Inspección ocular en el juicio por la Brigada de San Justo: Regreso al terror

Con la presencia de sobrevivientes y familiares se realizó la inspección ocular en la sede de la ex Brigada de Investigaciones de San Justo, actual DDI La Matanza. Tras constatar pasado y presente del lugar de este lugar de torturas, muerte y exterminio se impone en la sentencia de este debate la desafectación policial y preservación del lugar.

Por fuera el edificio de la calle Salta nº 2450 en pleno corazón de San Justo no debiera decir mucho. Una casa de dos plantas, en terreno de 15 metros de ancho, con revestimiento al frente de salpicré blanco, típicos detalles en  pintura azul de todas las taquerías, aberturas estrechas y marcos de mármol oscuro, coronados por el cartel de chapa de rigor con la leyenda “Policía de Investigaciones. Dirección Departamental La Matanza XVIII”, sumado a otro cartel en lona, más moderno, con estética de la gestión de María Eugenia Vidal y el infaltable logo de San Miguel Arcángel, patrono de la fuerza.

Sin embargo su estampa exterior guarda el pasado de haber sido parte del genocidio como cada uno de los más de 240 centros clandestinos que funcionaron en la provincia de Buenos Aires, en forma especial las sedes del área de Investigaciones de la policía bonaerense. Lo marcan aquí las placas con los nombres de los detenidos-desaparecidos colocada por la Mesa de la Memoria de La Matanza y otra de señalización del espacio como Centro Clandestino de Detención ubicada allí por el Estado. Y sucede que habiéndose escuchado en el debate oral los desgarradores testimonios de los sobrevivientes de este lugar de horror, cada tramo de este edificio se cobra una nueva significación.

Varios de esos sobrevivientes estuvieron presentes en esta medida judicial, que no es la primera vez que se realiza. Para describir en primera persona lo aquí vivido los militantes políticos de los ´70 Adriana Martín, Norberto Liwski, Amalia Marrón, Roberto Lobo y Jorge Garra se dispusieron a poner el cuerpo aunque ello implicara afrontar el regreso al terror.

Visiblemente emocionados pero con la firmeza de una lucha de años también estuvieron presentes familiares de varios de los compañeros y compañeras desaparecidos que pasaron por la Brigada como José Rizzo, Alejandro y Jorge Luis Fernández, Herman y Sonia Von Schmeling, Luis Guerechit, Jorge “Chupete” De Iriarte, Jorge Congett, entre otros, que en conjunto con HIJOS La Matanza hicieron presente en todo momento la exigencia de la desafectación de la DDI del lugar y su destino a un Espacio de Memoria.

Los sobrevivientes encabezaron la comitiva compuesta por dos jueces del Tribunal 1, Alejandro Esmoris y Pablo Vega, sus secretarios, seguidos por el fiscal Agustín Vanella, los abogados de las querellas de Justicia Ya La Plata, el CoDeSeDH, la APDH y otras. Se sumó una comitiva de Policía Federal que filmó la inspección completa y tomo registro de las medidas de los ambientes clave del espacio. Hasta se hicieron presentes dos defensores oficiales de algunos de los 18 represores juzgados en este debate, quizás para tener dimensión real de las tareas que realizaban sus defendidos hace 40 años. Todo ello coronado por la presencia incómoda del actual titular de la DDI y algún personal uniformado que jugaba un rol entre indicativo y de control.

Para iniciar el recorrido se inspeccionó el portón de ingreso de la dependencia, ubicado en el lateral izquierdo del frente del edificio. Allí los sobrevivientes Liwski y Martín afirmaron que no se trataba del portón original, pero que de todas formas se podía tener una idea de lo que los secuestrados percibían al ser ingresados tabicados al lugar: un cerramiento de metal que se abría y el salto que pegaba el vehículo en el que eran llevados por el desnivel de la entrada. Varios sobrevivientes describieron que en ese garaje de ingreso había un piso con pedregullo, hoy también inexistente, que resultaba definitorio al momento de determinar de qué lugar se trataba. Hoy en ese ingreso de vehículos reposan acopiados varios autos y motos producto de secuestros que ocupan buena parte del espacio de circulación. En este lugar comenzó el calvario de Jorge Garra, militante de la Federación Juvenil del Partido Comunista en Avellaneda, secuestrado en diciembre del ’77 con su mujer en la casa de sus suegros y ambos llevados a la Brigada. Garra testimonió en el juicio que ni bien ingresó lo recibieron en este garaje con un “loco”, es decir ponerlo en el centro de un grupo y marearlo a empujones, patadas y piñas. Luego lo llevaron a la sala de torturas y lo picanearon sobre un colchón mojado.

Siguiendo la recorrida hasta el fondo del garaje, la comitiva se detuvo en un patio interno de la dependencia. Allí los sobrevivientes indicaron la disposición del lugar hace 40 años, la existencia de un espacio grande donde los detenidos eran atados con ganchos a la pared, otro de celdas chicas en el fondo derecho del terreno y las modificaciones que había sufrido con el tiempo.

Finalizada la revisión de este lugar se dispuso subir al primer piso. Hasta aquí llegó el acompañamiento de Elsa Pavón, que con sus 82 años quiso estar presente como madre de Sofía Grinspon y suegra de Claudio Logares, ambos detenidos desaparecidos en el marco del Plan Cóndor que pasaron por la Brigada de San Justo, y también como abuela de Paula Eva Logares, apropiada desde la Brigada por el subcomisario Rubén Luis Lavallén.

Una escalera azulejada nos lleva a un nivel superior, donde se disponen distintas habitaciones medianas y una sala amplia, todas con un notable descuido en limpieza y conservación. En este nivel y el siguiente llaman la atención varias habitaciones con camas individuales, cuchetas, baño, cajas con mercadería y un clima de hotel de última categoría, lo que denota que el lugar ha sido y es usado como depósito, para alojamiento de personal de la DDI o vaya a saber qué otras actividades. Esta situación no hace más que ilustrar la necesidad urgente de preservar este lugar y hacer real la exigencia de las organizaciones de Derechos Humanos de La Matanza de desafectar a la bonaerense y sus prácticas y destinar el espacio a contar el genocidio.

Adriana Martín estuvo 4 meses desaparecida en la Brigada, entre septiembre del ’77 y enero del ’78 y pudo reconocer a muchos detenidos en su cautiverio. En el debate contó que cierto día la sacaron junto a Graciela Gribo y las mandaron coaccionadas a limpiar las oficinas del primer piso. “Fue humillante ser la servidumbre de los represores”, dijo. Sin embargo allí descubrió algo revelador. Detrás de un escritorio había un organigrama con nombres y flechas donde estaban todos sus compañeros de la UES zona oeste y distintos banderines: rojo para los asesinados, azul para los secuestrados y amarillo para los buscados.

Concluida la visita al primer piso nos dirigimos nuevamente a la planta baja, a lo que se presenta como el peor lugar de la dependencia: las celdas y los buzones. Primero ingresaron los sobrevivientes con los jueces y los abogados y luego el resto del público. Lo primero que contrasta en el sitio es la pulcritud de la zona  administrativa, donde se ubican la mesa de entrada y las oficinas principales de la dependencia, con la característica lúgubre del fondo de ese sector. Un pasillo de paredes blancas conduce desde el garaje lateral a una puerta de hierro pintada de celeste, que al abrirse da paso a una entre sala que simula una cocina. Desde allí se divisa un ventanal de vidrio blindado con reja celeste y con la inscripción “Guardia de prevención”. Al acceder al siguiente módulo ya se percibe que es un lugar de confinamiento, donde un pasillo distribuye a la derecha los buzones, demarcados por otro portón metálico con la inscripción “pabellón de incomunicados”, y a la izquierda las celdas, zonas divididas por un patio enrejado de 2×2 metros con mínimo ingreso de luz al que un cartel oxidado designa casi irónicamente como “patio de recreo”. Los buzones, un oscuro cubículo de cemento de 1×2 metros con puerta ciega de hierro y una pequeña mirilla, estaban abiertos y se podía ingresar. La sensación de permanecer un minuto en ese espacio da una mínima muestra de lo que significa la deshumanización de estar allí encerrado. Las paredes grises como testigos de la reclusión, con restos de viejas revistas y diarios pegados con plasticola, e inscripciones de los detenidos de no tan larga data. Los sobrevivientes explicaron que los camastros de cemento en estos espacios no existían en los ’70 y fueron construidos con posterioridad.

En el recorrido, en medio de un silencio crítico, los efectivos de la bonaerense se encargan de aclarar con timidez que algunos de los buzones son usados como depósito de mercadería. Sólo cortan el aire las voces de los peritos de la Federal que van midiendo con láser y anotando en una planilla las dimensiones de cada lugar. Hasta los 80 centímetros del pasillo de este sector generan ahogo: entra sólo una persona con los codos abiertos.

A la izquierda, aunque un poco más amplias, las celdas grupales no son menos tétricas. Algunas cerradas, con cajas y una bicicleta apilada, y otras abiertas al público donde se ve una letrina mugrienta en la penumbra con pérdidas de agua. En el grupo surge el comentario de que hasta hace unos meses en este lugar se alojaban detenidos, hecho nada sorprendente si se revisan los informes de la Comisión Provincial por la Memoria sobre las pavorosas condiciones de detención en comisarías de toda la provincia, en particular la habitualidad de las muertes por torturas o desatención de salud en lugares de encierro.

Adriana Martín describió a los jueces el régimen de picana y buzón que sufrió días enteros, y la prolija división de tareas de los represores. Señaló que hubo modificaciones incluso respecto a la inspección ocular que se realizó en este lugar en 2009. Norberto Liwski, que pasó 2 meses en el otoño del ’78, definió el régimen que se sobrevivía en este lugar como una “brutalidad sin límites”: sufrió el despellejamiento de los pies, el arrancamiento de las uñas y el clavado de elementos punzantes.

Jorge Garra, confiando aquí entre diciembre del ’77 y enero del ’78, dijo en el debate que estuvo alternadamente  en buzones y celda aislada, con duras sesiones de picana y “submarino”. Cuando lo pusieron en una celda individual a dos tabiques frente al baño, escuchó que había un revuelo en la dependencia porque había cambiado la jefatura de la Policía bonaerense de Ramón Camps a Ovidio Pablo Ricchieri y dedujo que por eso lo sacaron de donde estaba por unas horas, por si había una inspección sin aviso. Roberto Lobo, confinado un mes y medio en la Brigada, sufrió todo tipo de tormentos, como picana, submarino seco, submarino en un balde de agua y hasta el clavado de alfileres debajo de las uñas. Rememoró que tenía una infección en la mano izquierda por las torturas y al no contar con otro elemento se curaban las heridas con orín. Amalia Marrón fue desnudada, tabicada con un elemento de cuero y sufrió torturas con picana eléctrica y quemaduras de cigarrillo. En esa situación pudo ir reconociendo algunos de los apodos de los represores como “Tordo”, “Tiburón”, “Víbora”, “Rubio”, “Eléctrico”, “Araña” y “Lagarto”. Compartió cautiverio con Raúl Petruch, su entonces esposo Jorge Heuman, y supo que Liwski estaba en una celda contigua. Contó en el juicio que los detenidos sufrían todo el tiempo amedrentamientos, en un ambiente donde siempre estaba la luz y una radio encendidas.

Al finalizar la recorrida y salir a la calle se descubría la sensación de que ninguno de los allí presentes salía igual después de haber visto lo que se vio. El relato de los sobrevivientes se confirmaba hasta al escuchar en la vereda el sonar del timbre del recreo en la escuela ubicada al lado de la Brigada, los juegos y gritos de los niños hoy como hace cuarenta años llevan un poco de humanidad al infierno que se vivía dentro del centro clandestino. Sin perder la iniciativa y en la cúspide de la emoción los compañeros de HIJOS La Matanza formaron una ronda y gritaron “¡Desafectación Ya!” y “¡30 mil compañeros detenidos desaparecidos, presentes!”. Adriana Martín improvisó un discurso remarcando que ese fue un lugar de tortura, muerte y exterminio y que se lo debía desafectar para transformarlo en un espacio de Memoria para que todos los vecinos de La Matanza sepan de los crímenes allí cometidos.

La próxima audiencia será el miércoles 30 DE OCTUBRE desde las 11 hs. Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.

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