Sacha Barrera Oro dio testimonio sobre el secuestro y desaparición de su padre, Jaime Barrera Oro, en octubre de 1976. Recordó que su abuela paterna tuvo contacto con el oficial de Inteligencia Jorge Carlos Lafuente, quien le prometió falazmente que su hijo iba a retornar a su hogar.
Redacción: Carlos Rodríguez. Edición: Valentina Maccarone/Pedro Ramírez Otero.
En febrero de 2022, Jorge Carlos Lafuente fue señalado como integrante de los Servicios de Inteligencia, en la indagatoria de uno de los imputados por crímenes de lesa humanidad cometidos por personal del Regimiento de Infantería Motorizada 6 de Mercedes. Ya figuraba en denuncias del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) que datan de 1986. Nunca fue buscado por el Poder Judicial.
Sacha Barrera Oro declaró en el juicio Puente 12 III y advirtió que hacer justicia es “un bien para toda la Argentina”, porque las víctimas “no se evaporaron, fueron secuestradas, torturadas, asesinadas”. Sobre el presente, expresó su preocupación. “En Jujuy no hay Ford Falcon, hay camionetas, pero el modus operandi es muy similar al de la dictadura”, dijo en alusión a la represión ordenada por el gobernador de la provincia, Gerardo Morales.
El secuestro de su padre
Cuando tenía tres años y medio, Barrera Oro sufrió el secuestro de su padre, Jaime Barrera Oro. Se lo llevaron el 12 de octubre de 1976, junto con su pareja, Vella Beatriz Lemel. El secuestro se produjo “cuando ambos salían de la casa del padre de Vella”, en el barrio porteño de Palermo. “Ella recuperó su libertad, no sé cuánto tiempo después, y mi padre continúa desaparecido”, agregó.
La información la obtuvo de su abuela paterna, Hilda Guerrero de Barrera Oro. La mamá de Sacha había fallecido cuando él tenía un año y medio, y quedó al cuidado de sus abuelos maternos, porque sus padres estaban separados.
El testigo acompañó a su abuela Hilda en la búsqueda de su padre desaparecido. Sacha mantuvo una convivencia cercana con su abuela paterna hasta 1983. Hilda, que falleció en 2018, perteneció a Madres de Plaza de Mayo. “Fue de las primeras, de un grupo de 14 madres que iban a la Plaza de Mayo y se reunían en el Jardín Botánico”, contó. “Pudimos saber dónde había estado mi padre por la declaración de (Ignacio) Canevari en el juicio por el Vesubio”, declaró Barrera Oro acerca del testimonio que brindó Canevari en 2015.
Ellos ya vivían en Mendoza y viajaban a Buenos Aires para buscar a su padre en los penales de Sierra Chica, Olmos, La Plata y Caseros. Su abuela iba “a las colas de familiares en las cárceles” para ver si alguien tenía datos sobre su hijo. Pudieron saber algo por medio de un primo de su padre “que estuvo secuestrado unos días y que lo había podido ver en un lugar”. Fueron “muchos momentos de búsqueda, de angustia y de ansiedad”.
Actualmente, el testigo vive en Mendoza, en la casa que era de su abuela, y durante su declaración virtual tenía detrás suyo una foto de su padre: “Era la que siempre tuvo mi abuela”, contó al tribunal. Después, mostró otra fotografía en la que aparecen su madre y su padre. Además, compartió una foto en la que aparece él de niño, rodeado de un grupo de Madres de Plaza de Mayo. Se refirió a esta como “(una foto) oxidada por el tiempo, con una tonalidad rosada, que es la única que pude encontrar”.
Su padre estudió medicina y se recibió en Córdoba. Tenía 27 años cuando lo secuestraron. Era militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y trabajaba en algunos barrios en la provincia y tambiény en Mendoza “para acercar la medicina social a los que no podían” acceder a ella.
Barrera Oro se refirió a Hugo Parsons, un testigo que estuvo en Puente 12 desde los primeros días de noviembre de 1976, hasta febrero de 1977. Lamentó no haber podido hablar con él porque le hubiera podido brindar información sobre su padre. “Declaró que lo había visto (a su padre) en un galpón”, explicó. Dijo que fue “muy angustiante no haber podido hablar con él para saber más” sobre el destino de su padre.
Su abuela paterna tuvo un encuentro con Vella Lemel, la exnovia de su padre. “Mi abuela, que era una persona de carácter fuerte, se hizo pasar por una paciente y fue a la clínica de estética que Vella tenía en Belgrano”, declaró Sacha.Allí, le contó que se había enfrentado con Vella y que fue un momento muy tenso. Pero, aunque se había conmocionado por volver a ver a la madre de su expareja, no le dijo mucho.. El padre de la joven, cuando ella recuperó su libertad, “la había llevado a Israel y Vella no había querido saber nada más” de lo sucedido con su pareja.
El misterioso capitán Lafuente
Por dichos de su abuela, Sacha supo que, días después del secuestro de su padre, unos hombres se presentaron en la casa de su tía, en la zona norte del Gran Buenos Aires, donde ellos vivían en ese momento, para buscar un maletín y otras cosas de su padre: “(Mi abuela) pudo hablar unos minutos con esas personas, que le prometieron que mi padre iba a volver pronto, pero fue todo mentira, porque nunca más apareció”, dijo el testigo. Uno de esos individuos dijo llamarse Jorge Carlos Lafuente. “Ese hombre fue quien le aseguró que todo iba a estar bien y que mi padre iba a volver esa noche, pero que necesitaba el maletín”, dijo el testigo. Aclaró que su abuela siempre lamentó haber permitido que se llevaran el maletín “donde había fotos nuestras, por eso yo no tengo fotos con mi padre”. También se llevaron el estetoscopio y otros elementos personales. Por precaución, “mi abuela había sacado unas hojas de la agenda” que tenía su padre en el maletín “para proteger a las personas que figuraban ahí, para evitar que otros fueran secuestrados”. Desde ese día “mi abuela siempre buscó a este hombre por todos lados, tenía su cara grabada (en la memoria) porque era el que había venido a hablar de mi padre”. El tal Lafuente mostró una cédula de identidad con su nombre. En esos años, la cédula era el documento de identidad más usado, en forma alternativa a la Libreta de Enrolamiento (LE) de los hombres y la Libreta Cívica (LC) de las mujeres. La cédula había sido extendida por la Policía Federal.
La abuela de Sacha memorizó el número de ese documento y lo citó en su declaración ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y ante la Justicia. Tiempo después, en los años 80, “yendo mi abuela por la Plaza de Mayo con su hermano, mi tío Rodolfo, ella vio a este hombre en un Ford Falcon, junto con otras personas más”. En ese momento, “muy decidida quiso ir a hablarle para decirle de todo, que su hijo nunca había aparecido, pero mi tío la frenó porque tuvo miedo por su integridad”. Ella “siempre se lamentaba no haber enfrentado otra vez a este hombre”. El testigo consideró que “es muy importante que se pudiera investigar sobre esta persona”. Si bien admitió que la que mostró podría haber sido “una cédula falsa, ese nombre es muy importante para dar con alguien que tuvo que ver con el secuestro” de su padre. Aclaró, ante una pregunta del querellante Pablo Llonto, que su abuela entregó el maletín bajo amenaza de que si no hacía eso “ellos iban a venir de nuevo, pero de otra forma”. Ese día, Sacha era un niño y estaba en la casa jugando con un primo de su misma edad. Lo que recuerda el testigo es que se llevaron un maletín de cuero, de color negro, un maletín “de médico”. Subrayó que pide “justicia y que busquen a Jorge Carlos Lafuente, que puede seguir vivo y tener datos” que podría aportar a la causa.
Hay más datos sobre Lafuente que habían aparecido el 4 de febrero de 2022, en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos por efectivos del Regimiento de Infantería Motorizada 6 de Mercedes. Uno de los imputados, el subteniente Luis Alberto Brun, corroboró la existencia de un agente de inteligencia llamado Jorge Carlos Lafuente, quien tenía el grado de capitán o mayor. No quedó claro si era un militar de carrera o un agente civil que había obtenido el equivalente a un grado militar, como ocurría en el organigrama de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y en otros grupos de inteligencia con los civiles. Por dar un ejemplo, el agente civil Raúl Guglielminetti tenía como nombre “de cobertura” el de “mayor Guastavino”. Esos nombres eran avalados con documentación falsa. De todas maneras, la identificación puede ser posible, se trate de un civil o de un militar, se trate de su nombre real o de su nombre de “cobertura”.
En su declaración indagatoria, Brun, que dijo ser licenciado en Administración de Empresas y magister en Negocios y Finanzas, se definió a sí mismo como “peronista progresista”. Sorprendió con un discurso crítico del Terrorismo de Estado, que le sirvió para ser absuelto en esa causa. Entre otras cosas, dijo que el área de Inteligencia es “una logia que tiene el monopolio de la información”. Esto confirmaría que Lafuente tenía información sobre dónde estuvo y cuál fue el destino final de Jaime Barrera Oro. En el RIM 6, según Braun, “estaban Durán e Higa, que vivía borracho, y el mayor (no capitán) Lafuente”. El plantel lo completaban “dos soldados, Agosti y Albarracín, y un tal Rosales”. La estructura de Inteligencia estaba compuesta por “un oficial, un suboficial, otro suboficial y dos soldados ayudantes”. A la oficina de Operaciones del sector, llegaban “mensajes cifrados que se guardaban en una caja de seguridad”. Esos mensajes incluían “listados de personas a secuestrar”. Brun habló, también, de “la centralización que ocupó la Inteligencia en la represión ilegal”.
El nombre del capitán de Infantería Jorge Carlos Lafuente o De la Fuente ya había sido mencionado en 1986 por el CELS, en una publicación sobre los represores que actuaron en las diferentes zonas en las que se dividió la represión y en los centros clandestinos de detención. Un capitán de inteligencia con ese apellido fue ubicado en Vesubio, Puente 12 y La Cacha.
“Justicia para tener un futuro”
Sobre el impacto emocional que provocó en su familia la desaparición de su padre, Sacha mencionó que su abuela siempre fue “una persona muy fuerte que buscó la verdad y que fue parte del movimiento de Madres”. El testigo siempre estuvo con ella y su abuelo, en la búsqueda del padre. Lo sucedido “generó una angustia muy grande en mis abuelos, en mis tías, en mí también”. Agregó que “siempre está presente la fantasía de que mi padre vuelva”. Resaltó que mientras prestaba su testimonio estaba “nervioso, porque siento inconscientemente como si algo de lo que yo pueda decir pudiera ayudar a encontrarlo y sé racionalmente que han pasado 40 y tantos años, que mi padre puede estar biológicamente muerto”. Mientras decía esto, el rostro de Sacha sufrió una transformación, un gesto que parecía el de aquel niño de tres años y medio que se quedó huérfano.
“Bueno, esa es la condición de estar desaparecido, una tortura que estas personas (los genocidas) nos dejaron también”, dijo Barrera Oro. Porque “ni nos dieron la posibilidad de enterrar a la persona” querida. Reiteró que “eso fue lo que afectó a toda la familia: la ansiedad, el miedo. “Mi abuela trascendió el miedo y se hizo muy fuerte”, agregó. Al mismo tiempo, esto produjo “una división en la familia, porque algunos pensaban que no había que buscar más porque había pasado demasiado tiempo”. Como contraste, su abuela “falleció con 93 años y siempre lo buscó”. Eso la llevó a conocer a Ignacio Canevari y de esa manera “supo de su boca, porque él había estado” con su padre. Ella “lo terminó conteniendo a Ignacio”. Insistió en que el Terrorismo de Estado “hizo un desastre en muchas familias argentinas, siempre estuvimos buscando justicia y no venganza, pero mi abuela se murió sin saber dónde estaban los restos de mi padre”. Sus abuelos aportaron los datos genéticos para que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) pudiera identificar los restos, pero hasta ahora no fueron encontrados. En lo personal, por lo ocurrido, carece de “recuerdos concretos de mi padre, solo tengo diapositivas en mi cabeza, de dos momentos que lo recuerdo, pero estas personas me negaron la posibilidad de tener un padre”.
Como cierre, Sacha deseó que en el juicio se pueda “recabar información para que se pueda hacer justicia y que sigan buscando a esta persona, Jorge Carlos Lafuente, que es muy probable que pueda seguir vivo y pueda tener datos concretos del destino de mi padre”. Agradeció que se esté realizando este juicio, porque “es un bien para toda la Argentina, para el presente y para el futuro porque las personas no se evaporaron, fueron secuestradas, fueron torturadas, fueron asesinadas; yo perdí un padre, otras personas perdieron hijos, madres”. Dijo comprender que la Justicia necesita tiempo para investigar, pero que hay que tener en cuenta que los tiempos biológicos hacen que las víctimas y los victimarios mueran. “Me hubiera gustado que mi abuela estuviera presente (en el juicio), aunque está presente a través de mí, pero quiero que haya justicia para las generaciones futuras y para que este país pueda tener un futuro”, dijo.