No se pueden echar “campanas a vuelo” cuando se identifica una herramienta científica (o una disciplina), como la semiótica, sin haber pasado revista a sus entrañas teórico-metodológicas y haber saldado algunos requisitos indispensables para saber al servicio de qué o quién se pondrá, en la teoría y en la práctica. La base de la producción de sentido está hoy en el debate capital-trabajo.
No es suficiente con invocar a la semiótica como una actividad científica “interesada por los signos”, ni es suficiente idear “nuevas” clasificaciones o nomenclaturas que se agoten en el campo se las formas, sin explicar a qué cuerpos semánticos e intereses son tributarias. No es suficiente la pura descripción de los “signos” si se queda huérfana de historia, contexto y usos, en el territorio de las tensiones sociales que son condición en el desarrollo histórico de los seres humanos. No es suficiente el “estudio de casos” sin una exploración profunda de sus móviles económicos, políticos y culturales. Hasta hoy los semiólogos se han conformado con explicar los signos, y eso está muy bien, pero de lo que se trata es de trasformar los medios y los modos de su producción. Democratizar el sentido.
Atrapada como ha estado la semiótica en ciertos oscurantismos terminológicos, que la han distanciado de la acción directa y transformadora sobre los problemas de la cultura y la comunicación (haciéndola insufrible para algunos en inexpugnable para otros), se hace necesario un esfuerzo emancipador para que la semiótica se emancipe también. Emanciparla del palabrerío y de ciertas élites para que se haga carne en las luchas descolonizadoras (como lo pensaba Roberto Fernández Retamar) y se exprese como una guerrilla (Eco), una batalla de las ideas (Fidel) y una revolución capaz de abolir toda esclavitud semántica, sintáctica y dialógica. Arrebatársela, también, a los positivistas de la “publicística”.
La producción de “sentido” es tan vieja como la consciencia, la producción de “sentido” es la consciencia práctica, la consciencia real del “sentido” que existe sólo para los seres humanos en sociedad y que, por lo tanto, comienza a existir en la construcción de la comunidad. Y la producción de “sentido” nace como la consciencia de la necesidad expresiva en la tensión humana de las relaciones sociales y de los intercambios. No hay emancipación posible de la especie humana mientras no existan condiciones iguales para asegurarse, plena y suficientemente, comida, bebida, vivienda y vestido… con calidad y cantidad suficientes. La emancipación es un hecho histórico no una ilusión y sólo puede lograrse cuando los modos y medios de producción hayan sido democratizados. Nada de esto es obra sólo del pensamiento ni de las miles de formas de representarlo. No es la semiósis (producción de sentido) lo que determina a la vida, sino la vida misma la que determina a la semiosis.
Los seres humanos son productores de semiosis, seres humanos concretos y activos que se encuentran determinados por las condiciones sociales imperantes, incluidas las condiciones que impone la ideología de la clase dominante. Por eso, a los seres humanos corresponde llegar a producir todas las herramientas que sirvan a su emancipación, no sólo en lo objetivo… también en lo subjetivo. Ese debería ser el cometido supremo de la semiótica. Y para eso se requiere dar cuenta de la base concreta en la que se desarrolla, sus contradicciones y desafíos, de lo general a lo particular y viceversa. Nuestro común denominador global es padecer el capitalismo y eso no es sólo una calamidad “económica” por cuanto que es también una calamidad ideológica (falsa consciencia) y es cultural por cuanto se refiere a la dominación (rentable) de las consciencias. Aunque algunos creen, todavía, que esto es una exageración.
No hay semiótica “in vitro” descontaminada o inmaculada. Cada “escuela” o corriente la ha impregnado con su “tendencia” (aunque los nieguen o lo ignoren), sus principios y sus fines, sus procedimientos y sus conclusiones. Algunos tienen la valentía de declarar (con orgullo o con culpa) sus herencias y sus proclividades para bien o para mal, en contra o a favor de los intereses humanos. Pero en general, la ética parece ser una disciplina frecuentemente ausente en la mayoría de los productos de las semióticas. Eso debe cambiar muy pronto.
Es urgente producir una acción de conjunto, con una base humanista sólida o de nuevo género (es decir no individualista ni mercantilista). Bien pudiéramos coincidir en caracterizar los latifundios semánticos con que el capitalismo ha construido su semiósfera planetaria. Podríamos coincidir en la construcción, participativa y abierta, de un mapa mundial de la semántica dominante en el que identificáramos los núcleos duros del coloniaje mental que depreda las cabezas de los seres humanos. Producir consensos sobre las amenazas y los engaños que nos taladran con sus falsedades, incesantemente, para desmoralizarnos, desmovilizarnos y descapitalizarnos. Identificar el modo de producción de sentido subordinado por la mentalidad burguesa para que los pueblos no vean sus esclavitudes, las agradezcan y las consideren una gran herencia para su prole. ¿”Conspiranoia”? “Cambridge Analytica”, OTAN, CIA, Mossad, “armas de destrucción masiva”… ¿Es poco científico, es demasiado político?
Necesitamos otra semiótica, que esta vez sea útil para decodificar todas las artimañas semánticas y sintácticas de la clase dominante, trasparentar sus núcleos ideológicos y la servidumbre de los “expertos” que se dejan asalariar para la esclavitud de las consciencias. Y, principalmente, generar todas las herramientas descolonizadoras que son indispensables para consolidar la aspiración, una nueva producción de sentido legal y legitima, obra de una especie humana dispuesta a ocuparse, principalmente, en emanciparse de toda esclavitud: sin amos, sin clases sociales sin penurias prefabricadas. Producir herramientas mundiales de emancipación masiva. ¿Es mucho pedir?
Fernando Buen Abad Domínguez es colaborador de Rebelión y director del Instituto de Cultura y Comunicación de la UNLa.