Una vez más los pueblos originarios son víctimas de la violencia. En este caso, de violencia física. La nueva víctima es el niño qom de 13 años Ismael Ramírez, de la localidad de Roque Sáenz Peña, Provincia del Chaco.
Y cuando decimos violencia, nos referimos a diferentes clases, porque los hermanos indígenas deben soportar una gran variedad: las amenazas, los despojos territoriales, el atropello a sus derechos, el empobrecimiento, la marginación, el olvido, la discriminación y el ninguneo mediático. Porque ahora, como hay un muerto, sí se va a cubrir esa noticia, pero cuando no lo hay, aunque existieran violaciones a los derechos, no le importa al gran público y por lo tanto no es noticia.
La muerte de este niño inocente, porque lo es, aún cuando haya entrado a “saquear” el supermercado; porque en este caso los testigos y familiares aseguran que él solo pasaba por allí.
Y nos expresamos así, porque evidentemente quienes van a pedir comida al supermercado o como algunos quieren decir, a “saquear”, sí son culpables; son culpables de tener hambre, de que sus necesidades básicas estén insatisfechas y de que nadie los escuche. Entonces recurren a esta acción, que no es grata para nadie y que termina denigrando a quienes participan en ella. El hambre es un crimen.
La realidad económica, social y política nos está afectando a todxs, y las consecuencias están a la vista. Lamentablemente esto no se solución a con planes sociales o simple asistencialismo, menos con represión. Un verdadero proceso de transformación social requiere no sólo de la creación de fuentes de trabajo, de educación, salud, etc., sino, fundamentalmente de respeto a las políticas públicas que reconozcan la cosmovisión indígena, su derecho al territorio y su autodeterminación como pueblos.
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