Paz azul

Bernardo O’Higgins, Director Supremo de la Nación, estudió en el Colegio de Naturales de Chillán, un internado de la orden franciscana y ahí fue compañero de los hijos de los caciques mapuche de Chillán, Los Ángeles y Concepción. Él nunca olvidaría esa convivencia con los hijos de importantes lonkos, con quienes aprendió la lengua mapuche y compartió una parte de la vida tan decisiva como lo es el paso de la infancia a la adolescencia.

Cuando asume el cargo de Director Supremo de la Nación envía a sus antiguos compañeros mapuche una carta en la que les dice: “No hay ni puede haber una razón que nos haga enemigos (…) descendemos todos de unos mismos Padres, habitamos bajo un mismo clima y nuestros hábitos y nuestras necesidades nos invitan a vivir en la más inalterable buena armonía y fraternidad”. Subrayo la palabra “fraternidad”. Me parece sentir en estas palabras de O’Higgins un atisbo de un camino de encuentro que nunca transitamos, una oportunidad histórica perdida.
Gabriela Mistral, un siglo más tarde, experimentaría una “epifanía” al reconocer -cuando bebía agua de las manos de un niño mexicano- en su propio rostro, el rostro indígena. Se reconoció mestiza.

¿Cuál es el verdadero rostro de Chile? En la zona de la Frontera, dos poetas descendientes de inmigrantes europeos, Luis Vulliamy y Jorge Teillier, fueron vecinos de los mapuches, y eso se percibe en su poesía lárica, cercana a la tierra. Dice Teillier sobre los mapuches: “Uno tenía una convivencia con ellos porque eran los que abastecían los pueblos de cochayuyo, de maíz (…) Yo nunca los miré como una raza aparte, ni tampoco con desprecio, en absoluto”. Teillier llega a colocarse en su lugar en el poema “Pascual Coña recuerda”: “Me aborrecieron por causa de mis tierras / los huincas por mi suelo no más pasaron / me ponían cercos en medio de mis terrenos (…)”.
En la poesía de Pablo Neruda se encuentran imágenes salidas del inconsciente colectivo mapuche, entre ellos el sagrado color “azul”. Y Violeta Parra fue capaz de escribir ese maravilloso y desgarrador “Arauco tiene una pena”.

En realidad nuestros poetas han sido los que mejor han dialogado con este pueblo de profundidades delicadas y poco conocidas. Los poetas son los “ñempim”, los “señores del decir”, hoy ausentes en las conversaciones donde el “tema mapuche” parece reducido a una pura dimensión económica y policial. Nos falta un líder como O’Higgins, un Presidente y unos ministros que aprendan como él rudimentos del mapuzungún y estudien el pensar mapuche. Nos falta llevar la conversación a otro nivel de profundidad político y poético. Nuestra élite ha estudiado mucho en Harvard y en Oxford, pero conoce muy poco lo originario, es una élite desarraigada. Allí donde no hay palabra propia, campea la violencia. Y también la mentira.

Nuestra clase dirigente no solo debe tener números y estrategias en la cabeza, sino palabras vivas. “Las buenas palabras son siempre bienamadas”, reza un dicho mapuche. Sin buenas palabras no puede haber un auténtico parlamento, donde sea posible el “nütram” y el “cahuín”. El “cahuín” no es, como se cree, “enredo” o “pelambre”. Su sentido original en mapuzungún es: reunión, encuentro en torno a lo común. Hoy hay mucho enredo entre el pueblo mapuche y el Estado chileno, pero falta un auténtico “cahuín”. Tal vez sean las nuevas generaciones, que están leyendo a Teillier y a los poetas mapuche, las que producirán por fin el reencuentro del Chile profundo y fraterno (que O’Higgins imaginó) con su verdadero rostro.

En vez de comandos entrenados en la selva colombiana, enviemos una comisión de poetas y sabios a parlamentar a nuestra selva fría, a la Frontera. Para que la paz (la verdadera paz) sea con nosotros. Una paz azul, con olor a bosque nativo y lluvia bautismal del sur, en vez de las lágrimas que hoy lloran desconsoladamente a Camilo Catrillanca, ayer a los Luchsinger, y a todas las víctimas de esta peligrosa y vergonzante discordia de La Araucanía.

Fuente: https://www.facebook.com/pcayuqueo/photos/a.1042252259157808/1866597583389934/

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