Desde febrero hasta el domingo 3 de abril se realizó el Festival Migrantas en el Museo Casa Carnacini, en Villa Ballester. Cuatro de las participantes de Migrantas Reconquista, brindaron sus testimonios a La Retaguardia para contar de qué se trata el proyecto y cómo fue el armado y la realización del festival.
Redacción: Julián Bouvier. Edición: Pedro Ramírez Otero. Fotos: Evelyn Schonfeld.
Se realizó en el Museo Casa Carnacini, en Villa Ballester, el segundo Festival Migrantas, organizado por mujeres y disidencias del proyecto Migrantas Reconquista. El primero fue en el Teatro Tornavía, en el Campus de la Universidad. Este proyecto comenzó en 2019, financiado por el International Development Research Center, organismo canadiense, en articulación con la Universidad Nacional de San Martín (UnSam), a través de su Instituto de Altos Estudios en Ciencias Sociales (IDAES). El proyecto está compuesto por investigadoras (educadoras populares, activistas feministas, transfeministas, ambientalistas) del Área Reconquista, compuesto por 15 barrios emplazados al costado de la Cuenca media y baja del Río Reconquista, el segundo más contaminado del país después del Riachuelo. Además, el área comparte espacio con el Ceamse (Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado, basural a cielo abierto, de los más grandes de América) y el CuSam (Centro Universitario San Martín), que es el espacio educativo dentro del penal de José León Suarez, que pertenece también al área.
Romina Rajoy, antropóloga, integrante del Instituto de Altos Estudios de Ciencias Sociales y coordinadora socio-territorial en la escuela secundaria de la UnSam contó su experiencia en el proyecto: “Desde mi trabajo busco indagar en torno a las categorías de actividad-trabajo-empleo, trabajo formal e informal, programas sociales y su relación con el ambiente, contaminación y cambio climático, con el fin de generar documentos e informes que sirvan para pensar políticas públicas que representen las realidades de San Martín y del Área Reconquista. Nosotras en estos 15 barrios lo que hacemos es articular y potenciar, a partir de saberes técnicos y la propia escucha, la visibilización de lo que vienen organizando las mujeres hace ya más de 20 años a partir de merenderos, comedores, limpieza de entornos barriales. Estas mujeres son las que se ponen al hombro el barrio ante cualquier crisis, no solo económicas, sino también sanitaria, como quedó demostrado con todo lo sucedido alrededor de la Covid-19, donde el rol de las mujeres fue clave”.
La línea de investigación y divulgación de Romina en el proyecto tiene que ver con comunicarse con las mujeres y feminidades en el territorio, conocer cómo están viviendo, qué las interpela, qué jerarquizan dentro de la trama de desigualdades y vulnerabilidades que existen en el área. A partir de esto, comenzar a desarmar esa trama que existe entre los trabajos informales y precarios que otorga el Estado a través de programas sociales hace 20 años, que hoy se llaman Beneficios sociales. “Trabajo hace años con las cooperativas de trabajo de saneamiento de arroyos, aguas contaminadas y espacios verdes. Si bien entiendo que hace 20 años tomar ese financiamiento fue una respuesta, hoy no alcanza. Las mujeres cada vez encuentran más sobrecarga en sus cuerpos. En principio eran las ollas en los cortes de ruta, que era llevar la organización política y social desde adentro de los hogares y los comedores, a las rutas. Eso el Estado lo tomó, lo transformó en un programa, porque se dio cuenta que también es trabajo, como la reurbanización de los barrios, pero sobre eso, recaen muchos otros trabajos que tienen que ver con la limpieza del entorno barrial, comunitario. Y no solo eso, sino que también se hace uso de la fuerza de trabajo de las compañeras para, por ejemplo, campañas de salud. Las mujeres encuentran representadas las problemáticas ambientales en la salud de sus hijos/as, a través de los sarpullidos, la gastroenteritis, los problemas respiratorios por quemas de basura, entre otras cosas. Todo esto es un bosquejo de lo que yo observo, y de las demandas que surgen dentro del territorio”, contó.
Rajoy se refirió al trabajo que viene realizando el proyecto Migrantas en diferentes espacios del Área: “En estos años armamos talleres, trabajamos junto a doctores en los centros de salud, junto a los curas villeros de los barrios. En el marco de este festival, donde se hicieron diversas acciones, se presentó el libro ‘Mi barrio en cuarentena’, en donde recopilamos relatos y fotografías de pibes y mujeres en el contexto de confinamiento. Sistematizamos todos esos relatos, armamos un concurso y recopilamos todo el material, para no perder el contacto con las personas”, dijo. Y agregó: “Este proyecto de investigación, acción y participación tiene la idea no solo de extraer información de un territorio, sino también de acompañar, fortalecer, potenciar la agencia de las mujeres y las feminidades en el territorio y de los varones que se comprometen con la construcción de la democracia.
En algunas semanas vamos a inaugurar la diplomatura de Género, Ambiente y Territorio. Yo soy una de las coordinadoras del proyecto, donde durante tres meses se expondrán todos los avances en la investigación, en carácter de que las compañeras coproduzcan material pedagógico para las escuelas del Área Reconquista, un mapeo colectivo junto a ‘Los Iconoclasistas’, la obra de teatro ‘Las osadas’, que intentaremos que luego circule por otros espacios. Nuestra idea es llevar el festi Migrantas más allá del Museo Carnacini, sino que sea algo que convoque a las mujeres todos los años”.
Nancy Salvatierra llegó al proyecto Migrantas porque trabaja en la Universidad de San Martín en el programa de Articulación Territorial, donde se busca generar un vínculo con organizaciones del territorio del cordón del Área Reconquista con la propia universidad. “Allí existe una variedad de organizaciones e instituciones como el penal, el basural, las plantas de reciclado, los bachilleratos populares, y con ellos se teje un puente con la universidad, en búsqueda de un camino de aprendizajes mutuos. Somos parte del diseño del proyecto, entonces allí nos metimos en el armado de la diplomatura, apuntando al cruce de saberes”, comentó.
Nancy contó cuál fue su participación en el festival y cómo se vivió el armado de la muestra: “Soy profe de teatro, con la metodología del ‘Teatro del Oprimido’, en las unidades y anexos femeninos, por eso conozco a las chicas del proyecto. Mi participación es haciendo la visita guiada de la muestra, a veces un poco teatralizada. Depende con quiénes, más o menos formalmente. La importancia de esta visita guiada es que permite no solo mostrar, sino también contar bajo qué contexto y ponerles cara y nombres a las personas que realizaron esas muestras, a quienes realizaron esas esculturas, esos tejidos. Entender que fraccionamos cada espacio, contando la corporalidad, los feminismos de nuestro territorio. Se cuenta un poco qué sucedía en las cocinas y qué significa el espacio cocina, la escucha a las compañeras, cómo la pasaron en la pandemia, qué violencias sufrieron. Nos quedaríamos cortas si no pudiéramos contar todo ese trasfondo del momento en que se generó esa muestra. Mostrar una frazada con un grabado no cuenta todo el proceso de las compañeras que lo hicieron en el CuSam. Nosotras conocemos el espacio y entonces intentamos llevar el discurso de la transformación de ese territorio, que para la publicidad, la televisión y los medios hegemónicos no existe. O es un territorio arrasado por el narcotráfico y donde la juventud no aporta. Nosotras mostramos que este es un territorio de saberes, solidario, de transformación, vivo y permanentemente educativo, donde todo es aprendizaje, con el otro y la otra. Para el otro y la otra”.
Salvatierra reflexionó sobre la importancia del arte en los sectores populares, la necesidad de que el arte y la cultura no sean una cuestión de élites, sino que todas las personas puedan apreciar y habitar sus espacios de circulación. “La muestra tiene un lado B, que es la cara de los, las, les autores de cada una de las producciones. Entender que hay una fracción del territorio que no consume arte, que a veces no sabe que lo produce. Que no se apropia de los espacios públicos y museos, que sienten que hay algo que está vetado ahí, que no tiene que ver con su vida o su trayectoria. Eso es lo más vivo que tiene esto, el ocupar espacios que son para todas, todes, todos. Para sentirse importantes, sentir que lo que hiciste conmueve. Cuando hago las visitas, apunto a mostrar que sí se puede transformar el territorio en un espacio educativo. Y que en ese compromiso estamos. Tenemos el derecho y la obligación de ocupar estos espacios. Fue hermoso ver que las personas privadas de su libertad pudieron encontrarse también con sus familias y que ellas disfruten lo que los pibes y pibas están produciendo”, concluyó.
Por su parte, Florencia Miguel Mussari, quien trabaja en la Biblioteca Cárcova y en el CuSam —que son dos espacios fuertes del proyecto— como articuladora y curadora, contó: “Lo que busca el proyecto es visibilizar el trabajo de las mujeres Migrantas del Área, las cuales muchas son artistas. Lo que se hizo con el proyecto fue potenciar lo que ya estaba sucediendo en las organizaciones sociales, que son las protagonistas del proyecto. UnSam arma redes para ayudar a que se haga más visible”.
El 3 de abril, día del cierre de la muestra, el museo estuvo abierto todo el día y cortaron la calle para armar una gran “Feria Migrante”, una celebración con sabores, aromas, música en vivo y producciones de las mujeres de las distintas cooperativas, asociaciones civiles, espacios comunitarios, emprendedoras, emplazadas en el área, para que expongan y puedan vender sus producciones en el centro de Villa Ballester.
Silvana Ortiz es estudiante del CuSam y se encuentra privada de su libertad en el Penal de José León Suárez. Participó de la muestra y dejó unas reflexiones que compartiremos a modo de crónica:
El Museo Carnacini nos abrió las puertas a 13 compañeras estudiantes del CuSam, que participamos en la creación, la expresión en tela de arpillera. Ese día pudimos ver nuestras producciones ahí, en el Teatro, junto con nuestras familias. Ese día salimos a las 2 de la tarde del penal. Nos abrieron el primer candado del pabellón y tuvimos que atravesar 7 candados, 7 rejas, y pasar la guardia armada, para subir al camión que nos llevó hasta el Museo. Cuando se abrieron las puertas del camión y llegamos a Villa Ballester todo fue distinto. De repente, un vientito libertador nos chocó en la cara, un tanto transpirada, que el encierro del mismo móvil que nos trasladó, sumado a los nervios y la ansiedad, nos generó. El olor del afuera era diferente, sentí olor a caramelo, se ve que estaban haciendo copo de azúcar o manzana caramelizada. La vista también es diferente: muchos colores, la vista se acomodaba a los edificios, a las luces. Los sonidos de la libertad son increíbles: bocinas, el murmullo de las personas, las veredas. Cuando entramos al Museo, siento que me tocan la pierna: era mi nieto Giannfranco, de 4 años. Y ya se me llenaron los ojos de lágrimas. Cuando levanto la vista estaba mi hija de 17, Leonarda, que tenía en brazos a mi nietecita Andy. Subimos unos escalones y había una mesa de entrada y un espacio donde dejábamos nuestras pertenencias, y ahí nos sacaron las esposas. Cuando salimos estaba la directora del Carnacini, directivos y coordinadores del CuSam, de la UnSam, familias de las compañeras. Ahí me abrazó mi hija, me dio para que alce a mi nieta, y ya me temblaba todo el cuerpo. Cuando pude hablar en el micrófono, recuerdo que dije que estaba muy agradecida, quería tirar besos al aire, saltar como una criatura, estaba envuelta en una felicidad que hacía mucho tiempo no sentía en el cuerpo, ni en la mente, ni en el corazón, ni el espíritu, ni en la misma vida que llevo.
Lo que siguió fue una visita guiada por el colectivo de mujeres ‘Osadía’: Nancy, Ale, Paula, las profes que también son nuestras profesoras de teatro del Pabellón Universitario ‘Las flores de loto’ y ellas nos llevaron a conocer diferentes espacios: el primero que vimos era el taller de cerámica. Ahí estaban todas las venus hechas de barro, por las manos de muchas mujeres del barrio de Carcova. Esas venus expresaban los sentimientos de esas mujeres. Después entramos a un espacio donde había hierbas medicinales del Paraguay, y eso también fue lindo porque mi hija me dijo: ‘mirá mamá, burrito. Vos me dabas tecitos de eso cuando me dolía la panza. O el cedrón, que el abuelo decía que era bueno para el corazón’. Así que también fue muy educativo y nos recordó lo que en casa siempre usábamos. Y conocer la experiencia de esas mujeres fue genial. Pasamos por el taller de telar andino, donde pudimos bordar y tejer un poco nosotras y nuestras familias: era una diversidad de colores, era admiración por esas mujeres y sus trabajos. En los sótanos estaba la imagen de Dieguito Duarte (desaparecido en 2004 en los alrededores del CEAMSE de José León Suárez). Esa parte pertenecía a la Asociación Civil que lleva el nombre de él, y que está llevada adelante por mujeres y personas que acompañan la causa de la desaparición del compañero. Había un santuario para Verito Blanco, compañera que falleció luego de recibir su libertad, afectada por el Covid. Para mí fue muy emotivo porque Verito vivió conmigo en la Unidad 46 y asistíamos al CuSam, participábamos de varios cursos y talleres juntas. Así que verla ahí me recorrió todo el tiempo una sensación de extrañarla, de nostalgia, con los ojos vidriosos y un nudo en la garganta. Le pudimos dejar unas cositas que habíamos hecho para ella. Después vimos unas maquetas, con muchos colores y mi nieto estaba enloquecido, me preguntaba de todo. Estaban nuestras arpilleras, eso fue emocionante porque lo hicimos en nuestro pabellón, entre nosotras. Y después hubo una charla de género comunitaria, donde participamos nosotras junto a organizaciones y agrupaciones que fueron y que tomaban la palabra para comunicar la experiencia de cada una. Mi hija tomó la palabra y dijo algo muy fuerte:’ A veces siento que no puedo más, me siento sola, con mi mamá privada de su libertad, pero hoy me siento feliz y fuerte, escuchándolas a todas’. Dijo unas palabras muy lindas y ahí rompí en llanto.
Luego visitamos un espacio donde estaban reproduciendo imágenes de autorretratos que habían hecho las compañeras del taller de Audiovisuales. Fue muy emotivo porque fueron hechos en pandemia, a través de Whatsapp y es como recorrer todo el lugar de donde venimos, pero en un espacio libre, sin que nuestras familias tengan que pasar por la requisa, ni atravesar frío, ni calor, ni candados, ni esperar para salir. Era ir a visitarnos a un lugar sin rejas, sin portones, sin paredones, sin penitenciarios. Éramos todas personas de civil, muchas mujeres, reunidas a través del arte, de la educación. Mujeres de barrios, de villas, de asentamientos, de acá del Área Reconquista, provenientes de diferentes países, a las que todo nos cuesta mucho: conseguir un trabajo, tener acceso a la educación para sus niños, niñas. Es una lucha muy grande. Y no nos diferencian ni el color, ni las costumbres, ni la nacionalidad, somos todas mujeres y somos todas iguales. Y ahí pudimos sentirnos en libertad. Libertad emocional, mental. De saber que podemos expresarnos, denunciar, a través del arte. Que podemos mostrar lo que hacemos. Y así da gusto seguir, porque decís: ‘Bueno, todo este tiempo que estamos privadas de libertad ¿Qué herramientas nos da el Sistema Penitenciario, el Poder Judicial?’ No muchas’. Entonces poder acceder a la educación, al arte, a la cultura, cuesta, pero una vez que estás ahí pensas: ‘Que bueno que pude acceder a estos espacios educativos y a eventos como estos’. La verdad que fue inexplicable, todavía me tiembla la voz cuando intento demostrar la emoción que nos provocó, porque con palabras es difícil. Difícil como es para las mujeres ser reconocidas en la sociedad.
Fuente: https://radiolaretaguardia.blogspot.com/2022/04/Festival-Migrantas-Reconquista.html