Mercedes Taboada cuenta su historia de mujer migrante y cómo logró organizarse para producir, junto al Movimiento Nacional Campesino Indígena. Hoy produce hortalizas, mermeladas y cría animales con los principios agroecológicos y participa de las redes de comercialización de los alimentos. “Tengo mi propia quinta: es una lucha diaria, pero estoy feliz”, afirma.
Por Lola López. FAO Argentina.
Cuenta con orgullo que pertenece al Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) y que, junto a su marido e hijo, tiene una quinta de dos hectáreas y media en el cordón periurbano de Florencio Varela, al sur del conurbano de la ciudad de Buenos Aires. En su Paraguay natal, Mercedes Taboada aprendió de sus mayores a cultivar sin dañar el ambiente y hoy siembra practicando la agroecología y diversificando las actividades para mejorar el sistema ecológico.
Al respecto, relata: “La agroecología es la forma de producir que ya traía conmigo porque mis abuelos y padres eran campesinos y nunca usaban los `remedios’ como se les decía en la ciudad; ellos usaban curas naturales y muy muy poco porque no hacía falta”. Ella y su familia producen berenjenas, tomates, morrones, cebollas de verdeo, rabanitos, zanahorias, lechuga, batatas, papas y frutillas. Además de cultivar, Mercedes elabora mermeladas de higos y ciruelas. Tiene 120 gallinas ponedoras, produce pollos parrilleros y cuenta con dos chanchas con un padrillo para disponer de lechones para la venta. Los alimentos puede comprarse a través de este link.
“Siempre quise volver al campo y tener un lugar donde producir y vivir”, resume. “Además de verduras, nuestra quinta está diversificada con animales lo cual es muy importante en la agroecología para sostener el sistema. La naturaleza es algo impresionante, la tierra es vida, nos da todo y por eso hay que cuidarla”.
La historia de Mercedes en Argentina comenzó en 1992, cuando llegó sola desde Paraguay: “Como muchas mujeres migrantes empecé trabajando como empleada doméstica y luego en una florería, pero siempre tenía en mente la idea de volver a trabajar la tierra, que era lo que hacían mis padres y lo que me gusta hacer a mí también”.
Esos años no fueron fáciles: era una tierra cercana pero ajena a la vez. Se dedicó a trabajar de lo que podía, hasta que conoció y se unió al Movimiento Nacional Campesino Indígena: “Se armó un barrio de 800 familias en Esteban Echeverría (provincia de Buenos Aires) y más tarde la organización consiguió un campo de ocho hectáreas en la localidad de Florencio Varela, donde estamos ahora. Así llegué nuevamente al campo”, cuenta. Y agrega: “Hoy tengo mi propia quinta: es una lucha diaria, pero estamos muy felices”.
En las ocho hectáreas donde produce, la agricultora trabaja junto a la cooperativa Unión y Fuerza Campesina. El espacio capacita a personas que se están iniciando en la producción de verduras y hortalizas. También están conformando un Centro de Primera Infancia, para que los hijos e hijas de los y las trabajadoras tengan un espacio para estar y aprender. Planifican, además, una Escuela de Agroecología, que ayudará a muchos huerteros a terminar la escuela primaria.
Para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) de Argentina, los agricultores familiares son “actores clave para lograr la seguridad alimentaria, reducir la pobreza y preservar el medio ambiente”. Por eso es primordial implementar estrategias integradas de agricultura familiar y desarrollo rural, lo que implica asegurar el acceso a la tierra, lograr la igualdad de género, mejorar las oportunidades de mercado, reducir la dependencia de insumos y aumentar la resiliencia frente a las crisis naturales y económicas.
Las agricultoras, protagonistas en la desigualdad
Las mujeres son las principales cuidadoras y defensoras del territorio y sus recursos naturales, guardianas y multiplicadoras de semillas nativas y criollas y transmisoras de los saberes ancestrales de las comunidades. Sin embargo, en su informe Mujeres Agropecuarias Argentinas, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) informó que, en la provincia de Buenos Aires, de las 25.433 explotaciones agropecuarias cuyos dueños o dueñas son personas físicas, apenas el 21 por ciento (5.280) están gestionadas por mujeres.
El Instituto Nacional de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena describe que las mujeres de la agricultura familiar son más del 45 por ciento de las personas que trabajan en los núcleos productivos, pero solo el 10 por ciento de los núcleos se identifican con referentas mujeres. Si bien las agriculturas participan de todas las tareas productivas, e incluso llevan la carga de las tareas de reproducción de la familia en la ruralidad, no son reconocidas en el rol fundamental que suponen para la producción y el arraigo rural.
La situación no es exclusiva de Argentina. Según el informe Ellas alimentan al mundo —realizado por LatFem y WeEffect—, siete de cada diez mujeres campesinas en América Latina tienen acceso a la tierra para producir alimentos, pero solo tres tienen títulos de propiedad sobre los campos donde trabajan.
En nuestra región, las productoras son responsables del 50 por ciento de la fuerza laboral formal de producción de alimentos en el mundo, según la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Sin embargo, son quienes menos derechos tienen sobre los territorios donde producen.
Las mujeres son las principales cuidadoras y defensoras del territorio y sus recursos naturales, guardianas y multiplicadoras de semillas nativas y criollas y transmisoras de los saberes ancestrales de las comunidades. Sin embargo, en su informe Mujeres Agropecuarias Argentinas, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) informó que, en la provincia de Buenos Aires, de las 25.433 explotaciones agropecuarias cuyos dueños o dueñas son personas físicas, apenas el 21 por ciento (5.280) están gestionadas por mujeres.
El Instituto Nacional de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena describe que las mujeres de la agricultura familiar son más del 45 por ciento de las personas que trabajan en los núcleos productivos, pero solo el 10 por ciento de los núcleos se identifican con referentas mujeres. Si bien las agriculturas participan de todas las tareas productivas, e incluso llevan la carga de las tareas de reproducción de la familia en la ruralidad, no son reconocidas en el rol fundamental que suponen para la producción y el arraigo rural.
La situación no es exclusiva de Argentina. Según el informe Ellas alimentan al mundo —realizado por LatFem y WeEffect—, siete de cada diez mujeres campesinas en América Latina tienen acceso a la tierra para producir alimentos, pero solo tres tienen títulos de propiedad sobre los campos donde trabajan.
En nuestra región, las productoras son responsables del 50 por ciento de la fuerza laboral formal de producción de alimentos en el mundo, según la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Sin embargo, son quienes menos derechos tienen sobre los territorios donde producen.
Vender lo producido
Mercedes considera que hace algunos años la gente no era tan exigente respecto a la apariencia de las frutas y de las verduras, pero que hoy se deja llevar por productos que por fuera son lindos y hasta perfectos, desconociendo que esa no es “la verdad de la naturaleza“. Y sostiene que se confunde la estética con la calidad, sin investigar cómo fue producida esa verdura. “Lo nuestro es más rústico y no es tan uniforme como aquello, pero es mucho más sano”, destaca.
Ella, como sus compañeros, son arrendatarios. En ese contexto valora el apoyo de la Secretaría de Agricultura Familiar que les facilitó tener mejor infraestructura, por ejemplo, para mejorar invernáculos, tener un tractor, un vehículo, herramientas y hasta la paila para impulsar una fábrica de conservas. “Tenemos un gobierno nacional y popular que está del lado del pequeño productor”, afirma. Hoy se proponen obtener un marca colectiva para sus productos agroecológicos, lo que ayudaría mucho a la hora de las ventas.
Durante la pandemia Mercedes y sus compañeros y compañeras vendieron su producción a través de bolsones y en la modalidad “puerta a puerta”, con mucho éxito: “Como ya no había ferias ni mercados tuvimos que crear otra forma de venta y armamos un protocolo junto a los municipios y a la provincia de Buenos Aires para distribuir nuestras verduras”. La pandemia terminó pero “quedó el hábito del bolsón y notamos un interés cada vez mayor en consumir productos de la agroecología para cuidar la salud”.