Ponencia “Encuentro de Jóvenes por el Cambio Climático” Tema “Liderazgo Descolonizador”, por parte del filósofo del Estado Plurinacional de Bolivia Rafael Bautista S., realizado en los espacios del Salón Waraira Repano, sede del Ministerio del Poder Popular para el Eco socialismo. Caracas, 21 de enero de 2022
Buenas tardes. Voy a hablarles un tema que les incumbe a ustedes, los jóvenes, y que lleva por nombre “liderazgo descolonizador”. En primer lugar, quisiera decirles lo siguiente: ser joven no es un estado, ser joven es más bien un saber estar en renovación continua; por eso no hay nada más triste que ver a un joven cansado de vivir, y no hay nada más alentador que un viejo con ganas de vivir. Si la muerte es algo inevitable, lo que define en última instancia ese punto culminante de la vida es: ¿cómo llegamos a la muerte? Paradójicamente, uno puede llegar a la muerte lleno de vida.
Cuando uno llega a la muerte lleno de vida, uno no muere, sino trasciende; aun cuando las fuerzas físicas le abandonen, uno atraviesa el río, que separa la vida de la muerte, lleno del impulso que le brinda haber podido trascender la muerte. Eso ustedes lo han visto; han sido testigos de cómo Chávez pasó a otro nivel, porque la eternidad no es un estado más allá de la vida, tampoco la muerte es lo opuesto a la vida. Lo opuesto a la vida no es la vida sino la indiferencia (porque hasta cuando muero sufro y el sufrimiento no es indiferencia). Entonces cuando atravieso el río que separa la vida de la muerte, veo como en una película instantánea toda mi vida, y allí me doy cuenta si mi vida ha tenido sentido o no.
Si no ha tenido sentido, entonces padezco atravesar ese río, no encuentro paz ni descanso. Pero si mi vida ha tenido sentido entonces ingreso a un ámbito en el cual -dicen los sabios- se ve todo más claro. Por eso los muertos se aparecen en nuestros sueños y nos advierten, nos protegen, nos cuidan y hasta nos descubren misterios y secretos. Entonces, ahora que hablamos de la juventud, de lo que significa ser un líder descolonizador, es preciso hacer un diagnóstico de la condición humana actual. Porque nunca se piensa en el vacío sino desde una situación concreta y lo más concreto es el máximo horizonte de inteligibilidad, que es siempre, el horizonte-mundo. Desde mi situación, que es local, pienso siempre lo global, porque ser uno mismo es siempre ser en el mundo, y el mundo es aquello que compartimos todos porque lo vivimos todos. Esa es nuestra referencia última y máxima.
Estamos atravesando un tiempo, en el cual, los conocimientos que teníamos, están quedando rezagados, no sólo por la dinámica vertiginosa e hipercompleja de un mundo en crisis sino por las limitaciones mismas de ese conocimiento que ya no sabe dar razón de la crisis. Para colmo, hemos quedado atrapados en un tiempo, cuya velocidad, no nos permite la paz necesaria para pensar, es un tiempo que nos enferma, nos produce estrés, y no nos permite tomar decisiones adecuadas en nuestra propia vida.
Uno tiene que tener tiempo para pensar, pero para pensar uno tiene que estar en paz, tiene que tener tiempo en el cual uno pueda hasta respirar tranquilamente. Pero la vida actual no nos deja, no nos permite tener ese tiempo. Es más, el tiempo ahora nos oprime.
La temporalidad es lo más humano que hay, porque el tiempo es algo que se crea, se vive, sin embargo, hoy en día, ya no vivimos el tiempo, sino lo padecemos, en nuestros trabajos, en nuestras clases universitarias, en las reuniones con los amigos; es decir, hemos sido esclavizados por la dictadura de los horarios, del reloj, del tiempo al servicio de la economía, del capital.
Cuando digo que el tiempo es lo más humano que hay, significa que, por definición, el tiempo es creación, el tiempo es testimonio, es manifestación, por eso Einstein decía que el tiempo es relativo. No es lo mismo el tiempo cuando estoy contado las horas para salir del trabajo, que estar al lado de la persona amada; no es la misma experiencia del tiempo y, en esos detalles, voy creando o no, mi propia vida.
El mundo nos ha quitado la posibilidad de sacarle tiempo al tiempo, o sea, crear tiempo. Es más, el tiempo para nosotros ha sido reducido a un concepto espacial, porque cuando hablamos del tiempo, inmediatamente se nos viene a la cabeza la imagen del reloj. El reloj es una mera administración cronológica, de carácter inexorable, que nos impone la idea que todo es definitivo, invariable, irreversible, o sea, nos impone la idea de la fatalidad del mundo. Sin embargo, hay experiencias en la vida que nos demuestran todo lo contrario. Por ejemplo, en el tiempo mesiánico, que muchas culturas lo entienden como un tiempo cíclico, el tiempo como una especie de espiral, que llega a un punto de convergencia, un punto culminante en el cual se encuentran todos los tiempos. Vivenciar aquello es imposible en el tiempo de los relojes, pero es posible en otra experiencia del tiempo; lo que podemos llamar: el tiempo verdadero.
Es una experiencia mística. Que está al alcance de todos, pero nos hacen creer que las experiencias místicas son imposibles de tener en la vida cotidiana. Sin embargo, una de las formas de iniciar una experiencia mística, se da en algo tan cotidiano como es el enamoramiento. En el enamoramiento uno hace cosas que no creía posible hacer, es decir, uno se inventa a sí mismo (por ejemplo, algunos se vuelven poetas). Lo que antes no aguantaba, lo aguanto en el amor y no sé por qué. Puede que mi pareja no tenga los atributos que yo creía que eran los que me gustaban, pero en el enamoramiento descubro que los seres humanos nos inventamos desde aquel pequeño rincón donde no nos falseamos a nosotros mismos, donde somos realmente auténticos, y donde aparecemos como novedad incluso para nosotros mismos.
Entonces, en esas pequeñas experiencias uno empieza a descubrir que hay canales por los cuales uno accede, ya no a otra vida más allá de la muerte, sino accede a otra vida en esta vida. Dicen muchos místicos que cada ser humano vive vidas paralelas. Algunos hablan de la reencarnación, pero como dicen los que saben, la reencarnación no se produce cronológicamente, no es que hayas vivido antes en un periodo X y ahora vives, cronológicamente, en el presente, y recuerdas tu vida pasada como algo pasado. No, uno vive todas las vidas en esta vida, y tener consciencia de eso, por ejemplo, es el inicio de una experiencia mística. En eso consiste la relatividad del tiempo. El tiempo es mi experiencia y, en tal sentido, puedo crearlo, llevar el tiempo al paroxismo, y hacer comparecer a todos los tiempos en el presente que estoy viviendo, trascendiendo el instante en eternidad.
Si nosotros hacemos una gráfica del universo, parece que el universo es curvo, y en el encorvamiento del universo, uno descubre que el universo es infinito. Tiene forma limitada, es como la figura del número ocho, pero horizontal (∞), pero esa forma le permite una continuidad infinita. Es más, ahora los cuánticos dicen que, en realidad, no hay cinco dimensiones sino diez dimensiones, y todos vivimos esas dimensiones, aunque no tengamos consciencia de aquello.
¿Qué quiere decir esto? Que la educación que tenemos no nos enseña a conocer lo esencial de la vida. Dicen que sólo vemos el 1% de la vida, el 99% no lo vemos, pero está ahí. Por ejemplo, ustedes están con sus celulares y cada celular está emitiendo electromagnetismo. Si ahora tuviésemos esos aparatos que son capaces de observar ese flujo de energía electromagnética, podríamos observar un montón de hilos luminosos que proyectan y reciben sus celulares.
Del mismo modo, ustedes creen que están presentes aquí solos, sin embargo, ustedes están con personas que han traído acá espiritualmente. En el momento que yo estoy pensando en alguien, esa persona ya está aquí. Es decir, aquí hay más presencias que los presentes, es más, si hacemos caso a los experimentos duros (los que cuestionan certezas científicas) de Heisenberg, de Max Planck, de John Wheeler, etc., descubrimos que en el último rincón de la estructura subatómica no hay nada sólido, todo es vacío. Si condensáramos toda la masa del universo, lo que es realmente sólido, todo el universo con todas las galaxias, las nebulosas, los sistemas solares, todo cabría en el tamaño de una pelota de ping pong.
Si todo es así, entonces, ¿qué somos? Nosotros nos vemos con cuerpo, cabello, rostro, peso; pero dicen que no es así. En el último rincón del espacio subatómico todo es vacío, pero ese vacío vibra, es energía. Es decir, lo que tocamos es pura energía, ya sea condensada o disipada.
Cuando desde la escuela, a causa de la educación convencional, nos hacen creer que no somos nada, nos apagan nuestra energía, y por esa reiteración constante, nuestra energía va menguando, nuestro poder va diluyéndose. Entonces terminamos siendo sólo masa social. Sin embargo, cuando surgen momentos de conmoción social, como las revoluciones, esas sólo consideradas “masas”, producen trasformaciones sociales.
¿Cómo gente privada de educación puede producir cambios que pueden transformar completamente la realidad? Si supuestamente la ignorancia no produce nada. ¿Cómo pueblos reducidos a la ignorancia son capaces de transformar la realidad? ¿Cómo gente que proviene de esos pueblos es capaz de ser ejemplo de vida para multitudes, para otros pueblos y para otras culturas?
Ustedes han escuchado hablar de Espartaco, siglo II a.C.; han escuchado hablar de Moisés, más de 1000 años a.C.; de Hammurabi, 1700 a.C.; de Gandhi; de Simón Bolívar; y de Hugo Chávez. ¿Cómo se produce esa gente? Ese es el tema de hoy: ¿cómo cada uno de nosotros puede llegar a ser un líder? Eso es algo que se enseña, pero no en las universidades.
No hay una cátedra que pueda dar un diploma que asegure que vas a ser líder. Eso se aprende mediante otro tipo de enseñanzas y aprendizajes, mediante otra lógica. Entonces, entrando en tema, éste es el común denominador inicial: un líder no es aquel que busca ser líder, sino aquel que no se siente capaz de ser líder, que le da miedo ser líder.
Hay un versículo en el Éxodo, cuando Moisés ve la zarza ardiente que no se consume, y Dios le dice: “He escuchado el clamor de mi pueblo y te encomiendo a ti que vayas a liberarlo”. A Moisés le tiemblan los pies, tiene miedo, tartamudea y cuestiona a Dios. Le dice: ¿cómo me vas a escoger a mí, que ni siquiera tengo facilidad de palabra? Y, como Dios no es alguien que imponga algo, entonces discute, más bien, razona con él, Moisés habla con Dios como hablaría con su padre. El respeto no es miedo. Dios argumenta y Moisés contra-argumenta. Moisés obedece, pero no de modo ciego, Dios encomienda, no obliga. Entonces, la primera condición para que El Eterno te vea, te considere, tenga fe y confianza en ti, es que seas humilde.
Dicen los Salmos que en el corazón del soberbio no puede habitar Dios, porque el corazón del soberbio está lleno del ego. El ego lo llena todo y no permite que haya espacio para otro. En cambio, la humildad te permite ser un recipiente. Con la humildad aprendes a predisponerte a recibir lo que la vida te enseña, y esto no lo enseñan en las universidades. Tampoco la humildad es celebrada, por ejemplo, en los medios; lo que comúnmente enseñan las telenovelas es todo lo contrario, las telenovelas te transmiten la idea de que los buenos, los humildes, son tontos, por eso los buenos son retratados como estúpidos, por eso siempre les va mal, y los malos son retratados como astutos, ingeniosos, inteligentes, por eso les va bien. Entonces, no confundan bondad con ingenuidad. El que apuesta por ser bueno es porque ha decidido no ser malo, es decir, de modo libre ha optado por ese camino, porque sabe, inicialmente, de modo intuitivo, lo que eso significa, el trabajo intelectual es el que después explicita con argumentos lo que ya ha sucedido como apuesta existencial. La ética es antes que la lógica. La experiencia es anterior a la teoría.
La lógica de la vida es circular. Uno cree que engañando a otro no va a pasar nada, pero eso no es cierto. Porque el mundo es circular, la bala que disparo al frente da la vuelta y me da por la espalda. Es decir, todo acto mío tiene repercusiones posteriores, en los demás y en mí. Como dicen las teorías de la complejidad, el aleteo de una mariposa en un extremo del mundo puede ocasionar un maremoto al otro lado del mundo. Es decir, todo tiene consecuencias imprevisibles, cada acción mía puede crear todo un nuevo mundo.
Cuando advertimos y somos capaces de considerar las consecuencias que desatan cada uno de nuestros actos, empezamos a entender lo que significa la responsabilidad. Es decir, empezamos a actuar como seres responsables. Porque la vida tiene una lógica circular simbiótica y lo que le pasa al otro también me pasa a mí. Entonces, cuando advertimos que la vida ha sido producida no solamente para alimentarnos, sino que, en la vida misma, están presentes los principios éticos que hacen posible vivir bien, descubrimos que la vida posee una sabiduría propia y, esa sabiduría, es la capacidad de autoconsciencia que la vida genera, por ejemplo, en el ser humano.
Por eso los mayas dicen que la naturaleza crea al ser humano para alcanzar la autoconsciencia de sí misma. Eso quiere decir que el ser humano tendría que ser el máximo responsable de todo lo creado.
Pero vivimos en un mundo en el cual se ha tergiversado todo. En la traducción de la Biblia cristiana, latina y católica, se dice que Dios dio la tierra al hombre para que la domine, la sojuzgue, la someta. Entonces, pareciera que el hombre puede hacer lo que quiera con la naturaleza. Pero en los escritos originales, en hebreo, no dice eso.
Nuestros pueblos no consideran a la naturaleza como mercancía o como objeto a disposición, la consideran Madre. Es distinta la relación con algo que tengo para mis fines individuales, en el sentido de propiedad, y la relación entre “yo”, como una persona, como sujeto, y la “Madre”, a quien le debo obediencia.
Ahí se despierta otro tipo de relación, lo cual permite otro tipo de producción. Son lógicas distintas. Vivimos en un mundo que ha construido una civilización divorciada de la naturaleza, es decir, de la vida; por eso ha creado un sistema de la producción y del consumo que se ha desentendido de la lógica misma de la vida. Porque la cultura moderna es la única que se ha planteado el divorcio entre la humanidad y la PachaMama. Las consecuencias las estamos padeciendo ya, por ejemplo, con la crisis climática.
Por eso tenemos que cuestionar el desarrollo. No existe el “desarrollo sostenible”. Le han puesto un montón de apellidos al “desarrollo”, para hacerlo algo más simpático, pero en el fondo no hay desarrollo sostenible. El desarrollo contiene una lógica ineludible de acumulación constante y creciente, que sólo nos conduce a la insatisfacción continua. Para que el desarrollo pueda ser posible, yo tengo que ser alguien compulsivamente predispuesto a consumir de modo exponencial, porque el desarrollo no tiene freno; la lógica de acumulación exponencial del capital tiene que estar en constante crecimiento. El capital, si no crece, muere. El desarrollo responde a una lógica exponencial, es decir, sus expectativas se hacen infinitas y es lo que desata una dinámica cada vez más veloz.
Por ejemplo, si cuando ustedes van en un auto, se aumenta constantemente la velocidad, inevitablemente eso produce vértigo, porque uno sabe que está a punto de tener un fin no deseado. Por eso, el estrés y el vértigo es lo que produce la dinámica del “desarrollo” y el “progreso”, y ambos muestran una incompatibilidad con la propia dinámica natural y espiritual, que es lenta, no es acelerada como el tren fatídico del “desarrollo” y el “progreso”.
En la modernidad, la condición humana se encuentra atrapada en un laberinto que, de modo constante y creciente, desplaza el componente esencial que posee la humanidad, que es el respeto a su condición natural. Entonces no solamente vivimos un malestar cultural, sino un malestar existencial. Todos sufrimos por la misma situación; la vida misma ya no es compatible con nosotros, cuando, de modo acelerado, nos vamos desconectando de ella.
Tenemos un mundo en el cual la vida no es vivible. La vida nos aparece como un fatalismo en el cual, si pretendemos vivir algo, tiene que ser en contra de los demás. En la competencia ya no somos hermanos ni seres humanos, sino enemigos potenciales. Esto no produce en nosotros lazos de solidaridad y reciprocidad sino los destruye.
Actualmente vivimos en situación de dependencia a los analgésicos y antibióticos, que son el gran negocio de las farmacéuticas, porque no curan, simplemente calman el dolor. El dolor no desaparece, vuelve. En la vida diaria nos hemos acostumbrado a acudir a calmantes. Por ejemplo, una relación sentimental puede ser un calmante, salir a beber los viernes puede ser otro calmante. Pero los calmantes no remedian mi situación, mi malestar existencial. De ahí surge la capacidad de pensar nuestra situación, que es la situación de todos. El problema entonces es el tipo de mundo que nos reduce a objetos, a clientes, a consumidores, a meros obedientes, etc., etc.
Por eso, les decía, necesitamos tiempo para pensar. Silvio Rodríguez escribió la mayor parte de sus canciones -como 500- cuando era soldado en Playa Girón. Recordando ese momento de su vida, él decía: “me fui de mi casa porque era demasiada la presión (…) Tienes que ser doctor, eres un vago, etc. (…) Me fui al cuartel, y ahí tenía tiempo para pensar”.
Yo me formé en la generación que teníamos tiempo para pensar. No teníamos celulares. El celular está diseñado para que no tengamos tiempo para pensar.
Moisés se va al desierto y ahí tiene tiempo. En el desierto no hay nada, uno tiene que crearlo todo. Es fácil estar en casa, donde tengo todo asegurado, me dan la comida, me planchan la ropa, etc. Pero cuando me independizo, ahí sé cuánto cuesta todo. Cuando salgo, de modo libre, a la exterioridad, a lo impensable, a lo más allá de mi mundo, estoy en condiciones de tener la experiencia de lo que llamamos el Otro infinito, o sea, lo más trascendental. Cada uno de nosotros tiene esa posibilidad, pero esa posibilidad hay que crearla o provocarla; la ciudad hace imposible eso, porque en la ciudad todo es ruido y no hay tiempo.
El pensamiento más elevado que existe nunca ha sido producido en las capitales importantes, sino siempre ha sido en las periferias, incluso en el campo. Ahora tenemos un mundo, en el cual, eso es difícil de lograr. En las ciudades aumenta el ruido, las luminarias de la ciudad también aumentan y enceguecen. Y, cada día, necesitamos cosas más fuertes para sentir algo.
Vivimos un mundo en el cual hasta sufrir nos gusta, por eso hasta buscamos una pareja para sufrir, vemos películas de terror, porque la vida diaria se hace cada vez más monótona y necesitamos cualquier tipo de estímulos para seguir con nuestras adicciones. Entonces todo se convierte en una dependencia, donde yo mismo impulso una tecnología que me promueva satisfacciones mucho más desafiantes, pero, a su vez, más riesgosas para mi propia estabilidad afectiva, emocional, espiritual. Yo mismo apuesto a mi propia destrucción.
Entonces, cuando, por ejemplo, Moisés sale al desierto, está saliendo a la paz, y la paz es un estado, es decir, es una experiencia y toda experiencia se da en el tiempo, generando ese tipo de tiempo es cuando se puede tener una experiencia diferente, trascendental. Por eso, cuando, por ejemplo, generas un tiempo distinto al usual e ingresas en ti mismo, descubres que ya no eres tú sino, te das cuenta, que tú mismo eres un puente de algo mayor, un canal, para acceder al universo entero. En el mundo subatómico el universo se presenta como lo más inmediato. La eternidad entonces no está afuera, sino que empieza adentro.
Entonces si, en última instancia, somos energía, podemos generar, de modo consciente, un tipo específico de energía, y como todo está interconectado y la realidad refleja lo que somos, podemos provocar que, hasta el universo genere el mismo tipo energía. Porque la realidad es un espejo, o sea, yo miro la realidad no como es, miro la realidad como yo soy, porque yo soy sujeto, creador de realidad. Por eso la máxima autoconsciencia de la vida, la naturaleza, ha producido al ser humano, para hacer de la realidad el máximo esplendor posible de la vida. Por eso la vida toda es nuestra entera responsabilidad.
Pero vivimos en un mundo, en el cual, se nos ha ocultado ese conocimiento; por eso no somos conscientes del poder que posee cada uno, por eso emitimos, sin darnos cuenta, un tipo negativo de energía que nos amputa todas nuestras posibilidades reales y nos convierte en conformistas, conservadores, prejuiciosos y hasta fascistas, es decir, enemigos de los más nobles ideales de justicia e igualdad.
Entonces, ¿qué es lo que despierta en nosotros esa autoconsciencia, que se traduce en un tipo de emisión energética que quiero emitir hasta como depuración de la incertidumbre reinante?
Aquí aparece la necesidad de tematizar la significación del pensamiento profético, que es lo que está detrás de lo que conocemos como pensamiento crítico. Ser crítico es una opción ética y aparece cuando yo me pongo en el lugar del otro, es decir, cuando mi consciencia trasciende mi particularidad desde aquellos que sufren la injusticia estructural del sistema-mundo, del cual formo parte.
Es curioso, pero, cuando yo empiezo a investigar mi sufrimiento, descubro que mi sufrimiento no es nada comparado con el sufrimiento de los demás. Siempre hay alguien que la pasa peor, y como ahora soy consciente de eso, entonces puedo solidarizarme, es decir, trascender mis limitaciones egocéntricas, o sea, abrirme a la exterioridad, con-solidar mis relaciones vitales y hacerme sujeto, re-conectarme con la vida, como lo que hace posible mi vida: yo soy si Tú eres, yo vivo si Tú vives.
Entonces me nace la conciencia ética por experiencia existencial, no por elucubraciones teóricas. La teoría me sirve para esclarecer la experiencia que ya ha sucedido en mí, y poder generar la argumentación necesaria para hacer inteligible aquello que, como experiencia, ahora es fundamento del pensamiento que empiezo a producir. Entonces, la bondad no es ingenuidad, sino la culminación de la responsabilidad, que se expresa como pensamiento crítico, es decir, como la perspectiva que parte de las víctimas para, desde allí, emitir el diagnóstico de la patología del sistema-mundo. La teoría surge de la necesidad de argumentar el porqué de la posición asumida, pues la teoría no es una especulación, es una necesidad, porque necesito esclarecer para mí y para los demás el tipo de opción que he asumido y considero la más verdadera.
Es aquí que me nace una consciencia también humilde, porque me doy cuenta que todo lo que sé, no lo debo a mí mismo, sino me ha sido otorgado desde lo más allá de mis propias certidumbres. Entonces puedo advertir que he tenido experiencia de lo trascendental, esta experiencia produce humildad y es básica para que alguien se constituya en líder. Por eso el líder no quiere ser líder, porque no se siente nunca a la altura de aquello que se le ha sido confiado.
¿Se acuerdan el episodio de Moisés?, el versículo dice: “he escuchado el clamor de mi pueblo y te encomiendo a ti que vayas a liberarlo”. Ese imperativo ético, moral, que recibo, se da en algo que llamamos “acontecimiento”. He tenido un “acontecimiento” que me ha cambiado la vida y no puedo decir que no. Como el ejemplo de Jonás. Dios le dijo: “tienes que decir esto al pueblo de Nínive”. Jonás dice no, y se escapa. Y termina siendo tragado por una ballena, porque el barco en el cual estaba escapando se hundió. Esto también es un código: huir de tu propia responsabilidad no te produce felicidad, sino puede ocasionar hasta tu desgracia.
Porque todos hemos sido llamados para algo, todos tenemos un lugar en esta vida, y cuando alguien descubre su lugar en la vida, como dicen los lakotas, se hace hermoso. Es decir, cuando uno descubre su verdadero lugar en la vida, uno encuentra la felicidad, porque la felicidad no es tener todo, la felicidad es haber descubierto el sentido, el propósito de nuestra propia existencia y eso nos llena de humildad y agradecimiento.
Entonces, ya no doy gracias por lo que tengo, doy gracias porque soy capaz de dar gracias; todo eso constituye a alguien que, el universo entero, ahora lo reconoce como alguien capaz de guiar. Esto es totalmente distinto a aquellos que fuerzan su presencia en todo, los que hablan demasiado, los que buscan notoriedad, los que están para la foto; aparecen siempre con los de arriba, los oportunistas, los que leen para exhibirse, pero no para llenarse de compromiso. Esos nunca van a ser líderes.
El líder no está para la foto, el líder no está comprando favores, el líder es humilde y hasta suele ser callado, porque sabe que, cuando se habla, hay que hablar con la verdad. Un líder es alguien escogido, y cuando sabe que ha sido escogido, no se esconde a ese llamado, esa convocación la recibe no con soberbia sino con humildad. Por eso Chávez decía: “Ya no soy yo, yo soy todo un pueblo que habla por mí”, o sea “ya no soy yo, somos nosotros”.
El pueblo reconoce a la gente de ese talante -así como una madre desde lejos reconoce a su hijo-, porque su tono, su acento, su cadencia al hablar es compatible con el ritmo del corazón del pueblo. Es como si el pueblo se escuchase a sí mismo, es como si el pueblo mismo estuviese hablando allí. Por eso, aunque atraviese el pasaje entre la vida y la muerte, Chávez sigue vivo, porque está con el pueblo, porque la muerte no puede cancelar la vitalidad que tenía a la hora de atravesar el río que separa la vida y la muerte.
Entonces, un líder nos enseña que la muerte no es el fin, y que siempre podemos dar más de lo que tenemos. Esa fe es lo que nos permite llegar a la muerte llenos de vida; y cuando uno está frente a la muerte, la impotencia consiste en que advertimos que pudimos haber dado más (y en ello es que nos trascendemos). Para eso nos sirve el líder. Todos quisiéramos ser como ese líder, y esa referencia, aunque muera, está ahí, como un maestro, siempre presente.
Nosotros los vivos sólo tenemos que convocarlos, porque ellos ven todo más claro y nos puedan dar esa fuerza que ellos pueden canalizar de ese otro tipo de niveles que nosotros no conocemos, pero que podemos experimentar, con la presencia ausente del líder.
Por eso cada joven, en esa continua renovación que significa ser joven, puede despertar en los demás la capacidad de reinventarse siempre a sí mismos. Es lo que hacen los artistas. Los músicos encontramos, por ejemplo, un sonido que nos refleja y que nos identifica, pero si no lo renovamos, inevitablemente, caemos en la monotonía, en el hastío, es decir, en nuestra propia cancelación.
Tenemos que reinventarnos siempre, para reinventar la vida. En eso consiste ser libre. Cuando nos liberamos y la hacemos experiencia en nuestra vida, entonces producimos la necesidad de reinventarnos siempre. Esa es la metafísica de la expresión. Cuando adquirimos eso, es imposible envejecer. Siempre se está en continua renovación. Y cuando eso se alcanza como liderazgo, es cuando se vive el agradecimiento y hace, de la abnegación constante, su modo de vida.
Aquí empieza la dialéctica del líder descolonizador. Entonces, el verdadero liderazgo es el que desaparece, el que se retira y abre ese ámbito necesario para que el pueblo crea en sí mismo y se haga sujeto. El verdadero líder (que descoloniza las relaciones de poder y dominación) es quien sabe retirarse siempre detrás del pueblo, para darle el lugar al pueblo, que es siempre la sede soberana del poder político; porque el pueblo es, en última instancia, el verdadero sujeto de la política, es decir, de la transformación.
Líder es el que sabe destacar lo mejor del pueblo. Es quien produce consciencia anticipatoria, porque se sitúa en lo mejor que el pueblo contiene como proyecto y como horizonte. Por eso puede convocar al pueblo y mostrarle el camino, porque sabe destacar lo más positivo, lo mejor que el pueblo tiene como capacidad política, existencial e histórica.
Entonces el pueblo se da cuenta de que el líder está ya viviendo lo que el pueblo está proyectando. El líder no es sólo palabras y discurso, el líder es ejemplo, es un ser humano; se alegra, brinda, baila, porque desata vitalidad en cada momento, para que todos los demás se den cuenta de que ser líder no es algo inalcanzable, sino lo más cercano a lo que uno también es. Por eso el pueblo reconoce en el líder lo que el propio pueblo es capaz de lograr.
Hay veces, el líder debe ponerse como un francotirador, este francotirador está a la vanguardia del movimiento popular, viendo posibles enemigos, que están ocultos ante la avanzada del pueblo, y como francotirador tiene vista privilegiada, y puede desarticular y eliminar los obstáculos que le pueden impedir al pueblo avanzar en su consolidación como sujeto histórico-político (la historia se hace autoconsciencia para hacerse política, o sea, capacidad de proyección utópica, y esto es lo que hace a un pueblo ser sujeto, o sea, ser pueblo en tanto que pueblo).
Finalizando, un líder puede ser alguien que no tiene cartón académico. Con el tipo de educación que tenemos, el líder hasta debe formarse al margen de la academia (que sólo transmite el conocimiento hegemónico).
Su consciencia anticipatoria también se convierte en consciencia histórica, que empieza a ver las luchas pasadas, como sus luchas; empieza a conversar con los héroes pasados y empieza a traerlos a la vida presente, porque ya ha ingresado a ese nivel que, en vida, está en continuo diálogo con toda la historia.
Es como el Mesías, cuando conversa con Moisés y Elías. Los discípulos (Pedro, Santiago y Juan) se encuentran absortos, no pueden creer lo que ven, su maestro dialogando con los primeros maestros, que bajan de los cielos para escuchar al Mesías (¿saben por qué creemos en un Mesías?, porque todos quisiéramos ser el Mesías, el redentor del mundo).
Chávez también conversaba con Bolívar. Es posible eso; lo único que nos hace falta, a nosotros, es creer que eso es posible, porque creer es lo más difícil, creer (sobre todo en algo nuevo) es todo un desafío a la razón. La razón exige demostración, necesita ver para creer, pero ahí la razón sigue partiendo de sí misma, para reafirmar sus propias certezas.
Pero, curiosamente, lo que nos hace crecer, como seres humanos, no es lo que nos reafirma sino lo que nos desafía, y lo que nos desafía no parte de uno sino del otro. Entonces, el líder es el que dice: quiero ser como mis ancestros, pensar como mis ancestros, vivir como mis ancestros, escribir como mis ancestros y es, entonces, cuando los ancestros, lo reconocen como uno de los suyos. Ya no es él sino el pueblo, pero ya no sólo el pueblo presente sino el pueblo inmortal. Recuerden: “ya no soy yo sino el pueblo”. Ya no soy yo sino jiwasa, comunidad, donde el yo se hace infinito. Por eso no busca la fama, porque su interlocutor es otro. Es ese más allá, como historia hecha presencia, que potencia su propia vida y, ante la cual, la muerte cede su carácter irrevocable.
Entonces podemos entender lo que dicen los poetas. Cuando llegue el momento de la muerte, los ancestros se llevan a los suyos, en el carro de la eternidad; entonces allí el líder se reúne con los ancestros y, como decía el otro día, parafraseando a César Vallejo: “Y veremos el día en que estén Chávez, Bolívar, el Che, Fidel, Martí, Allende, Julián Apaza, Willka Zárate, desayunando todos, en medio de todos los justos, bajo el regocijo del pueblo inmortal, al borde de una mañana eterna”.
Muchas Gracias. ¡Jallalla!