Las vanguardias y el arte en los ’60

La edición de un libro que recoge la historia y la praxis del mítico Instituto Di Tella y su impacto en las artes de los años ’60 brinda una oportunidad para revisitar aquella década tan cargada de ilusiones y esperanzas.

“La civilización occidental y cristiana” de León Ferrari.

Los años ’60 del siglo pasado fueron años de una inestabilidad política continua que culminó en la dictadura encabezada por el general Juan Carlos Onganía. En ese período tan crítico es que floreció una amplia vanguardia artística, crecida al interior de las instituciones y en abierta contradicción con ellas, que cuestionó los lenguajes y las formas al uso hasta ese momento.

L’air du temps.

No fue un hecho aislado, era el espíritu de la época. En esos años convergieron una serie de movilizaciones en distintos países, Francia, Checoslovaquia, Polonia, Italia… que conmovieron al mundo. En aquel tiempo se hablaba de “la triple crisis” que tenía como sujetos a una clase obrera ampliada que se levantaba contra el despotismo patronal, a un movimiento estudiantil que reaccionaba por la opresión cultural en Occidente y el autoritarismo en el Este, por último coincidían en oponerse a las intervenciones norteamericana en Vietnam y contra el estalinismo en Checoeslovaquia y Polonia. Nuestro país no escapó a esta tendencia mundial, por el contrario, le agregó características propias de nuestra formación social. El Cordobazo -alianza obrero estudiantil- fue nuestro mayo francés, la CGT de los Argentinos, la rebelión de las bases, mientras que crecía una nueva izquierda en abierta ruptura con el reformismo y los métodos del Partido Comunista prosoviético y la socialdemocracia. Este proceso político fue acompañado por las vanguardias artísticas en una dinámica disruptiva.

Graffiti del colectivo “Tucumán arde”

Arte y revolución.

Según la caracterización del sociólogo Alberto H. Rodríguez en ese período, “se desarrolla una extensa discusión sobre la modernización del arte argentino frente al arte internacional, introduciendo nuevas tecnologías para tal fin, en un contexto revolucionario latinoamericano en el que destaca la irrupción del fenómeno de la revolución cubana y la seguidilla de gobiernos militares de facto que provocan fuertes resistencias”. Es entonces que se desarrollan en forma muy cambiante y vertiginosa vanguardias artísticas que buscaban contribuir a la acción política revolucionaria algunas y a revolucionar el arte otras. La libertad de creación era respetada y valorada mientras que coexistían concepciones en disputa. La aplicación de las nuevas tecnologías al arte formaba parte de esa disputa, recuperando así el debate de los años ’30 y ’40 entre Walter Benjamín y Theodor Adorno “alrededor de la función de la tecnología aplicada a las artes y en especial a la reproducción artística. Se podría decir que a la visión afirmativa y alentadora de Benjamin, se le opone una pesimista y negativa de Adorno, generando una verdadera encrucijada sin solución”.

Marta Minujín en su instalación “La Menesunda”

Tendencias en disputa.

Uno de estos centros era el Instituto Di Tella, del que da cuenta el libro recién editado “Di Tella. Historia de un fenómeno cultural”, de Fernando García. Bajo la dirección y orientación de Jorge Romero Brest se combinaban e interactuaban artes plásticas, danza y actuación. El collage, la performance, el conceptualismo, el happening el pop art o el arte efímero se desarrollaban creando nuevos lenguajes y formas de intervención y articulación con los espectadores que, según el objetivo buscado, deberían dejar de serlo para pasar a ser partícipes. Es el inicio el fenómeno de la politización de las vanguardias en nuestro país. La muestra de León Ferrari: “La civilización occidental y cristiana”, rechazada luego por cuestionamientos religiosos, la muestra “Tucumán arde” que denunciaba el cierre de los ingenios en Tucumán, la obra “La clase obrera” que durante una semana mostró a una familia en un pedestal y debajo un cartel que rezaba “Este obrero gana aquí, por no hacer nada, el doble que en su fábrica”, la obra de Marta Minujin “La Menesunda”, profundamente provocativa, son solo algunas muestras de este accionar que tuvo un momento culminante en 1968, cuando la dictadura clausuró la obra “El Baño”, los artistas retiraron todas sus obras hicieron una barricada en la calle y las destruyeron.

Ricardo Carpani

Despertar la conciencia.

El otro centro fue el Grupo o Movimiento Espartaco, orientado ideológicamente por Ricardo Carpani, no planteaba una revolución en las artes sino que proponía una estética de liberación política y social destinada a despertar la conciencia artística sobre la función social que debía cumplir el arte. Todo se sintetizaba en el Manifiesto “Por un arte revolucionario” (reminiscencias del Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente de Trostki y Bretón) que daba sustento al grupo. En él se rechaza la modernización, que incorporaba al arte nuevas técnicas y tecnologías, por pequeño-burguesas, extranjerizantes y de penetración imperialista. El carácter nacional y latinoamericanista era central en este grupo que se referenciaba en el muralismo mexicano, pero que a diferencia de este no se lo concebía como una simple copia de la realidad, como en las concepciones estalinistas propias del “realismo socialista”, sino que el objetivo era “despertar la conciencia del poder revolucionario del pueblo”, con eje en la clase obrera. Por eso los murales y muestras en sindicatos y en la CGT.

“Tucumán Arde” en la sede de la CGT de los Argentinos Regional Rosario, noviembre de 1968. Fotografía de Carlos Militello.

Ganar la calle.

En una y otra propuesta se buscaba trascender el mundillo artístico, dar plena libertad a la creación y ganar la calle, llegar así a las grandes masas populares. “Mis manifestaciones son para la multitud, ya se pasó la época de los cuadros para elites” (Minujin). “De la pintura de caballete, como lujoso vicio solitario, hay que pasar al arte de masas, es decir, al arte” (Carpani).

Muchas cuestiones filosóficas y políticas que involucran a la creación artística son signos que se expresan en este debate que escapan al espacio de esta nota y también a los conocimientos de este columnista sin embargo, como dice la investigadora Ana Longoni, “recorrerlos nos permite percibirlos como intensos signos de su época. A la vez que nos lleva a interrogarnos sobre la nuestra”.

Eduardo Lucita es Integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).

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