La pandemia reordenó necesidades y rubros que antes eran salida laboral rápida hoy no son elegidos porque están mal pagos, con alta informalidad y representan un sacrificio de la vida social.
Por Nicolás Maggi.
Los jóvenes ya no quieren ciertos trabajos que antes eran primer empleo o una salida laboral rápida. La pandemia reordenó prioridades, hizo que las personas valoricen los momentos de ocio, de estar en casa, de disfrutar de los feriados y los fines de semana. Aparecieron muchos trabajos que se pueden hacer desde el hogar, que evitan la pérdida de tiempo y el gasto (y en los empleos nocturnos, el riesgo) de trasladarse hacia y desde los lugares físicos, o que permiten manejar el tiempo uno mismo y ganar más dinero que en otros empleos tradicionales.
Por ello hay ciertos rubros, como gastronomía, taxis o panadería, que ya no son tan apetecibles por diversas razones: representan mucho sacrificio de la sociabilidad, están mal pagos y tienen altos niveles de subregistro. “Algunas paritarias con la pandemia quedaron rezagadas. Y los salarios ahí necesitan ir recuperándose”, comentaron desde el Ministerio de Trabajo provincial, abonando esta percepción.
Por ejemplo, el dueño de un bar comenta que cada vez cuesta más conseguir personas que quieran trabajar en el rubro, en especial de noche y los fines de semana. “La gente falta mucho el sábado y domingo. Los jóvenes ya no están dispuestos a perder su tiempo libre”, dijo. Otro aporta su visión: “En un momento de la pandemia se cortó el laburo por los cierres, en especial para los camareros. Esa persona salió del círculo de la gastronomía por obligación. Cuando se encontró en otra actividad, por ejemplo cadete de aplicaciones de delivery, donde gana un dinero mayor y maneja sus tiempos, no quiere volver a esa situación. En muchos casos ha pasado eso”, admitió.
Un sandwichero minutero que trabaja 200 horas mensuales se lleva hoy 48 mil pesos. “Con la pandemia los sueldos quedaron atrasados un 60 por ciento, y muchos trabajadores se fueron en acuerdo con la patronal. Uno puede amar la actividad, pero nadie trabaja por beneficencia sino para su propio beneficio”, define el dirigente gremial de los gastronómicos de Rosario, Sergio Ricupero. “Es una actividad en la que no hay feriados ni domingos; cuando todos se están divirtiendo vos tenés que trabajar, y encima muchos te anotan mal y te pagan peor”, lamenta.
Ricupero revela que a la actividad se acercan muchos jóvenes que estudian o buscan su primer trabajo, pero al perderse la profesionalización y capacitación, el que lo hace por necesidad deja el rubro en cuanto aparece algo mejor. “Antes trabajaba gente más grande, hoy la mayoría son jóvenes que prefieren ir al boliche el fin de semana y estar con su familia los domingos”, apunta.
Sacrificio
Otro rubro en el que es difícil conseguir mano de obra es el de panadero, trabajo que se hace de madrugada, usualmente de 2 a 9 o de 3 a 10, un sacrificio que la generación sub 30 no está dispuesto a hacer. En un sector donde la informalidad es moneda corriente, el sueldo promedio ronda los 52 mil pesos, más 10 o 15 mil extra que reciben a veces los empleados “cumplidores”. “Los salarios no están acordes, pero es lo que podemos pagar. Hay muchas panaderías ilegales, y pocas inspecciones. Los que hacemos las cosas bien no podemos competir en el precio”, admitió Gerardo Di Cosco, de la Asociación de Industriales Panaderos.
Sobre los taxis, La Capital publicó un informe hace algunas semanas que explica por qué faltan tantos choferes: cobran 60 mil pesos por trabajar 12 horas por día, estresados por manejar sin parar y viendo poco a su familia, con un solo franco semanal que a veces no existe, y el gremio dice que el 60 por ciento está mal anotado. Ese cóctel es la razón por la que faltan coches a la noche, y el motivo por el que el promedio de edad es de 50 años: los jóvenes le esquivan a las unidades negras y amarillas.
Algunos consideran que este panorama tiene que ver con la falta de una visión de futuro: el salario antes era un ingreso para tratar de acceder a una vivienda y determinados bienes que hoy no están garantizados, porque los sueldos hace años que van perdiendo con la inflación. Las perspectivas a largo plazo que justifican el sacrificio, entonces, perdieron sentido.
“Una persona que antes trabajaba sin descanso para comprarse una casa modesta a 40 años, prefiere alquilar algo más cómodo y disfrutarlo hoy o pagar unas buenas vacaciones en cuotas”, aportó una fuente de la Secretaría de Desarrollo Económico municipal, para quien en este momento existe “una distorsión acelerada por la crisis que generó la pandemia similar a lo que sucedió después de la Guerra Mundial, en los llamados años locos, donde se dio un boom de consumo porque se generó una falta de certeza sobre la propia vida“. El imperativo parece ser, en este contexto, “placer ya, porque mañana no se sabe”.
Desafío
Para el investigador del Conicet y especialista en estudios sobre el futuro, Ezequiel Gatto, si bien es cierto que la pandemia reordenó los tiempos e incrementó la incertidumbre, “eso no solo hizo que se intensifique el hedonismo, o el aprovechamiento inmediato de los momentos, sino que obligó a muchas personas a inventar cosas, al suspenderse las imágenes claras de futuro que existían”, es decir, las coordenadas que indicaban para dónde ir.
Ese hecho, conectado con “la virtualización casi absoluta de muchas esferas sociales y económicas, facilitó entonces la explosión de pequeños emprendimientos económicos propios, porque la gente buscó maneras de sobrevivir y obtener dinero”, definió.
Gatto observa luego otra cuestión de fondo, que se nota hace tiempo en rubros como la industria automotriz, o el trabajo en fábricas en general, y marca que “los jóvenes ya no piensan ahí a largo plazo”. “No solo por la precariedad, sino porque vivimos en una sociedad muy distinta a la de mediados del siglo XX de nuestros padres y abuelos, que se orientaban a partir de un trabajo fijo, un salario estable y un proyecto de vida que básicamente consistía en formar familias y educarse”, apunta.
“Vivimos en un tiempo mucho más fragmentado, los intereses variaron, el dinero se consigue de otras formas, no solo trabajando bajo patrón, y los proyectos de vida se vuelven múltiples. No es que no esté ese deseo, porque se detecta en muchas poblaciones, pero también aparecieron maneras diferentes de encarar la vida”, analiza. Por ello, para el investigador, “la promesa o la oferta de pasarte toda la vida en el mismo lugar trabajando casi nunca funciona, y menos para los jóvenes”.
En este marco, arriesga que “el desafío político no es volver a construir una sociedad salarial con empleos para toda la vida, sino generar condiciones para que el deseo social de variar y cambiar no tenga que darse en la precariedad”. Es decir: la pregunta es cómo construir una sociedad en la que la posibilidad de hacer cosas diversas sea viable.