Dhanna Moyano: “El feminismo campesino no se va a arrodillar ante este gobierno nefasto”

Dhanna Pilar Moyano es una mujer trans, productora caprina en Luján de Cuyo, educadora e integrante del MNCI-Somos Tierra. Frente al gobierno de Javier Milei su identidad se arraiga y la lucha se multiplica por la diversidad y la agricultura familiar. “El ataque no es solamente a un colectivo sino a toda la sociedad”, advierte y convoca a la unidad del campo popular que tendrá cita en la Marcha del Orgullo Antifascista y Antirracista.

Foto: MNCI Somos Tierra.

Por Mariángeles Guerrero. 

Dhanna Pilar Moyano es una mujer trans que trabaja como productora caprina en Luján de Cuyo, Mendoza. Es parte de la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra (UST) y del Movimiento Nacional Campesino-Indígena Somos Tierra (MNCI-ST). Con 37 años, preside la comunidad Agua de Las Avispas y participa del Centro de Educación, Formación e Investigación Campesina (CEFIC/Tierra). Es hija de familias campesinas, tercera generación que se dedica al campo. Para ella, la vuelta al campo fue una salida laboral. “Antes viví en la calle, me dediqué a la prostitución. Y de repente dije ‘esto no es para mí, porque no llego a los 30’”, relata. Hoy cuenta que lleva “tres mochilas”: la lucha por las familias campesinas, por las mujeres y por las identidades trans. De cara a la Marcha del Orgullo Antifascista y Antirracista de este sábado, asegura: “Marcho por las que hoy podemos pararnos a gritar pero no sabemos si mañana vamos a estar”.

En Argentina, el promedio de vida de una persona trans ronda los 37 años, 40 menos que el resto de la población (77). En los últimos años, leyes como la de Identidad de Género o el Cupo Laboral Trans apuntaron a mejorar la calidad de vida de esta población, a crear un marco institucional que les garantice derechos humanos como el derecho a la identidad, a la educación, a la salud, a la vivienda, al trabajo. Cuatro décadas de democracia no bastaron para saldar la deuda con las personas trans, que aún siguieron perseguidas en democracia debido a los códigos de faltas que sancionaban el travestismo.

El gobierno de Javier Milei profundizó la deuda institucional hacia las mujeres y diversidades sexuales. Fue más allá: su política fue la del ataque. Disolvió el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo y desarticuló el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, organismos abocados al cumplimiento leyes claves contra la violencia de género y a la promoción de políticas públicas para las mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis, trans y no binaries. En 2024, según el Observatorio “Ahora que sí nos ven”, hubo 267 femicidios y ocho transfemicidios. Un crimen por motivo de género cada 22 horas.

El pasado 23 de enero, en el Foro Económico Mundial de Davos, Milei volvió a apuntar contra los feminismos y los movimientos socioambientales. Sus palabras expresaron la violencia de sus políticas, llegando a ligar a las identidades LGBTQ+ con la pedofilia. Esta semana, el Ministerio de Salud (a cargo de Mario Lugones), despidió al 40 por ciento del personal de la Dirección de Respuestas al VIH, Hepatitis, Infecciones de Transmisión Sexual y Tuberculosis. Este jueves, en Cañuelas, un hombre prendió fuego la vivienda de una pareja de lesbianas.

El discurso estatal que promueve la violencia física y simbólica y el ajuste en materia de políticas para las mujeres y el colectivo LGTBQ+ se anudan en este gobierno. Pero también asoma una respuesta popular y organizada de forma federal. Este sábado se llevará a cabo en todo el país la Marcha del Orgullo Antifascista y Antirracista, con más de cien convocatorias en todo el país.

Dhanna analiza esta coyuntura y comenta las particularidades de un feminismo campesino, popular y anticapitalista, que nace desde la tierra, en la cotidianeidad de las familias que producen alimentos sanos para las mesas argentinas.

—¿Qué valoración hacés de la situación actual en Argentina?

—Respecto al gobierno que tenemos en Argentina, en lo personal sabía que iba a terminar mal. Pero mucha gente tenía la esperanza de que podía haber un cambio. Y el cambio está: es la destrucción del sector de la salud, de la educación pública, de la clase trabajadora, de los colectivos de las diversidades. Es la destrucción del campo adentro, de la economía popular. Es un gobierno que se ha tomado la libertad de destruir todo. Nuestros jubilados regatean sus medicamentos. Sabemos cómo son los salarios docentes o de la gente que trabaja en la construcción, de los chacareros, de los agrarios. Los pocos derechos que tiene la diversidad penden de un hilo. Y recordemos que eso afecta también a la salud. Mucha gente que vive con VIH no sabe qué va a pasar con sus medicamentos. No es coherente que una familia de obreros tenga que pagar una boleta de luz de 200.000 pesos, cuando el pobre obrero gana eso por mes. No alcanza. Es un ataque tras otro. Lastimosamente, el ataque es hacia la clase obrera. Y la gota que rebalsó el vaso fue esto último que dijo Milei sobre las diversidades.

—¿Por qué esa fue la gota que rebalsó el vaso?

—Que un presidente diga lo que dijo en el Foro de Davos sobre este sector social significa que el mandato le queda muy grande. Le falta mucho trabajo político, mucho trabajo social. Es demostrar el odio, el racismo, el machismo hacia un colectivo que siempre ha sido vulnerado. Ya que nos señaló a nosotros, ¿por qué nos señala a los curas, que son gran parte de los violadores de niños? Pero nos acusa a nosotros. Acá en Luján de Cuyo está el Instituto Próvolo, donde el cura y las monjas abusaban de los niños y, sin embargo, se quedaron todos callados. Pero al colectivo sí, nos enterró una espada. Decir estas cosas o ponerse a pelear con Lali Espósito o con cualquier persona del mundo artístico, no es propio de un presidente. Un presidente tiene que levantar la mirada y defender los derechos de toda la sociedad. En este punto no señalo solamente al presidente, sino también a las entidades municipales, a los gobiernos de las provincias: no salieron todos a retrucar lo que dijo. Y eso es lo más grave: permitir que alguien que nos representa a todos, a todas, salga con ese odio, con ese racismo, con ese discurso patriarcal a atacar al sector. Eso no es bueno ni para las que ya no están, ni para las que estamos ni para las que vendrán.

Foto: MNCI Somos Tierra.

—¿Qué les dirías a quienes están viviendo un momento de transición de género ante tanto discurso de odio? 

—Son muchas emociones encontradas. En estos tiempos tan difíciles que estamos atravesando, hay que poner el alma. Estuvimos redactando el documento que leeremos este sábado. Y hemos decidido, desde del feminismo campesino, popular y desde la diversidad del campo adentro, que preferimos morir en la batalla que arrodillarnos ante las políticas de este gobierno nefasto. Es muy fea la situación que vivimos, es como volver a tener 15 años, cuando tu familia te daba la espalda. Estamos en esa misma situación. Pero tenemos el aliento de muchas organizaciones, de muchos partidos políticos, entendiendo que el ataque no es solamente a un colectivo sino a toda la sociedad.

—¿Por qué vas a la Marcha del Orgullo Antifascista y Antirracista?

—Por los derechos conquistados. Por aquellas personas que crearon el colectivo de la diversidad, cuando las golpeaban y las mataban. Por aquellas que salieron a defender los derechos del cambio de género. Por las que salieron a pelear por sus medicamentos. Por las que hoy matan, por las que son desaparecidas. Por las que hoy podemos pararnos a gritar pero no sabemos si mañana vamos a estar. Esta marcha no es solamente por el colectivo de la diversidad. Es por las familias campesinas, por las familias indígenas, es por todas las mujeres de la sociedad, por todos los trabajadores y trabajadoras del campo popular, de la clase obrera. Por todos los docentes. Por el personal de salud, por los colectiveros. Por toda la gente con discapacidad que también es brutalmente humillada. Yo marcho por eso. Por nuestros derechos, por nuestra historia, por mis abuelas. Nos abrazaremos en una lucha en la que no hay que rendirse.

—¿Cuáles son tus luchas?

—Le agradezco a la vida que todos los días me puedo levantar, que puedo disfrutar de mi familia, de mis sobrinos, de mis amigos, de mis amigas. Pero tengo tres mochilas. Una es la defensa de los derechos campesinos, porque soy hija de familias campesinas y sé las necesidades que hay. En segundo lugar, defiendo mucho los derechos de las mujeres, en todos los sentidos. En tercero, y es lo que me llena el alma, me llena la vida y me llena el corazón es defender los derechos del colectivo de la diversidad. Porque es ahí donde nos encontramos, donde nos abrazamos, donde lloramos. Las que están con su familia, las que lamentablemente no cuentan con ellas. Es tan lindo y tan genuino ese espacio de lucha. Esas son mis mochilas. Todos los días me levanto y pienso que hay que ir de frente, hay que enamorar corazones y hay que luchar. Ya vendrán épocas mejores. A lo mejor, en estos tiempos nosotras la vamos a pasar mal. Pero al menos queremos dejarle el camino más allanado a las que vienen detrás.

—¿Qué falta para que en Argentina se consolide un movimiento antifascista?

—Ovarios y huevos. Las ganas están, pero falta encontrarnos. Estamos en una etapa de volvernos a abrazar, de volvernos a encontrar, de reorganizarnos como una colmena de abejas para poder tomar decisiones. En un futuro no muy lejano ese movimiento va a existir.

—¿Quiénes son tus referentas o referentes en la lucha?

—Siempre me ha guiado mi corazón, es el que me ha dicho qué es lo que está bien o lo que está mal. Creo que todas seguimos esa intuición de nuestra alma, de nuestro corazón, para defender nuestras vidas, nuestra cultura, nuestra historia, nuestras luchas.

Foto: Fundación Rosa Luxemburgo.

Feminismo campesino y popular

Rodeada de plantas y herramientas de trabajo, Dhanna mira a la cámara y afirma: “Nuestro desafío desde Argentina, desde los movimientos campesinos e indígenas es poder seguir defendiendo nuestras luchas para seguir defendiendo la soberanía alimentaria. La producción campesina es la guardiana de nuestra salud y de nuestra producción. Es la que cuida nuestro medioambiente para seguir disfrutando de nuestros paisajes y producciones, que se vienen trabajando duramente en nuestros territorios”. El video fue hecho para la Fundación Rosa Luxemburgo, en el marco de la difusión del Atlas de los Sistemas Alimentarios en el Cono Sur.

En diálogo con Tierra Viva, cuenta que se sumó a la UST en 2004, tras un conflicto de tierras en la zona donde vive. “Ellos defendían los derechos campesinos y la tierra. En mi comunidad todo el mundo me conoce, siempre me ha gustado mucho lo social. Me interesó mucho la defensa del territorio”, relata.

Pero la participación en la organización le fue mostrando otros caminos: “Me di cuenta de que no era solo la defensa del territorio, sino también la producción agroecológica, la educación para el sector rural que, si bien hay escuelas en el campo, no hay una alternativa para los productores”.

La vida de las familias crianceras caprinas de Mendoza suele ser muy sacrificada, debido sobre todo a la falta de políticas y al avance de los negocios mineros sobre los territorios. En este contexto, se cruzan la identidad campesina y la identidad de género como aspectos a reivindicar y a defender.

—¿Cuáles son las problemáticas específicas que vive una mujer trans o un varón trans en la ruralidad?

—Hay un estigma, somos muy marginados. Pero cuando se dan cuenta de que una se dedica a la producción y a tener una vida distinta, la misma sociedad campesina se amolda. Ven que no somos un objeto sexual, porque generalmente nos ven así, como la “roba maridos” o la “roba novios”. Cuesta, pero hay un buen camino hoy en la Argentina de muchas chicas trans, de gays, de lesbianas que viven en el campo y se dedican a la producción. Es una vuelta de página, porque en el campo el machismo es mucho más marcado. Ahí manda el hombre, nadie más. Sin embargo, hoy la historia está cambiando. Es fundamental para la humanidad que el campo dé un poco el brazo a torcer y que no sea un sector tan atravesado por el machismo.

—¿A qué se deben esos cambios?

—En mi caso particular creo que la UST fue una gran herramienta, porque fue la que hizo que pudiéramos golpear las puertas de casas de otras familias campesinas para poder articular programas, proyectos y ayudarlas. Eso es una ventaja, porque la misma sociedad campesina se da cuenta de que nosotros y nosotras realmente apuntamos más allá de lo que piensa gran parte de la sociedad, que es la prostitución prácticamente. Cuando uno o una tiene el aval de una organización política campesina para poder intervenir es mucho más fácil, porque estás llevando propuestas de mejoras para las familias campesinas. Y eso es la puerta al cielo, es romper un poco el esquema. No digo que el campo haya cambiado un 100 por ciento. Pero somos un 40 por ciento de un campo que está tomando otro rumbo. Hoy las disidencias somos cuadros políticos, conducimos cooperativas, asociaciones. Hay una mirada más positiva.

Foto: Carmen Maldonado.

—¿Te considerás parte del movimiento feminista?

—Creo que todo el mundo tiene su lado de feminismo. Nada más que algunos lo abrazan más y otros menos. El feminismo para mí es algo que abraza a todas las mujeres, a todas las diversidades en casos de toda clase de violencia. Entonces, sí: soy parte de un feminismo que apuesta a cambiar la sociedad. No es el feminismo de querer matar a los hombres, soy más del feminismo del intercambio.

—¿Qué es el feminismo del intercambio? 

—Para poder cambiar el pensamiento machista hay que tener una política. Hay que enseñarle a los compañeros que no somos un objeto sexual ni las empleadas o esclavas de las viviendas. Para eso se necesitan talleres, cursos de formación política, educación, comprender y acompañar ese proceso de los compañeros. Si no, nos encerramos en un hembrismo muy marcado en el que todo está mal y queremos que todo se pudra. No. Nosotros queremos que la sociedad cambie y para cambiar la sociedad hay que hacer este trabajo. Cuesta un montón. Pero vamos por buen camino.

—¿Qué puede aportar esa mirada a los feminismos urbanos?

—Un montón. Porque el machismo en el campo es muy marcado y dar vuelta la página y ver que la historia va cambiando, le da aliento y herramientas a otros feminismos, porque ven que hay un cambio social. Hay que seguir trabajando, acompañando a los compañeros, a los procesos. Porque recordemos que esto es cultural. Que el hombre golpee a la mujer es cultural en Argentina y más en el campo. En el campo el hombre pega un grito y la mujer tiene que agachar la cabeza y salir corriendo a lavar los platos. Hoy no: es sentarse, hablar, intercambiar opiniones, tomar decisiones colectivas. Porque si no, seguimos en un reinado ideológico que es capitalista. El capitalismo va de la mano del machismo. Fíjense en los nombres de los grandes empresarios: no hay mujeres. Es un capitalismo machista muy marcado y es adonde apuntamos en la desconstrucción de este machismo.


Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/dhanna-moyano-el-feminismo-campesino-no-se-va-a-arrodillar-ante-este-gobierno-nefasto/

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