Comedores populares: una emergencia que se perpetúa
En la fila, bajo un alto portón de chapa, al lado de la iglesia de Fátima, hay personas de todas las edades. Desde un bebé dormido en su cochecito hasta mayores que superan los ochenta años. Casi todos tienen bolsas de compras colgadas o mochilas. Adentro llevan tapers y otros contenedores para cargar las raciones de comida necesarias. Llegaron al comedor para saciar el hambre, en un país que produce toneladas de alimentos a diario. Un hambre que se debe a la interesada instrumentación que se hace políticamente para no abolirlo, cuando el hambre es una herramienta. Mientras, todavía las personas esperan en calma. Algunos llegan y se saludan, conversan, se conocen. El hambre no elige con quien meterse, despierta cuando el cuerpo necesita reponer la energía que la vida requiere.
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