El extractivismo afecta a los más diversos territorios y modos de vida. La Geografía ofrece herramientas teóricas para reflexionar sobre ello en el actual contexto de shock privatizador de la Argentina. Desde la dependencia en la producción de alimentos hasta las formas que encuentran empresas y Estados para seguir depredando bienes comunes cuando un negocio deja de ser rentable.
Por Rodrigo Javier Dias.
Desde el inicio del gobierno de Javier Milei vivimos un proceso que amenaza con concretar una de las transferencias más violentas de capitales hacia el ámbito privado de las que se tenga registro en nuestra historia. Las premisas y promesas que lo sustentan son tan frágiles y poco creíbles que se han derrumbado como castillos de naipes a las pocas horas de haber asumido el poder. Y generan, frente una buena parte de sus votantes, la mayor estafa electoral de nuestro país.
El nuevo proyecto de Ley Ómnibus y los negociados ligados a, prácticamente, cada artículo configuran un horizonte que amenaza con llevar al país al borde de su fragmentación y posterior venta al peor postor. Paisajes repetidos, lugares comunes, los mismos territorios arrasados e, invariablemente, la misma porción de la sociedad afectada. Como en la última dictadura cívico-militar, como en los ’90 y como en 2015, otra vez los proyectos de desarticulación completa del Estado en sus mecanismos de protección emergen y se afirman en el cotidiano argentino. Pero esta vez —por el momento— lo hacen a una velocidad inusitada y con una profundidad que parece aún no encontrar su fondo.
¿Podemos reflejar este proceso desde la Geografía? La respuesta no sólo es “sí”, sino que ese abordaje nos permitirá apreciar cómo estas dinámicas impactan directamente en los territorios, transformándolos a gusto de los actores e intereses dominantes.
Para este análisis es útil el concepto de “acumulación por desposesión”, acuñado por el geógrafo británico David Harvey a principios de este siglo. El mismo pone en evidencia cómo el sistema capitalista muta y se adapta a nuevos escenarios no tradicionales de acumulación para continuar extrayendo y, así, sobreviviendo.
Para pensar con este concepto es necesario tener en cuenta tres preceptos que definen el contexto actual:
- No hay tendencia a la regulación, ni comportamientos que propugnen mejores condiciones generales para la población. Mayor libertad de mercado equivale a mayor desigualdad económica, social y territorial.
- Las prácticas de mercado actuales son tan depredadoras y fraudulentas como lo eran hace cinco siglos atrás (o incluso antes).
- El Estado, bajo el ideal neoliberal, está lejos de ser mínimo. Contrario a lo que habitualmente se teoriza, el Estado neoliberal sí se ha desprendido de la estructura de derechos, garantías y protecciones que deberían revestirlo, pero está lejos de ser un Estado pequeño, marginal. Por lo contrario, es el gran decisor —junto con sus agentes interesados— en estos aspectos.
En su esencia, la acumulación por desposesión implica enriquecerse unos a costa de otros. Se podría argumentar que esto siempre sucedió, sucede y seguirá sucediendo. Pero veámoslo de otra forma. A la acumulación por desposesión también es posible definirla como el mecanismo de estrategias que se despliegan cuando —por extensión, saturación, competencia o agotamiento— el objeto a extraer/producir baja su tasa, reduce su ganancia o simplemente deja de ser rentable.
Acumulación por desposesión o un sistema que se reinventa para seguir depredando
En el último medio siglo emergieron nuevas lógicas productivas y de consumo que trajeron consigo formas inéditas de extraer capital. Incluso en espacios donde el panorama indica que no hay más chances de hacerlo como es el caso de los espacios urbanos densificados. Esas lógicas vienen de la mano de la promoción, la mercantilización y la explotación intensiva de todos los ámbitos de nuestra vida. Desde el trabajo hasta nuestra propia imagen (a través de las redes sociales), aspectos a los que se le añade el crecimiento de lo virtual como plataforma para el capital y como territorialidad a controlar y usufructuar, potenciando los procesos anteriores hacia nuevos horizontes de acumulación.
Esto construye una dinámica hiperconsumista en donde cada segundo de nuestra existencia es objeto de potencial extracción/generación de ganancias. Los bienes comunes como el agua, el aire o los mares quedan, entonces, sometidos a planificaciones futuras de control.
Un ejemplo reciente: “¿Por qué las gallinas y las vacas no se extinguen?”, se preguntaba el diputado de La Libertad Avanza (LLA) Alberto Benegas Lynch (h) en una entrevista. Él mismo se respondió, asegurando que la razón es que “hay un uso económico”, y agregando a su argumentación que “el tema del medioambiente se resuelve asignando derechos de propiedad”.
Bajo estas lógicas de acumulación por desposesión aparecen la biopiratería, la apropiación de patentes, la compra de licencias, la privatización del patrimonio cultural y de los conocimientos ancestrales e incluso la propiedad intelectual. También, como siempre, aparece la vieja y conocida concentración de tierras productivas.
En la práctica, esto se pone en marcha con la compra o apropiación de patentes y diseños de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) más el paquete de fertilizantes y pesticidas específicos para ese OGM. Estos insumos generan una dependencia tan profunda que obliga a los productores a comprar estos insumos a grandes empresas para poder seguir cultivando.
Cuando un pequeño o mediano productor se encuentra frente a un cuadro en donde la única posibilidad que tiene de producir es comprar la semilla, el fertilizante y el pesticida cada vez que desea plantar —algo que no sucede con los cultivos orgánicos—, y el poseedor de todo este paquete tecnológico se maneja dentro de comportamientos mono u oligopólicos, el escenario es de una asimetría irreparable.
Pero esto no es sólo un problema a nivel de cultivos. Algo similar sucede con la cesión de derechos de canciones, imágenes, libros y muchos otros productos más, en donde la única solución para seguir asegurando una ganancia (por parte del pequeño empresario/ex propietario) es pagar primero para luego usar lo que él mismo generó. Sucede también con los espacios urbanos y su verticalización, renovación y elitización, procesos que son acompañados de desplazamientos, segregación y concentración de capitales; con la turistificación e incluso hasta con la venta de servicios y bienes intangibles como el wifi, la telefonía y la mensajería móvil. Todo bajo la atenta mirada del Estado y sus agentes.
Cuando el margen de ganancias que emana del intercambio monetario tradicional se vuelve insuficiente, se activan nuevos objetos plausibles de explotación o apropiación para satisfacerlo. Desde la segmentación de servicios (algo que todos los que alguna vez han usado una consola de videojuegos conocen bien con las expansiones, las “skins” o los DLC -contenidos descargables-), la jerarquización de prestaciones (las experiencias “bronce”, “plata”, “oro” u otras clasificaciones), pasando por los recursos naturales. No es casual la mención de Elon Musk como el inversor salvador, cuando el trasfondo es el interés por el litio, o la cesión de tierras y sus múltiples soberanías a cambio de financiación o cancelación de deuda.
Shock y crisis climática
Esto nos lleva a otro concepto: el shock. Esta dinámica, bien reflejada por Naomi Klein en su libro “La doctrina del shock” del año 2007, es perfectamente aplicable al contexto actual argentino y a la acumulación por desposesión.
Las lógicas neoliberales —a través de sus actores interesados— generan mecanismos que buscan crear desorientación, pánico, crisis e incertidumbre en las sociedades. La devaluación masiva, el aumento desmedido o la inclusión de nuevos impuestos, el anuncio de medidas destructivas/regresivas, la desindustrialización y el vaciamiento son sólo algunas de las dinámicas preferidas para ponerlo en marcha.
Así, se anuncia que la leche “podría irse a 60.000 pesos” en un año. Este amague crea las condiciones para que luego se pueda aumentar a gusto el precio sin grandes problemas, porque “peor es que valga 60.000”. En el camino, se favorece a los grandes grupos empresariales en perjuicio de cada uno de nosotros.
Además, la dinámica del shock se hace presente como una alternativa de ayuda o motor para la reconstrucción en un contexto de frecuentes catástrofes ambientales y desastres naturales. Es lo que sucedió hace poco en Bahía Blanca: ¿qué dijo el Estado Nacional? Que no hay fondos para ayudar/aliviar/reconstruir la situación, abriendo las puertas a la financiación privada de las obras necesarias como única alternativa. Pero esa financiación que no se hará por amor al arte, sino a cambio de concesiones que se enfocan en la cesión de tierras y recursos o de su concesión y licenciamiento a través de terceros.
La derogación de la Ley de Tierras, las modificaciones en la Ley de Bosques y de Glaciares, o el permiso de ingreso a tropas extranjeras a nuestro territorio no son caprichos. Son las condiciones habilitantes para desplegar con mayor intensidad estos procesos sobre nuestro territorio.
Rodrigo Javier Dias es profesor de Geografía, licenciado en Enseñanza de las Ciencias Sociales y maestrando en Sociología Política Internacional. Es el creador de Un espacio Geográfico, canal de YouTube y sello editorial dedicado a la divulgación y la enseñanza de la Geografía.
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/libertad-o-acumulacion-por-desposesion/