son aceptadas por científicos e ingenieros debido a que han demostrado una gran capacidad para predecir eventos futuros de manera bastante exacta, permiten explicar numerosos fenómenos y propiedades de la realidad, se basan en un conjunto limitado de principios o supuestos, son versátiles para abordar problemas diversos, y en general conducen a resultados satisfactorios. Mediante estas teorías un ingeniero puede por ejemplo calcular la fuerza que ejercerá el peso de un edificio sobre determinada columna proyectada y de esta manera especificar el material, forma y dimensiones de la columna para que sostenga de manera adecuada el futuro edificio. El ingeniero puede calcular la corriente eléctrica que puede pasar por determinado cable de alta tensión bajo ciertas condiciones y puede determinar la altura a la que debe estar situado para que permita una circulación adecuada de la electricidad, minimizando las pérdidas de energía eléctrica y el riesgo para las personas. El ingeniero puede calcular la cantidad de calor que puede generar una reacción química y con esto dimensionar un reactor y los equipos que permiten mantener ese reactor en condiciones seguras, minimizando el riesgo de sobrecalentamiento, incendio o explosión; como ocurre por ejemplo con el motor de un automóvil y su sistema de refrigeración.
Sin embargo, en muchas situaciones la complejidad de los sistemas analizados puede hacer imposible un cálculo completo de todas las consecuencias. Por ejemplo, es muy difícil que un ingeniero pueda calcular con exactitud la ubicación óptima de las máquinas y trabajadores en una fábrica. Para ello debería tomar en cuenta diversos factores, como el transporte de piezas entre las máquinas, el espacio de trabajo de cada trabajador, consideraciones de seguridad como las salidas de emergencia, la ventilación, incluso las preferencias de cada trabajador. A pesar de que pueden existir teorías para abordar uno o varios de estos factores, el problema se hace extremadamente complejo incluso con métodos avanzados mediante el uso de computadoras, por lo que en muchos casos los ingenieros recurren a su experiencia, su intuición, la opinión de expertos, las llamadas “mejores prácticas” y normas o estándares elaborados por numerosos expertos. Incluso haciendo uso de todas estas herramientas es posible que el resultado no sea el esperado y el ingeniero deba experimentar con varias posibles soluciones al problema antes de darse por satisfecho. Estos métodos no están libres de limitaciones y problemas, nada garantiza que los expertos no estén sesgados para cierto tipo de problemas debido a intereses personales, doctrinas sin justificación científica que se han popularizado por diversos motivos, agendas políticas ocultas; quizás sus experiencias no sean lo suficientemente generales como para que se puedan aplicar a situaciones novedosas. Por lo tanto es recomendable que estos métodos permitan cierta flexibilidad y sean susceptibles a cambios.
En el caso de decisiones morales y sobre todo aquellas con impacto social, las personas pueden tener y en muchas ocasiones tienen un enfoque similar. Pueden tener teorías o principios generales a partir de los cuales se pueden tomar decisiones morales, pero en muchos casos la cantidad de factores a considerar y su complejidad hacen necesario recurrir a la experiencia propia o a la de otros, a la intuición y a consejos por parte de expertos o de comunidades.
Retomando el ejemplo del niño que pide un dulce o el de la ayuda para el indigente, es posible que resolvamos este problema de decisión recurriendo al consejo de nuestros padres o abuelos, quienes enfrentaron problemas similares en sus vidas y podrían acercarse al estatus de “expertos”. O quizás podemos recurrir a la opinión de un psicólogo, un sacerdote o hasta un activista social, a leer un libro sobre crianza de niños, a las enseñanzas de nuestra religión o a una o varias teorías éticas propuestas por filósofos como el utilitarismo, el contractualismo, el comunitarismo, la ética kantiana, la ética aristotélica, entre muchas otras, incluso haciendo algún tipo de combinación de varias de éstas, lo que podríamos llamar un “sistema moral”. Estos sistemas morales en los que nos basamos para tomar decisiones morales de complejas consecuencias muchas veces son tácitos o implícitos, en el sentido de que no se trata de un conocimiento que aprendimos de manera formal y del que conocemos su procedencia e historia, sino que los adquirimos a partir de ejemplos reales o de casos que se nos han planteado en historias, relatos, novelas, películas, opiniones, charlas, sin siquiera percatarnos de ello.
Probablemente no muchos se dedican a analizar y escoger principios o teorías para construir sus sistemas morales. ¿Cómo escoger entre todas estas opciones? Se trata nuevamente de una decisión en la que, dependiendo de las consideraciones que hagamos, vamos a terminar escogiendo la opción que pensamos nos conducirá a situaciones deseables o preferibles, tomando en cuenta tanto nuestro interés personal como consideraciones morales, es decir, considerando el impacto sobre otras personas.
Política
Estas reflexiones nos llevan a la política, entendida no como simplemente las aventuras y desventuras de personajes que se lanzan a cargos públicos, realizan campañas electorales, tienen presencia en medios de comunicación o forman parte del gobierno, sino como la organización de grupos de personas y la toma de decisiones con impacto social. Decisiones como apoyar o no a determinado bando dentro de una guerra, decisiones como apoyar o no el establecimiento de determinados impuestos y el gasto de esos recursos en determinados programas o proyectos, o apoyar determinadas leyes o normas, son decisiones políticas en las que no sólo existe un alto impacto social sino que casi siempre requieren la implementación de mecanismos para lidiar con decisiones, cooperativas o conflictivas, de diferentes individuos.
La política implica mecanismos que convierten las decisiones de diferentes individuos en acciones coordinadas que pueden tener un impacto de grandes proporciones en la vida de sociedades enteras. Incluso en sistemas en los que no existen mecanismos explícitos de participación de los individuos, las decisiones de esos individuos, en especial aquellas que tienen coherencia con las decisiones de otras personas, tienen un fuerte impacto en la sociedad. Hasta los sistemas de gobierno más autocráticos dependen de las decisiones de varias personas dentro del gobierno, de decisiones de aquellos que no forman parte de las instituciones del gobierno y hasta de aquellos ubicados en los últimos niveles de la jerarquía. Debido a esto la política se ve influenciada por sistemas morales explícitos o implícitos. Podría incluso decirse que en muchos sentidos depende de ellos para poder tener algún tipo de éxito en la consecución de sus objetivos.
Otro aspecto interesante de la política, no sólo a nivel de gobierno, sino también en cualquier organización, incluyendo asociaciones civiles, iglesias, empresas y conglomerados, es que no sólo se ve influenciada por los sistemas morales de los individuos sino que a su vez influye poderosamente en esos sistemas morales. Existe entonces una retroalimentación entre la política y los sistemas morales de las personas.
Interés y moral en la política
Así como nuestras decisiones pueden considerar tanto nuestro interés individual como las consecuencias finales sobre otras personas, podemos pensar en la participación política de la misma manera, considerando tanto su impacto en relación a nuestro interés individual como su impacto en relación a otras personas. Si consideramos por ejemplo una política para transferir recursos del Estado desde la salud pública hacia la educación pública, podríamos considerar las consecuencias sobre cada uno de nosotros como individuos: podríamos considerar nuestra salud actual, nuestros antecedentes familiares y las condiciones de riesgo en nuestro trabajo, así como la posibilidad de realizar estudios universitarios o incluso el efecto general sobre nuestro poder adquisitivo como consecuencia de una economía con ciudadanos saludables o educados. Pero también podríamos considerar las consecuencias sobre otras personas, el impacto sobre nuestros familiares, personas conocidas o incluso personas desconocidas, es decir, las consecuencias morales de esa política.
Dependiendo de lo general de la política considerada y de nuestra posición en determinada jerarquía social, es muy fácil que se confundan ambos tipos de consecuencias. Apoyar una política porque aumenta nuestro poder adquisitivo, mejora los servicios públicos que utilizamos o disminuye los riesgos a los que estamos expuestos, fácilmente puede confundirse con el hecho de apoyarla porque aumenta el poder adquisitivo, mejora los servicios o disminuye los riesgos para otras personas. Sin embargo pueden existir situaciones en las que entren en conflicto nuestros intereses individuales frente a nuestras consideraciones morales, y es en estos casos en los que podemos distinguir sin dificultad entre los dos tipos de consecuencias. Es la situación en la que una persona puede defender o rechazar el tener cierto tipo de privilegio sobre los demás. Es la situación en la que una persona puede estar o no de acuerdo con una política que beneficia o perjudica a grupos a los que no pertenece, dependiendo de su localidad, cultura, religión, raza, etnia, edad, género, condición social, etc. Para entenderlo podemos contemplar el ejemplo extremo de un sacrificio propio a favor de los demás. Difícilmente puede carecer de consideraciones morales una persona que sacrifica su vida tratando de ayudar a los demás. Pero también puede tener consideraciones morales quien toma decisiones que perjudican a otros, simplemente es posible que esas consideraciones morales no hayan tenido suficiente peso o no hayan decantado su preferencia sobre el bien ajeno, prefiriendo antes que eso su interés individual.
En comunidades organizadas, todas estas consideraciones confluyen en el establecimiento de normas, implícitas o explícitas, escritas o no, que utilizan la mayoría de los miembros de esa comunidad. La ética, en alguna de sus acepciones, es la palabra que podríamos utilizar para describir este conjunto de normas. Podríamos hacer entonces una distinción entre moral y ética, la primera siendo nuestra capacidad para realizar juicios de valor sobre cada decisión (cuán buena o cuán mala es) considerando su impacto sobre otras personas, mientras que la segunda se refiere a normas establecidas por un grupo en particular. Una comunidad podría establecer la norma de que una persona que observa algún peligro inminente sobre otra persona debería informárselo lo antes posible. Si la persona no lo hace podría decirse que no está actuando de manera ética, de acuerdo a esas normas establecidas. Esa misma persona también podría tomar la decisión de informar sobre un peligro desconociendo las normas existentes en esa comunidad, simplemente aplicando las consideraciones morales que hemos estado analizando desde el inicio de este ensayo. ¿Por qué alguien decidiría actuar de acuerdo a la ética establecida por una comunidad? Se trata nuevamente de una decisión que toma la persona de acuerdo a sus preferencias, decisión que puede hacer considerando únicamente su interés individual o considerando también los efectos sobre otras personas, es decir, decisión que puede ser moral o no serlo. Estas definiciones implican que una decisión podría ser ética pero no moral, si por ejemplo cumplo con las normas éticas de mi comunidad para ser bien visto y no ser castigado pero sin tener la más mínima consideración por mis semejantes; así como también moral pero no ética, de acuerdo a ciertas normas establecidas, si por ejemplo incumplo una norma ética de mi comunidad precisamente porque considero esa norma incompatible con mi moral. Por ejemplo, una comunidad podría considerar antiético el matar a una persona bajo cualquier circunstancia pero eso podría ser incompatible con una moral que considera justificado matar a alguien para salvar la vida de otras personas, o viceversa.
Moldeando nuestro sistema moral
Retomando las preguntas con las que se inicia este ensayo, parece razonable que si queremos tomar las decisiones correctas comencemos por conocer, evaluar y moldear el sistema moral que utilizamos para tomar esas decisiones. ¿Qué debo hacer? Para responder esta pregunta parece razonable y conveniente que construyamos un sistema moral propio de acuerdo a nuestras preferencias. Para construir ese sistema moral, sería conveniente conocer mejor el sistema moral que probablemente ya poseemos, existente quizás de manera implícita, y que hemos adquirido de nuestras experiencias previas, así como conocer los sistemas morales de otras personas, que quizás compartan nuestras preferencias, así como también de aquellos con cuyas preferencias discrepamos. Adicionalmente sería conveniente evaluar nuestro sistema moral, así como el de otras personas, contrastándolos con situaciones reales o incluso situaciones hipotéticas que guarden alguna relación con situaciones reales.
Por muy perjudiciales que sean las consecuencias de nuestro sistema moral para nosotros y para nuestros seres queridos, es posible que pasen desapercibidas si no existen acontecimientos que nos llamen a la reflexión. Es posible que nuestro sistema moral nunca haya sido puesto en duda simplemente porque no se nos han presentado situaciones en las que este sistema entre en conflicto con nuestras preferencias. Quizás estas situaciones nunca se presenten, pero sería razonable prever en la medida de lo posible esa posibilidad. Puede ser útil preguntarnos ¿qué decisiones morales es probable que debai enfrentar durante mi vida?
¿Qué obligaciones tengo en la vida? Podemos abordar esta pregunta construyendo un sistema moral que tome en cuenta las normas éticas que existen en nuestra comunidad. Pero esto de alguna manera implica preguntarnos si nuestras preferencias coinciden o no con las normas establecidas. ¿Estoy acatando ciegamente las normas impuestas por mis padres, mi familia, mi comunidad, mi nación, o me estoy preguntando si concuerdo con esas normas? ¿Qué normas implícitas pueden estar presentes en las decisiones que tomo, especialmente las decisiones morales? En relación a la pregunta ¿Quién o qué cosa establece lo que debo y no debo hacer? en última instancia cada uno de nosotros decide el sistema moral que mediará en sus decisiones, cada uno de nosotros decide las normas éticas que formarán parte de ese sistema moral, cuya procedencia puede venir de diferentes fuentes (experiencias previas, normas de la comunidad, leyes del Estado, reglas religiosas, teorías éticas, etc.). Incluso aquellos que dicen acatar ciertas normas establecidas por el Estado, la familia o la religión, quizás sin darse cuenta privilegian ciertas normas por encima de otras, o hacen énfasis en unas mientras minimizan o ignoran otras.
¿El hacer mi deber me hará feliz? La respuesta a esta pregunta dependerá en general de si los deberes que nos planteamos son acordes con nuestras preferencias y de si nuestras creencias son acordes con la realidad. Por muy certeras que sean nuestras predicciones gracias a creencias acertadas, es difícil que nuestras decisiones satisfagan nuestras expectativas si no tenemos un sistema moral que nos guíe adecuadamente en los objetivos que nos planteamos. Por otro lado, por muy ajustado a nuestras preferencias que sea nuestro sistema moral, difícilmente tomaremos decisiones que satisfagan nuestras expectativas si éstas están desconectadas de la realidad. Esta reflexión nos conduce entonces a la pregunta ¿de qué manera puedo establecer creencias acordes con la realidad? Desde diversas ramas de la ciencia, de la epistemología y de la filosofía en general, se ha abordado esta pregunta.
¿Debo organizarme junto a otras personas para cumplir con mi deber? Esto dependerá del impacto que buscamos tener con nuestras acciones. Si, por ejemplo, el impacto social de nuestras decisiones nos concierne y nos preocupa; si, por ejemplo, nuestro sistema moral considera relevante ese impacto social; entonces una de las maneras más poderosas para que nuestras decisiones tengan consecuencias relevantes es organizarse con otras personas para aumentar el impacto de esas decisiones. Esta organización podríamos llamarla simplemente participación política, independientemente de si eso se traduce o no en integrar un partido político o una institución de gobierno de un país.
Conclusión
De las preguntas con las que iniciamos este ensayo ahora nos encontramos, después de algunas reflexiones, con nuevas preguntas y sin respuestas a la vista. A pesar de que esto pueda causar desánimo, se trata de nuevas preguntas que nos acercan a las respuestas y a las que podemos acompañar con recomendaciones. En resumen, la primera recomendación sería analizar, evaluar y moldear nuestro sistema moral, planteándonos problemas morales tanto reales como hipotéticos, así como conociendo y aprendiendo de los sistemas morales de otras personas. La segunda recomendación sería conocer y adoptar métodos para establecer creencias acordes con la realidad. La última recomendación sería, en caso de que sea relevante para nosotros el impacto moral y social de nuestras decisiones, organizarnos con otras personas para que nuestras decisiones tengan un impacto mayor.
Las tecnologías actuales nos sirven de herramientas para potenciar el desarrollo de cada una de estas recomendaciones. Las telecomunicaciones y la informática nos permiten tener acceso a gran cantidad de información sobre las teorías éticas de mayor repercusión, a los problemas morales de mayor relevancia, a las teorías científicas y a los métodos epistemológicos de mayor trascendencia. Además nos permiten una organización social más efectiva y entre un mayor número de personas.