Tiempos difíciles los del des (orden) global

Atravesamos un tiempo que está inmerso en una crisis de múltiples dimensiones. La globalización está debilitada, sino fracturada, regresaron los proteccionismos y la intervención estatal. Las tendencias a un nuevo orden internacional están hoy dominadas por un des (orden) global.

Muñecas tradicionales Matryoshka de Donald J. Trump, Vladimir Putin, Xi Jinping, vendidas como souvenirs en Moscú. Foto: Yuri Kochetkov, EFE/EPA, 06/11/2024.

Esta policrisis impacta en el tablero internacional y en la relación de poderes entre las grandes potencias. También tanto en los diversos espacios ambientales, como en los sistemas alimentarios y de salud, como en los procesos productivos y su irracional consumo de energías fósiles. Todo está en trasformación.

Así vivimos un tiempo prolongado y difícil. En él la información fluye con rapidez y en cantidad tal que es difícil llegar a pensamientos elaborados, abarcadores del conjunto. El resultado más general es que reina la incertidumbre sobre un futuro al que no se le alcanzan a divisar sus contornos.

Cambios en el tablero de poder mundial

La arquitectura política internacional construida a la salida de la Segunda Guerra Mundial bajo la hegemonía de EEUU, dio lugar al período que conocimos como Guerra Fría. Se agotó con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS para dar lugar a un breve período que, a falta de una mejor caracterización, identificamos como pos-Guerra Fría en la que EEUU, afirmado en su todavía inmensa capacidad económica y su fuerte presencia militar, se constituyó como un gran hegemón. Fue la etapa neoliberal del capital teniendo como dominante al capital financiero.

La crisis financiera del 2008, originada en EEUU, luego transferida a Europa, que también golpeó en nuestra región, abrió una etapa de estancamiento duradero de la economía mundial con consecuencias desintegradoras del tejido social. La pandemia profundizó esta crisis, aún no cerrada, que puede considerarse como el comienzo del declive de la hegemonía norteamericana. Junto con la posterior invasión rusa a Crimea pusieron fin a este breve período.

Un mundo en transición

Ingresamos ahora en un período en que un nuevo reordenamiento geopolítico está en curso. Este reordenamiento está dominado por la transición de un mundo unipolar a uno multipolar, por el traspaso del modelo anglosajón (EEUU/Inglaterra) al asiático (China y el sudeste asiático) y por la competencia económica y geopolítica sino/estadounidense. Competencia que periódicamente se tensa y también periódicamente pareciera imponerse la necesidad de un acuerdo. En el ínterin reina la colaboración competitiva a que están obligadas las dos potencias por su interdependencia tecnológica.

Luego de la crisis del 2008 reaparecieron tendencias proteccionistas, potenciadas luego de la asunción de Donald Trump a su segunda presidencia en EEUU, con nuevas tensiones entre los bloques con rupturas en las cadenas de valor globales y su remplazo por cadenas regionales, mayor intervención estatal y la imposición de aranceles como herramienta política. La geopolítica está desde entonces en primer plano internacional.

En paralelo nuevos jugadores de peso se han anotado en el tablero mundial. Rusia, India, Brasil, que juntos con China y Sudáfrica se agrupan en los BRICS+, como un intento de aunar fuerzas que cuestionan el orden de poder actual. Para algunos, como el presidente Lula da Silva, remite a la Conferencia de Bandung y al movimiento de los no alineados, para otros, como el historiador Eric Toussaint, los BRICS, “integrados por países capitalistas con diferentes niveles de represión interna, están muy lejos de poder  constituir un modelo realmente diferente al actual sistema económico global”. Por último hay quienes lo califican como un instrumento impulsado por China para potenciar su influencia global en el plano comercial y financiero.

Por su parte el economista Claudio Katz define este reagrupamiento como “una coalición defensiva”, heterogénea pero con intereses comunes. Su ascenso en el tablero internacional fue posible por la declinación del imperio estadounidense. Su principal función sería, según Katz, en polémica con otros autores, “…contener el militarismo imperial contribuyendo así a mejorar las condiciones para la lucha popular”…”No aportan soluciones para los padecimientos que provoca el capitalismo pero facilitan un entorno más favorable para batallar contra el sistema”.

Un momento de peligro

Las tendencias destructivas del capitalismo se aceleran mientras se multiplican los conflictos económicos, tecnológicos y militares. Juan Toklatian, reconocido analista internacional, caracteriza la actualidad como “el momento más peligroso desde la Segunda Guerra Mundial”. Peligroso porque no hay un país, ni una coalición de países que puedan hegemonizar la situación y ordenarla. Tampoco hay liderazgos políticos que tengan la suficiente autoridad para forjar acuerdos, por el contrario lo que hay son liderazgos que parecen no tener límites (Trump, Putin, Orban, Netanyahu, Ortega, Bukele…). El bombardeo de EEUU a Irán sin consulta alguna a la Organización de Naciones Unidas. El genocidio en Gaza, incluso el objetivo de anexar la franja, muestra que el gobierno israelí no respeta ninguna norma o disposición de las Naciones Unidas. Utilizar los aranceles como arma política por la administración Trump está fuera de toda lógica comercial… son sólo algunos ejemplos de esta nueva dinámica internacional que traspasa todos los límites establecidos, que parecieran abrir una nueva época.

Ascenso de la ultraderecha

La debilidad del régimen de la democracia-liberal producto de la impotencia del neoliberalismo original para resolver la crisis, la decepción generalizada sobre los gobiernos social-liberales o progresistas, las tecnologías desreguladas de las redes sociales en un mundo en cambios continuos, provocaron inseguridad colectiva en sectores de la pequeño burguesía y del movimiento popular. Esta inseguridad terminó pavimentando el camino para el ascenso de las ultraderechas que, en alianza con las clases dominantes a nivel global, han tomado centralidad política.

Lo que hoy llamamos, como lo hace el historiador Enzo Traverso, pos-fascismo. Este reconocido autor “No lo considera un fenómeno cerrado sino transicional, cuyo desenlace final es aún difícil de comprender o describir con precisión”. Sí que puede llevar a “un giro potencialmente autoritario, con la implementación de leyes extraordinarias que ponen en cuestión las libertades individuales y colectivas, así como los espacios de acción pública”.

La crisis de la globalización neoliberal ha abierto un nuevo momento en la historia del capitalismo. Un período proclive a salidas facistoides, antiobreras, antiizquierdistas, xenófobas, misógenas y transfóbicas. Se trata de un escenario poco alentador, más bien sombrío y desafiante, cargado de incertezas y temores sociales en el que por momentos aparecen débiles alternativas sociales y políticas de izquierda con escasa continuidad, un momento carente de ejemplos anticapitalistas significativos y duraderos capaces de atraer los jóvenes y a los trabajadores.

Pero la situación no está cerrada. Todavía no hay un bloque ultraderechista constituido como tal y las resistencias sociales, con mayor o menor intensidad, se hacen presentes una y otra vez. Todo está en movimiento, bajo sucesivas tensiones y contradicciones. No hay por ahora un nuevo orden. No hay un Yalta, ni un Potsdam o un Bretton Woods. Lo que hay es un nuevo des (orden) global.

Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda-

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