Dossier ciencia y tecnología.
Para ATE Conicet Capital, este 2024 está siendo uno de los peores en décadas para el financiamiento del desarrollo científico y tecnológico del país. El presupuesto del organismo se redujo un 23,7 % respecto a 2023, a lo que se suman los más de 600 despidos directos e indirectos de personal precarizado (trabajadores administrativos y becarios), y casi 1.000 trabajadores concursados que esperan sus altas en las carreras del investigador y del personal de apoyo hace ya un año.
Los salarios de los trabajadores del organismo, que se rigen por la paritaria estatal, cayeron un 26% en términos reales desde noviembre de 2023. Además, la Agencia I+D, principal fuente de financiamiento del sistema científico y tecnológico, incumplió compromisos asumidos, reteniendo el financiamiento ya recibido y exponiéndose a multas y a la terminación del financiamiento futuro por parte de los bancos de desarrollo que proveen los fondos (BID y BCIE).
Sin embargo, y a pesar de las crecientes protestas en el sector, el gobierno proyecta un mayor ajuste, explicitando que suspenderá el cumplimiento de los artículos clave de la Ley 27.614/21 de financiamiento al sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación: “Así, el Estado invertirá menos del 0,2 % del PBI en Ciencia y Técnica, sumando una nueva reducción de más del 22 % al presupuesto del CONICET. Ello implica el virtual congelamiento de los salarios y la planta de personal”, afirman.
Es por esto que desde ATE CONICET realizó una jornada de protesta el jueves 26 de septiembre. A partir de las 10:30 hubo una concentración frente a la Jefatura de Gabinete, en Diagonal Sur 782, para luego dirigirse hacia Plaza de Mayo, donde a las 12:00 se manifestaron junto al conjunto de estatales.
La lucha es multisectorial y ahora
Por Horacio Micucci*
La marcha del día 30 de agosto al Polo Científico y Tecnológico, convocada por RAICYT (Red de Instituciones de Ciencia y Tecnología), que entregó un petitorio con más de 12.000 firmas, expresa una respuesta a las pretensiones del gobierno de Milei – Villarruel que quiere destruir el desarrollo científico y tecnológico fruto de años de lucha, no de evolución natural y tranquila. Es parte de lo mismo, el estrangulamiento de las universidades públicas, donde también se gesta el desarrollo anterior.
Desfinancian al CAREM (reactor modular pequeño que pone al país entre los principales desarrolladores y líderes mundiales de esta clase de tecnología) que, en nuestros astilleros, nos permitiría construir un submarino atómico para controlar nuestras áreas marítimas. Se pretende vender nuestro desarrollo satelital de ARSAT (del cual fue impulsor el Dr. Mario Gulich, fallecido en 1994, que concibió el primer satélite argentino de aplicaciones científicas SAC-B) y al INVAP, ejemplos de Sociedades del Estado necesarias. Se impulsa, insólitamente, que Fabricaciones Militares sea sociedad anónima y que, con capitales estadounidenses, fabrique materiales para la OTAN (que incluye a los ingleses que usurpan nuestras Malvinas).
En el proyecto gubernamental no hay lugar para Sociedades del Estado que han demostrado su capacidad y competencia en petróleo, gas, energía atómica, industria aeroespacial, fabricaciones militares, etc.
Tampoco para la educación y el desarrollo científico y tecnológico. Se desfinancia a la Universidad pública y gratuita y se congelan salarios que, en algunos niveles de escalafón, quedan debajo de índices de pobreza e indigencia.
El modelo de país que propone el actual gobierno
El gobierno se propone una Argentina sin industrias y sin Ciencia y Tecnología. Quiere que Argentina retroceda al siglo XIX, con 94% de pobres y 6% de ricos, modelo de país dependiente, y paraíso del latifundio, con campesinos sin tierra. Solo se extraerían materias primas que serán procesadas en otros lugares: petróleo, gas, litio, tierras raras, cereales, carne, cuero, etc. Se permitirá, con la ley RIGI, que nada quede en el país. Millones de dólares enriquecerán a monopolios y países imperialistas de distinto pelaje. Nos quieren aliar con uno de los bandos imperialistas (EE UU, Inglaterra, OTAN, Israel) rompiendo la tradición no alineada de las corrientes nacionales y populares. Nos implican en el genocidio de Gaza.
Distintos documentos fueron hechos públicos por instituciones del sistema científico-tecnológico y universitario. La destrucción planeada, sostienen algunos de ellos, no tiene parangón en los últimos 40 años. Se paraliza la inversión en proyectos de investigación, se pauperizan los salarios del sector, y la precariedad laboral del personal ha iniciado un proceso de éxodo masivo de investigadores jóvenes y pérdida de personal de apoyo. Muchos becarios planean irse a países como Uruguay y Chile, donde tendrían mejores condiciones. Esto está desarticulando grupos de investigación que ha costado años integrar. El CONICET, la institución científica de mayor jerarquía en América Latina, no ha incorporado nuevos/as investigadores/as. Centenares de jóvenes abandonan su carrera científica o emigran para poder continuarla. Se destruyen las capacidades del sistema científico tecnológico nacional, una herramienta básica para aportar a una Argentina independiente, con soberanía popular.
Salarios bajos y pocas garantías para futuros proyectos de investigación
Los salarios universitarios son tan bajos que el cargo testigo, Ayudante de Primera (o Ayudante Diplomado en otras universidades) con dedicación exclusiva, con $ 560.000 cayó, en junio de 2024, por debajo del índice de pobreza para los tres tipos de composición de familia tipo del INDEC. Y un Profesor Adjunto con dedicación exclusiva, con $780.000 en el mismo mes, queda debajo del índice de pobreza de dos de los tres modelos de familia tipo mencionados.
La Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, comunicó que no se abrirán nuevas convocatorias para proyectos de investigación en 2024. Esta Agencia había sido fundamental para desarrollar insumos esenciales durante la pandemia de COVID-19, como respiradores, sueros, vacunas, pruebas de detección del virus y dispositivos de desinfección hospitalaria. No se lanzarán convocatorias para proyectos de investigación, y no hay garantías sobre las futuras convocatorias ni sobre la disponibilidad de fondos. Los fondos del ex Ministerio de Ciencia y Tecnología sólo alcanzaron para pagar servicios de limpieza, seguridad y otros servicios básicos. De las 1.300 Becas CONICET de doctorado anunciadas en la convocatoria en 2023, sólo se asignaron 950 y de las 800 becas posdoctorales, sólo se otorgaron 500.
En las universidades hay emergencia presupuestaria porque se está funcionando con el presupuesto de 2023, emergencia salarial porque los salarios perdieron 55% del poder adquisitivo en 7 meses de gobierno y emergencia estudiantil porque cada vez son menos los que pueden seguir estudiando por el costo alimentario, de transporte, alquiler, materiales de estudio, etc.
La lucha debe darse ahora y con un carácter multisectorial
Estas cuestiones, (y no son las únicas) exigen respuestas de lucha ahora y no son solo de interés sectorial. Son multisectoriales, como lo fue la gran movilización en defensa de la educación y la universidad pública y gratuita de abril o la de los estatales de Misiones. La posibilidad de agrupar se vuelve a manifestar en Entre Ríos, donde estudiantes no fueron a clase y las madres no enviaron a los chicos a la escuela, en apoyo a los docentes. El gobierno quiere declarar la actividad docente como esencial (limitando el derecho constitucional de huelga) para dividir a estos de los padres que necesitan dejar a los niños en la escuela para ir al trabajo. Si el gobierno quiere dividir, el pueblo debe intensificar la unidad multisectorial. Esto vale para la docencia y también para Ciencia y Técnica. En el país primarizado que se impulsa, sobran 20 millones de habitantes.
La lucha por continuar nuestro desarrollo en áreas estratégicas y proteger y defender al sistema científico-tecnológico y a la universidad pública del ataque de Milei-Villarruel es multisectorial. En el camino de una gran multisectorial como lo fue la Primera Junta de 1810, precedida por los sucesos históricos de 1806 y 1807 y abriendo una huella para lograr un Argentina Independiente de toda dominación extranjera, como reza el Acta de nuestra Independencia.
*Doctor de la Universidad de Buenos Aires-Área Farmacia y Bioquímica-UBA // Magíster en Epidemiología, Gestión y Políticas de Salud–UNLA// Licenciado en Ciencias Bioquímicas (orientación bioquímica clínica)–UNLP// Farmacéutico y Licenciado en Ciencias Farmacéuticas-UNLP// Químico (ciclo básico del Doctorado en Ciencias Bioquímicas)–UNLP. Experticia en Bioseguridad, Gestión de materiales biológicos infecciosos, transporte de material biológico y especímenes de diagnóstico. Bioseguridad y Biocustodia de sustancias infecciosas. Gestión de Residuos de Establecimientos de Salud. Bioseguridad extendida a protección ambiental, interregional y de fronteras. Bioseguridad y Defensa Nacional.
Experiencia en Políticas de Salud y Sistemas de Información de Salud del sector privado.
Incumbencia profesional en Bioquímica Clínica, Farmacia, Política de Medicamentos y Tecnología Médica.
Experticia en Política de Defensa Nacional, protección del Patrimonio Nacional y estrategias de seguridad hidrocarburífera.
Milei tiene “una posición oscurantista con siglos de atraso”
Con insultos, el presidente incluyó a científicos e intelectuales en su definición de casta. “Puso de manifiesto que su fervor en contra de la Ciencia y la Tecnología nacional no tiene que ver con la búsqueda del tan mentado equilibrio fiscal”, advirtieron las autoridades de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
En su discurso ante el Foro Madrid edición Buenos Aires, el presidente Javier Milei apuntó una vez más contra la comunidad científica. Dejó en claro qué considera que pertenece a la ‘casta’, definición que explica que sea permanente blanco de sus ataques. Desde el ámbito de la ciencia y la investigación, que viene batallando contra un ajuste que pone en peligro su existencia en el país, no tardaron en repudiar los dichos del mandatario. “A través de una posición oscurantista con siglos de atraso, el presidente Milei identifica a la comunidad científica y al pensamiento crítico como sus enemigos y niega el valor del conocimiento como base de la riqueza y el bienestar de las naciones”, lamentaron las autoridades de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Al referirse una vez más a la ‘casta’ como principal problema para la Argentina, Milei detalló en su discurso en el ahora ex CCK quiénes pertenecen a lo que llama “Partido del Estado”. Entre artistas, sindicalistas y otros, mencionó a quienes hacen ciencia. “Los supuestos científicos e intelectuales, que creen que tener una titulación académica los vuelve seres superiores y -por ende- todos debemos subsidiarles la vocación”, lanzó el presidente. Y siguió: “Si tan útiles creen que son sus investigaciones, los invito a salir al mercado -como cualquier hijo del vecino- investiguen, publiquen un libro y vean si la gente le interesa o no, en lugar de esconderse canallescamente detrás de la fuerza coactiva del Estado”.
“Hoy se hicieron explícitos y evidentes los motivos de esa política anticientífica: Milei sostuvo que los científicos y científicas somos parte de lo que define como ‘casta’. De esta manera, puso de manifiesto que su fervor en contra de la ciencia y la tecnología nacional no tiene que ver con la búsqueda del tan mentado equilibrio fiscal”, advirtieron Guillermo Durán y Valeria Levi, decano y vicedecana respectivamente de Exactas, a través de un comunicado.
“El desmantelamiento se fundamenta en el más profundo odio hacia las personas que trabajan en el desarrollo científico y tecnológico y hacia el conocimiento basado en evidencia. A través de una posición oscurantista con siglos de atraso, el presidente Milei identifica a la comunidad científica y al pensamiento crítico como sus enemigos y niega el valor del conocimiento como base de la riqueza y el bienestar de las naciones. Es llamativo que varios de los países que dice admirar sustentan su desarrollo en una muy fuerte inversión en ciencia y tecnología”, señalaron.
En el mismo sentido se pronunció Daniel Filmus, ex ministro de Ciencia y Tecnología: “El Estado, en los países desarrollados como los que Milei dice que quiere ser (Irlanda, Corea, Alemania, EE UU, Israel, Japón), financia a la ciencia porque favorece crecer, genera industria, resuelve problemas de la gente como las pandemias, desarrolla tecnologías y permite ser soberano. Gracias a la vocación de los científicos y las tecnologías que crean, la humanidad avanza. Milei quiere ser una colonia que solo venda productos primarios”.
“Desarrollos del sistema de ciencia y tecnología que se venden en el mundo, las soluciones que se aportaron en la pandemia. Y la lista sigue y sigue. Cada vez que se expulsó a los científicos argentinos fueron recibidos en los mejores lugares. Sólo hay que ver la historia”, propuso Jorge Aliaga, físico de la Universidad de Hurlingham e investigador de Conicet.
El subsecretario de prensa de Nación, Javier Lanari, celebró como un “orgullo nacional” la llegada de un científico argentino al Times Square. “Estados Unidos aprobó el trigo HB4 de origen local. Esta tecnología, tolerante a sequía, va a permitir aumentar la producción y reducir las pérdidas. Un hito científico del país a nivel mundial”, posteó en su cuenta de X.
Sin embargo, la tecnología HB4 fue impulsada por la prestigiosa Raquel Chan -investigadora del Conicet, docente de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral y directora del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL)- quien explicó hasta el hartazgo que un desarrollo de ese tipo no es posible si el Estado no financia las múltiples instancias de ciencia básica que anteceden a cualquier logro de ciencia aplicada.
“Esto se hace sólo con ciencia básica previa e inversión del Estado, luego con asociación público-privada. No surge de un día para el otro porque a mí se me ocurre -planteó. El que diga ‘vamos a invertir solo en ciencia aplicada’ está equivocado. No se hace así ni acá ni en ningún lugar del mundo”.
El fervor de Milei en contra de la ciencia no tiene que ver con la búsqueda del equilibro fiscal: se fundamenta en el odio
Por Guillermo Durán, Decano Exactas UBA y Valeria Levi, Vicedecana Exactas UBA.
Es llamativo que varios de los países que dice admirar sustentan su desarrollo en una muy fuerte inversión en ciencia y tecnología.
El presidente Javier Milei denostó y amenazó al sistema científico tecnológico durante la campaña electoral y una vez que accedió a la presidencia inició un proceso de destrucción sin precedentes. Hoy se hicieron explícitos y evidentes los motivos de esa política anticientífica:
Milei sostuvo que los científicos y científicas somos parte de lo que define como “casta”, integrada por “los supuestos científicos e intelectuales que creen que tener una titulación académica los vuelve seres superiores, y por ende todos debemos subsidiarles la vocación”.
De esta manera, el presidente puso de manifiesto que su fervor en contra de la ciencia y la tecnología nacional no tiene que ver con la búsqueda del tan mentado equilibrio fiscal.
El desmantelamiento se fundamenta en el más profundo odio hacia las personas que trabajan en el desarrollo científico y tecnológico y hacia el conocimiento basado en evidencia.
A través de una posición oscurantista con siglos de atraso, el presidente Milei identifica a la comunidad científica y al pensamiento crítico como sus enemigos y niega el valor del conocimiento como base de la riqueza y el bienestar de las naciones.
Es llamativo que varios de los países que dice admirar sustentan su desarrollo en una muy fuerte inversión en ciencia y tecnología.
Como autoridades de ExactasUBA, repudiamos esas nefastas declaraciones y reafirmamos nuestro compromiso con la defensa de la ciencia y la educación pública.
La ignorancia de un presidente “académico” … que no sabe cómo se produce el conocimiento
Por Claudio Cormick y Valeria Edelsztein
Milei atacó como parte de “la casta” a quienes trabajamos en investigación, y propuso que el valor de la ciencia lo determine “el mercado” por medio de la compra de “libros”. Pero ¿puede funcionar la ciencia como lo propone el emisario de las Fuerzas del Cielo?
Buenas tardes pasajeras y pasajeros. A quién no le ha pasado de estar en una cena familiar y que surja la clásica pregunta: “Mamá, papá, ¿qué relación tienen los lóbulos de la hipófisis de los sapos con el metabolismo del azúcar?”. ¡Y uno sin palabras!
Pues bien, hoy les traigo una solución; más que una solución, una oferta; más que oferta, ¡un regalo! Por apenas el valor de una pizza se están llevando, en edición pocket, apta para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, mi publicación sobre La absorción intestinal de azúcares en el sapo Bufo arenarum Hensel, con insuficiencia hipofisaria o suprarrenal.
Pero les dije que era un verdadero regalo: por la misma suma agrego otro de mis trabajos. Quienes viajan en este medio de transporte suelen preguntarme “¡Pero Bernardo! ¿Esta semana no trajo copias de ‘The sensitivity to hypertensin, adrenalin and renin of unanesthetized normal, adrenalectomized hypophysectomized and nephrectomized dogs’? ¡En casa me lo piden!”. Hoy es su día de suerte: recién salida de imprenta la nueva edición para que nadie se quede sin saber qué le pasó al perrito hipofisectomizado.
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El 23 de octubre de 1947, Bernardo Houssay recibió el Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos sobre el papel de la hipófisis en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre, clave para comprender la diabetes. Así, se convirtió en el primer latinoamericano en recibir esta distinción en alguna disciplina científica.
Y estos desarrollos, como tantísimos otros, no fueron posibles por la mera existencia de un científico sino por la de una universidad pública, la Universidad de Buenos Aires, en la que tenía su laboratorio y donde daba clases; la de su grupo de investigación con colegas nacionales e internacionales, porque la actividad científica es colaborativa, y la de –muchos años después– el CONICET, organismo cuya creación Houssay impulsó y del que fue presidente hasta su muerte.
Difícil hubiese sido saber, para casi cualquier persona, que estos avances extraordinariamente importantes para promover la salud humana resultarían de la investigación de un señor que se dedicaba a, literalmente, cortarles pedazos a sapos y perros y cuyos trabajos no eran en absoluto relevantes —ni comprensibles— para el público no especializado. Nadie hubiese hecho fila por horas en pleno invierno en la puerta de una librería para comprar libros de Houssay, ni habría llamado pidiendo que pasaran los extractos más importantes de sus artículos, “la radio está buenísima, un saludo para todos los que me conocen”.
Por motivos que dependen del carácter enormemente especializado que tiene la producción de conocimiento científico, decidir qué investigaciones son valiosas y promisorias, y merecen en consecuencia recibir financiación, es una tarea que queda en manos de las personas expertas en cada área. Y pese a todo esto, en un nuevo episodio de lo que ya es una auténtica cruzada contra el conocimiento científico, Javier Milei pide justamente que sea “el público” el que determine, “comprando libros”, qué investigaciones científicas son valiosas y cuáles no.
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Un problema obvio de pensar que los mecanismos de mercado pueden servir para dirigir los recursos económicos necesarios hacia la investigación valiosa es que, simplemente, el público no especializado en ciencias no está en condiciones de determinar la calidad de un trabajo sobre, o sea, digamos, la usurpación británica de las Islas Malvinas, o sobre qué prácticas educativas son más eficientes para aplicarlas en la enseñanza escolar de ciencias sociales, o sobre qué campañas de prevención del embarazo adolescente son mejores, o sobre el desarrollo de un trigo transgénico resistente a la sequía. Más aún: ni siquiera quienes hacemos investigación, pero en otras áreas, estamos en condiciones de evaluar nada de todo eso.
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Y el motivo por el cual no podría funcionar el “método Milei” para financiar la investigación científica no es solamente que las personas fuera de las áreas especializadas no están en condiciones de evaluar la calidad de la investigación. Milei exige que se financie la investigación útil.
Pero, aunque como diría Marcelo Gallardo, “con el diario del lunes todos somos fenómenos”, la verdad es que en ciencia, igual que en el fútbol, no siempre sabemos de antemano qué va a servir y qué no. Muchas aplicaciones técnicas —en tratamientos de salud, pero también para que hoy existan el wifi, el GPS, Spotify, las cámaras digitales, los test de embarazo y un largo etcétera— surgieron de buena investigación que inicialmente tenía otros fines, pero que nos permitió ahondar en nuestro conocimiento del mundo y, gracias a eso, dio lugar a aplicaciones en su momento inesperadas.
En palabras del propio César Milstein (otro Nobel argentino) respecto de la técnica que permitió el desarrollo de anticuerpos monoclonales: “La técnica del hibridoma ha sido uno de los pilares de la revolución biotecnológica. Sin embargo, ninguna de las aplicaciones actuales fue el objetivo de la investigación que la hizo posible. En retrospectiva, puede parecer obvio que la invención de un método para inmortalizar células que producen anticuerpos específicos tendría tal potencial. Sin embargo, en ese momento, estas aplicaciones más importantes no estaban en nuestras mentes ni en las de los biólogos o incluso los inmunólogos”.
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Pero el problema no se termina aquí. Incluso si nos manejamos con el supuesto (totalmente poco realista) de que el público pudiera entender y evaluar el contenido de los trabajos científicos, e incluso si nos limitamos a trabajos “útiles”, de aplicación predecible (como la cura para enfermedades), la pregunta obvia es: ¿por qué habríamos de pensar que los mecanismos de mercado, por los cuales los agentes eligen “libremente” aquellos bienes en los que tienen interés garantizan una distribución justa de los recursos?
En definitiva, que ciertos productos y servicios generen demanda y, por lo tanto, se vuelvan sostenibles a partir de mecanismos de mercado, tiene por condición necesaria que las personas interesadas tengan recursos para pagar por ellos. Pocas cosas deben ser más útiles que investigar enfermedades como el Chagas o la malaria, que afectan seriamente las condiciones de vida de millones de seres humanos.
Pero, como comentamos en una columna anterior, la consecuencia de que la investigación de las compañías farmacéuticas se rija precisamente por criterios de rentabilidad —de investigar lo que se podrá de hecho vender, y a buen precio— implica que enfermedades como estas sean sistemáticamente desatendidas porque son enfermedades de pobres, y desarrollar tratamientos contra ellas no da plata.
La pregunta entonces no es si los “chicos del Chaco” tienen interés en que existan mejores tratamientos contra el Chagas, como los que les debemos a científicos de instituciones públicas de nuestro país, sino si el poder adquisitivo de sus familias tiene el suficiente peso como para que esa enfermedad vuelva a interesarles a las farmacéuticas. En última instancia, el gran problema es que los chicos del Chaco no pueden incidir en el mercado porque no nacieron en las familias correctas, como los Bulgheroni o los Pérez Companc, que sí recibirán privilegios sociales de sus padres. Hablemos de “casta”.
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Ahora bien, el problema no es solo que nadie fuera del área especializada está en condiciones de determinar el valor de un trabajo científico; ni tampoco que no se pueda saber de antemano qué trabajos científicos van a ser útiles; ni siquiera es solo que las obvias desigualdades sociales generan formas también desiguales de decidir, por mecanismos de mercado, qué investigaciones se financian y cuáles no.
Hay otro problema obvio que arrastra la idea de que el valor de la investigación científica pueda definirse a partir de la demanda que existe para “libros”: la publicación comercial de libros no incluye nada remotamente parecido a los estrictísimos mecanismos de evaluación que están por detrás de la publicación de artículos académicos en las revistas de mayor nivel.
Un obstáculo evidente que habría tenido Milei si de verdad hubiera querido ser “un académico”, como hilarantemente lo denominó su vocero Manuel Adorni, es que en el mundo académico los plagios se sancionan. Una ventaja de que los libros casi nunca atraviesen una evaluación por pares es que el presidente ha podido una y otra vez robar párrafos enteros de gente que sí hace su trabajo; 51 páginas consecutivas, en el caso de “su” último libro.
En el mundo de la investigación, naturalmente, prácticas así llevan a que un artículo sea retirado por la revista correspondiente, y deje de formar parte del conjunto de investigaciones del plagiario. Al requisito (¡bastante mínimo!) de no andar sustrayéndoles ideas a los colegas sin reconocérselo, se agrega que un artículo académico tiene que hacer aportes novedosos, tiene que estar basado en evidencia, tiene que tener claridad expositiva, y demás características que son objeto de evaluación experta y de las que carecen las publicaciones comerciales.
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Venderle los textos al por menor al público no especializado nunca es la forma en que se financia la investigación científica. Y un presidente que se autodenomina “académico” debería saberlo. Si Houssay no tuvo que vender sus publicaciones en el colectivo fue porque tuvo el apoyo de instituciones públicas como la Universidad de Buenos Aires, que le permitió llevar adelante las investigaciones que condujeron a su premio Nobel. En el caso de los miles de becarios e investigadores a los que el gobierno de “las fuerzas del Cielo” les desfinancian la investigación, la salida tampoco será que se dediquen a vender libros. La salida es, una vez más, y tristemente, Ezeiza.
Milei no la ve: el error estratégico de atacar la ciencia y la tecnología
Por Mauricio Erben*
En el reciente discurso de apertura del Foro de Madrid, la cumbre conservadora que se realizó en Buenos Aires, el presidente Javier Milei se refirió a los científicos y científicas como parte de la “casta”, que se esconden “canallescamente detrás de la fuerza coactiva del Estado”. Las palabras del presidente son realmente agraviantes y han generado un rechazo unánime de la comunidad. Las declaraciones son también infundadas ya que quienes integramos el sistema científico y universitario argentino hemos accedido a nuestros cargos por concurso y a lo largo de nuestra carrera científica y académica, rendimos cuentas constantemente sobre la pertinencia, calidad y cantidad de nuestro trabajo.
Al sugerir que los investigadores deberíamos “probar nuestra utilidad en el mercado”, Milei distorsiona peligrosamente el valor del sistema científico-tecnológico público en la llamada economía del conocimiento. Con estas declaraciones, el presidente Milei no solo agravia a quienes hacemos ciencia y tecnología, sino que comete un grave error al desestimar la importancia fundamental que tiene la ciencia en nuestra sociedad. Creo que es importante analizar este aspecto del discurso, ya que quién comete estos errores conceptuales es el presidente de la Nación, a quién debemos exigir no solamente respeto hacia la ciudadanía, sino también responsabilidad y coherencia en las políticas de Estado que pretende llevar adelante.
El valor estratégico del conocimiento en la sociedad
La visión estrecha que Milei pretende imponer sobre las lógicas del mercado aplicada al conocimiento es no solo errónea, sino también peligrosa. El conocimiento no es un simple bien de consumo que se pueda comprar y vender, se trata de un recurso estratégico que determina la capacidad de una nación para ser independiente, innovadora y competitiva en el escenario global. Suele decirse que el conocimiento es poder, y como tal, motivo de fuertes disputas geopolíticas. Hay saberes que no se pueden adquirir porque no están a la venta, especialmente en aquellas áreas que son clave para la soberanía y el desarrollo tecnológico de un país. También hay saberes que hay que construir para resolver problemas que son locales, propios de nuestra sociedad, que no interesan al mercado. Un presidente debe comprender que el conocimiento es un pilar estratégico de las naciones, no un producto más que se puede adquirir según las reglas de oferta y demanda.
Desmantelamiento y fuga de cerebros: el Plan de Milei para destruir el futuro de Argentina
Las palabras despectivas de Milei hacia los trabajadores tienen su correlato en ataques concretos a las instituciones de ciencia y tecnología nacionales. Su administración ha impulsado una serie de medidas que han socavado gravemente el sistema científico del país. Estas incluyen la subejecución del presupuesto en áreas de Ciencia, el desmantelamiento del Ministerio de Ciencia y Tecnología, y el desfinanciamiento de las universidades públicas. Además, se han suspendido obras de infraestructura y de equipamiento científico-tecnológico, y se ha producido un despido de personal contratado y el congelamiento de la planta del CONICET, con sueldos que están por debajo de la línea de pobreza. La Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación está paralizada, habiendo dejado de financiar proyectos ya aprobados y discontinuado la actualización en el pago de proyectos que están en ejecución. La investigación agropecuaria e industrial del INTA e INTI se ha paralizado, y se han suspendido proyectos estratégicos en CONAE, como el plan satelital, y en CNEA, como el plan nuclear. Las consecuencias de estas acciones tendrán efectos devastadores.
Argentina ha demostrado en diversas ocasiones sus capacidades en el ámbito científico. Una forma de demostrar la fortaleza y calidad del sistema es destacar que Argentina es uno de los pocos países de América Latina en contar con cinco Premios Nobel, tres de los cuales están relacionados directamente con la ciencia y la medicina, todos ellos con fuertes lazos con la universidad y el sistema científico público. Sin embargo, resulta irónico que un presidente que ha sugerido en varias ocasiones que él mismo debiera ser galardonado con el Premio Nobel de Economía, desprecie tan abiertamente el conocimiento generado en nuestro país. Quizás, este desprecio revele un complejo de inferioridad, un resentimiento hacia aquellos que, a través del trabajo y el esfuerzo, han logrado reconocimiento y prestigio, algo que Milei, en su búsqueda de validación académica de sus ideas, parece no haber alcanzado a pesar de los numerosos y asimismo poco rigurosos premios internacionales recibidos recientemente.
En estos nueve meses de gobierno, el impacto de estas políticas aplicadas por Milei está teniendo un efecto devastador para el futuro inmediato de la ciencia y la tecnología en Argentina. Las capacidades de recursos humanos formados en nuestras universidades, con altísima calidad académica a lo largo de años de inversión y esfuerzo individual y colectivo, se verán gravemente afectadas. Muchos de estos profesionales, ante la falta de oportunidades y el desmantelamiento del sistema científico, se ven forzados a emigrar en busca de mejores condiciones en otros países. Este fenómeno de “fuga de cerebros,” que ya hemos sufrido en el pasado, amenaza con despojar a Argentina de recursos y talentos muy valiosos, comprometiendo gravemente nuestra capacidad de innovar, desarrollarnos y resolver los problemas urgentes que enfrenta la sociedad. La sociedad ha invertido en la formación de estos recursos humanos calificados. Con cada persona formada que se va del país por falta de oportunidades locales, Argentina queda rezagada en el escenario global, perdiendo la posibilidad de construir un futuro próspero y soberano. Es inadmisible que propiciar la “fuga de cerebros” parezca ser la única política de Milei respecto del sector.
Un modelo de país que atrasa y expulsa recursos humanos
El modelo que propone Milei para la política de ciencia tiene su correlato en un modelo de país con una economía primarizada, que se apoya en la explotación de recursos naturales como la minería, el agro, el gas y el petróleo. Este enfoque, que aprovecha las ventajas comparativas de Argentina (ejemplificadas en la figura de “granero del mundo”) puede parecer atractivo a corto plazo, pero es insostenible tanto ambientalmente como a largo plazo. Las actividades extractivas generan empleos de baja calidad, con escaso valor agregado y, además, provocan un impacto negativo en el medio ambiente, comprometiendo el bienestar de las futuras generaciones. Es este un modelo de país para pocos, que deja afuera a la gran mayoría de la población, la generación de conocimiento no es necesaria, queda excluida de las variables de análisis.
Por otro lado, existe un modelo de país que se basa en los aportes de la ciencia y la tecnología como motores para agregar valor a la producción y generar riqueza a través del conocimiento. Este enfoque no solo crea empleos de alta calidad y mejor remunerados, sino que también permite desarrollar industrias más sofisticadas y competitivas a nivel global. El dilema que Milei plantea entre Estado y mercado en el desarrollo científico y tecnológico es falso: no se trata de uno u otro de forma excluyente. Todos los países promueven la inversión pública en ciencia y tecnología, ejerciendo un rol central en la definición de prioridades y regulación en formas de desarrollo que el mercado complementa y aprovecha.
Además, la ciencia es fundamental para abordar y resolver problemas críticos del país, como la seguridad alimentaria, la producción pública de medicamentos, la salud, la energía, la vivienda, problemas sociales urgentes como el abuso de drogas y la seguridad. Un país que invierte en ciencia y tecnología, que conoce su propia historia y puede pensarse como sociedad, que favorece las expresiones culturales y artísticas, puede diversificar su economía, reducir su dependencia de los recursos naturales, y fomentar un desarrollo sostenible que beneficie a toda la sociedad.
El huevo de la serpiente: privatización en Ciencia y Tecnología
La destrucción del sistema público de ciencia y tecnología en Argentina se presenta bajo la forma de “ahorro” para el Estado, otra variable de ajuste en la búsqueda del déficit cero. Sin embargo, este “ahorro” es mínimo y a un costo enorme. En 2023, la inversión pública en CyT representó solo el 0,34% del PBI, un valor muy por debajo de la media mundial. Además, el sector privado argentino ha contribuido históricamente con apenas un 0,2% del PBI a la inversión en CyT, lo que revela que la reducción de la participación estatal no sería compensada por una mayor inversión privada. Este panorama de escasa inversión privada, contrario a la creencia de que la presencia estatal inhibe la inversión privada, resalta la importancia del rol del Estado en mantener y fomentar el desarrollo científico y tecnológico. Si el Estado decide recortar o eliminar sus aportes a CyT, no será el sector privado quien pueda llenar ese vacío, dejando al país en una situación de dependencia tecnológica y pérdida de soberanía en áreas estratégicas. Un estadista no puede desconocer esta realidad, por lo tanto, Milei muestra un nivel enorme de cinismo cuando a la par de desfinanciar al sistema de ciencia manda a los científicos a que demostremos nuestra utilidad en el mercado.
A partir de la aprobación de la denominada Ley Bases, se habilitan iniciativas para la privatización de empresas con participación estatal, muchas de las cuales están estrechamente vinculadas con el complejo de CyT del país. Estas empresas aportan enormemente al Producto Bruto Interno en rubros de alto valor agregado, integrando pequeñas y medianas empresas a sus cadenas de valor. Son ejemplos exitosos de sustitución de importaciones y generación de divisas, y también son centros de capacitación de personal altamente calificado. La privatización de estas empresas no solo afectará la economía del país, sino que comprometerá su capacidad para mantenerse competitivo en áreas clave para el desarrollo científico y tecnológico.
La puesta a remate de estas “joyas de la abuela”, no solo representa una pérdida de control sobre sectores estratégicos, sino que también podría resultar en la extranjerización del conocimiento generado en el país, lo que conduciría a un retroceso significativo en el desarrollo nacional.
La batalla cultural y política
Es así que Milei intenta justificar simbólicamente sus políticas, creando un sentido negativo hacia las instituciones públicas, ante todo forma de presencia del Estado. Su discurso no es simplemente una crítica aislada a los “ñoquis del Conicet y las universidades”; es una generalización que busca erosionar la confianza en todo el sistema público, incluyendo a la ciencia y tecnología del país. Al hacerlo, no solo pone en duda el valor de las universidades y el CONICET, sino que cuestiona la razón misma de su existencia: ¿Para qué queremos universidades? ¿Para qué sirve el CONICET?
La respuesta a este ataque debe ser colectiva y contundente, debe superar el reclamo sectorial. Es fundamental que entendamos lo que está en juego. Se trata de decidir si seremos una nación soberana, capaz de generar el conocimiento necesario para valernos por nosotros mismos, o si nos resignaremos a ser meros exportadores de materias primas, dependiendo de los avances tecnológicos y científicos que nos quieran vender los países centrales. La pandemia de COVID-19 dejó en claro que un sistema robusto de ciencia y tecnología es esencial para enfrentar desafíos globales y asegurar un desarrollo con inclusión.
Las universidades nacionales son espacios de ampliación de derechos y de movilidad social ascendente. Son lugares donde se genera conocimiento que mejora la vida de millones de personas y donde se forman las futuras generaciones de profesionales que construirán el país que queremos. Si renunciamos a esto, estaremos condenando a la Argentina a un futuro de dependencia y exclusión.
Un llamado a defender el futuro de Argentina
En definitiva, estamos ante una disputa de sentido sobre el modelo de país que deseamos construir. Por un lado, un país donde el conocimiento esté al servicio de las necesidades de la mayoría, donde la educación y la ciencia sean derechos garantizados por el Estado. Por otro lado, el modelo que promueve Milei, donde el conocimiento es un bien de mercado, accesible solo para quienes puedan pagarlo, y donde los trabajadores del Estado son vistos como un lastre. Este es un modelo que nos condenaría a una economía primarizada, dependiente de la explotación de recursos naturales, con poca capacidad para generar valor agregado y nula para resolver los problemas urgentes que nos aquejan. Más temprano que tarde este plan retrógrado de Milei mostrará sus limitaciones y finalmente su fracaso, ya lo hemos visto a lo largo de la historia.
Hoy defender la ciencia, la educación y la tecnología es defender el futuro de nuestra nación. No permitamos que se impongan discursos que desprestigian el trabajo y el aporte de nuestros científicos. No podemos renunciar al anhelo de construir una Argentina inclusiva, soberana y próspera, donde el conocimiento sea un bien común y donde podamos desarrollar un modelo de país basado en la ciencia, la tecnología y la innovación, con una economía diversificada y sustentable que beneficie a toda la sociedad.
* El autor es decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata e investigador principal de CONICET
Fuentes: Resumen Latinoamericano, Red Eco Alternativo, Tiempo Argentino, APU