EL ARCOIRIS AJEDREZADO: LA WIPHALA DECODIFICADA
Por Rafael Bautista S.
Últimamente se ha insistido demasiado en las evidencias históricas de la existencia precolombina de la wiphala. Pero inclinar la argumentación al recurso iconográfico, adolece de un doble entrampe. Primero: toda evidencia está siempre sujeta a interpretación teórica, en este caso, a falsación hipotética; además, como la formación persistentemente colonial del mundo académico, sigue atrapada en los marcos categoriales eurocéntricos, sus dictámenes fallarán siempre a favor de la estigmatización del universo indígena, porque todo lo reducido a “objeto de estudio”, es lo que el sujeto intelectivo determina (según sus propios prejuicios). Segundo: la tradición historiográfica terminará desplazando toda discusión a un pasado cancelado y superado en el tiempo lineal.
Por ello precisamos hacer un giro crítico en el debate, porque nuestro problema no es el pasado enclaustrado en el pasado sino el presente, el que vivimos y en el que sobrevivimos, y donde se desatan y despliegan, se debaten y enfrentan, cosmovisiones, formas de vida, proyectos y utopías políticas.
Entonces, el asunto no es tanto la procedencia de un referente simbólico, sino el por qué ese referente es capaz de expresar la inminencia y la trascendencia del nuevo tipo de insurgencias indígena-populares y hacer posible su irradiación a nivel global. Incluso, si su existencia no fuese tan dilatada en el tiempo, esa capacidad de sintetizar a la diversidad del movimiento popular, a tal grado de haberse convertido en expresión neurálgica de la resistencia a un golpe de Estado y de la última recuperación democrática que presenciamos en el Estado plurinacional de Bolivia y, últimamente, de la resistencia y movilización del pueblo peruano, denota su relevancia y su potencialidad contenidas, como un nuevo observable imposible de soslayarse, al menos no para quien seria y honestamente se proponga dar razón de su realidad presente.
Una revisión crítica del estatuto de cientificidad de la ciencia histórica, debiera, entre otras cosas, detenerse a reflexionar sobre la pertinencia de seguir afirmando la cronología inventada por la perspectiva eurocéntrica y la canonizada imagen evolutiva ascendente del tiempo lineal. Desde esa perspectiva, la ciencia histórica se condena a objetualizar al pasado como mera referencia museística, sin ningún tipo de trascendencia determinante en un presente también reducido a ser lo simplemente deducido de la inercia del devenir histórico.
La idea, hecho sentido común, de que es imposible cambiar el pasado, proviene también de esa naturalización producida por la propia ciencia histórica en la conciencia social. De ahí también se produce la relación conservadora con un presente vivido como fatalidad histórica. Que los historiadores no puedan producir un acceso epistémico al futuro, en correspondencia con una reconstrucción crítica del pasado, delata un distanciamiento objetivista a-moral que no les permite generar conocimiento histórico de implicancias políticas actuales, sólo inventarios onomásticos del “calendario patriótico”.
En ese sentido, reducir la discusión de la wiphala a la fijación exacta de su antigüedad, rapta el asunto para la consideración exclusiva de una erudición academicista o intelectualoide. De lo que se trata, mas bien, porque su importancia –de la wiphala– es profundamente política, es el cómo de su incorporación y apropiación en el campo popular, como ineludible referencia emancipatoria.
Incluso, reiteramos, si se tratase de un invento reciente (lo cual ya nadie cree), la pregunta sigue teniendo validez; porque existe mucha simbología indígena en la actualidad que no necesariamente ha repercutido del modo como lo ha hecho la wiphala. En el golpe de Estado realizado en Bolivia, fue la quema de la wiphala la que desató la indignación popular y el activador de la resistencia y posterior recuperación democrática. Es eso lo que los detractores no pueden obviar y es el meollo del asunto.
Otra vez, debemos resituar la reflexión histórica, porque de lo que se trata, en última instancia, no es el pasado sino el presente. Es el presente el que acude al pasado para dar razón de su existencia y su lugar en la historia. Es, en ese sentido, que el pasado deja de ser objeto y se constituye en sujeto.
Para una perspectiva descolonizada de la historia, la wiphala no es una referencia al pasado sino la necesaria conexión mítico-simbólica que le permite al presente producir el paso de la historia a la política. Porque lo que despierta la wiphala es la historia negada y encubierta, la otra historia no asumida y, en consecuencia, no traducida en horizonte político.
Las grandes proyecciones utópicas, que se expresan siempre como proyectos políticos, no son invenciones que el presente imagina, sino acumulación crítica de demandas históricas que, en un proceso de emergencia política, hace que el pueblo se constituya en sujeto, es decir, en proyecto. El paso de la historia a la política es el proceso, por y en el cual, un pueblo trasciende su presente y se sitúa en ese otro tiempo desde donde condensa el sentido y el poder remanente de todas las luchas pasadas, y lo proyecta como su verdadero horizonte de vida, como su auténtico horizonte político.
Por eso la adopción de la wiphala no es accidental o fortuita. En ella se destaca un proceso de maduración del movimiento indígena-popular, que culmina en la transformación del concepto mismo de Estado, es decir, en la actualización presente de su propia cosmovisión; es eso lo que le permite cuestionar, radicalmente, la racionalidad hegemónica vigente, naturalizada en la concepción normativa del Estado-nación-moderno-liberal. Por eso la wiphala grafica la idea de lo plurinacional de modo codificado. Una cultura de la vida sólo podía manifestarse ajedrezando el arcoíris como representación de la expresividad misma de la vida.
La wiphala no representa sólo al pasado, representa también al presente pero, de modo más contundente, al futuro. Los tiempos y los espacios comparecen en su disposición geométrica cuando se reúnen cuatro wiphalas y revelan una chakana; la continuidad de wiphalas muestra la estructura de la piel de la serpiente, es decir, del katari o amaru, de la rebelión que se origina desde lo más profundo del manqhapacha; el kurmi o arcoíris es la manifestación de la alegría de la vida, de la diversidad, también de lo plural, como base de legitimidad ineludible en toda política; por ello, su carácter ajedrezado, nos enseña que lo político, como el ámbito que tematiza siempre las condiciones de posibilidad de realización de las utopías humanas, sólo es posible como sabiduría estratégica.
De ese modo, podemos ir decodificando la wiphala, porque su riqueza expresiva no es sólo simbólica sino mística. Para decodificar textos (en sentido ampliado) que poseen esa singularidad, dicen, los que saben, que existen cuatro niveles de interpretación. El primero, que es el literal, es el destinado para el vulgo, en nuestro caso, para los que sólo ven, en la wiphala, colores y nada más. Ese nivel está presente en toda la vida, es la cascara necesaria para preservar lo que realmente importa. De ese modo, la sabiduría de nuestros pueblos ha sabido preservarse y este tiempo, el que nos deparó la sagrada antigüedad que inspira la wiphala, ha despertado para acompañar el desenlace de la historia de la lucha de nuestros pueblos.
Por ello, la resolución de todas las luchas pasadas hace, de este nuestro tiempo, el pachakuti que anunciaron las leyendas y los mitos. Según los Cree del norte y la profecía de la anciana y sabia Ojos de Fuego, se dice que, cuando no quede apenas ninguna esperanza y la tierra caiga enferma, los “guerreros del arcoíris” aparecerán desde el Sur, para recuperar la salud, la armonía y el respeto a nuestros semejantes: “y enseñarán por todos los rincones de la tierra cómo conseguir esa armonía entre las personas, cómo orar al Gran Espíritu así y como lo hacían los pueblos del pasado, dejando que el amor fluya tal y como fluyen las cascadas que descienden de las montañas y que acaban uniéndose con el océano mismo de la vida”.
La descomposición de la luz genera la manifestación de los colores. La wiphala nos conecta a la luz primordial y nos enseña que la vida, expresando su diversidad, guarda siempre la unidad como un misterio palpitante. Por eso, cuando la wiphala ondea, el mito vuelve a la vida, se recoge y se despliega, derramando el ajayu que hace posible la vida de nuestros pueblos:
“En el principio de los tiempos, cuando las aguas se separaron para originar los cielos y la tierra, hicieron un pacto para recordar que, en el origen, nada estaba separado, y todo iba a reencontrarse; entonces proyectaron un arcoiris, que reunió todos los colores de la vida para acompañar esa promesa. De modo similar, cuando la humanidad separó sus caminos, los abuelos y las abuelas se prometieron reencontrarse un día para siempre y recordar que todos tenemos un mismo origen. Fue el tiempo cuando las montañas y las pampas vestían de aguayos, y decidieron guardar los colores primordiales para iluminarlos un día, que puede ser éste.
Esa promesa se derramó con lágrimas de alegría, en un lienzo que decantó los colores del arcoiris, que eran los colores de todos los pueblos. Se la llamó wiphala, porque wipha es alegría; y cuando ondea, baila y se alegra la vida, goza y se hace bella la esperanza.
Por eso nuestros pueblos han despertado ondeando la wiphala, porque se acerca nuestro tiempo, el tiempo de los ancestros, el tiempo eterno, el tiempo de la dignidad, la justicia y la liberación. Por eso nuestros pueblos sonríen cuando la wiphala baila en el viento, porque son los compases de la vida que alumbra el nuevo pachakuti”.
La Paz, Chuquiago Marka, 16 de febrero de 2023
Rafael Bautista S., autor de: “La Memoria Obstinada. edición ampliada: Preludio de una teoría del espíritu narrativo” yo soy si Tú eres ediciones
rafaelcorso@yahoo.com