Si hasta hace pocos meses atrás la región de Taiwán y el Mar de la China del Sur era considerado “el lugar más peligroso del planeta”, en los inicios del 2022 ese podio está siendo disputado por tensiones que cruzan tanto a Europa Oriental como a Asia Central y en el Oriente Medio. Todas las zonas donde se registran focos de tensión tienen importancia geopolítica y comercial.
En los inicios de este 2022 un enfoque global muestra tres escenarios. Por un lado una economía en recuperación concentrada en algunas de las principales potencias y por lo tanto muy desigual. El Banco Mundial proyecta 5,6% de crecimiento para este año, traccionado por la suba del comercio internacional (+11% sobre el 2019) donde se destaca el intercambio China-EEUU que a fines del 2021 alcanzaría su récord histórico (700.000 millones de dólares).
Por otro lado se verifica un fuerte rebrote de la pandemia que, por la extrema contagiosidad de la variante ómicron, crece verticalmente en todo el mundo poniendo en riesgo la evolución de la economía global en el futuro inmediato.
El tercer escenario está dominado por los nuevos focos de tensión que sacuden el tablero mundial, que es lo que nos interesa en esta nota. Si hasta hace pocos meses atrás la región de Taiwán y el Mar de la China del Sur era considerado “el lugar más peligroso del planeta” (tal como explicáramos en notas anteriores), hoy en los inicios del 2022 ese podio está siendo disputado por tensiones que cruzan tanto a Europa Oriental como a Asia Central y en el Oriente Medio.
Zonas estratégicas
Todas las zonas donde se registran focos de tensión tienen importancia geopolítica y comercial. La región indo-pacífica es hoy el segundo destino de las exportaciones de la UE y alberga a cuatro de los diez principales socios comerciales del bloque. El Oriente medio contiene más del 60% de las reservas petroleras globales y es un punto de relevancia mundial. Ucrania y Kazajistán son fundamentales para la reconstitución de un bloque de poder con Rusia como pivote central.
La declinación de EEUU y los intentos de la administración Biden por recuperar espacios y presencia internacional frente al ascenso China y Rusia están en el centro de esta conflictividad.
Medio Oriente
EEUU busca restablecer el acuerdo nuclear firmado por la administración Obama con Irán y países miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (Viena 2015) que tenía por objetivo detener el plan nuclear iraní. En 2018 la administración Trump, empujada por Israel y las monarquías árabes, retiró a EEUU del acuerdo y en paralelo incrementó las sanciones económicas y financieras. El argumento, otra vez sin mayores pruebas, fue que la nación persa no estaba cumpliendo el acuerdo, pero el objetivo no declarado, ahora es evidente, no era otro que mellar la influencia de Irán en la región, esta había crecido luego de que Rusia destrabara la crisis siria a favor del régimen de Bashar al Assad aliado de los persas. Por si fuera poco en las afueras de Teherán fue asesinado Mohsen Fakhrizadeh, el principal científico nuclear iraní y meses antes, en las cercanías de Bagdad, el comandante Suleiman, considerado un héroe nacional iraní. Cartón lleno, el resultado de las presiones económico-financiera y militares fue exactamente inverso a lo buscado. En lugar de detener el plan nuclear este se aceleró. Informes recientes dan cuenta de que Irán está a punto de completar el ciclo de enriquecimiento del uranio en un porcentaje que lo pone a tiro de lograr la bomba nuclear. Adicionalmente se ha revelado como potencia militar (posee un importante stock de misiles de precisión y largo alcance).
El reconocimiento de la peligrosidad de la situación y la responsabilidad de los errores no forzados de EEUU están llevando a un replanteo general en la región, incluso tanto en Israel como en los emiratos y otras jerarquías árabes ya se piensa en alcanzar algún acuerdo con Irán. Mientras tanto la presencia de China crece en la región y su proyecto de Nueva Ruta de la Seda gana espacios.
Europa y Asia
Día a día crecen las tensiones entre Rusia, EEUU y los países europeos por la zona fronteriza que comparten Rusia y Ucrania y por la crisis en Kazajistán. En 2014, luego de las protestas del Euromaidán, Rusia invadió primero y anexó después la estratégica península de Crimea (donde está instalada la mayor base naval rusa), desde hace unos meses está desplegando tropas a lo largo de toda la frontera con Ucrania intentando disuadir o bloquear el acercamiento de Ucrania a la OTAN, que habilitaría la expansión de la alianza hacia el este lo que Rusia considera una amenaza militar (vínculos culturales, étnicos e históricos suelen justificar acciones diplomáticas o militares).
Como en la región indo-pacífica la administración Biden ha declarado que no aceptará una nueva invasión militar de Rusia, amenazando con sanciones bancarias, financieras e incluso bloquear el gasoducto Nordstream II, lo que enciende luces rojas en Alemania que depende de ese gas, más cuando acaba de cerrar numerosas centrales nucleares. Moscú ha respondido que sería “un error colosal” y que aplicaría “medidas militares y técnicas”. Mientras que la OTAN advirtió que hay “riesgo real de conflicto” y que la alianza debe prepararse para “un fracaso diplomático”.
Incertidumbre
El Asia Central situada entre Irán y China y en las cercanías de Turquía es un nuevo foco de conflicto desatado luego de protestas populares en Kazajistán por el aumento del precio de gas. A diferencia de lo sucedido cuando el Euromaidán, aquí hay fuertes muestras de autoorganización y contenidos de clase en las protestas, provenientes de una larga tradición de luchas obreras y huelgas en el país. Rusia a través de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC) intervino militarmente para controlar la situación en Kazajistán, que es el núcleo central de la estrategia geopolítica del presidente Putín para recuperar la Gran Rusia.
Tambores de guerra resuenan en esas tres zonas en conflicto que tensionan todo el tablero mundial, mientras que no hay precisiones en cuanto a la extensión y la magnitud de la pandemia, que está imponiendo nuevas restricciones en una economía global que registra creciente ausentismo laboral que limita la producción y entorpece la logística de las cadenas de valor, todo acompañado por una tasa de inflación desconocida en décadas.
Todo redunda en una gran incertidumbre sobre el futuro inmediato.
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).|