Derribando los ladrillos de la pared a puro Newen

Puel Kona, la banda mapuche que Roger Waters invitó personalmente para que abriera sus dos conciertos en Argentina, está a punto de subir en apenas unas horas por segunda vez al escenario. Antes de que eso suceda, dejamos una crónica de cómo se vivió todo antes, durante y después del primer show.

Fotos: Ana Laura Gardineti

Capítulo I: un mapuche atravesando al gran gusano que es la ciudad

El sol pega latigazos que podrían voltear a cualquiera, hasta al más preparado; pero –a pesar de esa sentencia astronómica- la ciudad no tiene la más mínima intención de dejar de latir al ritmo de máquina. Por eso “la gente” se prepara para “lo que sea” y sale por Buenos Aires.

Paaaaa paaaa pááááááá grita histérica la bocina de un auto y dentro de ese auto un ser humano grita aún más fuerte en contra de los piqueteros. Pienso en un zoológico humano, y en como reirían los animales que pasean de la mano de sus cachorros observando al otro lado del blindex al hombre de la bocina. La gente camina en derredor a los autos, que no tienen tiempo de parar. Nunca. Un joven de la clase media baja caída en desgracia duerme en un colchón de perfectas condiciones al lado de un cajero automático del banco de la camiseta de Messi. La desmesura se asimila, eso está claro. Vivir en esta ciudad es aceptar este y todos los contrastes.

Mientras tanto un peñi, chiquito entre tanta inmensidad de macadán, sale de su hotel en San Telmo y, tras unas cuadras de caminar parsimoniosamente, se come una hamburguesa de oferta con una gaseosa en lata un puestito de Plaza Constitución. La gente pasa frente a sus ojos, casi corriendo. Lali Espósito se contonea sin volumen en el televisor y los vendedores de chipá pregonan con el último aliento de la tarde su mercadería ya un poco dura. Y la gente pasa y pasa y pasa, sigue pasando, como en una procesión de inevitables peregrinos que adoran al rey Mitre, el dios ferrocarril que los tire de regreso en casa.

El peñi se limpia la boca con la servilleta de papel, recoge la mochila en la que transporta su cámara de video y encara tranquilo, a ritmo asincopado, lento y con swing, desafiando a la muchedumbre de enjambre con un tono particular, una velocidad distinta. Baja por las escaleras, mira hacia la nada y encara rumbo al subte, hacia las tripas misma de la ciudad. Empujado por la inercia de cientos de personas entra al vagón. Mira su celular, su gente –un poco preocupada- le pide que dé las coordenadas exactas de su ubicación. Le faltan 29 kilómetros para llegar. La misma distancia que ha recorrido más de una vez para ir hasta un poco más allá de Balsa la Perlas, a vivir momentos de felicidad comunal y de rituales en el río. Pero esta vez es distinto; esta vez tiene que atravesar al gran gusano de la ciudad para llegar hasta Haedo, dos subtes atestados, un tren cargado de laburantes que vuelven al oeste, a ese hogar/cono urbano, el sitio que provee de trabajadores a la gran máquina del progreso.

Dos horas más tarde, tras esos dos subtes, ese tren y un último kilómetro a pie, después de una charla telefónica con su familia y diez mensajes de whatsapp en los que cuenta a quienes le preguntan cómo es estar “allá”, al lado de la banda, el peñi llega a la sala de ensayo, abraza a sus lamgen, intercambia un par de chistes sobre su recorrido, se toma un litro entero de agua casi de un solo tirón, pela la cámara y se pone a filmar el último ensayo de Puel Kona antes del primer gran concierto en el Estadio Único de La Plata. Puel Kona, sí, la banda de la que una importante parte del país habló durante los últimos quince días, esa misma que Roger Waters eligió personalmente para que abran sus dos conciertos en Argentina. Sí, sí, Puel Kona, esa misma.

Capítulo II: Mapuche dentro de la nave espacial de Roger

Faltan solo unos minutos para probar sonido con tres cuartas partes del estadio ya ubicados en sus posiciones, todo sucederá a plena luz del día, con toda la gente mirándolos a la cara y con ellos mirando a la cara de la gente.

Ya pasaron por el camarín de Puel Kona: el manager de Waters y su mujer, varios ejecutivos de editoriales musicales, Daniel Grinbank, el manager de gira de Roger con su exótico sombrero bombín, un par de paracaidistas curiosos. La banda, de los nervios, no deja de comer cranchitos y esas porquerías que te ponen de catering en el mundo moderno. Malén mira el celular, está esperando ansiosa a la lamgen que la venga a ayudar con su ritual de preparación para salir a escena. Como su abuela, la abuela de su abuela, su madre, sus hermanas, Malén vive con responsabilidad el rito de vestirse y ornamentarse. A alguien de la producción le cuesta un poco entender ese momento y realiza un comentario despectivo, el mismo –o parecido- que puede decirle alguien no católico a un católico, acusándolo de ridículo por simular cada domingo que come la carne y toma la sangre de un peñi llamado Jesús. Pasan los años, pasan los siglos y pasan los milenios, pero el mundo no termina de empatizar con la pluriculturalidad. ¿Qué nos pasa, tan retrasados somos?

Que la Malén y la mujer mapuche ritualicen lo que quieran ritualizar, que el católico comulgue y el hippie baile solo, que el toba salte en el bosque del chaco mientras canta y el tirolés use bermuditas. Que el ser humano haga lo que quiera, lo que lo enriquezca y lo conecte con sus raíces ¿Tan difícil es de entender? Parece que sí, porque las redes sociales y los foros de los medios digitales están llenos de personas escupiendo odio e intolerancia, las palabras que se escriben son de daño, los conceptos que se vierten son una bomba hecha de ignorancia, violencia y mierda pura ¿Qué nos pasa, alguien se hace esa simple pregunta seriamente?

La tarde sigue. Y el jefe de escenario aplaude afuera del camarín de Puel Kona, como si estuviéramos en el campo, en Maripe, en Tratayen o en cualquier Lof mapuche. Se hace anunciar porque hay que subir al escenario a probar sonido. Entonces los konas se miran, se abrazan, al mismo ritmo asincopado y con swing caminan por el gran túnel utilizado por U2, Metallica, los Rolling (y la lista sigue). Al asomar al pasillo por el que tendrán que subir al escenario se topan de frente con la multitud que ya está agolpándose como abejas en el campo VIP (que feo eso de tratar a la gente de Very Importan Person ¿no? ¿Cuándo va a cambiar esa porquería medio fascista que inventó el neoliberalismo?), del otro lado está la gente de la platea. Umaw, que va a la cabeza, se da vuelta, mira el grupo. Sus ojos brillan. Lef no puede dejar de mirar la araña gigante de acero que es la estructura superior del estadio, pero cuando baja la vista se queda helado. Desde la platea alguien grita “Vaaaaaamooooo Puel Konaaaaa caraaaajoooo!!!” y un aplauso se cierra sobre ellos y se va multiplicando por todo el estadio a medida que la gente que está más lejos entiende que la banda mapuche que invitó Waters personalmente está por subir al escenario a probar sonido. La prueba comienza, es lenta, pero a la vez vertiginosa. La gente mira con atención. Mucha atención. La banda prueba dos medias canciones. Una primera aprobación masiva sube respetuosa hasta el escenario, no es una ovación, porque la gente entiende que esto es solo una muestra de lo que va a pasar en una hora y media. La banda deja los instrumentos y un enjambre de técnicos argentinos e ingleses acomodan todo el escenario como esos asistentes de campo que pasan el trapo de piso a velocidad de la luz en los partidos de básquet. Lxs chicxs se van de nuevo a camarines, caminando en una suerte de cámara lenta, las sensaciones son un huracán interno. Dentro de esa mole de cemento son visitantes (ya se verá si ilustres, o no) y todas las miradas caerán aún más sobre ellos dentro de un rato. El pasillo es largo, la caminata inusual, la gente aplaude y saca fotos. De repente, allá, a lo lejos, a unos cincuenta y tantos metros para arriba de las gradas una wenufoye flamea agitada por un matrimonio joven que ha llegado hasta el concierto con sus dos hijos, niños hermosos, que saludan a los Puel Kona. Toda la banda levanta sus brazos y devuelve el saludo. ¿Quiénes son? Pregunta alguien del equipo técnico. No sé, no tengo ni idea, dice Umaw, mira con una sonrisa de ternura y los ojos le brillan el doble de lo que le brillaron al entrar.

Capítulo III: Nación Mapuche en el escenario

El segundo recorrido desde el túnel hasta el escenario ahora, que es de noche, es distinto. Arranca en el camarín, con el grito de Marici Wew que los técnicos y la gente de seguridad aplaudió completamente emocionados, continua con la salida de la banda por el túnel semi-iluminado. Al entrar al pasillo del corredor dentro del estadio, la recepción de la gente se amplifica: lo que durante la prueba de sonido fue un aplauso de aprobación, ahora se transforma en una suerte de semi ovación. Subiendo la escalerilla al escenario la oscuridad se traga a la banda y los tres minutos en silencio detrás de la escena, con el murmullo de 60 mil personas de fondo, completamente a oscuras, es el ejercicio zen más impactante que alguien pueda imaginar. La banda se ubica en sus posiciones de escena. Los de la fila de adelante alcanzan a verlos, y gritan y aplauden. Como en una suerte de dominó humano los gritos viajan hacia atrás, hacia el campo “no-VIP” (¡ja!) y trepa como una ola por las gradas de las plateas y la popular. De repente eso se transforma en la primera ovación, algo que parecería imposible de manejar. Pero algo mágico sucede: el trompe de Amaru comienza a sonar y se hace un silencio que se puede cortar con un cuchillo, se suman pifilcas sutiles, hasta que la trutruca de Juanpi suena estridente, amplificada como quizás jamás una trutruca había sonado antes en la historia del mapuche en todo wallmapu, o en cualquier lugar del universo conocido y por conocer. Y lo que ahora estalla es sí, señoras y señores, una ovación hecha y derecha.

Tengo un testimonio exclusivo para contarles. Quiero aprovecharme de esto. ¿Ustedes saben esto? No, seguro que no. Si lo saben quienes han estado arriba de un escenario en el momento en el que estalla una ovación. Los avatares de la vida me pusieron a un costado y al frente de ese escenario el martes pasado, justo cuando la primera ovación estalló.

Bien, cuando una ovación de sesenta mil personas estalla, lo primero que te llega es un murmullo creciente desde el punto de fuga más alejado del estadio, de por allá arriba, de donde está la popular, y en uno o dos segundos estalla, como dique desbordado, explotando en todos los sentidos. Pero lo sonoro no es lo único amigas y amigos. Hay una sensación física que quiero intentar contarles. Es lo más parecido a un viento norte, caliente. El aliento del grito masivo y el movimiento de cuerpos que levantan los brazos genera un viento (no metafórico: un viento real) que viene desde abajo, y como viene de abajo primero lo sentís en los brazos, y cuando llega a la cara es algo completamente surreal y embriagante. Cuando se desvanece la energía, el newen que te deja es indescriptible. Que bien, porque ese es el newen que Puel Kona tuvo que utilizar para finalizar su intro (“Newen”, para ser más preciso) y comenzar a arrasar con “Palestina”, su rock mapuche más hecho y derecho. Quiero narrarles solo este pasaje del concierto. Esto no es una crónica de show. Corto aquí, cuando empieza Palestina. Terminó la reseña.

Ahora bajemos del escenario, pero vámonos por arriba, como un pájaro, como una kawkaw gris que se decide a sobrevolar a esas decenas de miles de personas que acompañaron con inmenso respeto y mucha energía a la banda para irse a otro lado. Y ese lado es para allá, sigan el vuelo de la kawkaw por favor, vean como sobrevuela el pasillo y el túnel y llega al camarín de los konas. Mientras suena “Palestina” de fondo lo que la kawkaw ve es al mismísimo Roger Waters charlando con Verónica Huilipan, escuchando con respeto silencioso aspectos de la realidad de la Nación Mapuche. Todo lo que Verónica le transmite es decodificado por este abuelo inglés, quien dos horas más tarde, y ya cerca del final de su concierto, hablará de la Nación Mapuche para que surja en los días siguientes la ira digital (rotunda, ignorante y verborrágica) de la derecha y la centro derecha argentina:

https://www.facebook.com/puelkonaoficial/videos/2581735468518469/

Eso. Hablemos entonces –y para terminar- de los días posteriores al primer concierto de Puel Kona y de Waters. Mencionemos por un instante al buffet de abogados de YPF, que en este momento está tratando de ahogar jurídicamente la ignominia del derrame de petróleo en Maripe, que en su extensión tiene la medida de diez estadios únicos de La Plata. Hablemos del silencio de los medios de comunicación con pauta de la petrolera (todos los principales). Hablemos de la judicialización de lxs lamgen que militan el derecho al territorio (incluido el mismísimo guitarrista de Puel Kona!!!) y la sorna con la que los políticos del momento y algunos fiscales mediáticos (que son un asco de relajados) se refieren a estas causas. Hablemos de todas esas cosas y de los odiadores seriales que en las redes quieren imponer la idea de que el pueblo mapuche es el culpable de vaya a saber que desastre y amenaza global. Pero, por favor, no dejemos de hablar de todo lo otro: de la gigantesca ovación que se escuchó cuando Lef pidió justicia por los crímenes de Maldonado y Nawel. Hablemos de los abrazos, de las wenofoye que flamearon en La Plata, de las manos levantadas en alto cuando la banda bajó del escenario. Hablemos de las 136 entrevistas que lxs pibxs dieron en estos últimos días, con solo dos entrevistas mala leche y gorilas (¡gracias a la AM neuquina y a Claudio Clarinete por ser tan ignorantes y resentidos!). Hablemos de todo, por favor. Y hablemos mañana o pasado de todo lo que se dirá tras la última presentación de la banda en La Plata, abriendo para Waters. Hablemos de todo. Todo. Todo, todo. Porque todo es lo que pasó, ladrillo sobre ladrillo, paso sobre paso. Como en la pared de Waters, que cuando se convierte en mapuche, es otra Wall…

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