Colonia Agroecológica Tapalqué: arraigo rural, política pública, producción sana y alimentos a precios justos

Familias productoras trabajan tierras que estuvieron abandonadas durante décadas y ahora cosechan alimentos sanos para consumo regional. La experiencia, donde son centrales la UTT y la municipalidad bonaerense de Tapalqué, muestra la potencia de una política pública a nivel local y las posibilidades de replicarla a nivel provincial y nacional. Crónica de una esperanza.

Por Nahuel Lag, desde Tapalqué, Buenos Aires. Fotos: Nicolás Pousthomis.

Lechuga, rabanito, alcaucil, perejil, ciboulette, rúcula, repollo blanco, remolacha, repollo rojo, espinaca, coliflor, arvejas, habas, brócoli, zapallo anco, zapallo cabutia, choclo, tomate, berenjena, frutilla, melón, sandía. Esos cultivos se producen desde hace dos años en las que, durante más de tres décadas, fueron las tierras abandonadas de la vieja Estación de Tapalqué, en el centro de la provincia de Buenos Aires. Un pueblo rural, rodeado de 4.000 kilómetros cuadrados de campo, en el que sus 10.000 habitantes se alimentaban solo con las verduras y frutas del Abasto Central de Mar del Plata o La Plata, producidas a 300 kilómetros de distancia, con agrotóxicos, y en condiciones de esclavitud para quienes trabajan la tierra.

“La gente misma del pueblo nos dice: ‘No sé cómo hacen para producir, si no es buena la tierra, si no es tierra para producción. ¿Cómo le hacen venir ustedes a las verduras? ¿Qué le ponen? Esta tierra se puede producir, simplemente, hay que poner las ganas y trabajarlo”, asegura Juvenal Ordoñez, productor hortícola de 60 años, oriundo de Tarija (Bolivia), pero trabajador de la tierra en la Argentina desde 1991. Él junto a Lucila Contreras, su “señora”, son una de las familias, agrupadas en la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT), que hicieron el mismo camino que los camiones de abastecimiento, desde el cordón hortícola de Mar del Plata a Tapalqué, pero para abrir nuevos caminos.

El polvo que levanta permite ver el trayecto que hace la moto de Débora, con su hijo abrazado de acompañante, desde que deja el asfalto de la Avenida 9 de Julio. La arteria con nombre de independencia es la principal de Tapalqué, atraviesa la ciudad desde su ingreso por la ruta 51 hasta el balneario municipal en el río homónimo, cruza el puente y se extiende en un último tramo arbolado hasta la vieja estación de tren. La moto dobla a la derecha por el camino lindero a las vías, una avenida de tierra que funciona como ingreso a lo que luego son ya caminos rurales. “La verdura está fresquita. Imaginate que si la traen desde el Mercado Central llega toda marchita”, explica Débora cuando se le consulta por qué cruzó todo el pueblo para conseguir su verdura.

La Colonia Agroecológica Tapalqué está ubicada al final del pueblo, a ambos lados de la cabecera de lo que fue la Estación de tren. Las vías de la Línea Roca unían Constitución con Bahía Blanca, en un recorrido alternativo al que aún une estas dos cabeceras, pero vía Las Flores. Hasta la década del 60 llegaron pasajeros y mercadería; hasta los 90 siguió, ocasionalmente, solo ocupado por trenes de cargas.

El ramal lo cerró el ahora reivindicado Carlos Menem. En el Museo Municipal se recuerda el origen mapuche del nombre del la localidad (“aguas con totoras”) y las campañas militares de fines del siglo XIX, en las que la localidad fue un fortín para organizar el Ejército de Julio Roca y avanzar sobre las tierras de los pueblos originarios para instalar el reparto de tierras y el modelo agropecuario argentino. En el museo también se recuerda que en Tapalqué existió una “sección quintas”, donde la productora e inmigrante italiana Antonia Bracco cosechaba las “Peras de Tapalqué”, que con el tren llegaba hasta el mercado Gath y Chaves de la Ciudad de Buenos Aires. El tren y la producción frutihortícola fueron historia, hasta hace poco.

En 2021, el intendente Gustavo Cocconi (Unión por la Patria) decidió reclamar a la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE) las nueve hectáreas de tierras federales del predio de la estación del ferrocarril. El objetivo era replicar la experiencia de colonia agroecológica de la UTT en la localidad bonaerense de Jauregui (Luján). “La estación de campo en la que me críe estaba rodeada de familias con pocas hectáreas en producción. Los procesos económicos y sociales que transcurrieron hicieron que el alimento de calidad que se producía ahí, se perdiera, que la tierra se concentre. Es un debate que deberíamos darnos todas las comunidades, cuando vemos la caída en el índice demográfico de las zonas rurales, la concentración en las capitales, y la calidad de vida y de los alimentos”, reflexiona Cocconi.

Una vez hecho el puente entre la Intendencia y la UTT, y presentado el proyecto de la colonia agroecológica, y meses burocráticos mediante, la AABE cedió las tierras para iniciar el proyecto. La organización llevó la propuesta a sus bases en Mar del Plata y La Plata, donde se concentra la producción hortícola bonaerense. “Estábamos felices de venir a Tapalqué, de dejar de vivir en una casilla en Mar del Plata, donde teníamos que trabajar desde la primer luz del día para que nos paguen lo que quería el patrón”, describe Natalie Contreras, que junto a Claudio Gutiérrez y sus tres hijos se anotaron en la base marplatense de la UTT para ser colonos en el interior bonaerense y fueron una las familias sorteadas para obtener su porción de tierra.

“Le hacen casas a los bolivianos y a vos no”, decían los volantes que repartía la oposición local cuando se conoció el proyecto de la colonia agroecológica. Sin embargo, por voluntad política, las tierras fueron cedidas por la AABE al Municipio de Tapalqué y en convenio a la UTT para las familias quinteras que llegaban a trabajar la tierra.

El proyecto se completó con una iniciativa pionera del Ministerio de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, denominado “Colonias Agroecológicas para la Comunidad”. Se trató de la planificación de siete viviendas, con red de agua potable, electricidad y red riego para los cultivos, con una inversión de 28 millones de pesos. Cuatro viviendas al norte de la estación y tres del lado sur, con cada vivienda, la familia que llega a habitarla tiene una hectárea y media para la producción hortícola. Un desafío para cambiar, un poco, el modelo histórico en un municipio de 417.200 hectáreas, con un 80 por ciento de ellas dedicadas a la cría de ganado a campo o en corrales de engorde.

“Al principio había bronca, porque toda la gente quiere su casa, pero ahora se valora mucho que esté la colonia”, afirma Débora, mientras espera a pocos metros de la tranquera, en el camino de ingreso al ala norte de la colonia, donde están las casas de Claudio y Natalie; y de Juvenal y Lucila, las dos primeras familias que llegaron al predio. Claudio aparece a unos 40 metros, detrás de la lomada que generan las oxidadas vías del tren y separan las casas de las tres hectáreas que están en producción.

Viene, cuchillo en mano, con una carretilla llena de lechuga, acelga, remolacha y cebolla de verdeo. Claudio saluda a la clienta y vecina, abre una canilla y se pone a lavar la verdura recién cortada para quitarle la tierra aún fresca del riego de la mañana. “No hay nada mejor que la verdura natural, recién cortada”, dice Débora; que se lleva unos cuatro kilos por 3.800 pesos.

Este mediodía la vecina llegó hasta la tranquera, pero las familias también comercializan su producción en la Plaza Central del pueblo, donde la gente hace filas de hasta una cuadra. Las diferencias que surgieron en el primer año de instalación de la colonia quedan de lado. En la fila se encuentra la vecina con el Intendente, el productor ganadero de apellido histórico con el concejal de La Libertad Avanza. Desde septiembre pasado, las familias de la colonia también atienden la verdulería del Mercado Bonaerense, inaugurada por el gobernador Axel Kicillof, como parte de una política del Ministerio de Desarrollo Agrario para formalizar los canales de productor a consumidor.

Tierras para repoblar el campo, con vida digna

La Colonia Agroecológica Tapalqué es una muestra a escala de las políticas públicas, que reclaman las organizaciones campesinas, entre ellas la UTT junto a la Mesa Agroalimentaria Argentina, y que en el país deberían estar implementadas desde 2014, cuando fue sancionada la Ley de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena. Una norma paralizada durante la gestión de Mauricio Macri, promovida tibiamente durante el gobierno de Alberto Fernández y barrida desde su llegada al poder por Javier Milei, quien eliminó el Instituto de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena (Inafci). La Colonia es una muestra de una medida central que contempla la ley y nunca se activó: el Banco de Tierras.

Agustín Suárez, coordinador nacional de la UTT, pone en valor las “voluntades” políticas que se movilizaron entre 2021 y 2023 para hacer realidad la colonia, a pesar de que no se haya consolidado en una política pública. “La importancia de la existencia de colonias agroecológicas como las de Tapalqué o la de Luján es que demuestran que el modelo que nosotros proponemos es posible”, reivindica, a pesar de las demoras y contramarchas. Y señala que esas voluntades permitieron avanzar mucho más rápido en el caso de Tapalqué, que en la experiencia de Luján, una toma iniciada el 20 de abril de 2015, que atravesó un duro proceso durante la gestión de Macri, hasta conseguir la cesión de tierra por parte de la AABE.

“Felices”, repite Natalie sobre el recuerdo del día en el que junto a Claudio salieron sorteados para abandonar Mar del Plata. Ella tiene 36 años, llegó a Argentina a los 19 para trabajar en el campo en el barrio marplatense de San Carlos. Allí la esperaba Lucila, que es su tía, y que ya trabajan con Juvenal como medieros —modalidad extendida de trabajo rural en la que el dueño de la tierra pone el capital y el quintero la mano de obra por un porcentaje de la venta—.

En aquel campo, de dueño argentino, había 15 invernaderos, dedicados al tomate y morrón; pero también había trabajo a campo con choclo y papa. Eran en total unas 45 personas, que compartían un mismo baño, con duchas de agua fría para cinco o seis personas, una habitación para quienes tenían familia y cuchetas para el resto. La jornada de trabajo: desde el amanecer hasta la medianoche, para completar los pedidos que cada día debían salir rumbo al Mercado Central.

Claudio tiene 48 años y llegó al país a los 18. Conoció a Natalie en ese mismo campo, trabajando en uno de los 15 invernaderos. Había pasado por otros patrones regando a campo abierto, cosechando y carpiendo la tierra. “Cuando el patrón llegaba al campo teníamos que estar todos en movimiento. Si veía que uno se sentaba, te decía: ‘para descansar andate a tu país’. No se conseguía en ese tiempo los papeles rápido y teníamos que hacer lo que él nos decía”, recuerda Lucila.

Natalie y Claudio se pusieron en pareja y siguieron probando suerte con otros patrones. Pasaron por cinco campos distintos, siempre trabajando a porcentaje —les pagaban el 30 por ciento de lo que se vendía, pero nunca se les informaba el precio que se ofrecía en el mercado—. En ese tiempo tuvieron a sus hijos Miguel, Franco y Benjamín. “Yo sentía que me portaba mal con mis hijos. Salía al campo a la madrugada, volvía al mediodía para cocinar algo y llevarlos a la escuela; ellos volvían a las 17 y nosotros seguíamos trabajando hasta la medianoche”.

Cuando, en 2021, en la base de la UTT les dijeron de la posibilidad de trabajar tierras en Tapalqué ya llevaban tres años participando de la organización. “En las reuniones podíamos enterarnos de los precios de la verdura, hablamos de luchar por la tierra, de tener un día nuestra casa, nuestra tierra y trabajar para nosotros”, valora Natalie. Entonces, se anotaron y fueron en una primera visita en junio a conocer el pueblo. Luego esperaron ansiosos el sorteo.

Claudio recuerda estar seguro, no dudarlo, a pesar de que había conseguido un acuerdo de porcentaje del 50 por ciento con el patrón y hasta planificaba construir a medias un invernadero más grande. Pero en cada campo, durante 15 años, habían vivido en una casilla de madera, rodeada de nylon “para que el agua no entrara cuando llovía”, recuerda Natalie. Habían tenido un baño sin compartir con otras familias medieras solo en el último campo, por iniciativa de Claudio, y nunca una ducha con agua caliente: “No podías enchufar un calefón porque el patrón te decía que la luz era muy cara y la pagaba él”.

El día del sorteo Juvenal todavía dudaba, porque él y Lucila habían dado un salto y habían pasado de trabajar a porcentaje a alquilar cinco hectáreas. “No quería ser más esclavo”, dice el productor sobre el cambio que había logrado, pero la situación económica y la devaluación también complicaron la situación. El dueño del campo le dijo que tenía que pagar 6.000 dólares por mes. “Dólares, no pesos. ¿De dónde los sacás? Es tu problema. Si no te gusta, te vas”, le marcó.

Trabajaban la tierra, sembraban, cosechaban y obtenían unos pocos pesos por cada jaula de ocho kilos de verdura, a pagar en una semana. El camión que llevaba su producción rumbo al mercado ofrecía eso y si no, le dejaba la mercadería en la calle. “Alquilar por alquilar, no”, dijo Lucila y lo puso rumbo a Tapalqué.

En agosto de ese año llegaron a Tapalqué. Los primeros meses no fueron fáciles. El proyecto financiado por el gobierno bonaerense fue desarrollado por la Cooperativa de Trabajo Barrios Productores junto al Instituto de Investigaciones y Políticas del Ambiente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), el Conicet y el Centro de Tecnología de la Madera de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales. Las casas planificadas en 90 días se extendieron por los tiempos burocráticos a diez meses para su finalización.

En esos meses, los vagones de tren que dejaron de circular por las vías del Roca fueron acondicionados como vivienda, se construyeron baños especiales y las familias esperaron entre ahorros y asistencia de la organización. “Esa no era nuestra voluntad”, reconoce el Intendente. Eso hizo más difícil el proceso de la UTT de sumar nuevas familias a la colonia. Algunos se arrepintieron y prefirieron no arriesgarse, pero Natalie sostiene que ellos, incluso en aquellos meses, estuvieron “diez veces mejor que en Mar del Plata”. En octubre de 2022, tres meses después de tener sus casas, con un tractor de la organización, pusieron a punto la tierra para empezar a producir las hectáreas del ala norte de la colonia.

“Esta es la primera casa que tenemos desde que vinimos de Bolivia. Es un cambio total. Aquí una trabaja sin presión y sabe lo que tiene que hacer. Bajo patrón uno va como un esclavo, aquí es más lindo, todo es diferente. A mí me gusta trabajar en el campo, lo que más me gusta es levantarme bien temprano y trabajar en el silencio de la primera luz del día”, destaca Lucila.

Las casas tienen una base de material y están levantadas con construcción en seco. Tienen un techo a un agua, que cae para formar una galería. La entrada es por el living-cocina, sigue un baño y dos habitaciones contiguas, que también tiene salida directa a la galería. Una rápida mirada a las galerías son una síntesis de lo que ocurre en las hectáreas en producción: plantineras, botas, mochila para aplicar los biopreparados, bidones con purines, jaulas —cajones de verdura— acomodadas como un tetris, carretillas, herramientas, palas y azadas.

El campo está siempre en movimiento. Cada familia tiene su parcela que regar por la mañana, que carpir para desyuyar por el mediodía, cosechar o ir a buscar algo de verdura si llegan pedidos de los vecinos. Ahora también se coordinan para ocupar el puesto de la verdulería en el Mercado Bonaerense, ubicado frente a un nuevo barrio de viviendas sociales a unas cuadras del centro.

Alrededor de las casas crecen árboles frutales, hay un gallinero y una pequeña plantinera. Bajo la galería de la casa de Natalie y Claudio, cubierto con una lona, descansa un bocashi —abono que se produce a través de la fermentación de residuos orgánicos— listo para nutrir los bancales de verduras y frutillas. También hay un fermentador azul, con un aireador, donde ensayan un Biol —un abono natural líquido, producto de la descomposición anaeróbica de diferentes desechos orgánicos—.

Trabajar la tierra, producir alimentos sanos 

Claudio vuelve a pasar la lomada que forman las vías y separan las casas de las hectáreas en producción. Ahora lo sigue Juvenal, que va a revisar las mangueras de riego. Y Natalie y Luci que llegaron del local que abastecen en el predio de Mercado Bonaerense.

“La gente viene y nos pregunta: ‘¿Son de ustedes, no?’ Si le decimos que no, nos dicen que le avisemos cuando llegue verdura o frutillas de la quinta”, cuenta Lucila alegre de que se reconozca el trabajo que hacen, con la primavera y hasta abril, las frutillas de la colonia son la sensación del pueblo.

La apertura del Mercado Bonaerense los forzó a traer verdura de estación de otras zonas o fruta que no se produce localmente. Un desafío complejo para las familias que ahora deben complementar sus tareas con los costos del flete y la lógica de mercado. “Los vecinos quieren nuestra verdura porque les dura 20 o 30 días”, resalta Juvenal orgulloso de la verdura agroecológica que producen.

De la casa de atrás de las dos familias pioneras, llega caminando Brian Ordoñez. Él nació en Mar del Plata, tiene 26 años y es hijo de Juvenal. Llegó a la colonia un poco después, cuando las casas ya estaban terminadas, para ocupar el lugar de una familia que no se adaptó y eligió volver al cordón hortícola de Florencio Varela. Ahora, entre las tres familias trabajan el total de las hectáreas del ala norte del predio.

“Creo que soy el único joven en el pueblo trabajando horticultura. Estamos rodeados de campo, pero acá los jóvenes se van a estudiar a La Plata, Mar del Plata o Azul, o trabajan en los comercios. Este es un trabajo que me permite vivir y con el que aprendo cosas nuevas siempre. El año pasado fue mejor que este, pero estamos acá tratando de buscarle la vuelta a todo. A lo de antes, no voy a volver”, cuenta Brian, mientras camina entre los surcos de lechugas, acelga y repollo. Cuando dice “lo de antes”, se refiere al trabajo que hizo desde sus 19 años en La Plata.

El joven se fue con su bolso a probar suerte al otro gran cordón hortícola. Corrió una suerte parecida a la de sus compañeros de la colonia: tenía a cargo una porción de un invernadero: sembrar, cosechar, enjaular y volver a sembrar. “En La Plata la tierra no tiene descanso”, dice y recuerda que él tampoco, que a veces dormía solo cuatro horas y volvía al trabajo para cumplir con los pedidos. “En La Plata tenías un piojo (un pequeño pulgón) y tenías que comprar insumo convencional y eliminarlo, pero no sabía que le hacía daño a la tierra, no sabía nada”, repasa Brian.

Valora lo que aprendió en cuatro años “a otro ritmo” y las cosas materiales que consiguió, pero cuando se empezó a enfermar, cuando le salieron protuberancias en el cuello y en los brazos —“hasta el día de hoy, los médicos no me supieron decir de qué me enfermé”—, abandonó el modelo agroquímico y se instaló en Tapalqué.

Claudio señala dos bancales. Uno tiene lechugas fuertes y parejas de punta a punta; el otro desparejas. Sentencia que donde rindieron menos es porque faltó bocashi y cama de guano de pollo. Los fertilizantes naturales que usan para nutrir la tierra. Para preservarla y prepararla para una nueva siembra también suman camas de hojas o pastos, que el Municipio les aporta de los trabajos de mantenimiento en el espacio público.

Lucila recorre los lomos de frutillas y cosecha para un pedido de tres kilos que hizo una vecina, que le envía verduras a su hijo que estudia en La Plata, mientras cuenta cómo desyuyar, cómo evitar los hongos y cómo combaten las plagas bajo el modelo agroecológico: purines de ajo, de paraíso, de cebolla, de albahaca para los insectos.

Juvenal suma el preparado de sulfocálcico, para prevenir hongos antes de la floración, y el supermagro, para el engorde de las plantas del nacimiento a la floración. Más allá, Lucila y Natalie cosechan las últimas acelgas sembradas en invierno: unas hojas verde intenso y enormes, que le cubren la cara y parte del cuerpo. Entre los bancales de verdura agroecológica se escuchan teros, jilgueros y horneros. Una perdiz se esconde entre las lechugas, un cuis pasa rápido entre los surcos de arvejas y habas. Las abejas dan vueltas por las flores de un verdeo que no se llegó a cosechar, las vaquitas de San Antonio aparecen haciendo control biológico entre los repollos.

“Esto es un cambio total. Con el convencional no dejábamos ningún insecto, matábamos todo”, repasa Juvenal a semanas de haber sido operado por un tumor. “Era una locura. Quizá, por eso, sean los problemas que tenemos nosotros ahora”, reconstruye Lucila, que sufre de una fuerte alergia que le hace sangrar la nariz.

“Con los insumos agroecológicos el rendimiento es igual o mejor que con un convencional, lo pudimos probar con las frutillas, con los tamaños, el sabor. Yo no creía hasta que lo probé y me cambió la idea instalada de que sin agroquímicos no se puede producir”, sentencia Brian, que ahora se forma en agroecología en el Consultorio Técnico Popular (CoTePo) de la UTT, de donde también obtienen los biopreparados que no llegan a producir en la colonia. 

Eso es por el momento, ya que Brian está a cargo de levantar una pequeña fábrica para abastecer las hectáreas en producción y las que aún restan. Uno de aquellos vagones que fue vivienda en los primeros meses ya está pintado esperando contar con el equipamiento para ponerlo en marcha: “Biofábrica”, se lee en el vagón intervenido a pocos metros del viejo cartel de la estación. “Económicamente también cambia porque no gastamos plata para comprar los venenos, los insumos para prepararlos nosotros salen la mitad que un frasco de químicos”, hace cuentas Natalie.

El cambio a la agroecología impacta en la salud de quienes producen, pero también de los vecinos y vecinas de Tapalqué. Claudio recuerda los venenos con los que se “curaba” el tomate en Mar del Plata, cómo se tiraban en cantidades y sin respetar los días de “carencia”, o sea, lo que debe pasar entre una aplicación y la cosecha.

No son solo impresiones o historias de quinteros que dejaron aquel modelo. El segundo informe “El Plato Fumigado”, producido por la organización Naturaleza de Derechos y la Fundación Cauce, analizó los controles del Senasa (Servicio Nacional de Sanidad Agroalimentaria) sobre frutas, hortalizas, verduras, cereales, oleaginosas y especias aromáticas, entre 2020 y 2022. Se registraron 6.191 detecciones de agrotóxicos, con 83 principios activos. Al menos 51 por ciento de los químicos encontrados están prohibidos en la Unión Europea. Solo en el tomate se detectaron 29 agrotóxicos.

Sin patrón, al mediodía hay tiempo de charlar, de sentarse a comer todos juntos bajo la galería de una de las casas, con una ensalada fresca y agroecológica. Natalie dice que, cada tanto, vuelve a Mar del Plata solo a visitar a los amigos que quedaron por allá, pero en esos viajes ya no puede comer ensalada: “Me cae mal, porque la verdura está producida convencional”.

“No es lo mismo comprar acá que en otro lado. Es importante que sea agroecológico”, valora José que llegó con Susana en su auto hasta la colonia. No son de Tapalqué, están de visita a la familia con ganas de dejar el sur del Conurbano y venir a vivir cerca del campo. “En el pueblo enseguida te dicen dónde es la colonia o dónde encontrarlos, porque los conocen y saben que es verdura fresca”, confirma Susana.

Hacer comunidad, el abastecimiento local 

Más tarde llega otra vecina del pueblo, en bicicleta. Habla con Lucila y Natalie y pide dos kilos de frutillas para agasajar a sus hijos con un postre el fin de semana. Dice que es clienta “fiel” y también marca la grieta que se respira a nivel nacional y local, no dice si es más cercana al PRO, la UCR o La Libertad Avanza; pero confiesa que “lo mejor que hicieron éstos (por el oficialismo), fue traerlos a ustedes” y le pone una cuestión ideológica a la negativa de ir a comprar al local de las familias en el Mercado Bonaerense: “Ese mercado no lo piso. Puedo sentarme a tomar mates adelante, pero no entro ni muerta”.

El intendente Cocconi lleva 20 años como jefe comunal. Un primer mandato para reemplazar al fallecido Ricardo Romera, una elección ganada en 2007 y cuatro reelecciones. Plantea la instalación de la colonia agroecológica como una política de largo plazo en el municipio: “Presencia del Estado para intermediar entre la producción y el consumo, siempre pensando que en esa intermediación se puede dar trabajo, dar calidad de vida a quienes la producen y también a quien lo adquiere”.

En la crisis económica de 2001 se creó la marca ProduTap que junto a tamberos locales ofreció leche a precios populares. Más tarde se recuperó el frigorífico municipal para que los productores ganaderos de la zona se ahorraran el flete y hagan la faena en el municipio. A pesar de llevar un observatorio de precios municipal y una política a favor de los productores, en lácteos y carne los precios locales son similares a los de cualquier ciudad, a excepción del Mercado Bonaerense, donde se ofrecen un 20 por ciento más barato que en los dos supermercados locales.

Desde la colonia agroecológica sí ofrecen calidad y precios desde su primera feria a fines de 2022 en la estación de tren y luego en la feria que miércoles y sábados montaban en la Plaza Central, ahí donde sin grieta todos hacen fila para conseguir las verduras. La frutilla de la colonia se vende a 2.500 el kilo frente a los 4.000 de las verdulerías, que pagan el flete desde los cordones hortícolas. El paquete de acelga 800 pesos frente a precios que pueden ir hasta los 2.000 pesos.

Desde la apertura del Mercado Bonaerense, la feria en la Plaza Central se interrumpió, momentáneamente, a la espera de retomarla los días domingo y lunes, cuando el mercado no abre. Cuando montan la feria frente al Municipio y la Iglesia, las familias solo ofrecen la producido en la colonia y sostienen que, además, podrían abastecer a las verdulerías locales con sus productos. “¿Quién sos vos?”, le decían a Claudio las primeras veces que se acercó a los comercios a ofrecer la producción de la colonia. Brian sostiene que la resistencia aún se debe a la capacidad de remarcar o no los precios.

Todos coinciden en que pueden abastecer localmente al pueblo, que ya reemplazó la discriminación inicial por el valor de la verdura de calidad. Claudio calcula que lo pueden hacer solo con las hectáreas en producción y más aún si pudieran extender las verduras de estación con la construcción de un invernadero —400 jaulas de verdura dos veces por semana con un invernadero de tres metros por 100 de largo, calcula de sus tiempos marplantenses—.

La producción se podrá escalar más cuando se ponga en marcha el ala sur de la colonia, donde hay otras tres casas, y dos esperan recibir familias quinteras desde La Plata para trabajar las dos hectáreas en las que aún no se ha movida la tierra. La planificación está hecha, a pesar de los contratiempos. Desde fines de septiembre, coincidiendo con la inauguración de Mercado Bonaerense y la entrega de 24 viviendas sociales, dos de las casas del ala sur de la colonia fueron tomadas, un secreto a voces señalaba a intereses políticos, los mismo que montaron una campaña contra la colonia. A pesar de los intentos de diálogo, por el momento, la situación era de amenazas y negociación para poder seguir sosteniendo el fin productivo.

“No llegamos a estar fuertes esta temporada todavía, a tener las seis hectáreas en producción, pero si no es en esta temporada será en la que viene. La producción que generemos en Tapalqué puede comercializarse de forma completa a nivel local”, confía el coordinador nacional de UTT y reconoce el desafío de establecer la producción hortícola en una localidad que no tiene esa tradición productiva, donde falta el abastecimiento de herramientas, mangueras, maderas, semillas y plantines.

A dos años de la primera siembra (octubre de 2022), Juvenal repasa los contratiempos de una granizada que le borró su primera siembra de frutillas y el bicho moro que les arrasó surcos de verduras de hojas la temporada anterior. Coincide en que Tapalqué es más duro para la producción que en los cordones hortícolas: las heladas son más fuertes y se extienden desde abril hasta septiembre. La tierra tiene solo 40 centímetros de manto y después aparece la tosca, “que absorbe la humedad como si fuera una esponja”, pero exagera para romper el mito local de que no se puede producir otra cosa que ganado: “Si hay ganas de trabajar la tierra, se pueden producir con tierra arriba de una piedra”.

Como el coordinador nacional de la UTT, las familias también confían en la agroecología para abastecer a una comunidad que ya los abrazó. El 7 de noviembre, en el desfile del aniversario del pueblo, las familias desfilan con sus cajones de verduras como nuevos colonos. Entre las familias desfila Miguel, el hijo más grande de Natalie y Claudio que ya estudia enfermería y hace prácticas en el hospital local. También desfila Mateo, el más chico, de 2 años, nacido en Tapalqué como la colonia.

Pero no son tiempos fáciles, son tiempos de un Estado nacional que avanza contra la agricultura familiar y campesina, y ve a las tierras fiscales como parte de un negocio para privados. “Ya pasaron agentes de la AABE por acá, vieron la tierra y nos dijeron que si no trabajamos la tierra, nos la quitan. Nosotros trabajamos la tierra y esperamos hacerlo por toda nuestra vida, pero cuando vemos las noticias que salen del Gobierno, ya no sabemos cuál es la verdad y cuál es la mentira; y tenemos miedo de perderlas”, confiesa Juvenal entre los surcos de la quinta.

Suárez propone redoblar el esfuerzo: “Más allá de lo que tenemos enfrente, lo importante es lo que hagamos nosotros”, sin desconocer los riesgos de la actual gestión: “Con Macri, la AABE tardó tres años en inspeccionar las tierras y edificios. Con Milei, en febrero ya estaban revisando cuál era el patrimonio en cada lugar del país”.

“Con Milei en el gobierno es fundamental el apoyo de la comunidad para que esta política, que al principio generó tensión, no esté tensionada por especulaciones, por una mirada de la tierra como negocio. Que la colonia sea tomada como parte de la comunidad, incluso para aquellos que militan en La Libertad Avanza y que también consumen las verduras agroecológicas, que todo el pueblo sepa que si la colonia no está, todos perdemos”, se esperanza el Intendente.


Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/colonia-agroecologica-tapalque-arraigo-rural-politica-publica-produccion-sana-y-alimentos-a-precios-justos/

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