Esta es la discusión que recorre el mundo en estos días. Registra la tensión entre los esfuerzos por aplanar la curva de contagios para evitar el desborde hospitalario y cuánta recesión puede aguantar la sociedad.
A nivel global crecen las tensiones entre el sanitarismo y la economía. Entre nosotros las prioridades se invirtieron: pandemia sobre deuda, vida sobre economía, control social sobre libre circulación y asociación. En apenas dos semanas todo parece haberse dado vuelta. La evolución geográfica de esta nueva peste ha puesto la emergencia sanitaria en primer plano.
La experiencia internacional muestra que el aislamiento social y la realización masiva de test para aplanar la curva de contagios es lo más efectivo para combatir al Covid-19. Así lo comprueban en Asia, China, Corea del Sur, Singapur y Taiwan, en tanto que en Europa, Italia, España y Gran Bretaña sufren el haber demorado las decisiones. En nuestro continente los EEUU de Trump, el Brasil de Bolsonaro y el México de López Obrador sostienen una postura negacionista de la pandemia, por la sencilla razón que no quieren ver caer la actividad económica y frenar la circulación de las mercancías. Por el contrario en Argentina luego de algunos titubeos el gobierno se adelantó imponiendo el aislamiento preventivo en todo el país.
¿La salud o la economía?
Esta es la discusión que recorre el mundo en estos días. Registra la tensión entre los esfuerzos por aplanar la curva de contagios para evitar el desborde hospitalario y cuánta recesión puede aguantar la sociedad. Esta tensión es lo que ha hecho que el G20 no tuviera, en la reunión virtual de días atrás un pronunciamiento político claro frente a la crisis, como si lo tuvo en la de 2008/09, cuando coordinaron con la FED y el BCE, evitando una mayor recesión. Cierto que entonces se trataba de salvar a las finanzas internacionales.
Ocurre que los intentos por aplanar la curva en cada país llevan a medidas excepcionales. Se aísla a la población en sus viviendas; se cierran las fronteras (incluso las internas); se declaran estados de emergencia; se cancelan la mayoría de las actividades productivas y de servicios; se lanzan las fuerzas de seguridad a las calles; se restringe la libertad de circulación.
La contrapartida de este conjunto de medidas es el brusco freno de la economía. El parate es de tal magnitud que a escala mundial se espera una recesión (si no depresión) sin precedentes, que algunos pronostican será mayor que la de 1929. No faltan quiénes auguran que “la depresión será peor que la pandemia” o como el Wall Street Journal, vocero de los sectores financieros si los hay, “El contagio masivo es el mal menor”. Respuesta lógica, todos los gobiernos impulsan políticas monetarias expansivas para sostener la demanda y amortiguar la caída, que es inevitable.
Nuestro país no escapa a esta tendencia. Se ha impuesto una cuarentena total –solo el 40% de las ramas económicas mantiene su nivel de actividad- y se está avanzando con los test mientras se acomodan instalaciones sanitarias ampliando la capacidad de internación, se compran respiradores e insumos y se capacita personal, mientras se espera el pico de contagios. A la par las estimaciones económicas dan que este año el PBI caería entre 5 y 6 puntos porcentuales, lo que llevaría la desocupación al 13% o más. Se cerraría así un tercer año consecutivo de recesión en una economía que viene estancada desde hace más de 8 años. En este cuadro el gobierno sigue la tendencia general de aumentar el gasto público para atender la emergencia sanitaria, asistir a los sectores más desprotegidos y tratar de sostener en lo posible la economía.
¿La vida sobre la economía o sobre las ganancias?
Se ha popularizado priorizar la vida sobre la economía, una consigna que pareciera indicar todos los recursos a salud y que la economía espere, sin reparar en los efectos catastróficos que podría tener. Es que el Estado no tiene recursos, no hay reservas, las exportaciones son débiles y carece de liquidez. En la crisis del 2008/09 el superávit primario era de 2.4% del PBI y CFK nacionalizó las AFJP y con eso enfrentó la crisis, hoy no hay superávit sino déficit, y no queda olla que rascar. Todo se hace con emisión, que no tiene respaldo, por lo que en poco tiempo habrá nuevas presiones inflacionarias.
Por el contrario si se prioriza la vida sobre las ganancias de los capitalistas, se está señalando un curso de acción concreto. Veamos:
El gobierno acaba de pagar esta semana 250 millones de dólares por el vencimiento de un cupón del bono Par, se dice que será el último pago (no se pagarían los vencimientos de abril y mayo por 2,150 millones). ¿Que se quiso hacer con este pago? ¿Dar una señal de buena voluntad a los bonistas? En el marco de una deuda a reestructurar de 68.000 millones es una gota en el mar. Hay que terminar con esta sangría y suspender de una buena vez los pagos e investigar la deuda que, como se sabe, está muy floja de papeles.
La formación de capitales de particulares en el exterior (fuga) alcanza a los 335.000 millones de dólares, imponer la repatriación de un porcentaje de esos capitales o bien un impuesto extraordinario sobre sus bienes locales permitiría al Estado hacerse de un monto significativo de dólares para financiar la expansión del gasto necesario en esta coyuntura.
La liquidez de los bancos está en sus máximos niveles, estatizar estos fondos, o bien colocar una letra a tasa cero, permitiría recuperar liquidez y que el Banco Central decida su aplicación.
El gobierno ha impuesto precios máximos a miles de productos, sin embargo los precios siguen subiendo, especialmente en los productos esenciales, mientras que las empresas aprovechan la crisis para despedir trabajadores/as. El presidente Alberto Fernández ha dicho que “…será muy duro con los que despidan gente” y que “…llegó el momento de ganar menos”. Tomando sus conceptos se impone la prohibición de los despidos y suspensiones y la intervención del Estado en las empresas formadoras de precios.
Estas medidas ampliamente justificadas por la actual coyuntura son a favor de la gente y van contra las ganancias de los que fugaron capitales; contra los bancos, los grandes ganadores de las últimas décadas y buscan controlar (y por qué no, sancionar) a las empresas que haciendo un uso capitalista de la crisis aumentan los precios y despiden trabajadores.
Simplemente será privilegiar la vida sobre sus ganancias. ¡Ahora es cuando!
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda-