La derrota del oficialismo fue categórica. En el marco de haber perdido en casi todo el país, fueron superados en todos los distritos grandes. Perdieron en el búnker K, Santa Cruz. En donde tenían gobiernos provinciales en la mira, el resultado fue aplastante: es el caso del Chubut de Arcioni, al que se suma el Chaco de Capitanich. En ese contexto, la principal luz de alarma es el resultado en Provincia de Buenos Aires.
El peronismo esperaba un veredicto electoral crítico, pero el resultado superó sus peores pesadillas. Demasiada condescendencia para con ellos mismos: lo sorprendente hubiera sido que les fuera mejor, visto el gobierno que vienen haciendo y el tenor de las internas, cada vez menos disimulables. Aplicaron una política contraria a los intereses populares y el resultado fue la pérdida de gran parte del apoyo que habían tenido en las presidenciales. Si una porción importante de trabajadores se volcó a votar al macrismo, ello también se explica por la política de parálisis que el gobierno impulsó en connivencia con la burocracia sindical. Sin los trabajadores movilizados, es impensable que se pueda encarar un rumbo de bienestar y soberanía. No es ese el proyecto del FdT.
Juntos salió favorecido. En particular Rodríguez Larreta, amplio ganador en su pago y dando el batacazo en PBA. El resultado lo pone en carrera para el 2023, aunque no hay que subestimar las internas de su espacio. Deberá negociar con el radicalismo, que tuvo algunas buenas elecciones, incluida la de PBA, en donde Manes perdió pero quedó bien parado. Tendrá que ver qué hace con Macri que no se resigna a perder protagonismo, si bien los candidatos que apoyó en las primarias de Córdoba y Santa Fe perdieron.
La tendencia principal de esta PASO fue el castigo. Castigo contra el gobierno nacional por la situación socio económica, por la pobreza, el hambre, la desocupación, la inflación. Como se viene viendo en las elecciones de los últimos años, una franja amplia castiga con lo que tiene a mano: ese es el sentido central del voto a Juntos. Pero castigar al peronismo golpeando con la banda macrista recauchutada, es una conducta de cortísimo plazo, que nos condena a seguir en la calesita del más de lo mismo, el recambio permanente entre los que gobiernan para los de arriba.
Detrás de eso se expresó la bronca. Los votos blancos y nulos fueron el 6,88%, casi un millón y medio. De ellos un tercio –algo más de 500.000- se emitieron en la PBA (6%). El voto blanco y nulo tuvo picos en provincias grandes como Mendoza (13%) y Santa Fe (10%), además de otros como Tierra del Fuego (11,3%), Chubut (10,3%) y nuevamente Salta (9,8%).
Unas 11.600.000 personas se abstuvieron: el 33,8% del padrón, 5 puntos más de ausentismo respecto de la legislativa anterior. El gobierno justifica este aumento por la pandemia. Seguramente es parte de la explicación, así como también cierta despolitización. Pero sería necio no ver en este número una expresión de rechazo al régimen, embrionaria e inconsciente, pero que señala que el responsable de la situación que padecemos no es solo el oficialismo de turno.
En cuanto al FITU, hizo una elección aceptable, con algo más de 1 millón de votos en el país, y un pico muy considerable en Jujuy del 24%. Si su objetivo era ser la tercera fuerza de este régimen, al cual no expresan pero con el cual no rompen, se pueden dar por satisfechos. El paracaidista Milei tuvo una buena elección en CABA, que no replicó su socio Espert en PBA. Todavía es apresurado, pero pareciera ser más un ave de paso que una tendencia al fascismo, como lo pretende presentar el gobierno para esconder su propia política por derecha –y como compran no pocos en el campo popular.
Ahora vendrán las especulaciones. La primera, qué hará el gobierno para tratar de remontar. Los acuerdos con el FMI y demás organismos multilaterales dejan poco margen para un ensayo redistributivo. Pueden impostar un discurso radicalizado –al estilo de los últimos años de presidencia de Cristina-, pero tampoco está descartado un camino “a la Alfonsín”, queriendo mostrarle al poder económico que los mejores administradores son ellos; si bien ello no distaría mucho de lo que ya vienen haciendo, todavía tienen campo para profundizar ese rumbo.
La segunda, cómo podría quedar compuesto el Congreso si los resultados se repiten en noviembre, con la pérdida de votos del oficialismo. Todo para la tribuna: gane quien gane, las decisiones centrales ya están tomadas. No se debatirá si se suspende el pago de la deuda y se la investiga; no habrá proyecto para estatizar la vía navegable del Paraná, o para expulsar a las mineras que contaminan. La inflación se va a seguir comiendo los ingresos populares, mientras el endeudamiento va a seguir siendo la fiesta de los bancos. No son esos los temas que va a discutir (no hablemos ya de resolver) el próximo Congreso.
Se abre el tiempo de elaborar conclusiones políticas con el movimiento de masas, en especial con los sectores que vienen encabezando las luchas. Pero estas elecciones van a pasar, y van a quedar los grandes temas que preocupan a las mayorías populares. El FdT demostró en este año y medio que no va a sacar los pies del plato. Los macristas se quieren mostrar renovados, pero ya los conocemos de su paso por el gobierno. Con esta política, el pueblo va a perder siempre.
Es necesario encarar otro camino, que transforme el castigo y la bronca en rebeldía organizada. Con los trabajadores al frente de un movimiento popular que luche no solo por sus reclamos, sino que sea protagonista de la acción política en pos de las grandes transformaciones necesarias. Que rompa con la dependencia y el capital monopólico, con la banca y los fugadores seriales, con el saqueo de nuestros recursos. En esa dirección, el PRML plantea un programa mínimo para la unidad del antiimperialismo, en base al no pago de la deuda externa, la nacionalización de la banca, el comercio exterior y los recursos estratégicos, avanzando en darle forma a un proyecto revolucionario.
PRML 14/10/21