En los “Cuadernos de Historia Popular Argentina” publicados por el mítico Centro Editor de América Latina, figura un texto que da cuenta de los deportes que existían en la América originaria.
En 1940, el antropólogo suizo Alfred Métraux expresó lo siguiente: “Desde que regresé de la República Argentina, en cuyo Gran Chaco estuve cerca de un año viviendo entre los indios, muchos me han preguntado cuál es el espectáculo humano que en aquellas tierras mayor impresión han dejado en mi mente. Y cada vez que me ha sido formulada tal pregunta he contestado sin vacilar: los grandes partidos de hockey disputados a orillas del Pilcomayo. En el transcurso de una existencia errante he asistido a muchos encuentros de fútbol. He visto jugar a los admirables equipos argentinos y uruguayos. He presenciado los “Big Games” en Palo Alto, California. Pero ninguno de ésos acontecimientos deportivos me han proporcionado tanto placer como los partidos de hockey disputados en el Chaco por los indios tobas o los matacos.”
Este recuerdo del antropólogo deja paso a una reflexión de Guillermo Furlong, que aún hoy es ignorado por buena parte de la sociedad: “Si es verdad que nada nuevo hay bajo el sol, esta verdad está hoy plenamente confirmada en lo que respecta a los juegos y deportes. Pero lo que más podrá extrañar (a algunos) es que para confirmación de este aserto no es menester ir a consultar los anales de los germanos, galos o visigodos, ya que, por lo que a América toca, nuestros indígenas conocían el base-ball, el hockey y el fútbol y practicaban otros deportes que nosotros desconocemos. Los citados juegos y deportes, aunque con otros nombres, existían entre ellos desde mucho antes del descubrimiento de América”.
Hilando fino, se podrá corroborar que fueron muchos los deportes con origen autóctono americano más que europeo, que fueron divulgados mucho después de la llegada de los conquistadores a América, si bien es cierto que desde los barcos españoles, italianos y portugueses llegaron a difundirse muchos deportes y juegos (entre ellos los de azar con barajas, los dados cúbicos, las corridas de toros, la taba con astrágalo de vacuno o lanar, el cricket, el golf, las carreras de caballos y de perros o con carromatos, las cacerías con armas de fuego, etc.), sin embargo, fueron menos de los que llevaron a su conocimiento y difusión en Europa desde América y otras partes del mundo.
Ello debido a que durante la conquista y colonización de América fue escasa la inmigración de jóvenes y adolescentes, quienes habrían podido ser los portadores de juegos y prácticas deportivas que no fueran las mencionadas, más adecuadas para gente madura. En cambio el traslado forzoso de nuestros indígenas a las cortes, ferias, circos y mercados de esclavos de Europa fue casi exclusivamente de jóvenes, varones y mujeres, mayor al comienzo y desde el mismísimo primer viaje de Cristóbal Colón.
El uso de la pelota de goma
Desde el Orejiverde hemos compartido informes relativos a los actuales juegos indígenas, e incurrir en el abordaje de este artículo nos lleva a documentar el poco reconocido escenario de los deportes originarios, muchos de ellos negados desde la historia a pesar de las crónicas existentes, como por ejemplo el juego con pelotas de goma, antecesor indígena de nuestro fútbol actual. Todos los juegos con pelota de goma son patrimonio cultural y de exclusivo origen indoamericano. La totalidad de las plantas que producen caucho, goma natural, goma elástica o goma de mascar (“chicle”) pertenecen a la flora indígena americana y sus primeros empleos fueron aprendidos por los europeos de nuestros antepasados aborígenes.
La única excepción la constituye la goma arábiga (que se obtiene de una acacia común en la península del mismo nombre), cuya sustancia viscosa disuelta en agua sirve para pegar o adherir. El caucho o hule, en cambio, es una sustancia elástica indisoluble en agua y que circula por los vasos laticíferos de ciertos árboles y plantas, líquido generalmente lechoso del cual se obtienen distintos tipos de goma vegetal. La gomorresina, a su vez, que fluye del árbol del chicozapote al practicarse incisiones en su tronco, es la que proporciona el “chicle” que gustaban mascar los antiguos mesoamericanos desde milenios antes que los norteamericanos adoptaran la costumbre y la difundieran como parte de su “humanidad de goma”. Hoy sabemos que hace por lo menos 3.500 años existían en América juegos con pelota de goma. Al menos desde el tiempo de los olmecas cuyo nombre precisamente quiere decir “los hombres o habitantes del país del hule”, allá en el golfo de México.
La propia palabra cancha nos remite a un origen indígena (qeshwa o quichua) incorporada al castellano o español como muchos otros vocablos aborígenes. En su expresión inglesa, el fútbol es muy moderno, pero como deporte ya existía en toda Europa en el siglo XV antes del “cubrimiento” de América. Claro que no se utilizaban entonces las pelotas de caucho inflables y recubiertas con cuero, sino que se empleaban vejigas de animales llenas de aire. Recién “cuando arribaron a América los conquistadores españoles, pudieron ver cómo los indígenas jugaban al fútbol, con excelentes pelotas de goma, sin comparación más perfectas que las de aire… Tenían campos a propósito, de anchura y largo señalado, con rayas equivalentes a las porterías (arcos), con asientos de piedra alrededor para los espectadores, y aún tribunas de honor donde los caciques y señores se acomodaban en duhos o asientos preciosamente tallados.”
El espíritu deportivo y comunitario
Hay algo que atraviesa esta nota y es el resaltar del espíritu deportivo, que en el contexto indígena no sabe de nombres que se destaquen individualmente sino que la fortaleza del entendimiento encuentra lugar en lo colectivo, en la suma de voluntades.
En el apartado “Nuestros indios argentinos”, explican los autores que los paisanos se valían del mangay, que es un árbol bello, “para hacer sus pelotas” y su juego “se practicaba con la cabeza y con el empeine de los pies”, la fuente que registra estos hechos fueron consignadas hace más de doscientos años por el sacerdote jesuita Sánchez Labrador, aclarando posibles dudas respecto al origen indígena del balompié o fútbol.
Guillermo Magrassi afirma que en nuestra pampa, el mismo cronista consigna en el siglo XVIII un juego con pelota de goma distinto, ya que en este caso se empleaban las manos, y lo jugaban doce personas en círculo, todos desnudos sin hilo de ropa sobre sus cuerpos “y esto aunque sea en el rigor del invierno”.
“Este juego deportivo era tradicional en nuestra tierra y muy difundido” también lo confirma, con algunas variantes en su forma, otro cronista aventurero cien años después. Se trata del explorador inglés Musters, quien nos dejó un valioso relato de su Vida entre los patagones (nuestros tehuelches históricos) entre 1869 y 1870.
El afirma que el juego de la pelota estaba limitado a los jóvenes y que encuentra similitudes entre los mapuche que lo practicaban con el nombre de pitma o pilmatún, y los ranculche (gente de los carrizales, llamados también ranqueles), quienes los realizaban con otras variantes aunque coincidiendo en considerarlo más como ejercitación física que como entretenimiento deportivo.
Incluso se encuentra un antecedente bastante particular en la acción conocida en el fútbol como “palomita” que consiste en arrojarse al suelo buscando impactar la pelota con la cabeza: en Bolivia la regla era utilizar la cabeza en vez de las manos o pies para pegar a la pelota, situación que fue registrada por los misioneros presentes en las plazas públicas donde solían realizarse estos encuentros. Según Sánchez Labrador también nuestros mocovíes de Santa Fe practicaban un juego con pelota en donde participaban aproximadamente 200 personas, consistiendo el juego en pasarla con la cabeza hacia el otro lado, con lo cual perdía aquel que no lograse evitar el contacto de la pelota con el suelo.
Vale la reflexión final de los autores, cuando expresan que “nuestro fútbol indígena se parecía mucho más a nuestros sanos y populares “partidos de potrero” que a los controlados y muchas veces aburridos espectáculos comerciales efectuados en monumentales estadios”. En ese imaginario de hombres desnudos ataviados con plumas en sus muñecas, cabezas y piernas, muchas cosas fueron cambiando en aras de favorecer un espectáculo masivo cuyos costos actualmente rozan la obscenidad, en algún punto los potreros siguen conservando aquel espíritu que lleva a los adolescentes a “jugar a la pelota”, probablemente ese entendimiento se deba a como lo concibieron nuestros paisanos siglos atrás, cuando todo lo que tenían por delante era un campo ilimitado y una simple pelota por disputar.
Nota: este informe es una síntesis del artículo “Los juegos indígenas”, por Guillermo Magrassi, Mónica Berón y Juan Carlos Radovich, que puede consultarse en Cuadernos de Historia Popular Argentina. Centro Editor de América Latina, bajo el título general de “Los juegos indígenas y otras diversiones”. Se recomienda vivamente su lectura.