Hace algunos días, en un escuadrón de la Gendarmería en Orán, Salta, “desaparecieron” 50 kilos de cocaína que iban a ser incinerados y habían sido reemplazados por ladrillos de yeso. Un hecho similar al que sucedió en abril en la ciudad bonaenerense de Pilar cuando la noticia fue que las ratas se comieron 540 kilos de marihuana en un depósito judicial. Los titulares hablaban de un hecho insólito pero sabemos que no es así, y para muestra hay muchos botones.
Cada semana vuelven a suceder noticias muy similares en las que policías, gendarmes o prefectos resultan implicados en distintos delitos. Noticias que ya no escandalizan, y que al ser tan cotidianas, nos permiten constatar una de las razones de ser de las fuerzas de seguridad y descubren cuál es su verdadera función: no están para cuidarnos, sino para hacer negocios y reprimir.
“Extorsionaban a comerciantes, exigían ‘peajes’ a prófugos para no detenerlos y cobraban coimas a narcos y piratas del asfalto” escribió hace algunos días el diario Clarín sobre una investigación en la feria de La Salada que alcanzaba a jefes de la bonaerense. “Ocho policías de una comisaría porteña detenidos esta mañana, luego de que los acusaran de robarse un bolso con US$ 370 mil de una casa a la que un grupo de ellos había ido por un intento de suicidio” contaba el mismo diario sobre lo sucedido en un barrio de CABA. En Entre Ríos “dos policías de la fuerza provincial, uno de la Policía Federal y dos al Servicio Penitenciario” en una causa que investiga a una banda dedicada al narcotráfico. “Policías piden coimas para liberar a delincuentes y rebajarles la imputación” en Esteban Echeverría. Todas las frases se escribieron en distintos medios hace no más de un mes y son muy similares a otras del mes pasado y, seguramente, se van a parecer a las del mes que viene. Puede variar el color de los uniformes, la provincia en que sucedió, el funcionario político al que responde la fuerza o el negocio turbio que esté en juego. Pero lo que no cambia es el rol de la policía para intervenir donde pueda recaudar: haciendo la vista gorda o directamente participando del crimen.
Este tipo de noticias se repiten constantemente con leves variaciones, y suelen ser tan habituales como el casete que recitan los funcionarios cuando quieren explicar por qué la policía siempre está pegada a cuanto negocio turbio haya. Hablan de teorías sobre manzanas podridas que contaminan al resto, de casos aislados, o hipótesis que plantean a la Policía como una burocracia autónoma que la democracia aún no aprendió a controlar.
Pero con la alianza Cambiemos estas teorías son menos usuales. Es un gobierno que se muestra respaldando siempre la versión policial y que hace de su marca de la gorra una herramienta de propaganda. Una posición esperable de quienes ya tantean la incursión de las FFAA para poder reordenar mayor cantidad de fuerzas represivas y así intentar contener una crisis que crece al ritmo de los despidos, tarifazos e inflación.
Los argumentos de los funcionarios sobre el desempeño de la policía varían según la época o la situación, pero nunca terminan de ocultar el verdadero ADN de la policía que, además de liberar zonas, integrar redes de trata y narcotráfico cumplen con sus funciones primordiales: mantener el disciplinamiento y el control social en los barrios, y reprimir a quienes salen a luchar por sus derechos.
Contra esta política de estado es que nos organizamos. Porque sabemos que nunca estuvieron para cuidarnos. Porque sabemos que no son uno o dos policías a quienes se les va la mano sino que se trata de toda una institución que cuida y mantiene los intereses de los que más tienen oprimiendo a lxs de abajo.