En este texto el autor analiza los resultados de las pasadas elecciones brasileñas destacando dos aspectos: el triunfo de Lula y el avance del bolsonarismo y de Bolsonaro, centrándose en el análisis del comportamiento de los evangelistas y de los militares.
Por Zainer Pimentel
El pueblo ha hablado, 123,67 millones de brasileños fueron a los colegios electorales a depositar el voto en las urnas electrónicas el último 2 de octubre. Salvo el resultado más que satisfactorio del ex presidente Lula da Silva con un 48,43% o 57 millones de votos contra un 43,9% o 51 millones de votos del actual presidente Jair Bolsonaro, no hay nada a conmemorar entre los sectores progresistas de la sociedad por los nefastos resultados obtenidos en las legislativas y estaduales. La alta abstención del 20,9%, alrededor de 32 millones de electores, supuso un dato negativo que debe ser enfrentado por las fuerzas de izquierdas, pese a que hubo colegios electorales cerrando 5 horas después de la hora prevista, debido las enormes colas ocasionadas por la biometría que exige la seguridad del voto en la urna electrónica. El saldo tras la resaca de las urnas es muy preocupante. Se ha dibujado un retrato utraconservador de la sociedad brasileña, y no se puede negar que la mayoría del electorado ha preferido elegir candidatos aliados al campo ultraconservador bolsonarista o abiertamente fascistas, en detrimento de las candidaturas progresistas del campo popular.
El 2 de octubre en Brasil vino a confirmar que la extrema derecha ya no representa algo ocasional, que despuntó en el mapa político en 2018, desplazando el voto moderado en los partidos liberales tradicionales del país. Después de solo 4 años es una fuerza política con profundo arraigo especialmente en las regiones más ricas de Brasil. El Partido de Bolsonaro (PL) ha logrado la proeza de llevar el mayor numero de diputados en la cámara federal (98 parlamentarios) y en el senado sus apoyadores han obtenido la mayoría de 15 senadores frente a 8 del ala progresista. Entre la gobernanza de los estados el grupo que apoya el actual presidente ha salido victorioso en 8 estados de la federación, además ganando ya en primera vuelta en los importantes estados de Minas Gerais y Rio de Janeiro. En Sao Paulo, el más populoso, rico e industrializado estado de la federación el ex ministro del gobierno de Bolsonaro, Tarcísio de Freitas irá a la segunda vuelta con grandes posibilidades de salir vencedor. Con estos datos es importante reconocer que en el plan electoral Brasil tiene poco más que Lula da Silva para aguantar el rodillo de la ultraderecha. Poner vendas a esa realidad no ayuda a construir la lucha contra el movimiento fascista que avanza muy rápidamente entre una parte importante de la geografía del país.
La gigantesca figura de Lula da Silva, mantuvo el tipo, frente a la marea ultra, obtuvo el mejor resultado que la izquierda jamás había tenido antes en una primera vuelta, ya que le faltaron apenas 1,5% de los votos para salir directamente proclamado presidente. Es un resultado extraordinario que sólo fue posible gracias a la poderosa presencia popular de Lula da Silva en la región Nordeste de Brasil con 66,7% de los votos frente a 27 % de Bolsonaro. Una diferencia enorme del 39,7% de los votos en la segunda región más poblada de Brasil y a la vez la más pauperizada. La rebeldía del Nordeste contuvo la avalancha ultraconservadora de los estados del Sur y Sudeste en donde el bolsonarismo es una fuerza hegemónica. Ni siquiera los raudales de dinero del programa electorero Auxilio Brasil que desde algunos meses antes de las elecciones deja 600 reales (115 euros) de ayuda a las familias de baja renta, pero que terminará dos meses después del pleito, ha hecho mella en el electorado del Partido de los Trabajadores (PT). La relación política de Lula da Silva con los más pobres es antigua, son ya casi 40 años de complicidad política, lo que le confiere un capital electoral que seguramente le dará la victoria en segunda vuelta.
Lula da Silva se comunica directamente sin filtros con el pueblo de la región Nordeste, que dentro del país simboliza, más que cualquiera otro, el Brasil de la resistencia a las cadenas del esclavismo y la exclusión social. En los otros estados de Brasil especialmente el Sur y Sudeste ricos, la mayoría de los electores han abrazado sin tapujos las pautas del movimiento ultra brasileño. Evidentemente no era de esperar que Brasil, y marcadamente esas regiones, fuesen una isla antifascista en el mundo occidental. Desde el año 2016 los movimientos ultraconservadores han ganado campo en la lucha política en el país. El golpe judiciario-mediático-parlamentario en contra la ex presidenta Dilma Rousseff abrió las puertas para la entrada de los movimientos ultraderechistas en la sociedad brasileña. Entretanto los grupos nostálgicos de la dictadura, evangelistas, terratenientes, clase media urbana cristiana, liberales, el agronegocio, policías, militares han ido tomando cuenta de las calles. La izquierda, con Lula da Silva en la cárcel, se ha quedada arrinconada en la defensiva, con la excepción de la heroica lucha del Movimiento de los Sin Tierra y Sin Techo. Los militantes del PT no han podido hacer frente en las calles a la fuerza de los movimientos ultras organizados, salvo cuando se trata de las pautas identitarias, en donde la izquierda domina el relato. Sólo ahora, en el periodo electoral, los partidos de izquierda intentan esbozar una reacción, aunque con un mensaje confuso, inconsistente, distantes aún de la periferia de las grandes ciudades, frente a la poderosa avalancha de la ultraderecha que domina las pautas morales que unen el mensaje de las diversas tendencias de la extrema derecha.
En el contexto de un país que fue el último a abolir la esclavitud, por lo que la deuda racial y social es impagable, estar lejos de las bases sociales para las izquierdas se paga con un precio muy caro. Olvidar las calles de los barrios de las grandes ciudades ha sido el peor fallo de las izquierdas brasileñas. Las desigualdades sociales de hoy son el retrato fiel del pasado esclavista. Tampoco el país ha rendido cuentas con su pasado autoritario más reciente, por lo que la redemocratización no ha querido enfrentar a sus dictadores, que ahora en los cuarteles y clubes de militares jubilados alientan todavía golpes a la democracia. Todos estos problemas del pasado siguen ahí latentes. Ningún gobierno democrático ha querido enfrentar de verdad. En los gobiernos del PT se ha intentado disminuir la deuda social del país con sus clases populares, pero no han podido llevar adelante una comisión de la verdad en relación a los crímenes de la dictadura de 20 años. La retomada del poder en 2016 y la confirmación en 2018 ha devuelto la fuerte alianza tradicional entre poder político, económico, militar y religioso, que condujo una reacción visceral contra todas las pequeñas conquistas de las clases populares. Se ha puesto en marcha una guerra cultural en contra del programa político de la izquierda democrática.
Actualmente la violencia política es también un elemento central en la estrategia ultra, lo que permite aglutinar sus bases armadas y amedrentar la oposición que casi no se deja ver en las calles de las regiones del Sur del país. Según datos del propio ejército, Bolsonaro expandió el comercio de armamento, por lo que ha aumentado el uso de las armas en 474%, a lo que se ha beneficiado especialmente sus apoyadores de los llamados CACs (cazadores, tiradores deportistas y coleccionistas). Sólo por ilustrar, en eses últimos dos meses, aparte de las innúmeras agresiones a militantes y cargos de izquierdas, ya van 2 muertos de filiados del PT por manos de bolsonaristas. Hasta el opositor candidato a la presidencia Lula da Silva tuvo que acudir a algunos mitines con chaleco antibalas. Se ha normalizado la violencia política, los grandes medios de comunicación, aunque critican los abruptos del presidente, conviven amigablemente con los de los ministros de su gobierno, especialmente con el de ultraliberal ministro de economía Paulo Guedes.
Bajo el sugestivo lema ultra: “Brasil a cima de todo, Dios a cima de todos”, el gobierno de Bolsonaro hábilmente ha actualizado la pauta fascista, no extraña a la política de Brasil. Ya en los años de 1930 el movimiento fascista brasileño Acción Integralista Brasileña (AIB) propuso un mote parecido: “Dios, patria y familia”. Si la IAB se vestía de verde, el bolsonarismo escoge ahora el verde y amarillo para salir a la calle en el día de desfile militar de la independencia del país, pidiendo a las fuerzas armadas intervención en contra de las instituciones democráticas para moralizar el país. Con ese mensaje Bolsonaro consiguió reunir en torno a sí los sectores de la antigua derecha tradicional. Entre ellos, los religiosos son los más numerosos y entregados a la causa. Aunque algunos sectores fanáticos de la iglesia católica, no alineados con el Papa Francisco, están también representados entre los bolsonaristas, la fuerza del voto conservador está entre los evangelistas. Según encuesta del instituto Data Folha de 2020, el 31% de la población se declaraba evangelista, más de 60 millones de personas que están representadas en el parlamento actual a través de 82 diputados. Estos diputados conforman en su mayoría el frente parlamentario evangelista creado en 2003, provenientes de las iglesias pentecostales y neopentecostales de inspiración estadounidense. La presencia de estos grupos en el gobierno y en el parlamento constituye un sólido bloque que defiende básicamente la pauta moral religiosa, el liberalismo en la economía y el fisiologismo de cada iglesia. Ya en el 2011, en el gobierno de Rousseff, impidieron la publicación de una libreta educativa que combatía la homofobia en las escuelas. Los pastores de esas iglesias, además de dictar las reglas morales a sus fieles, ejercen mucha presión en la decisión del voto de cada creyente. El pastor Silas Malafaia es el paradigma de poder evangelista en el gobierno, pese a no tener ningún puesto, tiene una poderosa influencia sobre el presidente a punto de ser invitado de honor en la comitiva de Bolsonaro al funeral de estado de la reina Isabel II. La influencia del voto evangelista en las elecciones de 2018 fue comprobada con estudios estadísticos: según el Data Folha en las anteriores presidenciales los evangelistas fueron determinantes para la victoria de Bolsonaro, que obtuvo más de 11,5 millones votos de más que el entonces candidato del PT, Fernando Haddad. Puede que el voto evangelista no sea suficiente, por si solo, para explicar en avance del ultra conservadurismo en Brasil, pero sin duda es esencial a la hora de dimensionar el tamaño y la rapidez de ese fenómeno. Minimizar sus efectos sólo vale para relativizar su fuerza entre en las filas bolsonaristas.
Por otro lado, ¿qué pasa con las fuerzas armadas? ¿Por qué nadie en Brasil dice nada de lo que está ocurriendo en los cuarteles en estas elecciones? ¿Por qué este silencio miedoso en relación al rol de los generales en la política partidaria? La presencia de los militares en el gobierno pasó de 3000 en 2017 a 6000 cargos en el 2022, sus privilegios y sueldos son un escándalo nacional. El candidato a vice de Bolsonaro es Walter Braga Netto, general y hombre de confianza del presidente. El actual vicepresidente de la república, general Hamilton Mourao acaba de salir elegido senador de la república contra todo pronóstico por el estado de Rio Grande do Sul. En 2016 el ejercito apoyó el golpe contra Rousseff, en 2018 los cuarteles abrieron sus puertas para apoyar la campaña del actual presidente. Se decía que fueron uno de los responsables por participar de la logística de los disparos masivos de fake news en las redes sociales, decisivas en el resultado favorable de la victoria del actual presidente. Los mismos disparos fueron utilizados libremente en estas elecciones sin que el Tribunal Superior Electoral los pudiera parar. No parece creíble que el ejército brasileño esté mirando impasible el proceso electoral en donde se juegan sus intereses y privilegios, mas aún para quienes conoce la influencia y la tradición golpista de la cúpula militar brasileña. No hay que olvidar que hasta 1984 Brasil fue gobernada por una dictadura militar. Mas aún ahora, que el llamado “partido militar” (militares que concurren por diversos partidos de derechas) ha elegido 2 senadores, 17 diputados y puede salir victorioso en los gobiernos de los estados del Mato Grosso do Sul (con el capitán Contar) y Rondônia (con el coronel Marcos Rocha). Los militares con ese gobierno han ganado mucha fuerza y están actuando en el submundo de la cloaca política para garantizar la reelección del actual presidente.
Sabedor de los muchos desafíos que tiene por delante, apenas terminada la primera vuelta Lula da Silva volvió a la lucha. El día siguiente ya se ha reunido con los suyos para darles ánimo para seguir la campaña que le llevará la victoria el 30 de octubre. Ha podido cosechar el apoyo de Ciro Gomes (candidato del PDT con 3% de los votos en la primera vuelta) y Simone Tebet (candidata del MDB con 4,2%), ambos candidatos del campo democrático. Sabe que no será una tarea fácil sacar el actual inquilino de poder en Brasilia. Pero por primera vez un presidente en ejercicio ha quedado atrás en la primera vuelta, eso no es poco para quien tiene la máquina administrativa en la mano. Los electores de ultraderecha están muy movilizados, ahora falta hacer el mismo con los electores progresistas que por diversos motivos se abstuvieron de votar en la primera vuelta. Lula da Silva es consciente que para ello tendrá que recorrer el Brasil para mantener sus apoyos en alerta y si posible, convencer a los que votaron a otros candidatos a engrosar las filas de la candidatura capaz de derrotar el fascismo en la próxima cita electoral. La victoria sobre Bolsonaro en la segunda vuelta será posible con movilización ciudadana, es la última oportunidad para Brasil de poner un muro de contención, desde el poder ejecutivo a las fuerzas fascista que han salido consolidadas con la victoria en las elecciones legislativas y estaduales del 2 de octubre.
Fuente: https://rebelion.org/gana-lula-da-silva-pero-avanza-el-fascismo/