Declaración del Grupo de Trabajo Crisis civilizatoria, reconfiguraciones de racismo, movimientos sociales afrolatinoamericanos
Se escucha un grito de protesta, desde las entrañas del monstruo, desde el corazón del imperio, que resuena en el mundo. La consigna reza Black Lives Matter, Las Vidas Negras Cuentan, Justicia para George. El lunes 25 de mayo en la ciudad de Minneapolis, George Floyd, un hombre negro de 46 años fue capturado sin razón legal por cuatro policías. Uno de ellos, llamado Derek Chauvin, le colocó sus rodillas en el cuello hasta asesinarlo, a pesar de que George Floyd le suplicó por alrededor de siete minutos que le dejara respirar. Floyd, que se dedicaba al baloncesto y al fútbol y era una figura pública en el escenario local del Hip-Hop, aparece en un video unos días antes de su asesinato, dando consejo a los jóvenes de cómo lidiar con el racismo. El mundo, a través de las redes sociales y los medios de comunicación masiva, ha podido ser testigo de este magno acto racista de deshumanización y vejación, hasta el límite de la muerte. A través del planeta pudimos ver el video del crimen, prácticamente en vivo y en directo. Como bien dijo el actor Will Smith en reacción al asesinato de Floyd, “El racismo no está empeorando, solo es que ahora se está grabando».
La revelación de este acto de etnocidio, que ocurre diariamente a personas negras en los EE.UU. y en Brasil, visibilizó lo que es necesario entender como la cotidianidad del asesinato racial. Como Consejo Latinoamericano para las Ciencias Sociales, es crucial que esto nos haga pensar críticamente y actuar en clave antirracista. El asesinato de George Floyd no fue un evento singular ni un gesto aislado y particular de agresión étnico-racial, es síntoma de un profundo problema sistémico, que es componente clave de la matriz de poder que rige el sistema-mundo moderno/colonial, como bien argumentó Aníbal Quijano.
Las calles de Minneapolis ardieron con la erupción de frustración y rabia, sobre todo de comunidades negras de sectores subalternos que sufren día a día la violencia racial expresada a través de la brutalidad policial, el desempleo, la negación de servicios básicos (como la educación, la vivienda, y el cuidado de salud), la desvalorización cultural y la carencia de poder político. Estas rebeliones de Minneapolis siguen una larga tradición de rebeliones urbanas de comunidades negras en respuesta al racismo estructural, una de cuyas manifestaciones principales es la violencia racista de los cuerpos policiales, que en los EE.UU. sostienen una antigua trayectoria como portadores de culturas racistas que promueven el estereotipo de los hombres negros como sujetos peligrosos al margen de la ley (y que como tales, merecen ser capturados sin razón y sometidos a su autoridad coercitiva). La socióloga Janet Abu-Lughod en su destacado libro Race, Space, and Riots in Chicago, New York, and Los Angeles, demuestra cómo a través del siglo XX, actos de brutalidad racial policial catalizaron rebeliones urbanas en estas tres ciudades estadounidenses. La imagen viral de una estación de policía en llamas en Minneapolis expresa el fragor de la ira popular y la decadencia del régimen racista.
En el 2014, el asesinato de Michael Brown (también afrodescendiente) en la ciudad de Ferguson a manos de otro policía blanco, y dejado a la deriva por varias horas, provocó una ola de protestas que tuvo resonancias, no sólo locales y nacionales sino también mundiales. De ahí emergió un movimiento denominado Black Lives Matter con la capacidad no solo de revitalizar el activismo negro radical en los Estados Unidos, sino también de articular diversas luchas y reclamos de identidades (negras, feministas, LGBTIQA+, antiimperialistas, community-labor coalitions, etc), encabezado principalmente por un liderazgo de mujeres afrodescendientes. La aniquilación policial de las vidas negras es una práctica normalizada desde que la trata esclavista trans-atlántica y los regímenes esclavistas coloniales instituyeron la esclavitud como una especie de muerte social (como argumenta Orlando Patterson) a cuenta de la deshumanización y la exclusión de las y los esclavizados. La deshumanización apunta a necropolíticas que implican tanto prácticas activas de muerte física y simbólica (negación de reconocimiento y representación de culturas, conocimiento, y ciudadanía), como la invisibilización y normalización de dichas violencias raciales que, a su vez, nos hace insensibles a ellas. Es por esto que resulta vital que en ocasiones como esta, a la luz del asesinato de George Floyd, reflexionemos en rigor sobre sus implicaciones, qué revelan sobre el malestar en que vivimos el presente y las posibilidades de construcción de futuros.
La violencia racial policial es una antigua práctica del racismo estructural. Una mirada al pasado reciente enfocada en los casos en los EEUU desde los 1980s, pone de relieve una lista de casos notables de homicidios policiales contra afrodescendientes, entre ellos el de Michael Griffith, Amadou Diallo, Trayvon Martin, Atatiana Jefferson, Aiyana Jones, Jessie Hernandez y Tanisha Anderson. En el 2014 Eric Garner fue estrangulado de forma similar a George Floyd, y cuando estaba pereciendo a manos del policía, rogó por su vida mientras decía que no podía respirar. Más allá de lo literal, tanto Garner como Floyd, al enunciar que no podían respirar revelaban su muerte social en un sistema que los deshumaniza cotidianamente. Sus súplicas resonaban con la aseveración de Frantz Fanon de que el orden social y racial dominante no permiten que los pueblos y sujetos negros podamos respirar.
La metáfora del no poder respirar refiere a las formas de muerte de la pandemia del coronavirus, que vino a llevar a sus límites la crisis civilizatoria que convoca nuestro Grupo de Trabajo. Las tecnologías de muerte del estado imperial salen dramáticamente a la luz con la cantidad extraordinaria de afrodescendientes que han perecido a cuenta del covid-19 en los EE.UU., convirtiéndolo en el cuarto país con mayores muertes en el planeta. Como dicen dos activistas afrobrasileñas, “El coronavirus no escoge a quien va a matar, pero los estados escogen quién puede morir”. La irresponsabilidad e insensibilidad grotesca de Bolsonaro y Trump, de cara a la ecuación letal de la pandemia en Brasil y los EE.UU. que en este momento son su eje nodal, es en gran medida debido a su ejercicio de la necropolítica del racismo antinegro.
En vista de este escenario de Tánatos, que en Colombia también se traduce en asesinatos políticos contra líderes y lideresas afrodescendientes, sobre todo en sus territorios ancestrales pero también en áreas de marginalización urbana, los movimientos negros de las Américas levantamos la bandera de la vida. De Alaska a la Patagonia, el racismo sistémico que guía el accionar de las fuerzas represivas del estado encuentra en los cuerpos afrodescendientes y racializados, el elemento extraño a aniquilar. Contra las lógicas de muerte que cada vez priman más en la crisis civilizatoria de la globalización neoliberal capitalista, los movimientos negros de Nuestra Afroamérica, abogamos por la construcción colectiva de un mundo mejor, fundamentado en la armonía ecológica, la equidad étnico-racial y de género, el respeto a la diversidad sexual, el comunitarismo, el cuidado colectivo, la solidaridad humana, y la justa redistribución de la riqueza y el poder. Dichos principios nos definen como movimiento afrodescendiente de carácter radical y progresista. En conjunto, estos valores constituyen una política descolonial de liberación, de una ética del buen vivir que en clave de Africanía nombramos como el principio del Ubuntu, que en varias lenguas africanas significa Soy por que Somos.
Más que un horizonte de futuro, construimos cotidianamente el Ubuntu con nuestras prácticas comunitarias en las fiestas del Uramba en el Pacífico Afrosudamericano, en el Cimarronaje caribeño, en el Malungaje afrodiaspórico, que inspiran nuestra participación en la ola de movimientos antisistémicos que precedieron la pandemia, y que ya van resurgiendo en el ejercicio del cuidado que guía una suerte de democratización de la democracia y humanización de la humanidad a partir del humanismo radical negro, cultivando un nuevo contrato social basado en el cuidado colectivo y la solidaridad, en aras de la vida.
29 de mayo de 2020
Grupo de Trabajo CLACSO
Crisis civilizatoria, reconfiguraciones de racismo, movimientos sociales afrolatinoamericanos