Casa-museo en recuerdo de Chico Mendes y su lucha, en el estado brasileño de Acre.
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ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN
Héroes (generalmente) olvidados de nuestro tiempo
La autodefensa ante la agresión que sufren los pueblos por parte de actividades extractivas ofrece algunos nombres que son ejemplo de lucha por un mundo sostenible
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David Roca Basadre
Escritor y periodista peruano
3/02/2023
Cualquier visita a Acre, en la Amazonía brasileña, incluye siempre una visita a la casa de Chico Mendes, un recorrido por los lugares en que vivió y desde donde arrancó su lucha por la defensa y protección de la selva amazónica, en beneficio de los recolectores de caucho, los seringueiros y los pueblos indígenas.
La recolección de caucho, a pesar de tener siniestros antecedentes de explotación intensiva y muerte en la Amazonía peruana y colombiana, particularmente, es una actividad en sí misma sostenible y protectora del bosque. Pero constituía un obstáculo para la expansión de los grandes hacendados y terratenientes, que encontraron en la lucha organizativa de trabajadores y el liderazgo de Chico Mendes un obstáculo para sus ambiciones expansionistas de fundos, sobre todo ganaderos.
Chico Mendes tenía clara su visión política, incluso fue uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores, que ha llevado a Lula a la presidencia de la república en Brasil en dos oportunidades.
Chico Mendes muestra cómo se extrae el caucho de un árbol para producir látex en julio de 1986.
Foto: Miranda Smith (CC BY-SA 3.0)
Su asesinato en 1988, por obra de dirigentes gremiales de los ganaderos, conmocionó a Brasil y al mundo, y constituyó la primera llamada de atención a esa lucha por la tierra para cuidarla, conservarla y hacerla sostenible cuya trascendencia finalmente empieza a traslucir hoy.
Figuras como la de Chico Mendes, quizá la más visible en el mundo, abundan en América Latina, y en todo el mundo de los países productores de insumos para los países más ricos. Nos vamos a referir algunos ejemplos en América Latina, pero en muchos otros países de ese continente, en África, Asia, Oceanía y Europa hay héroes ambientales que es necesario rescatar y poner como referencias heroicas.
Berta, Francia, Máxima
Mientras veía la participación de Xiomara Castro, presidenta de Honduras, en el evento reciente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), no podía olvidar la imagen de Berta Cáceres.
Sin dudas, el martirio de la luchadora del pueblo lenca hondureño para proteger los ríos de los grandes proyectos hidroeléctricos profundamente destructivos, y en particular su lucha contra el proyecto de la represa de Agua Zarca en el río Gualcarque, tiene mucho que ver con el retorno a la democracia en su país, la desaparición de la dictadura y el enjuiciamiento a los represores del pueblo hondureño. En 2015 recibió el Premio Goldman, el mayor reconocimiento mundial para los luchadores ambientales.
Fue asesinada en 2016, tras una intensa persecución que la obligaba a vivir escondida y con su familia exiliada. Su lucha no cedió en ningún momento. Se trataba no solo de alguna demanda por beneficios económicos, así fueran colectivos, sino de la preservación de una forma de vida y de relación con la naturaleza que sea sostenible y permita preservarla para los futuros hondureños. Desde 2022 es oficialmente heroína nacional, y su trayectoria marca la ruta de las políticas de su país.
Berta Cáceres en un fotograma del vídeo de homenaje por el premio póstumo Champions of Earth 2017, otorgado por la ONU.
Berta Cáceres es también una figura latinoamericana. Su sacrificio tuvo un enorme efecto en el sentimiento de todos aquellos que, en América Latina, se involucran en una batalla que puede ser de las más importantes para el destino de la humanidad.
Francia Márquez es un ejemplo epónimo de las luchas ambientales en Colombia, por su liderazgo para preservar la integridad del corregimiento de La Toma, en El Cauca, Colombia. Siendo aún estudiante de Derecho, encabezó las luchas contra la concesión minera en su provincia, para lo que estaban obligando al desplazamiento de su comunidad. Lograron que se suspendieran los títulos de la minera Anglogold Ashanti, francesa, pero eso le valió amenazas de grupos paramilitares. Luego debió enfrentar a la minería ilegal, más peligrosa, que con su actividad envenenaba los ríos con mercurio, provocando una intoxicación que se extendía por más de 200 kilómetros. Además de la delincuencia, trata de personas y demás calamidades que siempre surgen en torno a estas actividades.
En 2014 lideró una marcha de mujeres afrocolombianas de 350 kilómetros hasta Bogotá, la capital del país, para denunciar la destrucción de su entorno. Tras una intensa presión, lograron desactivar las actividades mineras destructivas en su territorio, que han desaparecido casi por completo. En 2018, Francia Márquez recibió el Premio Goldman. Declaró entonces: “Para mucha gente puede ser nada, pero para mí ese territorio, donde nos siembran el ombligo, es todo. Nuestros ancestros nos legaron estas tierras y no podemos ser mezquinos al no garantizar un espacio para nuestros hijos”.
Francia Márquez celebra la victoria en las elecciones colombianas del 19 de junio de 2022.
En 2022, Francia Márquez fue electa vicepresidenta de la República de Colombia junto al nuevo presidente Gustavo Petro, con una agenda que incluye la protección del ambiente, y la lucha por el cuidado del territorio y contra el extractivismo, que Petro ha planteado con propuestas muy concretas.
Máxima Acuña es una modesta y mínima –tan solo de estatura física– campesina peruana natural de Celendín, en la región Cajamarca. Ella y su esposo Jaime Chaupe son propietarios de un terreno de 25 hectáreas en el distrito de Sorochuco, que se encuentra cerca de unas lagunas en las que una gran minera denominada Yanacocha, propiedad de la enorme minera norteamericana Newmont y socios peruanos, deseaba intervenir para extraer oro en el proyecto que denominaban Conga.
Newmont alegó también ser propietaria de las tierras de Máxima Acuña, imprescindibles para acceder a la zona en que querían trabajar. Agentes de la minera destruyeron su casa y ninguna autoridad quiso recibir su denuncia. Luego fueron perseguidos y maltratados por personal de la minera. A pesar de todo ello, Máxima no se amilanó, su espíritu era gigantesco, y se sumó a la organización de comuneros que luchaban contra el proyecto Conga, abriendo sus tierras para que los comuneros acamparan. Esto le valió una nueva denuncia de la minera. En aquel 2012 recibió una sentencia y multa, y ninguna apelación le dio la razón. Salvo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que, en 2014, exigió al Gobierno peruano salvaguardar los derechos de Máxima Acuña y de otros comuneros.
Retrato de Máxima Acuña en 2016. Foto: Earthworks (CC BY 2.0)
A pesar de que las nuevas denuncias de la minera fueron rechazadas, esta prosiguió con el acoso y las acciones violentas contra la familia de Máxima, incluyendo agresiones y una nueva destrucción de sus bienes. Intervino Amnistía Internacional. A pesar de todo ello, hasta hoy ningún gobierno peruano ha decidido medidas de protección para la familia Chaupe Acuña. Sin embargo, Máxima sigue allí, conteniendo el avance de la poderosa empresa minera. En 2016, Máxima Acuña recibió el Premio Goldman.
La pertenencia en el territorio
El origen de esas resistencias es la cada vez mayor consciencia de los pueblos acerca de la prioridad de la defensa y protección de las fuentes de vida. El economista ambiental español, Joan Martínez Alier, que ha estudiado durante décadas estas luchas, denomina a estos luchadores como ecologistas populares, pero aclara que es posible que muchos de ellos, si no la mayoría, a lo mejor ignora siguiera la existencia de la palabra ecología (o ecologista).
Esta afirmación, que pareciera dicha casi al pasar, es sin embargo muy importante. Estas luchas se dan por autodefensa ante la agresión que sufren los pueblos por parte de actividades extractivas que los empobrecen, los dejan sin medios de vida. No tienen que leer ningún libro, saben de qué se trata: nada menos que de sobrevivir, evitar su propia muerte, su pobreza y la de sus descendientes. Y para ello hay que cuidar el entorno que los nutre, que les da de beber y les permite respirar.
Como bien explica el ambientalista uruguayo, Eduardo Gudynas, recurriendo al vocablo Pachamama, propio de las comunidades andinas, “la Pachamama hace referencia al ambiente en el cual la persona está inserta. Aquí no aplica la clásica dualidad europea que separa la sociedad de la naturaleza, con dos dimensiones claramente distintas y separadas. En el mundo andino, esa distinción no existe ya que las personas son parte del ambiente, y su idea de ambiente no es solo biológica o física, sino que es también social. (…) esa interacción siempre ocurre desde una comunidad (…) que incluye también a seres vivos no humanos, como pueden ser animales o plantas, algunos elementos no vivos, en particular cerros o montañas, y a los espíritus de los difuntos”.
Aquello, con variantes, es propio de la mayoría de pueblos originarios, o indígenas, con diversas denominaciones. Tan estupenda ligazón explica por qué la lucha por la tierra es también la lucha por la propia vida y cómo ello se convierte en motor de toda resistencia a la incursión ajena en el territorio del que son parte.
Sabino marca el camino
La experiencia nos lleva a notar que, en la geografía política tradicional, las izquierdas suelen ser más sensibles al cuidado del territorio que las derechas, demasiado atadas a los grandes intereses particulares de inversión de capital.
Pero si bien hay Petro y su compromiso extraordinario con la tierra, o Xiomara Castro y su determinación a seguir la huella de Berta Cáceres, o Boric, en Chile, que ha declarado de primera prioridad la recuperación ambiental y social de lo que con justeza llama las zonas de sacrificio, su compromiso con la lucha contra el cambio climático y la ratificación del importantísimo Acuerdo de Escazú, también hay el desafortunado caso venezolano.
En Venezuela no solo se trata del tema petrolero, que ya por sí solo ha sacrificado extensas zonas del país desde sus inicios en los primeros años del siglo XX, y generado monodependencia del producto que la revolución bolivariana no alteró. Reincidiendo, ha desarrollado más recientemente el llamado proyecto del Arco Minero, en una zona al centro del país que ocupa el 12% del territorio nacional y que, según el propio Nicolás Maduro, cuenta con siete mil toneladas de reservas de oro, además de cobre, diamante, coltán, hierro, bauxita y otros minerales de alto valor industrial. Y donde la capacidad destructiva de la formalidad y la informalidad, unidas a otros tráficos más bien delictivos, ha llevado a un proceso de destrucción gravísimo del territorio.
El Arco Minero destruye tierras indígenas y ha generado otro tipo de resistencia ante la invasión que envenena aguas de los ríos –como el mismo Orinoco en su brazo izquierdo– y destruye tierras y agua dulce subterránea (la auténtica riqueza mayor de Venezuela): la huida de esas poblaciones amazónicas originarias. La impotencia ante la dimensión de la invasión genera la única salida posible, que es buscar tierras más acogedoras. El gobierno venezolano tiene abandonadas a las poblaciones indígenas, lo que hace más grave su situación.
Pero los pueblos amazónicos venezolanos también han generado figuras míticas y de resistencia activa, que despiertan la admiración de miles. “Sabino marca el camino” es una consigna repetida entre los luchadores ambientales venezolanos. Recuerda a Sabino Romero Izarra, cacique yukpa asesinado en marzo de 2013 por su defensa de los derechos de su pueblo a una tierra que era objeto de codicia de la minería a gran escala, y para la expansión de tierras ganaderas por propietarios que son casi dueños de la zona.
Sabino Romero durante una protesta ante la vicepresidencia del Gobierno en Caracas en 2012. | Foto: Luigino Bracci (CC BY 2.0).
Sabino Romero murió asesinado cuando iba a la elección de dirigentes en una comunidad en la sierra de Perijá. El gobierno venezolano había abandonado hace tiempo, también, a los pueblos del Perijá, en el estado Zulia. Los autores materiales del asesinato del dirigente yukpa fueron condenados a varios años de prisión. Pero los autores intelectuales permanecen intocados.
La destrucción es a propósito
Me cabe seguir de cerca las luchas de los pueblos amazónicos peruanos que quisiera exponer brevemente para explicar por qué es totalmente legítimo asumir que la codicia de los agresores de los entornos para actividades extractivas, destruye y permite morir a pueblos enteros con toda conciencia de lo que hacen, y sin que ello les importe. Con la también consciente complicidad de los gobiernos.
El circuito petrolero de Loreto, en el Perú, es objeto de exploración y explotación desde hace más de 50 años. Desde hace una década, más o menos, ha generado una activa resistencia de los pueblos indígenas afectados, con muertes por obra de efectivos del Estado al servicio de las empresas, muertes que no suelen figurar como noticia en los grandes medios.
Desde el inicio de esas actividades, hace cinco décadas, las empresas arrojaban libremente a ríos y lagos (cochas) lo que se llaman aguas de producción, que son aguas altamente contaminadas que brotan juntas con el petróleo, a una temperatura de 90º C, y contienen hidrocarburos, cloruros y metales pesados como plomo, cadmio, bario, mercurio, arsénico y otros. Son altamente destructivas. La tecnología para reinyectar esas aguas existe desde los años veinte del siglo pasado, pero no se utilizaba para reducir costos, a sabiendas del daño que causan. A ellos se suman los frecuentes derrames de petróleo.
Las federaciones indígenas de Pueblos Afectados por la Actividad Extractiva Petrolera (PAAP) siguen en la larga marcha por recuperar su entorno, sin que el Estado haga otra cosa que firmar compromisos que nunca cumple. Esos compromisos son confesión de parte de que se reconocen los daños y sus causas, y también las consecuentes miles de muertes, enfermedades y pobreza generadas. Pero su incumplimiento también delata la indiferencia.
Allí también, la lucha continúa.
Extractivismo y resistencia
Volvemos a Gudynas, que nos dice que el extractivismo es “un tipo de extracción de recursos naturales, en gran volumen o alta intensidad, y que están orientados esencialmente a ser exportados como materias primas sin procesar, o con un procesamiento mínimo. Se considera que la orientación exportadora prevalece cuando al menos el 50% del recurso extraído es destinado al comercio exterior. Las etapas incluidas en el extractivismo comprenden las acciones de exploración, descubrimiento, etc., las actividades propias de la extracción, pero también las fases posteriores (como cierre y abandono de los sitios de apropiación)”.
En los países proveedores de insumos somos víctimas de lo que el economista francés Serge Latouche llama metafóricamente “la toxicodependencia del crecimiento” en los países ricos y altamente consumidores. Agrega que “a la bulimia consumista de la adicción a los supermercados corresponde el workaholism, la adicción al trabajo, alimentado, llegado el caso, por el sobreconsumo de antidepresivos e incluso, según encuestas inglesas, por el consumo de cocaína por los cuadros directivos que quieren estar al nivel de los demás de su entorno”.
La cocaína nos regresa a Colombia y Perú que, sin tal demanda, no destruirían tanto territorio por el cultivo de coca para transformar en cocaína, planta que es consumidora de demasiados nutrientes.
Los héroes ambientales, que son muchos en todo el mundo, y sobre los que se puede averiguar de muchos casos –entre miles más– en la página web del Premio Goldman, resisten a esa invasión que nace de un sistema que requiere del extractivismo para sobrevivir.
Esa resistencia de parte de esas heroínas y esos héroes, contribuye de muchas maneras a frenar tamaña locura dedicada al crecimiento como mito y religión. Su heroísmo es modélico y sirve de referencia de las principales aspiraciones para un mundo mejor, como el que contribuyen a forjar, tantas veces con su propia sangre.
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también editado en https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2023/02/06/defensors-heroicidades-generalmente-olvidadas-de-nuestro-tiempo/
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