Interesante debate se transitó en una reunión virtual de ministros del Mercosur el pasado lunes 26. La polémica la protagonizaron los titulares de Economía de Argentina y de Brasil. Se trató de un debate teórico y político que trasciende la preocupación relativa a la institucionalidad del Mercosur y se proyecta sobre el orden cotidiano. El tema es que Paulo Guedes, en defensa de la liberalización de la economía, aludió en su intervención a Adam Smith y a la “mano invisible” como organizador de la actividad económica. La respuesta de Martín Guzmán no se hizo esperar y en tono académico respondió “que la mano invisible de Adam Smith es invisible porque no existe”. La réplica del ministro de Brasil se sustentó como criterio de verdad en que más de la mitad de los “Premios Nobel” obtenidos fueron para economistas referenciados en la Escuela de Chicago, obviando la caracterización de la entidad que ofrece los galardones.
Hay que recordar que desde 1969 se otorga el premio del “Banco de Suecia en homenaje a Nobel”, intentando un símil a los galardones otorgados por la Fundación Nobel desde 1901. Tal como sostiene el ministro del Brasil, por abrumadora mayoría fueron beneficiados por el Banco de Suecia, referentes de la corriente principal en la disciplina, o sea, neo-clásicos o liberales y entre ellos destacan los ortodoxos. Solo en momentos muy especiales de crisis económica mundial, recibieron los galardones referentes de la heterodoxia. A modo de ejemplo puede citarse en plena crisis del 2001 estadounidense, a Joseph Stiglitz, con quien trabajó Guzmán en el equipo de investigación de la Universidad de Columbia en Nueva York hasta su designación en el Ministerio de Economía de la Argentina. Stiglitz es conocido como ex directivo del Banco Mundial y crítico de los organismos internacionales y las políticas de ajuste ortodoxo. Últimamente se lo ve cercano al Papa Francisco y convergen en visiones críticas del orden hegemónico, con especial dedicación en el tema del endeudamiento externo, asunto al que se asoció Guzmán como investigador y ahora como funcionario del gobierno argentino. También fue premiado por los banqueros suecos en 2008 el estadounidense Paul Krugman, columnista del “demócrata” New York Times. El año de la premiación remite al apogeo de la gran crisis desplegada entre 2007 y 2009, la que aun condiciona la perspectiva de recuperación de la economía mundial. Ni en 2001, ni en 2008 se podía premiar a ortodoxos y por eso era el tiempo de premiación de la heterodoxia.
Ambos contendientes, Guedes y Guzmán, expresan un debate actual en el sistema mundial, entre quienes pretenden recuperar al orden capitalista desde una lógica sustentada en la ortodoxia liberal, y aquellos que imaginan superar el momento actual retomando tiempos de reformas progresivas. Los primeros actúan y piensan con una orientación favorable al régimen de la ganancia y las aspiraciones del sector privado concentrado de la economía, por lo que sustentan políticas de “libre mercado”. Los segundos imaginan un escenario de reformas progresistas desde la “intervención estatal”, reiterando en esta tercera década del Siglo XXI las condiciones que estaban presentes hace un siglo. Eran aquellos, tiempos de desafío al orden capitalista desde la Rusia soviética, que provocaba un imaginario social a la ofensiva de la conciencia social crítica y anticapitalista. Esa situación hoy no existe, por eso, junto a la irrealidad de la liberalización sustentada por derecha, existen dudas sobre la posibilidad de ejecutar reformas progresivas en el orden contemporáneo.
Lo que no está en el horizonte del Banco de Suecia y menos en el debate entre los funcionarios del Mercosur es la posibilidad de un enfoque teórico en contra y más allá del capitalismo.
Sentido y destino de la integración
No es ocioso el debate de las posiciones sustentadas por los ministros, que de alguna manera recoge la discusión protagonizada hace un mes entre el Presidente uruguayo y el argentino. En aquella ocasión, en un cónclave conmemorativo de los treinta años de la creación del Mercosur (1991-2021), Lacalle Pou, titular del ejecutivo uruguayo, sustentó la necesidad de abrir la institución y sus integrantes a las variadas formas de la liberalización económica. Fernández, gobernante de la Argentina, replicó con dureza en su calidad de Presidente pro tempore de Mercosur, invitando a retirarse a quienes no comulguen con las decisiones compartidas.
La polémica sobre el sentido y destino del Mercosur y de la integración regional está sobre la mesa de discusión. El tema es que Brasil y su Ministro, o el Uruguay y su Presidente, expresan políticas económicas de liberalización del orden económico. Sustentan un discurso con base en un diagnóstico y propuestas en dónde el eje se asienta en la liberalización y por ende, privilegian el mercado. Desde la Argentina, el Ministro y el Presidente, parten de la crítica a la orientación del gobierno anterior de Mauricio Macri, de orientación liberalizadora, entre 2015 y 2019, y sustentan un imaginario de corte desarrollista, o si se quiere, neo-desarrollista.
Más allá de la polémica y las especificidades de los gobiernos de Brasil y de Argentina, por lo menos desde el 2003, con sintonía ideológica y política (Lula y Dilma, con Kirchner y Cristina Fernández), hasta el desembarco por elecciones de gobiernos de derecha en ambos países (Macri y Bolsonaro), lo real es un desarrollo asociado a los límites estructurales de la economía en la región latinoamericana y caribeña. Sin perjuicio de los discursos, lo que se despliega es el orden capitalista con predominio en ambos países de un modelo productivo asociado al agro negocio y la producción primaria de exportación, en donde la hegemonía es detentada por el capital transnacional más concentrado, los que impulsan una lógica liberalizadora que impregna los procesos de integración.
Resulta de interés recuperar el momento histórico de surgimiento del Mercosur, cuando hacia 1991 estaba en pleno apogeo la propuesta neoliberal, potenciada en nuestros territorios por el llamado Consenso de Washington, de estímulo a la iniciativa privada, la liberalización y la apertura de las economías. Solo las condiciones políticas derivadas de la lucha popular y su expresión en gobiernos con discursos críticos a la hegemonía neoliberal hicieron posible ciertas y relativas adecuaciones a la institucionalidad del Mercosur y su concepción originaria de integración subordinada. Ahora, con otras condiciones políticas, más afines al clima político de comienzos de los noventa, los debates sobre la integración y el papel del Mercosur retoman los objetivos originarios de libre comercio.
La discusión de fondo es sobre el arancel externo y la potencialidad de cada país para suscribir acuerdos de libre comercio. Es una concepción hegemónica por décadas, tributaria de la Iniciativa para las Américas promovida por Bush padre en 1990 y recreada como ALCA entre 1994 y 2005, incluso las iniciativas de las Cumbres de Presidentes Iberoamericanos desde 1991, cuya última versión se acaba de realizar, de modo virtual, bajo la presidencia de Andorra. Sea desde EEUU o desde España, puerta de ingreso a Europa, la preocupación es por la subordinación de los bienes comunes de la región a la dominación capitalista y su disputa en el sistema mundial. En rigor, en los últimos años quien apura acuerdos económicos en la zona es China, lo que evidencia la importancia de la América Latina y el Caribe, desafiada a encontrar caminos propios de integración no dependiente ni subordinada a la lógica de la ganancia.
Cuba y el intento de ir más allá
La CEPAL insiste es que estamos a punto de vivir una nueva década perdida en toda la región, memorando la de los años ochenta del siglo pasado. Sin perjuicio de ello, la UNCTAD pone de manifiesto que hace por lo menos una década que la región no está en la mira de inversores externos, motores de la inversión y el crecimiento económico, base de cualquier posibilidad de distribución del ingreso o la riqueza según el ideario capitalista.
Hace años, los transcurridos desde los tempranos setenta del siglo pasado, que la discusión está contenida en la visión “liberal” o la “neo-desarrollista”, por lo menos en gran parte de los procesos nacionales. La excepción ha sido Cuba y su experiencia por el socialismo desde hace sesenta años (1961-2021), la que se entusiasmó con las novedades que trajo el nuevo siglo en materia de recreación de proyectos en contra y más allá del capitalismo. En estos días, Cuba reafirmó el rumbo por el socialismo en el VIII° Congreso del PC, con las expectativas de acompañamiento en otros países de la región.
Resulta de interés el debate, porque no solo existe “mercado” o “estado”, en tanto que ambas constituyen relaciones sociales y, por lo tanto, vale incluir una interrogación sobre el tipo de mercado o de estado. No es lo mismo la relación mercantil asentada en el lucro derivado de la producción y circulación capitalista, que en un sistema de relaciones mercantiles asumidas desde los bienes de uso y no de cambio. En el mismo sentido opera el debate sobre el estado. Una cosa es la institución de sustento a la lógica del capital, de la explotación y del saqueo, que aquella que asuma un estado para la transición del capitalismo hacia otro rumbo, el socialista o si se quiere en la lógica de algunas constituciones recientes, las que sustentan sociedades del “buen vivir” o el del “vivir bien”.
Hay que seguir los debates de la calle, la prensa y en el gobierno de Cuba con relación a estos temas. ¿Qué tipo de relaciones monetario-mercantiles son las que deben impulsarse en la Cuba actual? ¿Cuál es la función del estado en estos momentos de cambio económico y reordenamiento monetario? ¿Cuál es el espacio para la autogestión y protagonismo de los sujetos concretos en el proceso de producción y circulación de la economía cubana? Las respuestas son diversas, de quienes imaginan un fuerte estímulo a la iniciativa privada, incluidos sectores estratégicos, hasta quienes, con base en algunas experiencias concretas impulsan la mejora de la productividad sustentada en la cooperación y la autogestión.
Es un debate abierto el que existe en Cuba y vale la pena seguirlo de cerca porque es la experiencia regional que en condiciones adversas intenta la construcción de un proyecto de transformación social en condiciones de bloqueo. Solo hay que constatar que el proyecto socialista cubano se formuló en asociación con un bloque que sostenía ese rumbo por treinta años, entre 1961 y 1991. Eran tiempos de bipolaridad del sistema mundial, facilitando expectativas de cambios. Desarticulado el bloque socialista, el camino tortuoso de Cuba, entre 1991 y 2021, se despliega en la búsqueda de una dinámica de la lucha de clases global que pueda restablecer una contraofensiva por la emancipación social. Por eso, la vista está puesta en la dinámica interna y la que acontece en todo el mundo.
Por ello es que tiene sentido el debate sobre el “mercado” y la función del “estado”. En la polémica que inicia esta nota está el rumbo del capitalismo ante la emergencia sanitaria y económica, y al traer a Cuba a la discusión, pretendemos instalar la potencia de un discurso y una propuesta para imaginar una sociedad en contra y más allá del capitalismo.
Buenos Aires, 28 de abril de 2021