Lo dijo la sobreviviente Ana María Soffiantini. En la misma audiencia también declararon Ricardo Héctor Coquet y María Lucía Onofri, hija de Ana María. Soffiantini y Coquet confirmaron que el Servicio de Inteligencia Naval (SIN) secuestraba y torturaba en la ESMA, en el lugar conocido como “Capuchita”. Coquet aseguró que el SIN y el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2 de la ESMA usaban “la misma máquina de torturar”.
Redacción: Carlos Rodríguez. Edición: Valentina Maccarone/Pedro Ramírez Otero. Fotos: Transmisión de La Retaguardia.
En la tercera audiencia del juicio ESMA VII, la primera en dar testimonio fue María Lucía Onofri, quien fue secuestrada cuando tenía 1 año y seis meses, junto con su madre, Ana María Soffiantini, y su hermano Luis Guillermo, de apenas 11 meses. El secuestro fue el 16 de agosto de 1977 en Juan B. Justo y Fragata Sarmiento, cuando pasaban frente a una verdulería. Lo que recuerda la testiga son los gritos de su mamá pidiendo por sus hijos y unas “naranjas gigantes” para sus ojos de niña, que “volaban” por la violencia del operativo.. Su madrefue llevada a la ESMA y ella y su hermano fueron retenidos de forma ilegal en una casaquinta en Del Viso. Tiempo después, los niños fueron llevados a Ramallo, a casa de sus abuelos. “Mi abuela me dijo que eran tres los que nos llevaron y que uno de ellos era (Alfredo) Astiz”, indicó la testiga. Su abuela lo reconoció tiempo después, al ver en los diarios la foto del genocida Un año antes, la familia había sufrido el secuestro del padre, Hugo Onofri, quien sigue desaparecido.
Aunque tuvieron contacto telefónico con su madre, sus abuelos siempre estaban bajo amenaza y con la orden de no presentar hábeas corpus por ella. Recordó que semanas después vieron a su madre y que en esos días falleció su abuelo.
En 1978 pudieron reunirse con su madre, que de la ESMA fue trasladada a una casa en Munro, a la que también concurría Ricardo Héctor Coquet, secuestrado en el centro clandestino de la Armada. Tanto Coquet como Ana María Soffiantini, fueron retenidos como mano de obra esclava, en una carpintería que funcionaba en la casa de Munro. “Ricardo Coquet se cortó los dedos (en la carpintería) y uno de los dedos se lo comió un perro”, contó Onofri. El perro, que vivía en esa casa, era de Emilio Eduardo Massera, comandante en jefe de la Armada. La familia estuvo con “libertad vigilada” hasta diciembre de 1981.
La testiga se emocionó al relatar que su padre, Hugo Onofri, está desaparecido desde antes del secuestro que sufrieron con su madre y su hermano. Sólo lo conoce por fotos y por una película casera que tenía su abuelo. “Me hubiera gustado que me llevara a una plaza, a las hamacas, pero no pude”, declaró. Dijo, además, que tuvo que soportar que la sociedad la marque “por ser la hija de tal y yo nunca le hice nada a nadie”.
Luego dio su testimonio Ana María Soffiantini, sobreviviente de la ESMA y madre de María Lucía Onofri. La testiga recordó que un año antes habían secuestrado a su compañero y que se sentía “totalmente desprotegida” por la persecución que sufrían ella y sus dos hijos. En el secuestro, los integrantes de la patota le empezaron a pegar, mientras gritaban que “eran Montoneros”, para crear en el barrio una falsa versión, ya que el hecho ocurrió un domingo al mediodía, con gente circulando en la calle. Luego de arrebatarle a sus hijos, la subieron a un auto, esposada y con una capucha. A sus hijos los subieron en otro auto, pero escuchó sus gritos y llantos durante un tiempo. La llevaron a la ESMA y, poco después, sufrió la primera sesión de tortura. “En la sala de tortura pedía por mis hijos y me dijeron: ‘Si colaboras vas a saber de ellos’”, declaró. Le advirtieron que, si no colaboraba, se “iba a ir para arriba con ‘Jesucito’, igual que Hugo” su compañero desaparecido.
Unos días después la llevaron a la casa de Fragata Sarmiento, donde en ese momento estaban sus padres. Pudo acercarse a su mamá para decirle al oído que estaba en la ESMA y que “la Gaby estaba viva”. La referencia era por Norma Arrostito, fundadora de Montoneros, a quien se creía que ya la habían asesinado, cuando todavía la mantenían secuestrada y torturada en la ESMA.
Ana María, recién en diciembre de 1977 supo que sus hijos estaban en Ramallo, en la casa de sus abuelos maternos. Ese fin de año, en Ramallo, pudo ver por un rato a sus hijos, pero luego la regresaron a la ESMA. El mismo día del reencuentro se enteró que su padre “había muerto de tristeza”.
En otra ocasión la llevaron de nuevo a Ramallo, en compañía de Ana María Martí, quien también estaba secuestrada en la ESMA. Con posterioridad la trasladaron a la casa de Munro, que funcionaba como “una especie de satélite de la ESMA”. La vivienda había sido propiedad de Rosario Quiroga, otra víctima del terrorismo de Estado. La patota de la ESMA se apropió de casas y bienes que habían pertenecido a personas desaparecidas. En la casa de Munro, se volvió a reunir con sus hijos y con su madre, pero seguían en situación de secuestro: “No podíamos salir de la casa, ni siquiera al patio”, dijo. En el lugar había una morsa, un instrumento de trabajo que había sido de Hugo, su compañero desaparecido. Los fines de semana Ricardo Héctor Coquet, con quien ella tenía una relación de pareja, iba a la casa. Ella y sus hijos presenciaron, horrorizados, cuando Coquet se cortó parte de la mano con una sierra, cuando le estaba haciendo un barrilete a su hijo Luis. Ante preguntas del fiscal Félix Crous, la sobreviviente confirmó que en la ESMA operaba el Servicio de Inteligencia Naval (SIN), al que pertenecía Jorge Luis Guarrochena, el único imputado que llegó con vida al juicio. “Ellos estaban en ‘Capuchita’ (uno de los lugares de reclusión de la ESMA), donde sabíamos que eran torturadas las personas que eran secuestradas” por los grupos operativos del SIN. Dijo que también supo que los hijos de Rosario Quiroga, secuestrada en Uruguay, y de Ana María Martí, estuvieron cautivos en la ESMA junto con sus madres.
Sobre las consecuencias que el terrorismo de Estado dejó en su familia, la testiga señaló que a ella y a sus hijos les “costó mucho” salir del horror y relacionarse “con una sociedad que estaba en silencio”. En el caso de los niños, “les costó no tener un padre que los fuera a buscar a la salida de la escuela”, entre tantas otras cosas. Para explicar lo que le cuesta hablar de ese pasado, Soffiantini señaló que nunca dijo “en qué partes del cuerpo fui torturada” y cómo fue “abusada como mujer”.
Agregó que, en un reportaje, su hijo Luis dijo que “él toda su vida fue clandestino, porque para ellos fue muy difícil contar su verdadera historia ante una sociedad que callaba o que se sentía responsable”. Fueron “una familia que venía con mucho daño y nos costó mucho reconstruirnos, teníamos una vida interna y una doble vida para afuera”.
Sobre su relación de pareja con Ricardo Coquet, Ana María señaló que fue “cuestionada, porque ellos decían que las mujeres sólo eran para los marinos”. Ella quedó embarazada mientras estaba en la casa de Munro y tuvo a Ana Julia, su hija menor. Su último lugar de cautiverio, de “libertad vigilada” fue en una casa en Benavídez.
El testimonio de cierre, sobre este caso, fue el de Ricardo Héctor Coquet, secuestrado el 10 de marzo de 1977, como ha declarado ya en una serie interminable de juicios por crímenes de lesa humanidad. En la ESMA lo obligaron a trabajar en la edición de “un pasquín que se llamaba Informe Cero”, en el marco del lanzamiento del Partido para la Democracia Social, liderado por Emilio Eduardo Massera.
Dijo que conoció a Ana María Sofiantini en la ESMA, en “Capucha”, cuando ella reclamaba por sus hijos. Mencionó luego la casa de Munro, donde funcionaba la carpintería, que era “una empresa que se llamaba Sideforma (Servicio Integral en Decoración, Reformas y Construcciones)”. En la casa, además de Ana María, vivían un albañil y un carpintero. Precisó que tanto él como Ana María y sus hijos estuvieron “con libertad vigilada hasta 1981”.
Sobre Sideforma, el sobreviviente dijo que a su madre, que hoy tiene 104 años, los marinos la obligaron a figurar como presidenta de la empresa. El trámite se hizo en una escribanía ubicada en la localidad bonaerense de Lanús. Confirmó que hubo niños secuestrados en la ESMA, recordó a las embarazadas que tuvieron allí a sus hijos, entre ellos Victoria Donda, y también cómo las “preparaban a las embarazadas, después del parto, para los vuelos de la muerte”. Coquet hizo un pormenorizado informe sobre los baños y otras instalaciones de la ESMA, recordó la presencia de las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet y relató que lo obligaron a hacer una supuesta bandera de Montoneros con la cual fotografiaron a las religiosas secuestradas y asesinadas en el centro clandestino.
Coquet también confirmó que el SIN operaba en la ESMA y precisó que su jefe, en esos años, era el capitán de navío aviador Luis Nicolás José D’Imperio, quien en los años ochenta, luego de la asunción de Raúl Alfonsín como presidente, siguió en funciones como comandante de la Fuerza Aeronaval 3 de la Armada.
Entre los represores, Coquet mencionó a un oficial de apellido Sánchez, alías “Chispa”. Su nombre es Gonzalo Sánchez, estuvo en el sector Operaciones del GT 3.3.2 que actuó en la ESMA. Sánchez, quien estuvo prófugo desde octubre de 2005, fue detenido y extraditado al país desde Brasil en 2020. El sobreviviente dijo que Sánchez, integrante de Construcciones Navales, una vez contó que “estaba armando una embarcación, que se llamaba ‘Gonzalo’, en el río Luján, en un astillero que era de Massera”. Por otro lado, Coquet precisó que el GT 3.3.2 de la ESMA y el SIN operaban de forma conjunta, a tal punto que utilizaban “la misma máquina de torturar”.
Fuente: https://laretaguardia.com.ar/2023/09/juicio-esma-vii-dia-3-si-colaboras-vas-a-saber-tus-hijos.html