Las elecciones conmocionaron hasta los cimientos a la sociedad chilena, abrieron el camino a profundas reformas y serán un espejo para la región. Resta ver cómo se expresarán en lo político institucional.
No por inesperados han sido menos contundentes estos resultados. Importa no solo la magnitud del triunfo popular -en alguna medida más amplio que el de la Unidad Popular de Salvador Allende- sino también sus implicancias políticas inmediatas y futuras.
Las dos coaliciones electorales que se alternaron en el gobierno en las últimas décadas volaron por el aire. La derecha -el gobierno y sus aliados más la élite económica- intentó posicionarse primero como una fuerza de bloqueo y rechazo a una nueva Constitución y luego jugó a obtener el tercio electoral que le daría poder de veto en la Asamblea. Fracasó en toda la línea, posicionándose apenas como la tercera fuerza en la futura Convención. No menor fue el fiasco para la centroizquierda de la ex Concertación, que se desarticuló totalmente y será la cuarta fuerza. Por el contrario las Listas Independientes y la coalición del Partido Comunista y el Frente Amplio fueron los grandes triunfadores de esta elección inédita, incluso ganaron por primera vez la comuna de Santiago y un dirigente del PC es quien hoy tiene mayor intención de voto para las presidenciales de noviembre.
El centro fue la elección de convencionales, pero también se votaron gobernadores regionales, alcaldes y concejales.
30 pesos, 30 años
El sociólogo y politólogo Manuel Antonio Garretón definió escueta pero contundentemente el carácter político de estos resultados: “Son la proyección del estallido social”. Se refería así a las masivas movilizaciones que tuvieron lugar en 2019 iniciadas por el aumento del boleto del metro de Santiago (30 pesos) y luego ampliadas hasta la impugnación del modelo neoliberal (30 años). Estas movilizaciones -en las que convergieron estudiantes, jóvenes precarizados, movimientos por la igualdad de género y la diversidad sexual, regionalistas, ambientalistas, trabajadores organizados- tuvieron como momentos culminantes la concentración del 18 de octubre en La Plaza de la Dignidad y luego en la huelga general y movilizaciones callejeras del 12 de noviembre que arrinconaron al gobierno de Sebastián Piñera y obligaron al régimen, no sin una serie de maniobras previas, a habilitar un plebiscito donde el pueblo acaba de votar positivamente por que se redacte una nueva constitución.
2019 – 2021
En América latina, Chile fue, tanto por el nivel como por la profundidad que alcanzó la confrontación, el punto más elevado de las rebeliones populares que recorrieron la región en 2019 (Haití, Puerto Rico, Ecuador, Colombia). El país era visto como el modelo del proyecto económico-político del neoliberalismo, tanto por su estabilidad como por la continuidad del crecimiento que se apoyaba en las desigualdades crecientes y en la privación de derechos sociales básicos. El presidente Piñera lo calificó de un oasis pocas semanas antes de que estallara la revuelta. El geógrafo David Harvey señaló que Chile fue el primer intento mundial de establecer un Estado neoliberal total. Hoy ya en el 2021 el lema que circula es: “Así como el neoliberalismo nació en Chile, morirá en Chile”.
Uno de los principales rasgos distintivos de este movimiento de movimientos es la presencia imponente de la juventud y el empoderamiento de las mujeres, ambos se expresan y se organizan por las redes sociales. El contenido social parece mucho más fuerte que el ideológico y su principal impulso son las desigualdades más que la pobreza. No necesariamente son antisistema, en el sentido de que no repudian el régimen democrático burgués (aunque mayoritariamente son antipartido), tampoco al capitalismo, sí al neoliberalismo. Claro que hay excepciones como la Lista Pueblo, el ala izquierda de los Independientes y quienes integran el PC y el FA. En lo social exigen mejoras en los servicios educacionales, de salud, previsionales, habitacionales, comunicacionales y en infraestructura. En lo económico mejor distribución de la riqueza y en lo político reconocimiento de los pueblos originarios y sus territorios, mayor democracia y un trato digno. El lema “igualdad y dignidad” sintetiza sus demandas.
La nueva Constitución
Este 2021 es un tiempo de elecciones. A la que acaba de finalizar se le deben sumar en noviembre las de parlamentarios y luego las presidenciales. A mediados de junio la instalación de la Asamblea Constituyente, que definirá la letra de la nueva Constitución, finalmente el plebiscito para su aprobación o rechazo.
Se ha abierto así un tiempo de grandes posibilidades, no solo de echar por la borda la reaccionaria Constitución pinochetista, sino también de imponer profundas reformas. Se pondrá así a prueba la capacidad del movimiento de colocar lo que planteó y ganó en las calles dentro del sistema político institucional. Este gran movimiento concurrente no tiene ya ninguna limitación a sus propuestas. La derecha al no alcanzar el tercio buscado ha perdido su capacidad de bloqueo, por el contrario el movimiento ha ganado las mayorías necesarias para que los representantes de las luchas se ubiquen en sus escaños para definir el tipo de sociedad que ambiciona.
Un nuevo régimen
Los resultados se verán a futuro ya que por sus características el movimiento se constituye y se redefine en la acción concreta. Pero no hay dudas que implicarán cambios sociales fuertes, que modificarán las relaciones entre las clases y de estas con el Estado. La crisis política abierta en el 2019 no se ha cerrado, por el contrario, avanza bajo nuevas formas: las clases dominantes ya no son dirigentes y las clases populares tienen ante sí la posibilidad de reconfigurar el país.
Chile aporta así a la región una experiencia invalorable. No solo es fuertemente destituyente del régimen político anterior sino que será instituyente de un nuevo régimen que debe definirse. Es un espejo en el que se mirarán los movimientos populares que se están desenvolviendo en numerosos países de Nuestra América, no para repetirlo, pero sí para analizarlo desde sus propias perspectivas. La experiencia chilena puede marcar un nuevo rumbo para la región.
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda)