Cuando llegue la hora sólo pediremos para Bonadío un juicio justo.
Un queridísimo amigo, Carlos Caramello, me recordó estos días que el personaje de Las ruinas circulares fue esbozado en un cuaderno Rivadavia de tapa dura. Claro, ese era Borges y todo su talento infinito y maravilloso. Pero en los tiempos que corren el talento no es lo que abunda. Al menos no en el Poder Judicial.
Estos días más bien parecen un episodio de Los Simpson. Aquel donde Homero va a efectuar una denuncia respecto a un ser casi angelical que aparece los viernes en las afueras de Springfield. La denuncia la toma el jefe Gorgory, quien le dice a Homero palabras mas, palabras menos: “Su historia es muy interesante, señor pelmazo, digo señor Simpson… Así que voy a transcribirla en mi maquina de escribir invisible”. Homero, con una dignidad que debe envidiarle a estas horas Claudio Bonadío, se levanta de la silla diciendo “no tiene por qué humillarme” mientras se va.
La historia de estos días empezó en la madrugada del miércoles 1° de agosto. Cuando en un espectacular operativo, Bonadío ordenó la detención de varios ex funcionarios del kirchnerismo, varios empresarios vinculados a la obra pública, algunos funcionarios actuales y un ex juez federal.
El diario La Nación publicaba al mismo tiempo la historia de unos fabulosos cuadernos que habían sido depositados en manos de uno de sus periodistas mas reconocidos. Que habían sido escritos por el chofer de Roberto Baratta, funcionario del anterior gobierno y cuyo relato daba cuenta de casi 10 años de recorridos recibiendo y entregando dinero de origen ilegal.
Había ilustraciones y tapas de cuadernos y un minucioso relato, escrito con una prosa que recordaba más a una declaración policial que a un relato literario. Resulta llamativo el contraste del escriba: de hablar rudimentario y prosa escrita excelsa y detallada.
Las hordas de periodistas se abalanzaron con indisimulable deleite sobre la noticia. Pero “pasaron cosas”. Las fotografías no eran de los cuadernos, sino ilustrativas. Al principio sostuvo algún periodista que sobre el cuaderno se habían realizado incluso pericias caligráficas. Pero 24 horas después nos enteramos de que los cuadernos auténticos nunca habían estado en manos del Poder Perjudicial. Y que, de hecho, los cuadernos no estaban. Simplemente no aparecían. Esos cuadernos que, como ciertos seres mitológicos, muchos habían visto, pero que se negaban tercamente a materializarse ante la mirada extrañada de un Poder Judicial para el cual el absurdo y el ridículo son cada vez más moneda corriente.
Para ese entonces y hasta donde es público, había personas detenidas por más de un día, en base a fotocopias que hacia apenas dos horas habían sido reconocidas como pertenecientes al original por el arrepentido más raro del mundo.
Detrás de bambalinas de esta parodia judicial se vislumbraban maniobras de fórum shopping escandalosas y una absoluta falta de pruebas validas, al menos de lo que se sabe públicamente del caso. Y personas detenidas. Muchas personas detenidas.
Voy a señalar hasta el cansancio: puede gustarle o no al Poder Judicial el principio de inocencia. Pero es un principio constitucional que ningún funcionario puede vulnerar alegremente y sin consecuencias. Digo esto con personas detenidas en forma arbitraria.
También puede gustarle más o menos el principio de debido proceso al Poder Judicial, pero lo que no puede hacer es violarlo. Simplemente porque al hacerlo violaría la Constitución Nacional de la que el Poder Judicial es custodio. Y también violaría el Estado de Derecho, del que todos los ciudadanos son beneficiarios de sus garantías y custodios de su plena vigencia. Digo esto en un país donde en muchos casos no existe la posibilidad de ser oído, ofrecer y producir pruebas.
Uso los condicionales en un ejercicio de esperanza más que de experiencia. Los días de recorrer los tribunales desmienten lo que digo. Estos días en particular más que desmentirlo, se burlan de lo que digo. Que se burlen de mis dichos resultaría intrascendente, a decir verdad. Resulta bastante más trascendente e infinitamente más grave que se burlen de la Constitución y sus garantías más básicas.
Al esta hora tenemos en la Argentina gente detenida por fotocopias cuyos originales no aparecen. Que debieron ser entregados por el arrepentido más raro del mundo. Este señor que anotaba todo con una precisión digna del memorioso Funes borgiano, hoy no recuerda si quemó los famosos cuadernos.
Y señalo: la sorpresiva aparición de los originales no modificaría la privación ilegitima de la libertad que tienen hoy los detenidos. Porque fueron detenidos incluso antes de que el autor de los cuadernos invisibles reconociera las copias.
La prueba —deberían recordar los miembros del Poder Judicial— no es una cuestión de fe o pensamiento mágico. Es una materialidad que debe ser examinada y evaluada tanto por las partes como por el juez y el fiscal. No existe la prueba invisible. Como no existen los unicornios, aun cuando uno los desee fuertemente.
Pero más aun, tampoco es válida la prueba visible y amañada. En las últimas horas un periodista relató como Bonadío montó en cólera y presionó a un empresario aspirante a arrepentido, porque los términos de su confesión no se correspondían con el curso que tanto el juez como el fiscal tienen ya decidido para la causa.
Porque es claro, la prueba invisible es útil cuando no hace falta prueba, porque la decisión ya esta tomada. Este parece ser el caso… en este caso.
Pero nuevamente debería aclarar que cuando la decisión está tomada de antemano, aun sin prueba o con prueba invisible, esa decisión es arbitraria. Y toda decisión arbitraria no es válida como decisión judicial. Porque curiosamente, también vulnera garantías constitucionales.
Mientras tanto imagino un montón de enanitos trabajadores fabricando pruebas en algún sótano. Que parezcan reales. Como fabricaron la prueba del testigo falso en la causa AMIA. Telleldín recibió dinero del Estado Nacional, vía la entonces SIDE, para involucrar a la policía bonaerense en el atentado a la AMIA.
Bonadío, juez de esta causa, cuenta en su haber dos antecedentes a tener en consideración: se inventó una guerra para poder procesar a Cristina Fernández de Kirchner por traición a la patria y tomó como válido un peritaje que carecía de rigor científico para procesar y encarcelar a Julio de Vido y a Roberto Baratta.
Ni la guerra ni la pericia resistieron el análisis del superior del juez, pero para cuando ese análisis ocurrió, como ahora, había personas detenidas por mucho tiempo en base a la decisión de un magistrado que se siente muy cómodo con pruebas invisibles o imaginarias.
Mientras los jueces y fiscales sufren de un paroxismo de fe sin evidencia empírica, los abogados recorremos el camino inverso. Perdemos la fe. En esos mismos jueces y esos mismos fiscales precisamente. Y en un sistema judicial que parece no funcionar, salvo como templo de perdición.
Muchos sospechamos que Bonadío quiere ser un émulo del juez Moro, aquel que persiguió a Lula Da Silva en un entramado de arbitrariedades hasta conseguir que fuese preso. Pero al igual que el Moro juez, actúan más parecidos ambos a Otelo, el Moro de Venecia. En base a pasiones como el amor, los celos o el odio cometen crímenes ante la vista de todos. Otelo fue victima de sus remordimientos, pero estos Moros modernos parecen haberse librado de la conciencia, del remordimiento y de la vergüenza. Pero no de los crímenes.
Otelo, el moro de Shakespeare, finaliza con Ludovico diciendo a Yago:
—¡Oh perro espartano, más cruel que la angustia, el hambre o la mar! ¡Mira el trágico fardo de este lecho! ¡He aquí tu obra! Este espectáculo emponzoña la vista. Cubridlo, Graciano, guardad la casa y coged los bienes del moro, pues lo heredáis. A vos, señor gobernador, incumbe la sentencia de este infernal malvado. Fijad el tiempo, el lugar, el suplicio. ¡Oh, que sea terrible! Yo voy a embarcarme inmediatamente, y a llevar al Estado, con un corazón dolorido, el relato de este doloroso acontecimiento”.
Seremos los abogados de este país quienes les recordaremos a los futuros gobernantes que les incumbe dictar la sentencia a estos malos funcionarios judiciales. La diferencia sustancial será que no pediremos suplicios terribles. Reclamaremos un juicio justo, un tribunal imparcial, pruebas visibles y reales y la plena vigencia de todas las garantías constitucionales. Solo pediremos Justicia. Esa Justicia que hoy muchos jueces y fiscales omiten impartir.
Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/los-cuadernos-invisibles-del-poder-perjudicial/