Alguna vez se supuso, no sin alguna ingenuidad, que después de la Segunda Guerra Mundial se crearía, contra el nazi-fascismo, un consenso mundial tan poderoso que no haría mayor falta desarrollar vigilancia contra cualquier rebrote posible. Pero nos equivocamos de origen y por subjetivismos diversos. El nazi-fascismo no se derrota sólo con “buena voluntad”. Ni sólo con discursos. Sálvese aquí cualquier perogrullada aparente.
El campo de batalla contra el nazi-fascismo comprende un espectro muy amplio de terrenos objetivos y subjetivos dónde nos asedia, con la fuerza bruta, desde el asesinato inclemente e incluso el genocidio… hasta todas las formas del odio de clase y de “raza”; todas las formas del racismo y las intolerancias… y todos los “supremasismos”. Eso incluye el “supremasismo” del poder adquisitivo, el de la banalidad cosmética, el del consumismo y el de las verdades absolutas de sabelotodo individualista y compulsivo.
El nazi-fascismo aprendió a disfrazarse de “legalidad” y “normalidad” para deslizarse en lo cotidiano bajo la forma de “sentido común”, de costumbre y de tradición. Se alimenta con todas las herencias autoritarias y con una red de complejos, inhibiciones y represiones psicológicas ancestrales que actualiza -y profundiza- según las coyunturas históricas. Así se nos aparece bajo la forma de modelos burocráticos de gobierno tanto como bajo la forma de costumbres “populares” o herencias morales familiares. Tiene ribetes de edad y de género además de dominios abigarrados en el campo de la estética y de los placeres. No está a salvo ni el arte, ni la ciencia, ni la política ni la filosofía.
Empantanado en su propia historia el nazi-fascismo es una forma histérica del individualismo actualizada por la ideología burguesa como principio de superioridad de clase. En el nazi-fascismo se coagulan todas las formas anteriores del “delirio de grandeza” y el poder expresado como petulancia de iluminados o bendecidos. Es un aparato de guerra ideológica desplegado para convencer a la clase oprimida de su inferioridad esencial y su determinación fatal al plano de la subordinación.
Tal aparato de guerra ideológica no se contenta con reprimir salarios, cuerpos ni consciencias, quiere convencer, quiere la dominación absoluta de la voluntad por medio de principios de auto-negación y auto-cancelación. Que el pueblo oprimido se resigne a saber que es inferior en todo y para todo, que no tiene derechos y que debe agradecer aquello que se le da. Así sean sueldos míseros, vida miserable, educación o cultura miserables y filosofía de un destino de miseria que ni antes, ni ahora ni mañana admite cambios. Por lo demás, tal totalitarismo burgués de la miseria debe ser productivo, debe dejar ganancias y debe ser hereditario. Ese es el plan de la clase dominante… esa es la ideología de la clase dominante. Y no pocas veces los oprimidos creen que es suya.
El nazi-fascismo en tanto que aparato ideológico asumió, a partir del siglo XX, formas dinamizadas por las guerras económicas causantes de genocidios en todo el mundo. En la forma burguesa de la mercancía, se instalaron dispositivos ideológicos persuasivos (ellos les llaman “diseño”, “publicidad”, “seducción”) empeñados en convertir el poder de consumo en expresión de superioridad disfrazada de “bienestar” y “progreso” burgués. Para ellos no es suficiente adquirir y vender objetos, hay que comprar en ellos esa subjetividad que ilusiona al comprador con “ascensos sociales” cuya verdad se determina según el costo de la mercancía, el volumen del consumo y la solidaridad propagandística del comprador convertido en promotor de la ideología que lo oprime.
Todo eso envuelto con colores, melodías, placeres y pasiones de “probado éxito” en el mercado. No importa el dispendio ni cuánto haya que mentir o defraudar. La ideología de la clase dominante y el nazi-fascismo, como uno de sus productos preferidos, goza de absoluta impudicia e impunidad. En todas las cosas que no se pueden adquirir, hay una moraleja de superioridad e inferioridad que se hace presente también en aquello que sí se puede adquirir. Que quien concentre propiedad se sienta superior. Se trata de un “sentido común” que habita en el alma del capitalismo y en el que la mercancía opera como transmisora de dispositivos ideológicos diseñados para garantizar sobrevida al sistema que la produce.
Una buena parte de los focos depresivos crónicos en las sociedades contemporáneas, es la acumulación de frustraciones e impotencias determinados por el sistema de consumo burgués y sus formas de exclusión o marginación contra aquel imposibilitado para comprar. Es una guerra de exterminio psicológico desplegada minuto a minuto. La superioridad burguesa se permite practicar toda forma de desprecio (liminal o subliminal) contra la clase trabajadora, en todos los rincones de su hacer y su pensar. Una clase subordinada en los salarios y en los valores, es el sueño de la explotación total donde el esclavo colaborativo jamás protestará porque aprendió que sólo los opresores saben cómo “conducir” al mundo y como “ordenar” las vidas de todos. Y si, para eso, hay que desplegar hordas criminales, fraudes políticos, golpizas y matanzas que salvaguarden a la burguesía y a su sistema de opresión, no habrá límite al dispendio ni valor humano que los frene. Ese es nuestro desafío.
Los pueblos tienen que derrotar al nazi-fascismo aniquilándolo. Si alguien pensó que fue una pesadilla hoy ya extinta, se equivoca, está más vivo que nunca porque el capitalismo lo incubó y no ha dejado de cultivarlo. Pero no se lo derrota ni aniquila sólo con “enunciados”, es necesaria la organización de las bases obrero-campesinas e indígenas capaz de incorporar a su agenda de clase una determinación de teoría y de práctica, en combate permanente, con acción directa sobre todos los focos objetivos y subjetivos del nazi-fascismo en las proximidades y en la distancia. No importa si tales proximidades parecieran distantes o las distancias parecieran próximas, como resultado de las manipulaciones ideológicas de la clase opresora. Lo más próximo es la comunidad organizada para su emancipación, aunque la pinten muy distante y lo aparentemente distante esta metido en nuestras cabezas disfrazado de “propio”. Así, en la Guerra Simbólica como en la Guerra Económica, hay que salir victoriosos. Nos va la vida en eso.