La “adaptación hedónica” explica la capacidad que tienen las personas de acostumbrarse a una situación, ya sea positiva o negativa, y de volver al estado emocional anterior.
A finales del siglo pasado, el psicólogo Michael Eysenck desarrolló este concepto a través de una teoría a la que denominó “cinta de correr hedónica”.
En ella compara el comportamiento de las personas con el de un hámster andando en una rueda, pues, como le ocurre al roedor, los individuos tendemos a ir hacia el mismo lugar sin conseguir el objetivo de tener felicidad duradera.
Esto nos lleva a un estado de insatisfacción constante, ya que generalmente, tendemos a pensar que después de adquirir un objeto deseado vamos a estar plenamente felices para siempre.
Este estado de alegría que nos ofrece la adquisición de dicho producto es efímero, pues desaparece en el momento en que nos habituamos a él y automáticamente consideramos que otra “meta” nos hará más dichosos que la anterior.
La jaula que nos aprisiona no tiene cielo, sino un techo que baja a medida que envejecemos anunciando el aplastante final y un entorno de barrotes sociales donde somos valorados por lo que consumimos más que por lo que somos, y de yapa, con una pandemia universal destruyendo todos los horizontes que nos habíamos dibujado desde nuestra juventud.
¿No será el momento de parar de correr sobre la ruedita y mirar al costado?
Tal vez nos demos cuenta que estamos dejando de lado ciertos valores fundamentales, como una tácita condena a la sabiduría de nuestros antepasados, en un tiempo de paradojas existenciales entre las creencias y la razón.
Nosotros, que para algunas religiones quisimos ser perfectos a imagen y semejanza de Aquel, hemos perdido el rumbo en la búsqueda constante de objetivos materiales que sólo satisfacen efímeramente nuestro ego, pero acrecientan nuestra insatisfacción espiritual y moral.
Existe un mundo hermoso a nuestro alrededor que nos empecinamos en ignorar por alcanzar nuestro objetivo con el fin de poseer a veces mucho más de lo que necesitamos para ser felices.
¿Será que algún día entenderemos que lo importante no es alcanzar una meta sino disfrutar del camino?
Si aprendemos a caminar en vez de correr y entendemos que el objetivo no es más que una ilusión, un espejo deformante de la propia realidad, jamás podremos ver la maravilla del mundo que nos rodea.
Debemos entender que, mal o bien, todos los seres humanos buscamos en definitiva la misma unidad que moviliza el sentido final de la existencia: la posibilidad de ser felices y de alcanzar, con la menor cantidad de heridas posibles, la ansiada meta final: el centro del mandala.
Alejandro Lamaisón- Periodista-