El 4 de febrero se realizó la inspección a la casa donde ocurrió el operativo en el que asesinaron a 3 personas y secuestraron a 2 niños y 1 niña que fueron llevados al Hogar Casa de Belén, la institución de la Iglesia Católica en la que sufrieron todo tipo de abusos y torturas durante más de 7 años. El testimonio de 3 vecinos que presenciaron el ataque aquel 15 de marzo de 1977.
Redacción: Tamara Alfaro Moreno. Edición: Fernando Tebele/Pedro Ramírez Otero. Fotos: Bárbara Barros/La Retaguardia. Videos: Fernando Tebele/Eugenia Otero. Edición de video: Julia Varela/Ramiro Laterza (Pulso).
La cita fue a las 10 en la intersección de las calles Nother y Santa Cruz, en la localidad de Rafael Calzada, Partido de Almirante Brown. Cerca de 21 personas llamaron la atención de vecinos y vecinas que salían de sus casas, con curiosidad y algo de temor, para intentar saber qué era lo que estaba pasando en el barrio. Algunos se subieron a los techos para intentar filmar y para escuchar mejor qué era lo que estaba sucediendo, pero el personal policial les indicó que no podían filmar y que se metieran en sus casas. Tres patrulleros cruzaron las calles de tierra para cortar el acceso vehicular al lugar.
A las 10.40 comenzó la recorrida. Fueron centrales los vecinos y la vecina que guiaron la caminata por el barrio San José: Francisco Nogueira y Adriana Galeano ya habían declarado durante el juicio; se sumó esta vez Ramón Galeano, el padre de Adriana, quien no había podido dar testimonio por cuestiones de salud. Nogueira, Galeano y su hija Adriana orientaron el recorrido para encontrar la casa donde residían los y las militantes de Montoneros María Florencia Ruival, José Luis Alvarenga y Vicenta Orrego, sus hijos e hija. Luego de caminar casi cien metros adelantaron que el domicilio es el que tiene la chapa Nother 5100, pero primero la comitiva fue hasta sus casas, a la vuelta del lugar del ataque genocida. Ramón Galeano comentó que vivió toda la vida en ese barrio, que en la época en la que pasaron los hechos todo eso era campo con dos o tres casas, una de esas era la que ocupaban Orrego, Ruival, Alvarenga y los tres hijos de Vicenta. Según relató el testigo “esta casa quedó muy aislada”. Solo se podía conectar con el fondo de la casa de Ramón y su familia. También comentaron que había una gran laguna y que para poder acceder de un barrio al otro utilizaban unas piedras en las que se pisaban para llegar. Al fondo había una gran quema de basura, de la que quedan rasgos aún. Desde allí se logra ver a una cuadra el punto de encuentro de un centro de reciclaje donde los y las jóvenes, mientras trabajan, observan con curiosidad.
La casa de Nother 5100 parece detenida en el tiempo. Según relató otro de los testigos “está casi igual, salvo por la construcción que está al fondo”, y también por el resto de las viviendas de la cuadra que no estaban. A través de las rejas del frete se puede ver la ventana por la que lograron salir Alejandro Mariano, Carlos Alberto y María Esther Ramírez, los niños y la niña hijas de Orrego. De lo sucedido el 15 de marzo de 1977, Francisco Nogueria recordó que tenía 10 años. Relató que el barrio estaba lleno de personas armadas, gente de civil y uniformados con ropas de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. “Estaban por todos lados”, señaló. También explicó que entendía que había un comisario porque se dirigían a uno de ellos como “jefe de acá y jefe de allá”, y que volvió al barrio al otro día de lo acontecido. Agregó que rompieron la puerta trasera de la casa con un mortero y que se llevaron los cuerpos en un “carro azul, era una morguera de color azul”. También dijo, emocionado: “Si hubieran venido con la intención de detenerlos, lo hubieran hecho, vinieron a matar”.
Ramón Galeano contó que tenían contacto periódico con la familia de Vicenta y sus hijos e hija, porque su mujer les daba de comer mientras su madre trabajaba. Además, Ramón les proveía el agua para el uso diario. En ese tiempo no existían los fondos construidos con paredes, y los niños y la niña salían por el fondo de su casa e iban a la casa de sus vecinos. Ramón y su mujer fueron quienes esa noche terrorífica los alojaron en su casa; para los niños y la niña eran personas que reconocían y fueron allí en busca de resguardo. Adriana, la hija de Ramón, dijo: “Después de esa noche no volvimos a ver a los chicos, hasta que fueron grandes”. Allí comenzó la otra historia que los mismos niños, hoy adultos, relataron desde Suecia, donde crecieron. Fueron llevados al Hogar Casa de Belén, perteneciente a la Iglesia Católica —e increíblemente todavía en funcionamiento—. Los anotaron como hijos de la familia que regenteaba el Hogar. Fueron sometidos a todo tipo de abusos, torturas y castigos durante casi 8 años. Hasta que su padre, quien estaba como preso político, recuperó su libertad y pudo rescatarlos del infierno para intentar el inicio de una nueva vida en Suecia como refugiados políticos.
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Nogueira aportó otro dato: “Ven allá donde está el patrullero (que cortaba la calle), ahí mismo había un Falcon y tenían a una persona tirada en la parte de atrás y había dos personas armadas adelante”, lo que los jueces Michilini y Jarazo, que presenciaron la visita ocular, consideraron como una detención ilegal.
“Espero que podamos hacer algo”, “Esperamos que se haga Justicia”, fueron algunas de las frases repetidas por los tres testigos. Sobre el cierre, no pudieron ocultar la emoción. Saludaron a los jueces, a la fiscal Ana Oberlin y al fiscal Juan Nogueira. Ramón Galeano, entre lágrimas, expresó un deseo: “No quiero irme de acá sin volver a ver a esos chicos”. Esta instancia de Justicia, entre otras cosas, quizá sirva para saldar esa deuda.
Se valora la valentía del compañero Cañi Nogueira por mantener viva la memoria de los compañeros y exponer el terrorismo de estado de la dictadura genocida